Septiembre 24. Mutación bíblico/mariana del cristianismo

La figura  de María ha venido acompañando de manera poderosa a los cristianos a lo largo de casi dos mil años. Ella ha sido un elemento clave de la conversión de los pueblos germanos y eslavos, con la reconquista cristiana de España, la colonización  de América y la consolidación del imaginario católico de occidente.

Pero la situación parece estar cambiando: estamos en tiempo de crisis, necesitamos situar a María en el contexto del diálogo de religiones, trazando nuevas conexiones con el judaísmo y el Islam etc.,  dentro de una cultura de violencia (de Molok, de Marte, de ruptura de todos los “pactos afectivos”…) que crece sin parar sobre la tierra, con fuera en Israel/Palestina y en Rusia/Ucrania y crecimiento al parece “imparable” de otras culturas sociales y religiosas (China, India). Esto nos obliga a situar mejor el tema de María.

Tres imágenes de mujer:

Occidente. Mujer deconstruida (Picasso)

Islam. Mujer velada, yihad

Cristianismo: Mujer desvelada, María

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Tiempo de crisis

 En este comienzo del tercer milenio, las cosas han empezado a cambiar de manera muy intensa, muy rápida, de forma que está en juego no sólo la figura de la Madre de Dios, sino todo el misterio cristiano. En este contexto podemos evocar varias rupturas y problemas. 

  1. Ruptura sacral. ¿Un cristianismo sin mujer divina? Muchos piensan que la devoción a María significa una especie de vuelta al paganismo. Su culto ha sido una regresión, una especie de retorno a los poderes sagrados de la naturaleza, que el judaísmo había superado ya. Jesús sería presencia y revelación de Dios por lo que ha hecho: por su anuncio de reino y su entrega a favor de los excluidos del sistema, por su muerte y su resurrección, como un hombre concreto (este hombre). María, en cambio, sería sagrada por su misma condición femenina y materna, es decir, por su naturaleza y no por lo que ha hecho como persona. Por eso, algunos afirman que sería mejor quedarse sólo con Jesús, sin María, en línea protestante.
  2. Ruptura familiar. ¿Un cristianismo sin madre sagrada? Muchos consideran a María como refugio psicológico, una necesidad infantil del hombre-niño que quiere volver a los brazos de la madre. Su figura habría servido para mantener a muchos hombres y mujeres detenidos en un infantilismo. En esa línea, la devoción mariana sería un signo residual y casi folklórico de infantilismo y de imposición psicológica, que el hombre maduro y creador de nuestro tiempo debería superar. Puede haber algo cierto en esa visión, pero no podemos olvidar el hecho de que el ser humano sigue conservando a lo largo de su vida unos rasgos de niño (neotenia), que le llevan a entender a Dios como Padre (Abba), conforme a la experiencia y palabra de Jesús. De todas formas, sería preciso plantear mejor el sentido de María-Madre.
  3. Ruptura femenina: Descomposición interna de la figura femenina. Muchos afirman que la devoción mariana ha sido una reacción compensatoria normal frente al predominio de lo masculino. En contra de la mujer esclavizada de este mundo (y para justificar su esclavitud real), los hombres habrían elevado así la figura de María como madre celeste y mujer bella, cariñosa, cercana. Según eso, ella representaría una especie de carencia femenina. Por eso, una vez que el problema femenino quedara básicamente resuelto, de manera que no existen diferencias entre varones y mujeres, la figura de María sería innecesaria. Más aún, la figura unitaria de belleza y amor de María, madre de Jesús, tiende a descomponerse el la mujer de cien caras contrapuestas de un tipo de pintura moderna. Tampoco esta objeción parece concluyente, pero debe tenerse en cuenta.
  4. Ruptura cultural: Folklore. La figura de María sigue siendo importante para muchísimos cristianos, pues su historia está vinculada a tradiciones venerables, propias de imágenes milagrosas y santuarios famosos. Pero muchos de esos santuarios desaparecen o se convierten en centros de folklore. El patrimonio mariano de la iglesia puede convertirse en arte, que miles y millones de personas visitan cada año en romerías y exposiciones de arte, vinculadas al mar y a la montaña (Montserrat, Aránzazu), a la fuente-río y a la roca (Fuensanta, Pilar), al árbol y la cuerva (Virgen del Olivo o del Pino, Covadonga)... En esta línea se sitúan, de un modo especial, las fiestas patronales de pueblos y lugares. Algo de eso puede existir, de manera que para entender la función de María es preciso volver al evangelio.
  5. Ruptura imaginaria. ¿Hay cristianismo sin apariciones marianas?. El culto a la virgen María está vinculado, al menos desde la Edad Media, a una tradición, casi siempre idéntica, de apariciones (especialmente dirigidas a niños y pastores) e imágenes sagradas (escondidas hace tiempo y luego encontradas, bajadas del cielo etc.). La mayor parte de los santuarios marianos antiguos tienen una 'leyenda' fundacional, que habla de revelaciones sobrenaturales, que de algún modo expanden y actualizan (e incluso transforman) la revelación del Nuevo Testamento, desde el “ayate” celeste de Guadalupe (México, 1531), la imagen “Aparecida” del río (Brasil, 1717), o las “revelaciones” de Lourdes (Francia, 1854) y Fátima (Portugal, 1917). Es significativo el hecho de que el Magisterio de la Iglesia católica, tan reacio en otros casos a dejarse llevar por mensajes y 'revelaciones' particulares, haya aceptado en estos y otros casos una providencia especial de María, la Madre de Jesús, en el despliegue de la vida cristiana de sus comunidades. Pero hay muchos cristianos que piensan que este tipo de culto mariano fundado en apariciones puede ser por evangélico.

Estas y otras rupturas nos obligan a replantear el lugar y función de María dentro de la iglesia, en el comienzo del tercer milenio. Son muchos los que piensan que ella representa el pasado, la devoción de un tiempo antiguo, marcado por una minoría de edad. Pues bien, el hombre que alcanza su madurez con la Ilustración, y que se atreve a pensar (Kant) y a transformar la sociedad desde sus propias capacidades racionales (Marx) no tendría ya necesidad de este tipo de Madre. La mariología sería un refugio infantil, propio de reprimidos o miedosos. El hombre moderno, creador de sí mismo, no sentirá la necesidad de Madre. En las tres partes siguientes de este libro intentaré responder a esas cuestiones. Pero antes, al final de esta primera parte, quiero insistir en algunas cuestiones que juzgo importantes, en línea judía, musulmana y antropológica, para preguntar al fin sobre el sentido simbólico (¿biológico?) de la virginidad de María, en un tiempo de violencia.      

  1. Conexión judía, mujer liberadora

           El primer punto de referencia de la mariología sigue siendo la historia y teología de Israel, que ha superado el plano de la sacralidad cósmica, para situarse en el nivel de las mujeres-madres y amigas, creadoras de historia en un nivel humano. En ese contexto debemos recordar que María ha sido y sigue siendo una judía. Desde ese trasfondo podemos evocar cuatro temas que nos ayudan a entender la figura de María, con su trasfondo histórico y simbólico para interpretarla[1].

‒ Crítica a la Madre-Diosa (Asheras). La historia de Israel ha estado en gran parte definida por la lucha en contra de la diosa. El judaísmo asume la figura del Dios semita (El, Elohim), pero le quita su carácter sexual, señorío engendrador, vinculado a los cultos de la naturaleza (Baal); desde ese fondo, ha luchado en contra de la figura divina femenina, tanto de Ashera (esposa del Dios El), como de Isthar-Astherté-Anat (esposa de Baal). En esa línea podemos resumir la historia religiosa de Israel diciendo que el judaísmo ha rechazado al Dios-Toro engendrador (El/Baal) y a su consorte (Ashera/Astarté), para situar en su lugar al Dios Yahvé[2].

Rechazo de la Diosa Sabiduría. Los judíos habían “expulsado” a la diosa materna, pero muchos corrieron el riesgo de colocar en su lugar y de divinizar una 'hipóstasis" o personificación femenina de Dios. En esa línea puede hablarse de la Shekina, tabernáculo o casa donde habita (cf. Ap 11, 19‒12, 1 con María en el tabernáculo de Dios). En una línea convergente avanza la teología de la Hochma o Sophia (Sabiduría de Dios, vinculada en Egipto con la Maat). Parece que la especulación sapiencial judía, desarrollada sobre todo en Alejandría, bajo influjo egipcio y helenista (siglo III-I a.C.) había destacado esta conexión sacral: El Dios-Padre (Poder trascendente), a través de su Esposa, la Madre-Sabiduría (Sophia), engendróal Hijo divino (que es el Logos, que puede ser Jesús)[3].

‒ Más allá de las grandes madres, mujeres triunfadoras. En el comienzo de la historia israelita está la Mujer originaria, que se llama Eva y que aparece como Madre de todos los vivientes (cf. Gen 3, 20). De ella parece tratar el NT (evangelio de Juan), de ella tratan explícitamente los primeros Padre de la Iglesia, a partir de Justino e Ireneo, en el siglo II d.C. Pero ese recuerdo resulta insuficiente, pues el mismo NT relaciona a María con otras grandes madres israelitas: Mt 2 evoca la figura de Raquel, madre de José y de Benjamín, que llora por sus hijos muertos, para mostrar, por contraste, el gesto de María que logra salvar a su hijo Jesús, centro verdadero de la nueva historia israelita; por su parte, Lc 2 36-38 compara a María con Ana, viuda perpetua, que llora en el templo la muerte de sus hijos[4].

En ese contexto podrían añadirse también otras figuras femeninas de la Biblia, empezando por la Hija de Sión (Hija-Sion), figura evocadora y salvadora de la historia israelita. Por otra parte, los grandes profetas de la alianza (de Oseas y Jeremías, al Segundo y Tercer Isaías) presentan a Israel como pueblo querido de Dios, con rasgos femeninos. Finalmente, la liturgia católica ha aplicado a María los signos del Cantar de los Cantares, viniendo a convertirla en una especie de novia universal, mujer amante, testimonio y signo de todos los amantes de la historia. Desde ese fondo podría elaborarse una mariología judeo-cristiana, interpretando la vida y función de María a partir de los grandes simbolismos y esperanzas del Antiguo Testamento, realizando así un ejercicio de ecumenismo israelita. Por eso, si en un momento determinado los cristianos dejaran de vincularse a la madre-hermana Israel, tendrían que olvidarse de María, la Madre de Jesús, construyendo una religión puramente gnóstica, es decir, sin historia[5].

Conexión musulmana. ¿Recuperación biológica de María virgen con yihab?

¿Por qué hay jóvenes europeos que eligen la yihad?

 El Islam desarrolla generosamente la figura de María, madre de Jesús, tal como ha sido evocada por algunos apócrifos judeo-cristianos, que destacan su obediencia a Dios y la importancia de su virginidad. Pero su función ha de ser entendida dentro de la visión conjunto del Corán, con su crítica de la diosa (con el sometimiento histórico y social de la mujer) y la obediencia creyente de María, vinculada en este contexto a su virginidad, entendida en forma biológica.La veneración que el Corán siente por María ha de situarse en el fondo del rechazo de la mujer-diosa (del paganismo) que Muhammad (=Mahoma) había querido superar; pero María aparece también como ejemplo supremo de mujer y persona creyente, que acoge la palabra de Dios y recibe el don de su Espíritu:

‒ Rechazo de la diosa pagana. Muhammad, que proviene de un contexto al menos parcialmente politeísta, ha debido “borrar” la figura de la diosa o de las diosas, que aparecen en unos famosos versos satánicos (Corán 53, 19-23), en los que emerge el signo de tres diosas (entre ellas Ashera). Sea cual fuere el origen y sentido más antiguo de esos versos, Muhammad y el Corán han rechazado apasionadamente a las diosas y madres sagradas, condenando así la divinización de los poderes cósmicos de la naturaleza femenina. Este rechazo de la diosa pagana constituye uno de mayores atractivos y riesgos del Corán. Es un atractivo, por lo que tiene de despliegue de la pura trascendencia divina, más allá de todas las formas y figuras humanas. Es un riesgo, porque puede conducir a una especie de deshumanización de Dios, convertido en puro Dominador por encima de todas las formas de la vida humana.

‒ Rechazo de la posible diosa cristiana. Parece que Muhammad ha entrado en contacto con círculos “sectarios” que han divinizado a la Madre de Jesús, introduciéndola en una Trinidad de tipo sexuado y familiar que estaría formada por Dios Padre, Diosa-Madre y Jesucristo. El cristianismo se habría convertido, según eso, en una repaganización triádica del evangelio (en la línea de una posible trinidad formada por El-Padre, Ashera-María y Cristo-Hijo). Es muy posible que Muhammad haya exagerado al oponerse a visión divina de María, la madre de Jesús, pues quizá no había grupos cristianos que la hubieran divinizado de esa forma, en línea de paganismo. Pero es evidente que ha visto y criticado un riesgo bien real: muchos cristianos han identificado de hecho a María con un tipo de diosa y como tal la han venerado.

 Desde este fondo, y desde la visión coránica de la mujer ha de entenderse la figura y función de María que concibe a Jesús de un modo biológicamente virginal,  como mujeres separada, aislada, cerrada en su para Dios y para su marido/señor.  . El Corán entiende la virginidad de María de un modo biológico y religioso, como signo de su sumisión ante el poder divino y expresión de su apertura a una Palabra que le viene de fuera (del marido legal), sin diálogo en libertad con los hombres de su entorno. En esa línea algunos piensan que la recuperación cristiana de María debería hacerse en perspectiva musulmana, de retorno a la virginidad biológica y de acogida radical de la Palabra que viene de Dios y de la autoridad de los varones jerarcas (con sumisión total a ella).

 El islam conoce a María a través de algunos apócrifos judeocristianos, que han recogido y ampliado los relatos de la infancia, especialmente los relacionados con la maternidad virginal de María. Ellos sirven al Corán para destacar el sometimiento de María como verdadera musulmana, resaltando, al mismo tiempo, la exigencia y valor de su virginidad, entendida básicamente en forma de fidelidad antes y dentro del mismo matrimonio. Esos apócrifos (en la línea del Protoevangelio de Santiago/Jacobo, el Evangelio de la Infancia del Salvador o  Evangelio árabe de Mateo) destacan la infancia y milagros de Jesús, partiendo de su nacimiento maravilloso, vinculado a la virginidad de María y entendido como signo de providencia:

‒ Revelación de Dios por María y por Muhammad. Dios ha revelado su poder por María, haciéndola madre virginal de Jesús, que era portador de su Espíritu y de su Palabra. De esa forma, Dios ha expresado por ella su más honda potencia creadora; por eso, su sometimiento a la acción del Espíritu de Dios y el nacimiento de Jesús son signos fuertes de providencia divina (Corán 3, 33-37), conforme a la palabra de Dios que le dice "Te ha escogido y purificado. Te ha escogido entre todas las mujeres del universo" (Corán 3, 42). Pues bien, de un modo semejante, Dios ha escogido a Muhammad para revelar por medio de él su Corán.

‒ María y Muhammad son receptores de la Palabra de Dios. María Virgen ha dado a luz a Jesús, como la tierra primera engendró a Adán. Su virginidad es testimonio privilegiado de la acción de Dios que ejerce su poder sobre la historia (por medio de Gabriel, gran ángel). Por eso, ella acoge sumisa la palabra de Dios, como verdadera musulmana. De un modo semejante actuará Muhammad, recibiendo el Corán a través de la revelación del Gabriel. La concepción y nacimiento virginal de Jesús por medio de María forman parte del misterio de la acción divina, y deberían haber suscitado la fe de los judíos, pero ellos no creyeron (3, 42-48; 19, 16-26). De igual manera, la revelación del Corán a Muhammad debe servir de signo para los creyentes[6].

 Según eso, ni María ni Muhammad (ni Jesús) valen por sí mismo, sino sólo como receptores de una Palabra de Dios, que expresa plenamente en el Corán. Al fin sólo importa Dios y su Corán. Ciertamente, Jesús ha sido un profeta y, enviado de Dios (cf. 4, 171; 19, 30), de tal manera que Muhammad ha podido presentarle como Espíritu y Palabra (Rûh y Kalima) que vienen de Dios (cf. 3, 45; 5, 171). Estos términos están relacionados con su nacimiento virginal: Jesús nace del Espíritu de Dios (es decir, de Gabriel) por medio de María (cf. 2, 87.252; 5, 110; 16, 2.102 etc.); lo mismo que el Corán ha nacido (ha sido revelado) por Gabriel, a través de Muhammad. Pero ni Jesús vale en sí mismo, ni María, ni Muhammad. Es único grande es Dios.

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María se ha limitado a escuchar la Palabra de Dios, obedeciendo de un modo sumiso, de forma que por sí misma nada puede. Por su parte, Jesús es sólo una función de Dios. Por eso, cuanto más se acentúe su grandeza (es Palabra o Espíritu divino), más desaparece su persona, más se niega su aportación humana; el único que importa es Dios, no Jesús, que es sólo un hombre en quien actúa la Palabra y Espíritu de Dios, que realiza de esa forma sus milagros. Lo mismo sucede con Muhammad, que tampoco tiene importancia por sí mismo, sino sólo como transmisor de la Palabra de Dios que es el Corán.

Por eso, en contra de las confesiones cristianas (que le hacen divino, persona trinitaria), el mismo Jesús ha negado según el Corán su carácter divino: No es Hijo a quien Dios ha engendrado (de forma biológico-sexual), al interior de una Trinidad de Padre-Dios, Madre-María e Hijo-Jesucristo (cf. 4, 171-172; 5, 72-75.116-117; 19, 88-94; 112). Él ha nacido de un modo virginal (como signo del Corán, que proviene también directamente de Dios, sin intervención de Muhammad). Pero en sí mismo no es más que un hombre. En ese contexto ha de entenderse la virginidad de María, como signo de una intervención directa de Dios y como expresión de su pasividad y sumisión creyente[7]. El Islam nos sitúa de esa forma ante una experiencia de predestinación y de acción inmediata de Dios. Eso significa que María no hace nada por sí misma, sino que se limita a dejar que Dios engendre en ella a Jesús. De igual forma Muhammad:

‒ María ha escuchado la Palabra de Dios, dejando que ella actúe en su vida de mujer, haciéndola madre. En esa línea, los musulmanes interpretan la concepción virginal de una forma 'física, que ha sido rechazada por la mayor parte de los cristianos, que insisten en la aportación personal de María (y de su diálogo con José). En esa línea se puede afirmar que acción del ángel Gabriel (engendrador de Dios) sustituye al semen masculino. Al someterse a la palabra y acción de Dios, María engendra lo que una mujer puede engendrar, un hijo.

‒ Muhammad, por su parte, escucha la Palabra de Dios, revelada por el mismo ángel Gabriel, pero no para tener un hijo como María, sino para revelar esa palabra a todos los humanos, por medio del Corán. Este es el 'milagro' de Muhammad; a través de la Palabra de Dios, él no ha engendrado un Hijo como María, sino que ha revelado el Libro de Dios y ha creado la verdadera comunidad de los creyentes, que es la 'Umma.

 Entre María, la mujer 'sometida' virginalmente a Dios, y Muhammad, el profeta de la sumisión total, hay una profunda relación. En ese contexto, virginidad significa sumisión (es decir, Islam), la más alta pasividad ante el misterio de la acción divina. Pues bien, en esa línea se puede añadir que como María estuvo sometida a Dios, las mujeres musulmanas han de fieles en su sometimiento a los varones. Como varón, Muhammad se somete a Dios, pero no a través de una virginidad corporal, sino escuchando y cumpliendo la palabra de Dios y creando la 'Umma musulmana. Esta mariología islámica, en lo que implica de sometimiento femenino y virginidad pasiva, parece haber influido en algunos círculos cristianos. Pero, estrictamente hablando, ella es poco evangélica.

4. Una nueva conexión antropológica. “Encarnación” mariana[8]

La mariología cristiana está vinculada a la encarnación de Dios, que no actúa desde fuera, exigiendo puro sometimiento (como en el Islam), sino desde la misma vida humana (pidiendo colaboración). En esa línea, la virginidad no será pasividad y sometimiento, sino actividad y colaboración. En esa línea quiero presentar a María como “persona” en el sentido radical de la palabra, una mujer que ha colaborado con Dios y con otros seres humanos.

Así quiero presentar a María como persona creyente, que dialoga con Dios desde el misterio más hondo de su vida, en gesto de encarnación radical, en libertad. No venimos al mundo ya hechos, no somos personas por nacer biológicamente de un “vientre”, sino porque una mujer-madre (persona) nos introduce (con el padre y con otros seres personales) en el mundo de la vida personal, de la palabra y el afecto.

Algo de esto supo ya la gnosis antigua, al afirmar que los humanos no nacemos simplemente de la cadena social de generaciones, sino de Dios, por gracia suyo, en diálogo de fe, es decir, de acogimiento y responsabilidad; pero la gnosis antigua y moderna han corrido el riesgo de ignorar la historia, con sus conexiones sociales. Habló de la paternidad-maternidad de Dios, pero tendió a olvidarse de la humana, en el nivel de la pluralidad social, dentro del tiempo. Para poner de relieve la transcendencia de Dios (lo mismo que el Islam), la gnosis olvidó el carácter positivo de la acción de los hombres y mujeres en la historia.

Teniendo eso en cuenta queremos insistir en la aportación personal de María, como mujer libre, con autonomía personal, interpretando en esa línea la virginidad y la encarnación. La virginidad no es sometimiento pasivo (como pudo suponer el Corán), sino colaboración activa con Dios. La encarnación no es un dato general ya conocido, ni una experiencia abstracta, sino el hecho de que Dios eterno se hace carne en la historia humana. Frente al riesgo de un sistema cerrado, que se sitúa por encima de los individuos (y los utiliza a su servicio), en contra de un Dios que “invade” el terreno de la vida humana (negando a los hombres su libertad) tenemos que poner de relieve la experiencia de la encarnación, que se expresa en forma de comunicación personal y de diálogo en libertad. María no es “madre de Dios” porque le recibe pasiva desde fuera, sino porque le engendra libremente, en amor comprometido:

‒ Encarnación, por encima de toda ideología. Ideología es un tipo de pensamiento que actúa desde fuera, distorsionando la realidad. En contra de eso, la encarnación indica que Dios actúa y se expresa en la misma carne de los hombres, a través de su libertad. Pues bien, el Dios de María es aquel que se encarna en Jesús, actuando por medio de (con la colaboración) de ella, a través de su carne real de persona y mujer. Si Dios para encarnarse negara o sometiera (colonizara desde fuera) la carne de María no sería el Dios de Jesucristo.

‒ Encarnación personal por encima de todo sistema religioso. Otros pueden haber puesto de relieve el valor sacral del templo de Jerusalén o Roma, unas leyes de Dios que regulan desde fuera el conjunto de la vida del pueblo, los sacrificios o signos sagrados que han sido fijados por la misma Escritura. Pues bien, por encima de eso, para María la religión se expresa como acogida y colaboración humana, como mujer y persona. Ciertamente, Dios es Dios (como sabe el Corán), pero no actúa “invadiendo” el terreno de María, obrando desde fuera de ella, sino a través de su libertad personal y de su colaboración humana.

En ese sentido decimos que, por medio de ella, Dios se hace carne concreta en Jesús, y que la carne humana es manifestación de la vida de Dios. Para ser madre de un Jesús de carne, ella ha de ser una mujer concreta, capaz de dar vida en la carne. No puede ser el signo general de la diosa, pues la diosa en cuanto tal no existe, lo que existe son personas concretas de carne, que se dan la vida y la comparten. Desde ese fondo se entienden sus “misterios”

 ‒ Virginidad no significa ausencia de carne, sino carne trasparente, capaz de expresar todo el poder del espíritu de Dios; virginidad no es ausencia de sexo, sino amor fuerte y trasparente en el que se puede expresa el don de Dios de manera Inmaculada. Por eso, allí donde, en algún sentido, se ha opuesto el Espíritu de Dios y el sexo y se ha interpretado la virginidad como pura ausencia de relaciones biológicas, se está negando el valor concreto de la obra de Dios, su revelación entre los pobres de este mundo.

Asunción. En este mismo contexto ha de entenderse la resurrección de María, entendida como  culminación personal de su vida y de “carne” concreta. Una salvación de María sin carne sería contraria a los principios de la encarnación, significaría negar aquello que Dios ha realizado al encarnarse en la vida concreta de los hombres, desde la perspectiva de los más pobres, de aquellos que tienen su 'carne' amenazada por el hambre o enfermedad, la desnudez o la cárcel.

  1. Un tema abierto. Mutación mariana del cristianismo

Queremos conservar y conservamos el potencial liberador del canto hebreo del María (Magnificat: Lc 1, 46-55), pero sin encerrarla en su yihab femenino (fuera de toda relación que no sea con Dios y su marido), sino abriéndola a la comunicación de palabra y afecto, de carne e historia con los hombres y mujeres de su entorno. En ese sentido, la relación humana/afectiva de la mujer (María) con su entorno familiar y social no es experiencia de virginidad negativa (separación musulmana), sino de diálogo y creatividad humana, en la que se introduce y expresa la palabra de Dios, hecha carne (Jn 1, 12-14).

          Ciertamente, hay un riesgo en la mujer para los hombres, como expresa el velo/yihab de cierto judaísmo/cristianismo (cf. 1 Cor 7), pero hay una posibilidad mucho mayor de comunicación y promesa de vida, como se expresa en la concepción inmaculada de María y en la Concepción/Anunciación de Jesús (25.3) y en su Navidad (25.12).

Por eso, el nacimiento de Jesús no es un rechazo y superación de lo anterior, sino un cumplimiento del principio bueno del amor humano y de la maternidad. En ese sentido quiero apelar a la experiencia bíblica del Cantar de los Cantares. Ciertamente, un tipo de despliegue sexual puede convertirse en fuente de enfrentamiento (entre competidores) y de opresión patriarcal, de posesión o esclavizamiento de la mujer humana; pero ése es un elemento secundario. En el principio de la vida humana, y de un modo especial en el afecto de la mujer hay un potencial bueno de dualidad y encuentro mutuo, de deseo y esperanza (promsa) de vida eterna.

 El Dios que se revela así a través de la “concepción virginal de María” no es un Dios externo, como el del Islam, sino el Dios que se introduce y encarna (hace presente su amor) en la dinámica de amor engendrador de la vida humana. En esa línea, el “Dios externo” de R. Girard (y del Islam) se vuelve un Dios interno, mucho más profundo, un Dios, que viene de afuera (es trascendente), pero que se expresa en la misma intimidad de amor de María, en relación fuerte de búsqueda y de vida, en el centro de un entorno rico y conflictivo, en el que nació Jesús.

‒ Hay una maternidad positiva, una generación sexual sin violencia, como muestra el 'dogma' católico de la Inmaculada Concepción. La iglesia ha descubierto que la concepción de María (que, según la tradición era hija Joaquín y Ana) ha sido sin pecado, un acto supremo de gracia, como saben desde antiguo los apócrifos (Protoevangelio de Santiago/Jacobo). En esa misma línea se podría (y debía) haberse interpretado el nacimiento de Jesús, que es hijo de un amor personal, dialogado, abierto a la gracia plena de Dios, en un contexto rico de conflictos y esperanzas (como el que estaba marcado por José, el esposo de María, de la familia nazorea de David).

‒ Por eso, los elementos de gratuidad y ausencia de lucha destructiva (abiertos a los pobres y excluidos sociales) que hallamos en los relatos de la concepción virginal y del nacimiento de Jesús, no implican una ausencia de sexo, como si Dios tuviera que entrar en el mundo desde fuera de los principios de vida del mundo, sino una valoración y transfiguración positiva de esos elementos. Ciertamente, puede haber y hay con Jesús un 'salto cualitativo", una ruptura de nivel, pero ésa es una ruptura que siendo de Dios (¡por ser propia del Dios trascendente!) se realiza sin negar los planos anteriores, sino desde dentro de ellos[9].

‒ Los relatos de la concepción virginal están evocando una 'mutación' antropológica, que sólo puede entenderse en perspectiva de mayor gratuidad y verdad, de más honda comunicación humana, no en línea puramente cuantitativa (¡un poco mejor que los otros!), sino en línea de radical trascendencia, pues Dios se introduce y encarna del todo en la vida de los hombres. La mutación de las especies vegetales y animales no niega o suprime los elementos anteriores, de tipo químico o biológico, sino que introducen en ellos un nuevo principio rector, como una especie de poder organizativo más complejo. Así puede hablarse de una emergencia (surgimiento, despliegue) de algo que estaba anunciado de algún modo en lo anterior, pero que aún no se había desplegado. Pues bien, el nacimiento, vida y muerte de Jesús introduce, a nuestro juicio, la 'mutación' definitiva que es Dios en la historia humana. Todo sucede en un nivel humanamente; pero sobre ese nivel (sin negarlo) se expresa y encarna el mismo Dios.

‒ Esta mutación del nacimiento de Jesús está vinculada a la presencia del Espíritu Santo en María. No es una mera mutación cósmica, en la que ella no interviene, limitándose a dejar que actúe el poder de la materia o de la vida. No es tampoco un pura mutación sacral, algo que acaece desde fuera de la historia humana, imponiéndose sobre ella con violencia. Ésta es una mutación dialogal, que se realiza en el encuentro personal de Dios con María (Lc 1, 26-39) y también en el dialogo de José con María, pues tiene que aceptarla y aceptar a su hijo como Hijo de Dios (cf. Mt 1-2).

 Esta mutación del nacimiento resulta inseparable del conjunto de la vida de Jesús, es decir, de su mensaje y de su entrega por el Reino, de su muerte y de su resurrección. Dentro de ese contexto total se entiende su nacimiento, integrado en la historia de las generaciones humanas, como saben las genealogías de Mt 1 y Lc 4. Ciertamente, su mensaje de reino no es una doctrina sobre vinculación sexual y nacimiento, sino sobre la gracia de Dios que se irrumpe y se revela en el conjunto de la historia, es decir, sobre el amor abierto a los pobres y excluidos, sobre el Reino que viene. Pero ese mensaje-reino es inseparable de su vida, desde su origen hasta su muerte.

En ese fondo se sitúa su nacimiento virginal, es decir, realizado en amor dialogante y creador, un nacimiento que Dios mismo suscita, diciéndose a sí mismo del todo, como Padre, a través del amor y de la entrega de María y de aquellos que la acompañan y colaboran con ella, en especial de José. El signo del nacimiento virginal expresa por tanto esa ruptura creadora, esa mutación básica que empieza a realizarse con Jesús. No es mutación desde fuera de sexo y del proceso de la vida, como puede suponer el dualismo helenista, sino en la misma vida, en el proceso humano del encuentro mutuo y de la maternidad.

Esa concepción no es todo, es decir, no resuelve ya en sí misma (por sí misma) todos los problemas de la violencia y muerte de la historia, sino que es el principio de un camino que culmina en la muerte y resurrección de Jesús y en el despliegue de la Iglesia, que interpretamos como la comunidad de aquellos que viven gratuitamente, que se aman y transmiten la vida en gratuidad. Por eso, el signo de la maternidad virginal de María se encuentra vinculado al conjunto de su vida, que culmina en la experiencia pascual, en la comunión de los creyentes en la iglesia.

Las grandes mutaciones son, por una parte, repentinas y, por otra, tardan mucho tiempo en desplegar todas sus posibilidades. El nacimiento y pascua de Jesús constituye para los cristianos la mutación definitiva y ella está simbólica y realmente vinculada con María, su madre (y con José, y con aquellos que les acompañan y definen su existencia). Es como un granito de mostaza que ha caído en la tierra de la historia humana, introduciendo en ella una experiencia más alta de humanidad, pero desde dentro de la misma humanidad, de su amor activo, de su poder engendrador, por obra del Espíritu de Dios, que viene a mostrarse así como poder y fuente de vida de los hombres.

Pienso que ha llegado el momento de superar un tipo de helenismo antiguo que dividió la vida de los hombres en cuerpo y espíritu, corriendo el riesgo de separar a María de la complejidad de la historia humana. También ha de pasar el racionalismo actual del sistema, que interpreta la vida como triunfo de una racionalidad económica o social, desvinculada de la carne real de los hombres y mujeres. Ha llegado el tiempo de una humanidad que descubra la presencia de Dios en la misma carne de la vida, en el amor personal, el nacimiento... Desde ese trasfondo podemos descubrir y descubrimos a María como transparencia del Espíritu Santo en la misma "carne", es decir, en el encuentro de amor personal, entrando en la misma dinámica de amor del mundo.  

Notas

[1] Algunos piensan que la veneración cristiana de María, Madre de Jesús, supondría un retorno al paganismo, una inversión o vuelta a la madre-diosa, una recaída en el paganismo. Así lo mostraría el tema de la tríada divina (Dios padre, Diosa madre, Hijo divino) que estaría en el fondo de la concepción virginal (Dios Padre engendra al Hijo divino por su Espíritu, revelado por María). Pues bien, como seguiremos indicando, María no se puede interpretar de esa forma; ella es una mujer histórica, no un simple momento de una tríada divina. He situado el tema en La mujer en la biblia judía, Clie, Viladecavalls 2013.

[2] Cf. J. Morgenstern, The antecedents of the Eucharist and of the doctrines of the virgin Birth and the Trinity, en some significant antecedents of Christianity, Studia Postbiblica 10, Brill, Leiden 1966, 81-96

[3] En este contexto se puede situar y se ha situado también simbólicamente la figura de María, como hemos indicado al hablar de la concepción por el Espíritu. De un modo consecuente, la liturgia católica ha recreado los textos de la Sabiduría, aplicándolos a María, a lo largo de muchos siglos.  

[4] De manera consecuente, la liturgia cristiana ha vinculado a María con otras mujeres liberadoras  Las principales son Miriam, la profetisa del Éxodo (cf. Ex 15), Débora la vencedora (Jc 5) y Ana, la madre de Samuel, cuyo canto es anuncio de la gran liberación israelita, asumida también por María, la madre de Jesús (cf. 1 Sam 1-2).

[5] He desarrollado el tema en Hija de Sión, origen y desarrollo del símbolo, EphMar 44(1994) 9-43. Mirada así desde Israel, María aparece como signo de la madre mesiánica (cf. Mt 1-2), es decir, como expresión del pueblo de la alianza de Dios (en la línea de la mujer de 4 Esdras), siendo al mismo una mujer y Madre histórica, concreta.En esa línea avanza el evangelio de Lucas que ha presentado a María como portadora del canto de liberación israelita, presentándola así como madre-profetisa, inspiradora de libertad universal.  

[6] ‒Jesús-niño defendió la virginidad de su madre, proclamando la grandeza de Dios, y actuó después como su enviado, realizando milagros y anunciando el evangelio para los judíos  (Corán 3, 49-53; 19, 27-36). Jesús-adulto realizó milagros y fue profeta para los judíos: curó a ciegos y leprosos, resucitó muertos, ofreció pan a los hambrientos. Dios quería convertir a los judíos a través de sus milagros (cf. 5, 110-111). Pero estos se han negado, queriendo matar a Jesús. Pues bien, este Jesús rechazado es paradigma o ejemplo para Mahoma, también rechazado por los judíos de Medina. Pero hay una diferencia: Mahoma triunfó, revelando el Corán e instaurando la comunidad de sometidos; Jesús, en cambio, no pudo hacerlo, en el fondo ha fracasado.

[7] Muchos cristianos actuales, y la inmensa mayoría de los ilustrados modernos, consideran la virginidad de María y los milagros de Jesús niño como un símbolo que, tomado al pie de la letra, resulta secundario e incluso contraproducente. Muhammad y la mayoría de los musulmanes los entienden, sin embargo, de un modo literal, como expresión de la supremacía y de la acción salvadora de Dios. Virginidad de María y milagros de Jesús aparecen de esa forma como signos de la acción directa de Dios, que realiza su obra por sí mismo, sin “encarnarse” en la historia humana.

[8] Las reflexiones que siguen están en parte motivadas por las obras de M. Henry, Yo soy la Verdad y Encarnación, Sígueme, Salamanca, Salamanca 2001.

[9] Utilizo un lenguaje que ha sido empleado por G. Theissen, La fe bíblica en perspectiva evolucionista, Verbo Divino, Estella 2003.

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