La humanidad en la Biblia. Cuatro miradas

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Sumérgete en un viaje de descubrimiento bíblico y espiritual. En este taller, analizaremos qué significa ser creados a imagen y semejanza de Dios a través de cuatro enfoques diferentes presentes en la Biblia. Exploraremos cómo estas perspectivas han moldeado nuestra comprensión de la humanidad y su propósito. ¡Acompáñanos y transforma tu visión de la humanidad en la Biblia!  Cf. FUNDACIÓN UN CAMINO

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¿Qué significa decir que el ser humano es imagen y semejanza de Dios? La Biblia considera al ser humano como una unidad que puede expresarse de diversas formas. La mirada helenista, de la cual somos herederos en Occidente, separa al hombre en alma y cuerpo. En la escritura se expresa la humanidad con varias palabras de tipo simbólico que dicen algo que la tradición posterior ha llamado alma, persona o ser humano, y lo mira y describe desde diversas perspectivas. En este curso buscamos aproximarnos a cuatro de esas miradas: El hombre y la mujer en el contexto del paso de las tribus al reino de Israel. Antropología de los profetas, de los libros sapienciales y otros. La mirada de Jesús sobre el hombre, una cuestión pendiente en el siglo XX. ¿Resurrección en la muerte o después de la muerte?
Temas

1. Los cuatro momentos de la antropología bíblica.
2. Israel, una antropología abierta: El nacimiento del judaísmo rabínico. Ley y pueblo.
3. Jesús. Vida y mensaje. Reino de Dios y “milagros” como una terapia radical
4. Antropología cristiana. ¿Resurrección en la muerte o después de la muerte?

Fechas
· Martes 2, 9, 23 y miércoles 17 de julio
· 10:30 a 12:00 hrs. (Hr. de Chile) 16:30 a 18:00 hr (Hr de España)

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Más información, programa y valores en fundacion@uncamino y en https://uncamino.cl/taller_2024_2do_sem/la-humanidad-en-la-biblia/  

HUMANIDAD EN LA BIBLIA, CUATRO MIRADAS

1.HISTORIA BIBLICA, CUATRO MOMENTOS

  1. Federación de tribus (siglos XIII-XI a.C.). Ancianos, pacto de ancianos

 Los pueblos del entorno (Moab, Amón, Edom) habían creado monarquías, con estructura y administración unificada. Mientras tanto, los israelitas siguieron siendo una federación de doce tribus, asociadas a nivel social y religioso. La fe en el mismo Dios les vinculaba, más que un rey o proyecto nacional de tipo político o administrativo. De esa forma conservaron (o crearon) una fuerte conciencia de autonomía familiar y libertad: cada “casa”, clan y tribu se sentía independiente, sin centro superior, ni plan social unificado.

            Esta federación se formó a partir de diversos grupos raciales y sociales, vinculados desde su marginación: pastores trashumantes de la estepa oriental, hebreos fugados de Egipto, campesinos y soldados pobres de los reinos cananeos. Ellos consiguieron el “milagro” de crear una alianza igualitaria de familias libres, sin un poder superior como el de las fuertes ciudades cananeas (dominadas por un rey y templo), sin milicia permanente (todos los varones en edad militar acudían en caso de peligro) y sin economía centralizada o administración superior, pues les juntaba la misma fe en el Dios de libertad y la conciencia de asumir un mismo ideal de solidaridad social.

            Esta alianza de grupos autónomos constituye un ejemplo significativo de comunidad humana. Los federados de las Doce Tribus no eran pobres primitivos subdesarrollados frente a las grandes instituciones estatales (como la de Egipto), sino todo lo contrario: habían descubierto y desplegado un elemento de concordia activa que es modelo para tiempos posteriores, semilla de globalización no impositiva. Lo que aquellos buscaron a su modo, en formas patriarcales, lo buscamos nosotros todavía, inspirados en Jesús: una comunión directa de personas, varones y mujeres, sin intermediarios, ni sistemas imperiales o burocráticos. Ese esquema ofrece una alternativa frente a oligarquías económicas, sociales y sacrales más extensas (Canaán o Egipto), que imponen su poder autoritario. Los hebreos pudieron oponerse por un tiempo al sistema opresor del entorno, creando espacios de igualdad, como ha contado y cantado la parábola del Éxodo (salida de Egipto): son testimonio de alianza, autoridad suprema para los humanos. 

  1. Monarquía sagrada (siglos X-VI a.C.). Rey: Poder político

 En un momento posterior la federación de tribus resultó poco eficaz ante la amenaza organizada de los filisteos con su aparato estatal al servicio de la guerra. Lógicamente, para mantener su independencia, los federados tuvieron que ceder parte de su autoridad, creando una monarquía unificada, en torno al 1000 a.C. (tras el ensayo más breve de Saúl), bajo la autoridad e inspiración de David, condotiero de la tribu de Judá, luego rey carismático sobre el conjunto de las tribus. Ese nuevo modelo social aportó ciertas ventajas: los israelitas superaron el riesgo de una ocupación militar permanente, que en aquel momento hubiera supuesto la extinción del pueblo, y conquistaron casi toda Palestina, extendiendo su influjo por oriente. Más aún, algunos grupos del sur (Judá y Benjamín) interpretaron la monarquía como signo sacral: Dios mismo era Rey y protector del pueblo a través de David y sus hijos, que así recibieron rasgos mesiánicos, conforme a una visión muy extendida entre las naciones e imperios que divinizaban a sus reyes.

Significativamente, muchos israelitas sintieron que esa monarquía era contraria a la presencia directa de Dios sobre el pueblo y se oponía a las tradiciones de libertad de los hebreos. Las tribus del norte, con Efraim y Manasés, la rechazaron, para mantener su identidad e independencia y no volverse una nación como las otras, con un Dios-Rey (Yahvé) semejante a los restantes dioses de los reinos del entorno (Kamosh, Melkart, Baal). A pesar de ello, el modelo monárquico aportó dos elementos al despliegue de la autoridad israelita: un aumento de unidad nacional (aunque centrada en Jerusalén y marginando a las tribus del norte) y una experiencia mesiánica, mediada a través de un rey, hombre especial en el que Dios expresa su acción salvadora.

Pero la monarquía davídica fue sólo una etapa en el proceso israelita, un momento político y social ya superado hace más de 2500 años. Muchos judíos han sentido la “tentación” de recuperarla, reconstruyendo el reino: los macabeos, los rebeldes del 67-70 EC y los sionistas actuales. Bastantes cristianos han tomado la monarquía como signo del poder de Dios. Ciertamente, en un plano ella puede ayudar, pero en otra perspectiva, entendida de forma sacral y social, ella constituye un retroceso hacia un estadio superado de experiencia humana y religiosa. El más rico judaísmo se mantuvo y se mantiene como pueblo vivo, sobre bases no monárquicas, como seguiremos indicando. Si se vuelve un pueblo más, con rey y tierra, estado y milicia permanente, pierde su distinción entre los pueblo. La grandeza mayor, la autoridad admirable del "eterno Israel", con su aportación a la historia de la humanidad, se encuentra vinculada a su propia diferencia. Para ser un pueblo más, con un rey sobre los otros no haría falta judaísmo. Jesús no organizó su movimiento como un reino político[1].

Comunidad del templo (siglos V a.C. al I EC). Sacerdote. Pueblo de sacerdotes

La antigua monarquía acabó tras la conquista de Jerusalén por babilonia y el exilio (a partir del 596 a.C.) y desde entonces los judíos debieron mantener y recrear su identidad sin rey ni instituciones estatales. En perspectiva triunfalista, aquello fue una tragedia y así lo han dicho y siguen diciendo los judíos, que sienten la nostalgia del viejo Sion triunfalista. Pero, en otra más social y religiosa, la caída del reino fue y sigue siendo una experiencia revolucionaria y creadora: puede surgir un grupo humano, con vocación de universalidad, sin instituciones estatales.

            Parece más fácil mantener la identidad social con estado y estructuras de tipo sistémico, en economía y administración, como han hecho muchos pueblos de la tierra. Pero si los judíos hubieron conservado o recobrado su estado independiente, identificados por su tierra, economía y administración, sacralizadas por un Dios particular, serían como los restantes estados de la tierra y, probablemente, habrían desaparecido, anegados hace siglos en la gran marea de la historia. La diferencia judía, su “milagro” nacional está en que los exilados de Babel y los sometidos de Palestina, no sólo conservaron, sino que aumentaron su identidad sobre bases de tipo cultural y religioso, y no político en el sentido usual del término. De esa forma elaboraron y mantienen una autoridad de tendencia universal, un carisma que desborda los poderes y sistemas normales de este mundo.

            Tras la nueva "paz" que ofreció el imperio persa a los judíos y a otros pueblos del oriente (a partir del 539 a.C.), los israelitas palestinos y los provenientes del exilio, en un retorno todavía no acabado, pues muchos siguieron o empezaron a vivir fuera de la tierra, no constituyeron un estado independiente, sino una comunidad cúltica, en torno al templo de Jerusalén, que había sido importante en tiempos anteriores (como santuario real de los sucesores de David), pero que sólo pudo volverse principio de identidad y referencia para todo el pueblo, tras su reconstrucción, en torno al 515 a.C..

            Durante la monarquía hubo más lugares de culto y el templo “central” de Jerusalén se hallaba bajo el dominio del rey, como santuario de estado. Sólo tras la caída del reino, reconstruido y mantenido bajo supervisión del gran imperio persa, el templo se volvió centro espiritual y social para los judíos. Sin duda, muchos seguían cultivando la nostalgia de la independencia nacional y añoraban la realeza, como muestra el levantamiento macabeo (tras el 176 a.C.). Pero no lograron conseguirlo de forman duradera y, además, la identidad del pueblo no estuvo ya determinada por el rey y su estado, sino por la pertenencia sacral: los judíos eran una comunidad de culto, en torno al templo, tanto en Palestina como en la diáspora de los gentiles (Babilonia, Egipto...).

            Ellos han formado así un pueblo especial, vinculados por la misma ley sagrada (Tora) en torno al templo de Jerusalén, avalado por el imperio persa, en el que se integran, como grupo religioso (nacional) establecido. La misma monarquía mundial (=sistema) ha exigido y sancionado el surgimiento de una Ley particular que defina y regule la vida judía. De esa forma, por imperativo legal, para fijar su diferencia, los judíos codificaron su origen y ley en el Pentateuco, escrito a partir de viejas tradiciones tribales y monárquicas, pero redactado desde las nuevas circunstancias políticas y sociales. Significativamente, ellos se definen como Qahal Yahvé, Ekklesía o Comunidad sagrada, reunida ante el Sinaí, para recibir la Ley de Dios (cf. Dt 5, 22; 23, 4; Neh 13, 1), a quien descubren y veneran en el tabernáculo (templo). Lógicamente, el Gran Sacerdote adquiere autoridad legal (social) especialmente sobre los que viven dentro de la provincia persa de Judea, que es una especie de hinterland o entorno sacral del santuario[2].

Federación de sinagogas, iglesiacristiana (siglo I d.C en adelante). Rabinos, maestros….

 El templo de Jerusalén fue perdiendo importancia de hecho para muchos judíos y creció el valor de las sinagogas donde el pueblo se vincula y edifica, en torno a la Ley, cobrando así una nueva conciencia de su identidad. Las sinagogas nacieron cuando fueron necesarias para cultivar la experiencia israelita. Antes no lo habían sido: los judíos se definían y distinguían por su vida social, como un grupo más entre los pueblos del entorno. Pero en un momento dado eso no era suficiente: cesó la monarquía, el templo estaba lejos (sobre todo para la diáspora) y no cubría las necesidades religiosas y sociales de quienes intentaban cultivar su vocación sacral de un modo más intenso.

            Las tribus eran grupos naturales de campesinos autónomos, asociados de manera familiar y social (militar) por vínculos de cercanía y fe religiosa, parcialmente semejantes a otros grupos del entorno. Las sinagogas, en cambio, son grupos libremente vinculados por la Palabra de Dios y las tradiciones o leyes de los antepasados, no por ejército o nación, en el sentido usual. Ese modelo de unidad sinagogal, preparando en siglos anteriores, que madura en tiempos de Jesús y se expande en los siglos posteriores (desde el II EC), constituye una aportación fundamental del judaísmo.

            Nunca había surgido tal cosa: un pueblo religioso que abandona las prácticas sacrales ordinarias del entorno, sin templo, estado o sacrificios y mantiene y desarrolla su diferencia social y religiosa en casas y reuniones especiales (eso significa sinagoga), donde acuden sus miembros para compartir problemas y orar, para escuchar los textos de su historia y fortalecer su vocación como pueblo elegido de Dios. Cayó el templo (el 70 EC), como había caído la monarquía (587 a.C.), pero la identidad del judaísmo se mantuvo y creció en esa crisis, porque estaba ya fundada sobre bases de vinculación sinagogal. De un modo externamente traumático (guerra, derrota, destrucción), pero internamente lógico, el pueblo salió fortalecido de la crisis. El templo empezó a ser lo que ya era para muchos: importante como signo de pureza, innecesario como realidad externa (ruinas veneradas). En lugar de los sacerdotes vinieron los rabinos. Junto a la Biblia, Ley escrita, se fueron codificando las tradiciones de la Ley oral, que recibieron tras el siglo II EC la forma y nombre de Misná[3].

             Estos cuatro momentos definen la historia israelita. La federación de tribus estaba regida por un consejo de ancianos, representantes de los clanes, aunque hubo caudillos militares (jueces) de tipo carismático, no institucional. La monarquía había elevado al rey sobre unos funcionarios, entre los cuales están los sacerdotes. La comunidad del templo estaba dirigida por el Sumo Sacerdote y su consejo. Pues bien, de ella han sinagoga e iglesia, de manera que esta no es un cuerpo desgajado de Israel, sino una forma universal (católica) de culminación israelita.   

  1. VISIÓN UNITARIA DEL HOMBRE. QUÉ SOMOS

El hombres es carne. Basar: Soma y sarx..El hombre entero (varón y mujer) es basar (en griego sarx), es decir cuerpo; no “tiene” un cuerpo, sino que “es cuerpo”, una realidad física, lo mismo que los animales y las plantas, viviente del mundo, que forma parte de una realidad frágil en la que todo nace, pasa y muere (cf. Sal 16, 9; Job 10 4). El NT conserva esta visión y así habla del hombre como sarx/carne (cf. Mt 26, 41; Lc 24, 39. Jn 1, 14; 1 Cor 15, 39 etc.).

El hombre es Nephesh, en griego psyche, como cuerpo animado El hombre no es el alma espiritual, opuesta al cuerpo (como en la antropología griega), sino el principio vital, que se encuentra también en los animales y que suele vincularse al aliento (a la garganta), expresión de los deseos, y también a veces a la sangre, que es el “alma” del animal (cf. Dt 12, 23). En otro sentido, el alma o nephesh aparece como sede del pensamiento y de la voluntad y así el hombre se distingue de los animales por su tipo de alma.

El hombre es Ruah (pneuma, espíritu). El hombre es finalmente aliento superior, y de esa forma se vincula a la ruah de Dios. En un sentido extenso ruah es el “aliento” vital, que el hombre comparte con los animales (como sabe Qoh 3, 19-21. Pero, en otro sentido, en el conjunto de la Biblia, el hombre es ruah en cuanto aparece vinculado con Dios. Según eso, ruah es la fuerza de actuación de Dios, la garantía y señal de su presencia; no es una “cosa”, sino una presencia, una relación.

ORACIÒN FINAL DE 1 TES 5, 23-24

→ 5, 23 Que el mismo Señor de la paz os santifique plenamente, de tal modo que todo vuestro ser ‒ espíritu, alma y cuerpo ‒ venga a conservarse irreprensible para el día de nuestro Señor Jesucriso  

‒ Dios conserve vuestro Pneuma.El hombre es Ruah, es decir, espíritu, Aliento de Dios, como ha puesto de relieve el comienzo de la Biblia, aunque no utiliza la palabra ruah, sino neshama (Gen 2, 7), aunque las dos palabras tienen en el fondo un mismo significado.  El hombre es un soplo y su vida se identifica con su respiración, que por un lado le vincula con el viento/aliento cósmico (somos aire que se inhala y exhala) y por otro con el “ánimo”, esto es, con sus disposiciones emocionales (sentimientos, deseos). Pues bien, en su sentido más hondo, el hombre es “respiración” (neshama, soplo de vida de Dios) (cf. Gen 2, 7), que se expresa en el alma‒nephesh del hombre, que es no sólo sede de un deseo que jamás logra saciarse, sino también del pensamiento y de la voluntad, por lo que el hombre se distingue de los animales.

En un sentido, ese aliento vital del hombre, que en sentido se describe como ruah‒pneuma, es un aliento de vida muy frágil, como ha puesto de relieve  el libro del Eclesiastés (Qoh 3, 19-21), pero, en otro sentido, ase aliento (Pneuma) es lo más fuerte y valioso del hombre, que vive inmerso en el aliento y vida del Dios (y del mundo), formando así parte de su respiración creadora, pues forma parte de la presencia activa (acogedora) de misterio y comunión de Dios que se expresa en (por) Cristo como principio de recreación, salvación del hombres.  Eso significa que el hombre (el creyente) vive en sí viviendo fuera de sí, en la línea de eso que pudiéramos llamar la mística “pneumatológica”, pues vivir en Cristo (en el Kyrios/Señor) y vivir en el Espíritu se identifican, porque vivir en Cristo y vivir en su Espíritu son lo mismo, como seguiremos viendo (de un modo especial en 2 Cor 3, 17 donde se identifica al Kyrios con el Espíritu.

‒ Dios conserve vuestra psyche/alma…En un sentido resulta difícil separar espíritu y alma, pues la neshama de Gen 2, 7 es por un lado el alma psíquica (la respiración) y por otro es la ruah/profundidad divina de la vida humana. El alma constituye la “identidad psíquica” el hombre, y en ese sentido, la palabra más utilizada por la Biblia es nephesh, en griegopsyche, de manera que en un sentido la vida del hombre puede interpretarse en línea dicotómica: el hombres es carne-cuerpo animado, o, mejor dicho, es psique/alma corporalizada, pero no como esencia espiritual, opuesta al cuerpo (como en la antropología griega), sino como principio vital, vinculado no sólo al aliento (garganta), como soplo de vida, en la línea de la “respiración” y sede de deseos, sino a veces a la misma sangre, que es el “alma” animal (cf. Dt 12, 23). Entendida así el alma/psiche forma una especie de “intermedio” o lugar de encuentro del Espíritu/Ruah (el hombre divinizado) y el Cuerpo/Carne, que forma parte del barro de la tierra, como los restantes animales.

Dios conserve finalmente vuestro “sôma”, esto es, vuestro cuerpo. En esa línea, el sentido bíblico, el hombre (varón y/o mujer) es basar, una palabra que en griego puede traducirse con sarx (que tiende a ser carne) y con sôma, que es cuerpo. Empecemos diciendo que el hombre no “tiene”, sino que “es cuerpo/carne”, realidad biológica, con las plantas y los animales, y así forma parte de una realidad frágil en la que todo nace, pasa y muere, perdurando (renaciendo) en el proceso de la vida (cf. Sal 16, 9; Job 10 4). El NT conserva esta visión y así habla del hombre como sarx/carne no sólo en lugares que expresan su debilidad (cf. Mt 26, 41; Lc 24, 39), sino en otros de tipo hondamente teológico como 1 Cor 15, 39 y especialmente en Jn 1, 14, que ofrece la definición más honda del hombre como palabra hecha carne.

Pues bien, en este contexto, debemos recordar que, a diferencia del AT, el NT distingue entre sarx (que es el cuerpo-carne en su fragilidad), y sôma (que es el cuerpo-carne en clave de comunicación, de apertura a los demás). Desde ese fondo hay que distinguir y entender algunos relatos fundamentales del NT: (a) En los relatos eucarísticos, Jesús dice, tomando el pan, “esto es mi sôma”, mi cuerpo-carne que se comunica, creando así comunión de vida compartida, Iglesia (cf. 14, 22; Mt 26, 28; Lc 22, 19; 1 Cor 11, 24). En esa línea, la palabra clave de la eclesiología de Pablo no es la palabra “sarx” (carne de Cristo) sino “soma” (cuerpo de Cristo, como veremos especialmente en 1 Cor 14). De todas formas, en el sermón eucarístico (Jn 6, 41-65), el evangelio de Juan, que suele ser fiel al fondo semita, hablando de ese mismo “cuerpo eucarístico” (que Pablo y los sinópticos llaman sôma), prefiere presentarlo como sarx, poniendo así de relieve el hecho de que la eucaristía entendida como “cuerpo eclesial” de Cristo no se puede entender en sentido espiritualizado, separado de la vida, sino que sigue siendo y es, en profundidad, la misma sarx o carne humana compartida (como en Jn 1, 13).

 ‒ Conclusión, visión unitaria del ser humano: fidelidad de Dios (5, 23‒24). Prescindiendo de los saludos finales de 5, 25‒28, la carta termina con este gran deseo: Que los creyentes se conserven totalmente, en su triple plenitud, de espíritu, de alma y de cuerpo para la venida de Cristo (5, 23). Aquí no tenemos permanencia espiritual del alma y resurrección del cuerpo, sino plenificación del hombre entero, sea a través de la resurrección de los muertos o de la vivificación de los que están vivos en el momento de la venida del Señor (cf. 4, 14‒17).  Éste es el resultado de la obra de Dios que llama a los creyentes, siendo fiel (es decir, cumpliendo su promesa y palabra en Cristo).

CUATRO ELEMENTOS  ANTTROPOLÓGICOS. LA IDENTIDAD ISRAELITA.

ANTROPOLOGÍA GENEALÓGICA. PATRIARCADO, PADRES-MADRES-HIJOS-HERMANOS: Elegidos por Dios: patriarcas. Israel se ha sentido pueblo preferido del Señor, heredero de antiguos patriarcas, que oyeron a Dios y se pusieron en camino hacia la tierra y vida prometida (Gen 12, 1-3). Ciertamente, son hijos de Adán o del Humano, como los restantes pueblos de la tierra; pero tienen otros padres que definen su genealogía, en línea patriarcal. Así empieza la historia de Israel, aquí se fundamenta. Atrás queda el amplio tiempo y espacio de la humanidad universal (Gen 1-11). Ahora (Gen 12) comienza un camino peculiar y ellos se saben y dicen hijos de Dios siendo descendientes de Abraham, Isaac y Jacob y de sus Doce Hijos, fundadores de las Tribus de Israel. Ciertamente, viven cerca de otros pueblos que también son hijos de Abraham e Isaac y sus parientes: moabitas y amonitas son hijos de Lot, sobrino de Abrahán; ismaelitas y otras tribus de la estepa se saben hijos de Abrahán; los amalecitas son hijos de Isaac. Pero sólo los Doce hijos de Jacob han sido elegidos y así, de un modo especial, deben mantener su identidad y diferencia entre los pueblos de la tierra. La primera institución de Israel, es por tanto, la genealogía: elección por nacimiento. Tomada como puro privilegio, ella sería orgullo y haría a los judíos una simple "raza" de este mundo, en línea de exclusivismo nacional. Pero puede entenderse y extenderse como institución de gratuidad, don y tarea creadora: Dios mismo distingue y separa a los judíos de las otras naciones, para hacerles pueblo santo, portadores de su Ley sobre la tierra (cf. Gen 12, 1-3).

ANTROPOLOGÍA DE ALIANZA-LEY. NOVEDAD ISRAELITA Más que la genealogía termina importando en Israel la alianza. El Dios de la alianza sigue vinculado a la genealogía, de manera que empieza diciendo "Soy el Dios de tu padre, Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob" ( Ex 3, 6), pero después se presenta como Dios de la alianza, esto es, de la palabra

De Rousseau a Locke… Habermas:: Diversos tipos de pacto-alianza. Alianza eucarística: Define la antropología cristiana  La alianza sobre la genealogíoa

Dios les revela así su Nombre y les confía su Identidad (os he transportado en alas de Águila y os he traído hacia mí)..., para que guarden su alianza y sean propiedad suya entre los pueblos (cf. Ex 19, 4-5). Esta alianza les define y les mantiene unidos a lo largo de siglos, en las dificultades de su historia. Para cumplir y destacar la alianza se han separado, en los decenios (tiempos) anteriores a Jesús , diversos tipos de judíos: fariseos y esenios, entre ellos destacan los de Qumrán. Jesús y sus seguidores en la iglesia han querido también renovar (actualizar) la alianza israelita, abriéndola a todas las naciones de la tierra.

  1. ANTROPOLOGÍA DEL SERVICIO MUTUO, NO DE LA RIQUEZA La primera autoridad era dar la vida (madre, padre); tras ella emerge de manera dominante, más como poder que como autoridad, la economía, que posteriormente se ha vuelto un “sistema autónomo” sobre el conjunto de la vida humana. En el viejo Israel eso no había sucedido todavía, y lo económico se hallaba vinculado al mundo de la vida, en todas sus dimensiones (religiosas, cósmicas, familiares...). Por eso es bueno que empecemos evocando ese nivel de autoridad-poder como principio de las demás instituciones.

La federación de tribus suponía un tipo de relación económica: los agricultores y pastores federados formaban una alianza de clanes y familias autónomas y, en algún sentido, autosuficientes, como suponen Código de Alianza (Ex 20, 22-23, 19) y Deuteronomio (Dt 15) al presentar la ley sabática del perdón y liberación de los esclavos. Frente a la estructura piramidal de Egipto y las ciudades cananeas (que concentraban la riqueza en el estado o templo), los israelitas quisieron mantener y recrear una estructura de distribución y propiedad igualitaria de tierra y bienes, entre familias y clanes. De manera lógica, con la monarquía y centralización administrativa, el modelo igualitario entró en crisis: terratenientes y especuladores concentraron la riqueza. Contra esa situación, que sancionaba la abundancia de pocos y la pobreza de muchos, se alzaron los profetas (Amós, Miqueas, Isaías...). La Biblia no ha querido resolver técnicamente el tema, pero lo ha puesto en el centro de la ley sabática (Dt 15) y jubilar (Lev 25), que exige perdón de deudas (cada siete años) y reparto de tierras (cada cuarenta y nueve). La riqueza puede ser negativa y positiva:

 – Negativa. Diversos profetas antiguos (Amós y Oseas, Miqueas e Isaías, Habacuc y Jeremías) condenaron la riqueza como idolatría. Muchos textos tardíos de la Biblia y bastantes apócrifos (1Henoc, Test. XIIPat) la juzgaron principio de perversión. Convertida en sistema, en manos de ambiciosos, la institución económica puede volverse destructora.

 – Positiva. Muchos textos antiguos conciben la riqueza de los grandes creyentes (patriarcas, jefes de familia) como expresión de un Dios, que bendice a su pueblo con el pan y vino compartido. El judaísmo en su conjunto no se ha definido por la ascética (negación de bienes), sino por la fraternidad sagrada; sus ancianos ricos (de grandes familias) forman el Sanedrín, con sacerdotes y escribas.

 Jesús destacará el riesgo de la riqueza (Mamona opuesta a Dios: Mt 6, 24) y pedirá al rico que la reparta a los pobres, para así seguirle (cf. Mc 10, 17-22). Pero no ha sido asceta como Juan, pues "come y bebe” (Mt 11, 18-19 par), valorando la riqueza como signo de posible comunión. Se ha dicho que gran parte de la iglesia posterior ha organizado sus instituciones desde la riqueza, dejando que ella rija obispados, monasterios y acciones apostólicas. Pues bien, allí la riqueza se vuelve institución central o dominante, el cristianismo pierde su sentido.

HOMBRE Y MUJER… GIBOR Y GEBIRA…. ANTROPOLOGÍA DEL GÉNERO Y SEXO. UN EMA ABIERTO

– El varón se vuelve Gabar o Gibbor por guerra o acción de violencia, como los Gibborim, gigantes poderosos, sexualmente insaciables, guerreros fatídicos, nacidos de ángeles y mujeres, o como Nimrod, cazador antiguo, primer soldado de la historia (cf. Gen 6, 4; 10, 8). Suelen asociarse poderío militar y económico y se llama Gibbor Hayil (=Fuerte Rico) al guerrero profesional que puede costearse una armadura o equipo bélico. Son Gibborim, valientes por antonomasia, los héroes de la guerra de David. En una sociedad que pervive y triunfa por guerra y/o conquista, son fuertes los varones porque emplean la violencia; por ella se definen, consagran su heroísmo, se hacen hombres.

 – Por el contrario, la mujer es Gabar-Gebirá por su maternidad. Ciertamente, puede serlo en cuanto libre, dueña de una esclava (cf. Gen 16, 4.8.9; 2 Rey 5, 3; Is 24, 2; Sal 123, 2). Pero estrictamente hablando, se vuelve Gebiráal hacerse madre de un varón importante (no de otra mujer). Frente al guerrero, que se cree persona conquistando o demostrando su poder en guerra, ella adquiere autoridad por madre de un monarca o de unos hijos "grandes" que definen su autoridad y la defienden, volviéndola señora[4].

La mujer como tal (si no es madre) tiende a ser considerada objeto de posesión. No es descanso del guerrero, sino botín y capital de varones que combaten para dominarla con violencia. La igualdad varón-mujer de Gen 2, 23-25 (cf. Mc 10, 1-12 par) pierde importancia en la historia israelita y la violencia masculina (sangre guerrera) domina sobre la fecundidad materna femenina, de manera que la autoridad queda centrada en el varón y padre. Esta oposición de guerrero y madre no es absoluta, pues la misma Biblia recuerda mujeres poderosas por lo que han dicho o realizado, desde Jael a Judit[5]. Este es un tema abierto, que evocaremos en el Nuevo Testamento. De manera sorprendente, Jesús no ha valorado a los varones por soldados, ni a las mujeres por madres, aunque en su mensaje y casa ellas tienen lugar, mientras desaparecen los padres patriarcales y varones guerreros (cf. Mc 3, 31-35; 10, 28-29).

NOTAS

 [1] Jesús ha puesto en el centro de su anuncio la experiencia de Dios Rey y así proclama ¡Ha llegado el Reino! con imágenes que evocan a David. Es más, leyendo el letrero de la cruz (¡Rey de los judíos!: cf. Mc 15, 26 par), los cristianos han tomado a Jesús como monarca en quien se cumple y realiza la esperanza mesiánica. Pero tanto la realeza de Dios como la de Jesús invierten la visión normal de la antropología política de tipo clásico. El evangelio no es monarquía sagrada, ni se vincula con el triunfo o desarrollo de un estado nacional, sino todo lo contrario: Jesús proclama el reino de Dios a los pobres y excluidos de Israel (y de la tierra), para indicar de esa manera que ellos (por esencia los no-reyes) son destinatarios y herederos de un Reino universal. Desconociendo a veces la inversión creadora de Jesús, la iglesia ha querido retornar a los esquemas de David y su monarquía “divina”, ungiendo a los reyes, en la línea de un césaro-papismo o nacional-catolicismo.  

[2] Había en el imperio persa varias ciudades-santuario, con autonomía social y legal, pero sólo la de Jerusalén logró vincular de forma duradera a sus creyentes, separándoles del resto de  los pueblos del entorno; su Dios Yahvé es  celoso y exige y funda la identidad israelita. Este modelo, que siguió vigente hasta el I EC, constituye el contexto básico para el surgimiento del cristianismo. El mensaje de Jesús y su visión de Dios y de la sacralidad sólo se comprenden al trasluz del templo. También otros judíos, esenios de Qumrán y apocalípticos, mantenían reservas ante el templo; pero sólo los cristianos han surgido como iglesia independiente desde ese supuesto. Muchos judíos estaban cambiando su modelo religioso. Jesús lo hizo de forma consecuente, sustituyendo el templo por un tipo distinto oración, perdón y comunión humana. Más tarde, invirtiendo el camino de Jesús, la iglesia ha buscado una organización jerárquica del culto, semejante a la del viejo templo, con jerarquía sacerdotal de tipo israelita (sumo sacerdote, sacerdotes y levitas).

[3] Judaísmo moderno e iglesia pueden presentarse como ramas del mismo árbol del templo. (a) Por un lado triunfó la federación de sinagogas nacionales, para cultivo y estudio de la Ley (cf. Hech 15, 21). (b)  Por otro lado surgieron las comunidades mesiánicas del cristianismo, que nacieron del recuerdo y confesión de Jesús el hombre verdadero, presencia de Dios. Hay diversas iglesias (como hubo también diversas sinagogas, con varios tipos de judaísmo. Pero las varias iglesias del NT forman la única Ekklesia o Iglesia, el Israel escatológico. Desde ese fondo hay que oponer el Israel eterno  del nuevo judaísmo nacional (rabínico)  y la Iglesia universal  de los cristianos.  Las sinagogas judías se mantuvieron dentro del único pueblo de Israel. Las iglesias cristianas rompieron las fronteras nacionales, aceptando como miembros de pleno derecho a los gentiles. 

[4] Cf. M. Bal, Death and Dissymetry. The Politics of Coherence in the Book of Judges, UP Chicago, 1988, 22.  Gottwald, Tribes, 503, 507  destaca el carácter guerrero de los Gibborim.

[5] Cf.  I. Gómez-Acebo (ed.), En clave de mujer. Relectura del Génesis,  DDB, Bilbao 1997.

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