Ahora va de divorcio (Héctor)

Me escribe de nuevo Héctor (que el otro día nos hablaba de la poligamia) y me pide mi opinión sobre el divorcio. Como habréis visto los que andáis por el blog, Héctor es un rompedor. No sé si dice sin más lo que piensa o si piensa y escribe para provocar, como los viejos cínicos (¡grandes filósofos!). Me pide una opinión, pero ando inmerso en temas del principio del cristianismo y no tengo tiempo para pensar. Los que queráis hacerlo, aquí tenéis su carta, rompedora, que no está escrita para concordar sin más, sino para pensar... y quizá para buscar las formas y medios del amor, más allá de ciertos amores. Ahí va lo tuyo, Héctor.

Querido Xabier:

Ahora, en vez de poligamia te voy a hablar de divorcio.

Ya te he dicho que no se entiende cómo las iglesias están en contra de la poligamia, porque es forzosamente un fenómeno muy minoritario, es la válvula de reciclaje que redistribuye la renta y evita el clasismo y es el broche que evita que se inicie una carrera en la moral sexual, y sin él se desteje toda ella, a la vez que la gente, en especial la pobre, acaba echando la culpa de sus desgracias a Dios y la Iglesia. Además de que basta echarle un vistazo al Antiguo y Nuevo Testamento y otro a un libro de historia, para darse cuenta de que su prohibición no es bíblica ni cristiana, sino indoeuropea y pagana (incluso porque es 2.000 años anterior). Ahora voy con el divorcio, que tampoco se entiende.

El divorcio

Verás: yo no me creo especialmente inteligente ni ingenioso. Mi única cualidad es que cuando no entiendo algo, confieso que no lo entiendo y no intento autosugestionarme diciendo que sí. Esto me hace entender aún menos por qué nadie ha formulado hasta ahora una idea tan obvia.

Yo creo también que, como la humanidad existe desde hace un millón de años –depende a qué se le empiece a llamar hombre-, es obvio que Dios no esperó 996.000 años hasta que se comunicó con Moisés, por lo que profetas, de una manera u otra, han tenido que existir siempre, aunque sólo fuese guiando la actuación de los seres humanos a través de su sentido común: “La luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”. De forma que, viendo lo que ha ido haciendo la humanidad a través de todo ese tiempo, lo que ha ido descubriendo y el resultado que han ido dando los pasos adelante, se puede distinguir si eran pasos adelante o hacia atrás (“Por sus frutos los conoceréis”).

Por ello es obvio que el matrimonio es y ha sido siempre, de alguna manera indisoluble. En todos los tiempos y pueblos, la ruptura de un matrimonio se ha considerado, eso, una ruptura y una tragedia. Y siempre se ha pensado que el sexo estaba para amarse para toda la vida y no para jugar con él, si bien, en todos los tiempos se ha permitido el sexo como juego, porque se sabía que no estábamos en un mundo perfecto y que el anatematizarlo y reprimirlo a lo bruto produciría reacciones peores y llevaría a faltas de caridad mayores que las que provocaba el sexo lúdico. Otra luz del sentido común: “Lo mejor es enemigo de lo bueno”.

Cuando Jesús dice “Lo que Dios ha unido no lo separen los hombres”, está diciendo algo que ya ha dicho Malaquías en el Antiguo Testamento (“No abandones a la esposa de tu juventud…Yo no amo el repudio”) y repitiendo la idea hinduista mucho más antigua de que el matrimonio es un sacramento o misterio y apoyando algo que trataban de conseguir todos los pueblos paganos.

Pero, en el mundo de lo real, hay muchos casos en que mantener unido un matrimonio es una grave injusticia.

Empezamos con los matrimonios forzados, seguimos con los de personas inmaduras, los engaños manifiestos (el que se casa sin ninguna intención de cumplir con sus obligaciones) y terminamos en los casos en que uno de los dos abandona al otro o le hace imposible la convivencia. Por eso, al mismo tiempo que la humanidad ha pensado siempre que un matrimonio debía permanecer unido, también ha admitido el divorcio.
Y esta dualidad comienza en el mismo Evangelio, donde en uno de ellos se matiza: “Salvo caso de fornicación”, sigue con los privilegios paulino y petrino, donde creo recordar que en aquél se dice:

“Dios no ha dado sus leyes para atormentaros”,

y no argumentando que eso no era un matrimonio verdaderamente sacramental, como ha hecho la teología católica; y sigue en la historia, porque de una forma u otra, en los primeros mil años, la Iglesia ha admitido divorcios en ciertas circunstancias (leyendo la suficiente historia, también se ve que ha admitido la poligamia, pero ése es otro tema).

La posición de la Iglesia ahora es, como decirlo, ritual, por no decir farisea.

Se distingue entre divorcio y anulación y se permite la anulación por razones rituales, que yo encuentro escandalosas: desde la anulación a Napoleón, que creo recordar fue porque se había casado sin el permiso de su párroco originario, a establecer el principio de que es anulación (o sea, lícita) por causas anteriores en el tiempo, y divorcio (o sea, ilícito) por causas posteriores en el tiempo. La distinción se hunde, porque lo anterior se manifiesta en lo posterior, o sea, que el movimiento se demuestra andando. Por ejemplo: un hombre se casa y no se puede encontrar ninguna enfermedad psíquica o manifestación anterior contraria al matrimonio, PERO, un año después de casado, deja de hacer caso a su mujer, le pega, se acuesta con todas las que pilla y acaba abandonándola. Eso, según la Iglesia sería divorcio y no anulación, pero ¿Qué más prueba quieren Vdes. de que antes no quisiese casarse o de que fuese un ser inmaduro o no apto para el matrimonio que su conducta posterior?

En cuanto a las anulaciones por fallos en los ritos, estilo Napoleón, son una contradicción manifiesta con la doctrina de que los ministros del matrimonio son los contrayentes (o eso que dice San Pablo de que el que yace con una ramera se hace una carne con ella, que es el fundamento de la indisolubilidad). Si dos personas conviven con amor e intención clara de estar juntos, se han casado a todos los efectos y eso no es anulación sino divorcio.

Yo voy a dar ahora la fórmula de qué divorcios son lícitos y cuáles no,


que, como he dicho, es tan obvia, que no comprendo cómo no la han formulado antes, ni la Iglesia, ni los teólogos progres (y conste, que para mí no es un epíteto negativo), que intentan, angustiados, salir del círculo de las terribles injusticias y situaciones humanas insoportables que genera la indisolubilidad a capón, sin cargarse la indisolubilidad bien entendida.

Un matrimonio es indisoluble, efectivamente, porque lo que Dios ha unido no lo deben desunir los hombres. Y ya que la Iglesia dice eso de non possumus, no deja de ser matrimonio porque no haya seguido los ritos que fije la Iglesia, porque si no lo puede disolver, tampoco lo puede impedir. O sea que matrimonio es toda unión de hombre y mujer libremente consentida y dirigida a convivir.

La solución es mirar a nuestro alrededor y ver que hay otras cosas que también ha unido Dios y que nadie piensa que no pueda disolverse, cuando el mantenerlas unidas implica una falta de caridad mucho mayor que tratar de mantener la unión, por más que esa unión la haya hecho Dios con el fin de que nadie las disolviese. PORQUE, lo que diferencia al Cristianismo de las otras religiones (empezando por el judaísmo) es que por encima de la Ley está la caridad, que es la única ley, y de la que derivan las demás leyes su fuerza, como dicen los Evangelios hasta desgañitarse, en especial el de San Juan.

Dios ha unido a cada hombre sus miembros y sus vísceras

y, por eso, el tráfico de órganos, en especial el arrebatarle un órgano a alguien para transplantárselo a otro, es un grave pecado. Pero sólo los Testigos de Jehová lo interpretan a capón, literalmente, y se oponen a las transfusiones de sangre cuando son necesarias. ¿Diría alguien que no se puede sacar una muela cariada o amputar una pierna gangrenada, porque lo que Dios ha unido…..?

Dios ha unido a los padres con los hijos

y el arrebatarle los hijos a alguien es una barbaridad, por más que se haya hecho con los esclavos, en algunas dictaduras y, hasta Pío IX arrebató un hijo a sus padres, judíos, para educarlo en la verdadera fe. Los llamados apostólicos, en la España del siglo XIX, fundamentaban así el derecho de los padres a poner a trabajar a sus hijos, retirándolos de la escuela, porque los padres tenían derecho divino a decir lo que hiciesen sus hijos. Incluso, de acuerdo con este principio, hasta el liberalismo, los padres decían con quién se tenían que casar los hijos o los metían en un convento.

Sin embargo, hoy en día, nadie discute que, cuando unos padres maltratan a sus hijos o no les proporcionan la educación que necesitan, un juez les pueda quitar la patria potestad e, incluso, entregarlos en adopción a otros padres. ¿Alguien diría que eso es adulterio paterno-filial?

Ésa es la fórmula: por supuesto que el matrimonio es tan indisoluble como la unión del cuerpo con sus miembros o de los padres con los hijos, PERO, aparte del hecho de que las malas conductas posteriores denuncian una falta de madurez o consentimiento anterior, el principio de caridad permite amputar al marido de la mujer o la mujer del marido o quitarles la conyugal potestad.

Creo que, de repente, todo ha quedado claro y la pregunta que surge es la que he formulado al principio: ¿Cómo es posible que algo tan obvio no lo haya dicho antes nadie?

Ya sabes que en el caso de la poligamia, mi respuesta era que tropezaba con los intereses creados de tipo greco-romano, de mantener la riqueza en las mismas clases sociales y evitar que pobres y extranjeros se colasen en las familias de las clases ricas y dirigentes. En el caso del divorcio, puede que la causa sea la misma: la iglesia ha tolerado los matrimonios por interés para no oponerse a estos mismos intereses. El matrimonio entre dos ricos que no se quieren es enormemente frágil y ha funcionado siempre tolerando el adulterio, especialmente el del hombre. Si se hubiese abierto esa puerta al divorcio, el resultado sería greco-romanamente tan indeseable como el permitir la poligamia: esos matrimonios se desharían y se verían sustituidos por nuevos matrimonios, quizá del Señor con la criada o la secretaria y de la Señora con un amigo y ya tendríamos la mezcla indeseable de clases sociales.

En todo caso, me gustaría conocer tu opinión a mi teoría qué puede justificar un divorcio, porque yo pienso que es la salida más elegante que tiene la iglesia al callejón sin salida en el que ella misma se ha metido: no puede decir que el matrimonio es disoluble (y tiene toda la razón), pero su encasillamiento actual lo único que ha conseguido ha sido que el matrimonio religioso haya sido barrido y que se haya impuesto el divorcio express, a la vez que la familia está amenazada de extinción.

Un afectuoso saludo: Hector

(PD. Héctor: te dejo con tus lectores... Yo soy más lento. Cuando tenga una idea propia, te la diré. Xabier)
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