23.1.22. Manifiesto de Nazaret. A vosotros: Pobres, prisioneros, cegados y oprimidos... (Lc 4, 16-30)
Dom 3. Tiempo ordinario. Ciclo c. Jesús proclama y expone en Nazaret (Lc 4, 16-30) su manifiesto mesiánico, a favor de pobres, prisioneros, cegados y oprimidos, partiendo del programa de Isaías Is 61, 1-3. Esta es la Carta Magna de su Reino, en contra del Imperio Romano que Lucas él conocía bien, como intelectual y ciudadano.
Cada evangelio tiene su estilo y programa. Marcos era un inmenso narrador, Mateo un catequista judeo-cristiano, Juan era un místico en la línea de la gnosis.
Lucas, en cambio, es un escritor de oficio, un intelectual greco-romano, que quiere promover un camino de transformación social del imperio, empezando desde Nazaret, para culminar en Roma donde presentrá a Pablo encadenado anunciando el evangelio de la transformación universal que Jesús empezó anunciando en Nazaret.
Lucas, en cambio, es un escritor de oficio, un intelectual greco-romano, que quiere promover un camino de transformación social del imperio, empezando desde Nazaret, para culminar en Roma donde presentrá a Pablo encadenado anunciando el evangelio de la transformación universal que Jesús empezó anunciando en Nazaret.
| X.Pikaza
Introducción. Manifiesto en contra de un judaísmo y cristianismo entendidos como poder establecido.
Lucas ha estudiado, ha comparado, ha descubierto la singularidad del evangelio de Jesús (Lc 1,1-4) y así quiere proponerla, desarrollando de un modo ordenado su argumento. Ha comenzado presentando la “prehistoria” del evangelio, con la anunciación y nacimiento de Juan Bautista y de Jesús (Lc 1-2).
Ha seguido exponiendo el mensaje del Bautista, con el bautismo y las tentaciones de Jesús, es decir, con las falsas propuestas de un “mesianismo diabólico” que él quiere superar (Lc 3,1-4, 13). Y en esa línea quiere proclamar la “novedad” del mensaje y camino de Jesús, escogiendo para ello el lugar propio (Nazaret) y un lugar apropiado (un sábado, en la sinagoga del oficial judaísmo).
Este manifiesto de Jesús, fundado en el programa mesiánico de Isaías, sigue siendo escandaloso. Lo fue para los judíos “nacionalistas” de Nazaret, que querían poner la religión al servicio de su “pueblo” (es decir, de su iglesia particular). Y lo sigue siendo para gran parte de los cristianos actuales, que ponen sus iglesias al servicio del “orden establecido”:
- Es contrario a los que ponen sus intereses de Iglesia, sus posibles dogmas y estructuras sacrales por encima de los pobres y excluidos, los oprimidos y esclavizados del mundo, sean de la religión y país que fueren.
- Es contrario a los que defienden su “cristianismo sociológico” (su forma de entender un tipo de Estado, Capital, Empresa, TV o radio) por encima de la liberación de los pobres.
- Los judíos nacionales de Nazaret tenían razón en contra de Jesús, pues Jesús iba en contra de su estructura socio-religiosa, esto es, de su judaísmo de clan egoísta, al servicio de sí mismo.
- Este manifiesta de Jesús va también en contra de un tipo de cristianismo sociológico, propio de un tipo de jerarcas que creen en su religión, no en la liberación y libertad de todos los pobres del mundo…
- Va también en contra de un “cristianismo establecido” como poder social, en defensa del orden, poder y riqueza de algunos en contra de los oprimidos del mundo.
Anuncio profético: cinco obras mesiánicas (Lc 4, 16-21).
Lucas lleva a Jesús a Nazaret, su pueblo, para que presente allí su Manifiesto de Dios; pero los nazarenos, sus paisanos, no le aceptan, y parecen preguntarle: ¿tú, quién eres? y él responde citando unas palabras de Isaías. Vengamos al texto:
Entró en la sinagoga, tomó el libro... y encontró el pasaje donde está escrito: El Espíritu del Señor esta sobre mí; ‒ por eso me ha ungido para evangelizar a los pobres; – por eso me ha enviado: para ofrecer la libertad a los presos y la vista a los ciegos; para enviar en libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. Enrolló el volumen... y dijo: Hoy... se ha cumplido esta Escritura (cf. Lc 4, 16-21).
Como Ungido de Dios (=Mesías), Jesús retoma J las palabras de Is 61, 1-3, introduciendo en ellas una novedad significativa, tomada de Is 58, 6: “Me ha ungido para enviar en libertad a los oprimidos". No es mensajero de un Dios puramente interior, ni maestro intimista (¡que lo es!), sino que declara cumplidas para todos, de un modo social, en su vida y persona, las promesas de la misericordia:
- (Dios…) me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres (ptôkhois). El Espíritu de Dios le ha ungido, y por eso puede anunciar su presencia, evangelizando a los pobres, hambrientos de pan y/o carentes de esperanza. Ésta es la raíz de su programa de Reino, expandido en los momentos que siguen. No habla de Dios en sí, ni de una Iglesia separada, no de unos derechos de los bien establecido (eclesiásticos, civiles, económico o culturales). Empieza hablando del derecho divino de los pobres.
- Me ha enviado para proclamar la libertad a los prisioneros (aikhmalôtois), esclavizados en cárcel o destierro, víctimas de la violencia. Prisioneros son los que han caído bajo el poder de los fuertes, los vencidos, expulsados y encadenados, víctimas de guerra… Prisioneros son los que no pueden vivir en libertad y autonomía, en conocimiento y gozo, porque el conocimiento y poder lo han “copado” los poderosos y ricos del mundo. Tampoco ahora habla Jesús de Dios, ni de sus derechos como “cristo”, ni de la iglesia. Sigue hablando del derecho divino de los pobres-oprimidos.
- Me ha enviado para proclamar (=ofrecer) vista a los invidentes, aquellos a quienes luna enfermedad propia o la violencia del sistema “cultural” les impide que vean. Jesús proclama su “palabra de verdad” (su iluminación, su conocimiento) por encima y en contra de las redes de un sistema de “medios” que se han puesto al servicio del poder, condenando a la ceguera cultural y social a los pobres.
- Para enviar en libertad a los oprimidos. Los antes pobres y prisioneros aparecen ahora como “oprimidos” en sentido económico, social, personal. No son “oprimidos por sí mismos”, están oprimidos por otros. “Enviar en libertad a los oprimidos” significa enfrentarse con los opresores, quitarle el poder de opresión que ellos han tomado por la fuerza. Éste programa de Jesús (y de aquellos que quieren seguirle) es peligroso y le constará al vida. Le matarán al fin lo que no quieren la libertad de los pobres…
- Para proclamar el año de gracia (dekton= aceptable) del Señor. El “año” significa aquí el “tiempo nuevo” de la rehabilitación, de la redención, de la liberación… A Jesús pueden matarle, pero su programa y camino de liberación sigue adelante, porque es el programa y camino de Dios.
Jesús puede afirmar así, de un modo público, ante todos: Hoy se ha cumplido esta Escritura (Lc 4, 21), que se expresa y despliega en las cinco obras de misericordia liberadora, de mesianismo socialmente transformador, que empiezan con la buena noticia a los pobres, siguen con la liberación de prisioneros/oprimidos (y la curación de ciegos), y culminan en el cumplimiento del jubileo de la redención universal.
Ese programa de liberación empezó con Jesús. No habla de los derechos de Dios, sino de lo derechos de los pobres. No habla de los privilegios de una determinada iglesia, sino del programa y camino de liberación universal… un programa y camino que él seguirá exponiendo a lo largo del evangelio y del libro de los Hechos, presentando allí a Pablo, anunciando el evangelio de la libertad, pero encarcelado en la misma Roma.
Las iglesias cristianas quieren cumplir este programa de liberación de Jesús, conforme al manifiesto de Jesús en Nazaret, pero ellas, en parte, se han vuelto “esclavas” de los poderes del sistema (del dinero, del poder social). Por eso, antes que la conversión a la unidad entre ellas su conversión a la radicalidad del evangelio, en esta semana de conversión (del 18 al 25 de Enero).
Controversia y crisis profética (Lc 4, 22-28).
Esos cinco momentos de la justicia mesiánica (jubilar) que Jesús empieza a realizar en Nazaret, han de realizarse a través de una acción liberadora, que supera las fronteras nacionales, procurando unir en amor a judíos y extranjeros, vinculando a todos los hombres en un camino de unidad y salvación universal, empezando por los pobres, oprimidos, cegados…
Así lo sigue diciendo Jesús, retomando la tradición de Elías y Eliseo, que, siendo profetas del Dios de Israel, ayudaron y curaron a enfermos y pobres extranjeros (4, 24-27). Eso es lo que Jesús quiso decir a sus paisanos de Nazaret: Que pudieran su religión y su vida al servicio de todos, empezando por los gentiles.
Pues bien, en vez de alegrarse por ello y de aceptar gozosamente esa apertura liberadora a todos los pobres del mundo, paisanos nazarenos le expulsan de la sinagoga, queriendo asesinarle, en un gesto de linchamiento colectivo (cf. Lc 4, 28-29). La imagen es inquietante: Es como si los señores cristianos de hoy (2022) tuvieran que dominar sobre los pobres, para seguir triunfando ellos…, teniendo, al fin, que matar al mismo Jesús.
No quieren que Jesús extienda la misericordia y la justicia universal que Jesús les propone, no pueden aceptar que Dios cure y libere por igual a nacionales y extraños, no quien que la salvación de Dios (la nueva humanidad) empiece a partir de los pobres, expulsados y oprimidos. Estos nazarenos sólo quieren que Jesús les ofrezca libertad y poder (les cure) a ellos. Leída así, esta escena cobra una inquietante actualidad, en este mundo en el que los ricos quieren hacerse más ricos (apelando a un evangelio tergiversado)…
También a nosotros, ilustrados del siglo XXI, nos turba y extraña el universalismo de Jesús: queremos libertad, pero sólo para los paisanos de nuestro estamento o grupo nacional; queremos misericordia, pero de un modo selectivo, sólo para nosotros. Pues bien, en contra de eso, Jesús ofrece su camino de perdón a todos y, por eso, sus paisanos le rechazan: Todos eran testigos (emartyroun) contra él, y se extrañaban (ethaumadson) de las palabras de gracia (kharitos) que salían de su boca. Y decían: –¿No es este el hijo de José? (Lc 4, 22) No se limitaban a escuchar, sino que intervenían, oponiéndose al proyecto de Jesús, y se extrañaban de aquello que hacía y decía. No podían imaginar que un “hijo de José” a quien habían conocido bien (y a quien respetaban, como a buen “nacionalista” judío) actuara de esa forma. Ciertamente, admitían sus palabras de gracia, pero sólo para ellos, no para gentiles o extranjeros.
Los nazarenos no pueden aceptar que Jesús extienda esa promesa de perdón y gracia jubilar a los restantes pueblos, renunciando de esa forma al día de venganza/desquite en contra de los enemigos, como indicaba el texto base de Is 61, 2. Ellos se enfurecen cuando descubren que Dios es misericordioso y justo, pero no sólo para ellos, sino para todos.
Los paisanos de Jesús (hoy serían los cristianos de su Iglesia) se enfuerecen contra Jesús, porque no les defiende a ellos, sino a los pobres, los manipulados (ciegos), los aprisionados, los oprimidos, los expulsados de la “fiesta” de este mundo.
Estos “cristianos” enemigos de Jesús, que quieren matarle porque les quita sus privilegios, apelan a José, es decir, al pasado nacional/religioso sus poderes y privilegios y así preguntan con admiración: ¿No es éste el hijo de José? ¿Es este el verdadero Jesús? ¿No nos lo han cambiado? Son muchos los que piensan (dentro de la misma Jerarquía de la Iglesia) que este Jesús ha sido cambiado, no es el verdadero…
Ésta es la pregunta de fondo: ¿Cómo un hijo de José, un buen judío, un buen cristiano de los de siempre puede portarse así? ¿Cómo un puede proclamar la misericordia universal de Dios, sin venganza contra los enemigos? En este contexto, Jesús responde que: un verdadero profeta no es bien recibido en su tierra (Lc 4, 24), más aún, no es bien recibido en un tipo de Iglesia que se dice suya, en un tipo de cristiandad que se ha convertido en opresora de los pobres.
Así comienza, según Lucas, el mensaje verdadero de Jesús, en oposición a los que ya entonces (en torno al año 80 d.C.), querían domesticar el evangelio poniéndola al servicio de sí mismo, como si fuera una superestructura idealista, gnóstica, para justificar sus poderes de opresión
Lucas Evangelista no quería más “religión”, bastante había en Roma. No quería más religión nacionalista al servicio de algunos, como en el caso de aquellos nazarenos. Jesús quería proclamar el evangelio de los pobres, abriendo un camino real de libertad para los prisioneros, de conocimiento para descartados del sistema, de elevación y plenitud humana para los oprimidos. No necesitó hablar de Dios como tal, ni de una religión contra otras. Propuso e inició en Nazaret un camino de liberación y vida para todos los hombres y mujeres del mundo. Sólo cuando se parte de eso se puede hablar de Dios.
‒ Lucas 4, 19 universaliza, en cambio, la parte positiva del mensaje de Isaías, con las palabras de gracia/misericordia (Año de liberación), pero suprime la cita del castigo, el Día de venganza de Dios. Jesús niega así el privilegio de los nazarenos (judíos), tratándoles como a todos, sin tomarles como depositarios únicos de la misericordia (mientras castigaba con ira a los de fuera). No les escandaliza la gracia (misericordia), sino su extensión universal, sin venganza contra los enemigos. Les irrita la apertura de este mansaje de gracia, propio del Sermón de la Montaña, sin oposición entre amigos a quienes debe amarse y enemigos a quienes se rechaza (cf. Lc 6, 20-42).
Por fidelidad a esa lógica de elección y ventaja particular, los nazarenos se oponen al mensaje de Jesús. Aceptan su misericordia con los pobres (encarcelados, ciegos) de Israel, pero no quieren que ella se extienda a los otros, rompiendo sus privilegios judíos. Suponen así que la gracia es buena, pero a condición de que ratifique la separación entre aquellos que son dignos de ella y los demás, que son indignos. Pues bien, Jesús ha roto ese modelo de división y ha ofrecido el perdón a los judíos, pero sin venganza contra los adversarios, abriendo así para todos la misericordia de Dios. Lógicamente, sus paisanos de Nazaret le condenan (quieren apedrearle) porque anula su ventaja anterior, ofreciendo curación y libertad a los de fuera:
En verdad os digo: ningún profeta es bien recibido en su tierra. Muchas viudas había en Israel en los días de Elías... y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio». Y todos en la sinagoga se llenaron de ira cuando oyeron estas cosas, y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el que estaba edificada su ciudad para despeñarle.
Pero Jesús, pasando por en medio de ellos, se marchó (Lc 4, 28-29). Para confirmar su gesto, Jesús apela a dos figuras venerables de la profecía israelita, que eligieron y ayudaron precisamente a paganos. Siguiendo en esa línea, él ha ofrecido salvación a los antes oprimidos y expulsados, de manera que ha debido renunciar por gracia de Dios a la venganza. Es normal que los nazarenos se sientan defraudados, pues han perdido su ventaja, y se enfurezcan e intentan linchar a Jesús. También hoy (2022), en la Iglesia de Jesús, hay algunos que se oponen a la justicia y misericordia univeral que el Papa Francisco popone, en nombre de Jesús, siguiendo el programa del evangelio de Lucas.