La importancia de las palabras y los gestos en la liturgia
La encíclica Ecclesia de Eucharistia de Juan Pablo II, un documento de trabajo y reflexión imprescindible en una comunidad cristiana, nos ofrece afirmaciones como:
“La Iglesia vive de la Eucaristía”
“La Eucaristía está en el centro de la vida eclesial.”
Desde mi humilde experiencia quiero invitarles a fijar nuestra mirada en dos aspectos muy sencillos pero que creo que pueden ayudarnos a vivir la eucaristía en profundidad.
Esta breve reflexión no tiene más pretensión que el invitar a fijar la mirada en dos aspectos: las palabras y los gestos.
La Instrucción General del Misal Romano dedica el nº 38 a “las maneras de pronunciar los diversos textos” que pueden iluminar esta reflexión en cuanto a la palabra. Nos dice:
“En los textos que han de pronunciarse en voz alta y clara, sea por el sacerdote o por el diácono, o por el lector, o por todos, la voz debe responder a la índole del respectivo texto, según éste sea una lectura, oración, monición, aclamación o canto; como también a la forma de la celebración y de la solemnidad de la asamblea. Además, téngase en cuenta la índole de las diversas lenguas y la naturaleza de los pueblos.
En las rúbricas y en las normas que siguen, los verbos “decir” o “pronunciar”, deben entenderse, entonces, sea del canto, sea de la lectura en voz alta, observándose los principios arriba expuestos.”
La palabra es un elemento fundamental e imprescindible en la liturgia cristiana. La palabra como canal de comunicación, como medio de expresión y modo de elevar nuestra alabanza a Dios. Su importancia es evidente. Y, por este motivo, se ha de cuidar el qué, el cómo y el cuándo de la palabra.
Es importante tomar plena consciencia de QUÉ se está diciendo, orando, proclamando, cantando. Hemos de evitar poner el motor automático y recitar como loros las oraciones y respuestas que se suceden durante la celebración. Tomar conciencia de lo que se está diciendo es fundamental para que realmente la eucaristía sea el centro de la vida eclesial y del cristiano. Por eso, el sacerdote debe poner toda su conciencia, voluntad y afecto en las palabras que pronuncia en cada momento de la celebración, sabiendo diferenciar cada situación.
¡No vale todo ni de cualquier manera! y a veces es desastroso el tono automático, aburrido y sin corazón que se escucha por algunos lugares… da la sensación de que no colaboramos con el Espíritu Santo para que toque los corazones de la comunidad, es más, a veces la sensación es que el Espíritu toca los corazones A PESAR de nosotros.
Saber leer, proclamar, acompañar la oración es fundamental para celebrar fielmente la eucaristía. A mi modesto entender, no es algo trivial. No solo es importante que los lectores lo hagan bien, claro y con consciencia de lo que están leyendo. También lo es que los propios sacerdotes lo hagamos como Dios manda. No se trata de hacer teatro ni de interpretar un papel, se trata de dotar a la palabra de todo su potencial para que las celebraciones sean realmente fuente de vida cristiana para la comunidad que se reúne en torno al altar.
Resumiendo este aspecto de la palabra: poner plena consciencia en lo que se lee, leer con un ritmo pausado que de profundidad a las palabras y no con el motor automático.
Y el otro aspecto que habíamos mencionado al inicio de nuestra reflexión eran los gestos. La misma instrucción en los números 42, 43 y 44 hace mención a ello:
“42. Los gestos y posturas corporales, tanto del sacerdote, del diácono y de los ministros, como del pueblo, deben tender a que toda la celebración resplandezca por el noble decoro y por la sencillez, a que se comprenda el significado verdadero y pleno de cada una se sus diversas partes y a que se favorezca la participación de todos.[52] Así, pues, se tendrá que prestar atención a aquellas cosas que se establecen por esta Instrucción general y por la praxis tradicional del Rito romano, y a aquellas que contribuyan al bien común espiritual del pueblo de Dios, más que al deseo o a las inclinaciones privadas.
La uniformidad de las posturas, que debe ser observada por todos participantes, es signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para la sagrada Liturgia: expresa y promueve, en efecto, la intención y los sentimientos de los participantes.
43. Los fieles están de pie desde el principio del canto de entrada, o bien, desde cuando el sacerdote se dirige al altar, hasta la colecta inclusive; al canto del Aleluya antes del Evangelio; durante la proclamación del Evangelio; mientras se hacen la profesión de fe y la oración universal; además desde la invitación Oren, hermanos, antes de la oración sobre las ofrendas, hasta el final de la Misa, excepto lo que se dice más abajo.
En cambio, estarán sentados mientras se proclaman las lecturas antes del Evangelio y el salmo responsorial; durante la homilía y mientras se hace la preparación de los dones para el ofertorio; también, según las circunstancias, mientras se guarda el sagrado silencio después de la Comunión.
Por otra parte, estarán de rodillas, a no ser por causa de salud, por la estrechez del lugar, por el gran número de asistentes o que otras causas razonables lo impidan, durante la consagración. Pero los que no se arrodillen para la consagración, que hagan inclinación profunda mientras el sacerdote hace la genuflexión después de la consagración.
Sin embargo, pertenece a la Conferencia Episcopal adaptar los gestos y las posturas descritos en el Ordinario de la Misa a la índole y a las tradiciones razonables de los pueblos, según la norma del derecho.[53] Pero préstese atención a que respondan al sentido y la índole de cada una de las partes de la celebración. Donde existe la costumbre de que el pueblo permanezca de rodillas desde cuando termina la aclamación del “Santo” hasta el final de la Plegaria Eucarística y antes de la Comunión cuando el sacerdote dice “Éste es el Cordero de Dios”, es laudable que se conserve.
Para conseguir esta uniformidad en los gestos y en las posturas en una misma celebración, obedezcan los fieles a las moniciones que hagan el diácono o el ministro laico, o el sacerdote, de acuerdo con lo que se establece en el Misal.
44. Entre los gestos se cuentan también las acciones y las procesiones, con las que el sacerdote con el diácono y los ministros se acercan al altar; cuando el diácono, antes de la proclamación del Evangelio, lleva al ambón el Evangeliario o libro de los Evangelios; cuando los fieles llevan los dones y cuando se acercan a la Comunión. Conviene que tales acciones y procesiones se cumplan decorosamente, mientras se cantan los correspondientes cantos, según las normas establecidas para cada caso.”
Decimos lo mismo que cuando hablábamos de la palabra: plena consciencia en los gestos que hacemos dotándoles de todo el significado profundo que expresan. El gesto ayuda a comprender mejor lo que celebramos, refuerza el valor de las palabras y colabora a crear el ambiente adecuado de recogimiento, de adoración, de gozo ante la belleza de lo que celebramos. La inclinación, por ejemplo, en el momento en el que recitamos el credo y decimos “que por obra del Espíritu Santo se encarnó de María…” refuerza lo se está diciendo ayudándonos a ser más plenamente conscientes de tal admirable misterio. Al inclinarme tomo conciencia del gesto de abajarse, del respeto ante el misterio, de interiorización de lo que confiesan las palabras. Y así podríamos ir desgranando cada gesto: estar de pie, arrodillarse, ir en procesión, sentarse, etc…
En definitiva, recuperemos la consciencia en estos dos elementos: la palabra y los gestos. Cuando celebramos, cuando oramos es todo nuestro ser el que se pone en movimiento, la unidad de nuestro cuerpo y nuestro espíritu, nuestras palabras y nuestros gestos. Nos ayudamos a nosotros mismos y ayudamos a nuestros hermanos a centrarse en lo que estamos celebrando y contribuimos a crear la atmósfera adecuada.
Ojalá los sacerdotes seamos los primeros en conocer el significado de todos estos gestos, los valoremos y los enseñemos para que toda la comunidad aprendamos el arte de celebrar lo que constituye el centro de la vida eclesial.
“La Iglesia vive de la Eucaristía”
“La Eucaristía está en el centro de la vida eclesial.”
Desde mi humilde experiencia quiero invitarles a fijar nuestra mirada en dos aspectos muy sencillos pero que creo que pueden ayudarnos a vivir la eucaristía en profundidad.
Esta breve reflexión no tiene más pretensión que el invitar a fijar la mirada en dos aspectos: las palabras y los gestos.
La Instrucción General del Misal Romano dedica el nº 38 a “las maneras de pronunciar los diversos textos” que pueden iluminar esta reflexión en cuanto a la palabra. Nos dice:
“En los textos que han de pronunciarse en voz alta y clara, sea por el sacerdote o por el diácono, o por el lector, o por todos, la voz debe responder a la índole del respectivo texto, según éste sea una lectura, oración, monición, aclamación o canto; como también a la forma de la celebración y de la solemnidad de la asamblea. Además, téngase en cuenta la índole de las diversas lenguas y la naturaleza de los pueblos.
En las rúbricas y en las normas que siguen, los verbos “decir” o “pronunciar”, deben entenderse, entonces, sea del canto, sea de la lectura en voz alta, observándose los principios arriba expuestos.”
La palabra es un elemento fundamental e imprescindible en la liturgia cristiana. La palabra como canal de comunicación, como medio de expresión y modo de elevar nuestra alabanza a Dios. Su importancia es evidente. Y, por este motivo, se ha de cuidar el qué, el cómo y el cuándo de la palabra.
Es importante tomar plena consciencia de QUÉ se está diciendo, orando, proclamando, cantando. Hemos de evitar poner el motor automático y recitar como loros las oraciones y respuestas que se suceden durante la celebración. Tomar conciencia de lo que se está diciendo es fundamental para que realmente la eucaristía sea el centro de la vida eclesial y del cristiano. Por eso, el sacerdote debe poner toda su conciencia, voluntad y afecto en las palabras que pronuncia en cada momento de la celebración, sabiendo diferenciar cada situación.
¡No vale todo ni de cualquier manera! y a veces es desastroso el tono automático, aburrido y sin corazón que se escucha por algunos lugares… da la sensación de que no colaboramos con el Espíritu Santo para que toque los corazones de la comunidad, es más, a veces la sensación es que el Espíritu toca los corazones A PESAR de nosotros.
Saber leer, proclamar, acompañar la oración es fundamental para celebrar fielmente la eucaristía. A mi modesto entender, no es algo trivial. No solo es importante que los lectores lo hagan bien, claro y con consciencia de lo que están leyendo. También lo es que los propios sacerdotes lo hagamos como Dios manda. No se trata de hacer teatro ni de interpretar un papel, se trata de dotar a la palabra de todo su potencial para que las celebraciones sean realmente fuente de vida cristiana para la comunidad que se reúne en torno al altar.
Resumiendo este aspecto de la palabra: poner plena consciencia en lo que se lee, leer con un ritmo pausado que de profundidad a las palabras y no con el motor automático.
Y el otro aspecto que habíamos mencionado al inicio de nuestra reflexión eran los gestos. La misma instrucción en los números 42, 43 y 44 hace mención a ello:
“42. Los gestos y posturas corporales, tanto del sacerdote, del diácono y de los ministros, como del pueblo, deben tender a que toda la celebración resplandezca por el noble decoro y por la sencillez, a que se comprenda el significado verdadero y pleno de cada una se sus diversas partes y a que se favorezca la participación de todos.[52] Así, pues, se tendrá que prestar atención a aquellas cosas que se establecen por esta Instrucción general y por la praxis tradicional del Rito romano, y a aquellas que contribuyan al bien común espiritual del pueblo de Dios, más que al deseo o a las inclinaciones privadas.
La uniformidad de las posturas, que debe ser observada por todos participantes, es signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para la sagrada Liturgia: expresa y promueve, en efecto, la intención y los sentimientos de los participantes.
43. Los fieles están de pie desde el principio del canto de entrada, o bien, desde cuando el sacerdote se dirige al altar, hasta la colecta inclusive; al canto del Aleluya antes del Evangelio; durante la proclamación del Evangelio; mientras se hacen la profesión de fe y la oración universal; además desde la invitación Oren, hermanos, antes de la oración sobre las ofrendas, hasta el final de la Misa, excepto lo que se dice más abajo.
En cambio, estarán sentados mientras se proclaman las lecturas antes del Evangelio y el salmo responsorial; durante la homilía y mientras se hace la preparación de los dones para el ofertorio; también, según las circunstancias, mientras se guarda el sagrado silencio después de la Comunión.
Por otra parte, estarán de rodillas, a no ser por causa de salud, por la estrechez del lugar, por el gran número de asistentes o que otras causas razonables lo impidan, durante la consagración. Pero los que no se arrodillen para la consagración, que hagan inclinación profunda mientras el sacerdote hace la genuflexión después de la consagración.
Sin embargo, pertenece a la Conferencia Episcopal adaptar los gestos y las posturas descritos en el Ordinario de la Misa a la índole y a las tradiciones razonables de los pueblos, según la norma del derecho.[53] Pero préstese atención a que respondan al sentido y la índole de cada una de las partes de la celebración. Donde existe la costumbre de que el pueblo permanezca de rodillas desde cuando termina la aclamación del “Santo” hasta el final de la Plegaria Eucarística y antes de la Comunión cuando el sacerdote dice “Éste es el Cordero de Dios”, es laudable que se conserve.
Para conseguir esta uniformidad en los gestos y en las posturas en una misma celebración, obedezcan los fieles a las moniciones que hagan el diácono o el ministro laico, o el sacerdote, de acuerdo con lo que se establece en el Misal.
44. Entre los gestos se cuentan también las acciones y las procesiones, con las que el sacerdote con el diácono y los ministros se acercan al altar; cuando el diácono, antes de la proclamación del Evangelio, lleva al ambón el Evangeliario o libro de los Evangelios; cuando los fieles llevan los dones y cuando se acercan a la Comunión. Conviene que tales acciones y procesiones se cumplan decorosamente, mientras se cantan los correspondientes cantos, según las normas establecidas para cada caso.”
Decimos lo mismo que cuando hablábamos de la palabra: plena consciencia en los gestos que hacemos dotándoles de todo el significado profundo que expresan. El gesto ayuda a comprender mejor lo que celebramos, refuerza el valor de las palabras y colabora a crear el ambiente adecuado de recogimiento, de adoración, de gozo ante la belleza de lo que celebramos. La inclinación, por ejemplo, en el momento en el que recitamos el credo y decimos “que por obra del Espíritu Santo se encarnó de María…” refuerza lo se está diciendo ayudándonos a ser más plenamente conscientes de tal admirable misterio. Al inclinarme tomo conciencia del gesto de abajarse, del respeto ante el misterio, de interiorización de lo que confiesan las palabras. Y así podríamos ir desgranando cada gesto: estar de pie, arrodillarse, ir en procesión, sentarse, etc…
En definitiva, recuperemos la consciencia en estos dos elementos: la palabra y los gestos. Cuando celebramos, cuando oramos es todo nuestro ser el que se pone en movimiento, la unidad de nuestro cuerpo y nuestro espíritu, nuestras palabras y nuestros gestos. Nos ayudamos a nosotros mismos y ayudamos a nuestros hermanos a centrarse en lo que estamos celebrando y contribuimos a crear la atmósfera adecuada.
Ojalá los sacerdotes seamos los primeros en conocer el significado de todos estos gestos, los valoremos y los enseñemos para que toda la comunidad aprendamos el arte de celebrar lo que constituye el centro de la vida eclesial.