La Iglesia no puede ni debe renunciar a ser misericordiosa
Puede parecer una afirmación obvia e innecesaria pero, sin embargo, siento la necesidad de escribir sobre ello y, por qué no decirlo, como si fuera un grito escrito de preocupación. Sí, me preocupa el modo cómo se habla de ciertas personas o colectivos marcadas como "impuros" por otros cuyas vidas deben de ser tan ejemplares que se ven con autoridad para juzgar y señalar como indignos de recibir al Señor. Sí, ya sé.... no lo dicen ellos, es la doctrina. Y está claro que es fundamental custodiar y respetar la doctrina pero también es importante que no se nos olvide el corazón de la doctrina que es el evangelio.
"Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos.
Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?».
Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos.
Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores»." Mateo 9, 9-13
No está de más estar alerta y ser conscientes que corremos el riesgo de repetir las actitudes que tanto reprobaba nuestro Señor a los fariseos y maestros de la ley: Sabéis mucha ley pero.... ¡Os falta el amor!
El hecho de que la Iglesia reflexione, se preocupe, se interese y busque la manera de manifestar con entrañas de misericordia que es madre de TODOS no solo de unos pocos "puros" o que se creen puros... no solo no es malo sino que humildemente considero que es fundamental para ser fieles al mandato del Señor:
"«Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?».
Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu.
Este es el más grande y el primer mandamiento.
El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas»." Mateo 22, 36-40
La Iglesia no puede ni debe renunciar a sus entrañas de misericordia que se traducen en cercanía, compasión y diálogo con quienes viven alejados del evangelio. Y esa misericordia empieza por no hablar de ellos como seres apestados o impuros sino como hermanos.
"Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos.
Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?».
Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos.
Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores»." Mateo 9, 9-13
No está de más estar alerta y ser conscientes que corremos el riesgo de repetir las actitudes que tanto reprobaba nuestro Señor a los fariseos y maestros de la ley: Sabéis mucha ley pero.... ¡Os falta el amor!
El hecho de que la Iglesia reflexione, se preocupe, se interese y busque la manera de manifestar con entrañas de misericordia que es madre de TODOS no solo de unos pocos "puros" o que se creen puros... no solo no es malo sino que humildemente considero que es fundamental para ser fieles al mandato del Señor:
"«Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?».
Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu.
Este es el más grande y el primer mandamiento.
El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas»." Mateo 22, 36-40
La Iglesia no puede ni debe renunciar a sus entrañas de misericordia que se traducen en cercanía, compasión y diálogo con quienes viven alejados del evangelio. Y esa misericordia empieza por no hablar de ellos como seres apestados o impuros sino como hermanos.