La "conversión" de Pablo, tema actual: Dios crucificado, universalidad humana Pablo de Tarso: ¿Traidor y renegado, el único cristiano verdadero, fundador del cristianismo?
Hoy (25.1.22) es la conversión de Pablo, fiesta que evoca la unión de los cristianos y la vinculación de las religiones, desde una perspectiva mesiánica.
Muchos judíos le consideran traidor y renegado. Muchos cristianos le veneran de manera apasionada, y piensan, en el fondo, que es el único cristiano verdadero. Pero otros le marginan y en realidad reniegan de él: Le consideran fanático, rabino fracasado, reprimido, misógino y autoritario, falso fundador de un cristianismo separado de la vida y misión del buen Jesucristo.
Pero los dos temas que él destacó (Dios está en la cruz de las víctimas, la unidad de los hombres sólo se puede alcanzar desde los crucificados) siguen pendientes y son más actuales que en tiempo de Pablo. Podemos pensar en ellos y proponerlos, porque Pablo los propuso desde Jesús y para siempre.
Esta reflexión se sitúa en la línea de las Catequesis que el Papa Francisco ha dedicado a Pablo (Carta a los Gálatas), sobre las que he escrito algunas reflexiones en RD.
Pero los dos temas que él destacó (Dios está en la cruz de las víctimas, la unidad de los hombres sólo se puede alcanzar desde los crucificados) siguen pendientes y son más actuales que en tiempo de Pablo. Podemos pensar en ellos y proponerlos, porque Pablo los propuso desde Jesús y para siempre.
Esta reflexión se sitúa en la línea de las Catequesis que el Papa Francisco ha dedicado a Pablo (Carta a los Gálatas), sobre las que he escrito algunas reflexiones en RD.
Dos temas: Dios se revela en la víctima universal (Cristo), la universalidad mesiánica
Pablo era un judío radical y un cristiano iluminado, un hombre contradictorio en temas marginales, pero coherente en lo esencial. Y lo esencial eran para él dos problemas, que han sido y siguen siendo el centro del cristianismo, las claves de la nueva conciencia universal cristiana:
(a) El primer problema era la Cruz, el Dios crucificado, el mesianismo de las víctimas y los fracasados. Pablo venía del “judaísmo triunfal”, que podía vincularse con el imperio triunfal de los romanos. Pero en un momento dado él descubrió que el Dios triunfal era un “mito” inventado por los poderosos judíos de la ley y por los más poderosos romanos del imperio. El Dios verdadero se revela a través de un Crucificado, esto es, por medio de las víctimas, los derrotados, expulsado de la “ley” y de la historia.
En el fondo de la crisis de Pablo está el descubrimiento del valor divino de Crucificado. Dios no dice su Palabra (no se dice a sí mismo) por medio de la victoria de su pueblo (Israel), ni a través de la justicia de los triunfadores (justos romanos), sino por un crucificado, que es su Palabra. La Cruz es signo de Dios. Esa es la novedad cristiana.
(b) El segundo problema era la universalidad. Pablo descubrió que los judíos tenían una buena ley, pero esa ley no podía ser para todos, ni unir a todos los hombres. Pablo descubrió que los romanos tenían un buen imperio… pero ese imperio no podía ser tampoco universal. La única manera de unir a todos los hombres es hacerlo a través de los crucificados y expulsaldos de la historia humana.
Antes de su “conversión”, Pablo buscaba el triunfo y expansión global del judaísmo, conforme a las promesas de los profetas; pero no podía aceptar que esa expansión se realizara rechazando (y en el fondo negando) la forma de vida nacional judía. Lo que Pablo había querido era, en el fondo, el triunfo nacional del judaísmo como judaísmo de Ley. Pues bien, ahora descubre que Jesús crucificado es judío, pero de otra manera: Abriendo el judaísmo como Palabra de Dios a todos los pueblos. La Ley no puede unir a todos, la Cruz lo hace. Pablo descubre que ni Roma, ni la sabiduría de Grecia puede unir a todos los hombres.
Esta son las cuestiones que siguen pendientes desde la “conversión” (=confesión) de Pablo. El mundo actual no ha comprendido ni aceptado todavía la “conversión” de Pablo:
La mayoría de los hombres (incluidos muchísimos cristianos) no creen de verdad (a pesar de que lo digan) que Dios se ha “revelado” (encarnado) en un crucificado (en los crucificados de la historia).
- El cristianismo “sociológico” de occidente (el de las naciones-estado, el de las tradiciones de poder eclesial) no cree en Jesús crucificado, ni acepta el mensaje de Pablo. Sigue siendo más bien un “falso cristianismo” de los poderes establecidos.
- El cristianismo “sociológico” (de las iglesias nacionales y de los poderes eclesiales) no cree en la universalidad que proclamaba Pablo, desde Jesús crucificado y las víctimas, a pesar de lo que mchos digan. Cree más bien en la universalidad de su “poder establecido”, que no es universal ni critianao
Será bueno repensar en esta línea el sentido y consecuencias de la “conversión de Pablo”, este día 25.1.22 de la “unidad de las iglesias” y de la unidad y universalidad del cristianismo. Buen día a todos.
Conozco muchos libros (y autores de libros) que siguen criticando a Pablo, desde dentro y desde fuera de la iglesia, como he dicho, condenándole por resentido, falso converso, impostor “iluminado”, creador de una iglesia de poder etc. etc. Pero a ninguna que tenga la talla de Pablo, ninguno que haya planteado como él los dos temas fundamentales de la historia posterior, hasta el día de hoy: El tema de las víctimas, la tarea de la universalidad humana.
En comparación con Pablo, la mayoría de nosotros somos unos “enanos intelectuales”, “vendidos al sistema”, incapaces de entrar en las razones y exigencias de transformación eclesial y social (política, económica, cultural) de Pablo. Podemos criticarle, y lo podremos hacer con algunos argumento. Pero somos incapaces (en general) de llegar a la raíz de sus problemas. Nos queda, sin duda, mucho Pablo por delante. Y aquí comienza el “relato” de la conversión y primera misión “árabe” de Pablo.
Yo podría confiar en la carne
Hch 9, 11; 22, 3 afirma que había nacido en Tarso de Cilicia, pero, según todos los datos, él debía vivir en Damasco, donde conoció y persiguió a cristianos de la comunidad helenista, a quienes debió conocer de un modo personal, de primera mano, en su propia sinagoga o grupo, pues sólo así se entiende que les persiguiera, por verles como un riesgo de identidad judía:
Yo podría confiar en la carne. Si alguno cree tener de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia de la ley, irreprensible (Flp 3, 4-6).
A su juicio, los cristianos helenistas destruían la cohesión «nacional» (legal) del pueblo y negaban la autoridad de Dios, al identificar a su Hijo-Mesías con un crucificado. En contra de lo que se suele decir, no parece haber sido un hombre atormentado, con problemas de conciencia. Se sentía bien en el judaísmo nacional y así podía haber continuado, defendiendo la «carne» (es decir, la Ley o forma de vida nacional), oponiéndose por tanto a los seguidores de un crucificado, que pasaban por alto algunas normas principales de la Ley judía, para vincularse así mejor con los gentiles.
Esos helenistas seguían siendo judíos, pero lo eran de una forma que, a juicio de Pablo, superaban (y en el fondo negaban) el judaísmo de la ley y de la diferencia nacional, de manera que pensó que era preciso perseguirles y lo hizo de un modo consecuente, por su coherencia judía, respondiendo quizá a su propia inseguridad interior (pues se suele decir que uno sólo persigue a los otros si no está seguro de sí mismo). En esa línea, su celo por la Ley judía y su forma de perseguir a los cristianos podía esconder un tipo de problema interno.
Tenía miedo de perder su diferencia nacional, por eso fue violento, para mostrarse así como buen judío, mostrando su «celo» por la Ley, hasta que un día descubra la verdad de aquello que había estado persiguiendo. Lógicamente, al descubrir la verdad del Cristo crucificado, seguirá siendo celoso, pero no violento, pues deberá actuar como servidor y testigo de un Mesías que no se opuso con violencia a la violencia de aquellos que le crucificaron.
Éste será su cambio esencial en su destino. Antes había sido siervo y defensor de un Dios con quien puede utilizar la Ley para defenderse; desde ahora sabrá que el Dios judío, siendo universal, se manifiesta por un crucificado, superando así toda violencia. Por eso empezará a proclamar la llegada y mensaje de ese Mesías que es universal precisamente por ser no violento, es decir, crucificado.
No cambia de Dios, cambia la forma de entenderle, descubriendo que no se revela por Ley, sino por la Cruz, dejándose incluso matar en ella, para abrir de esa forma su amor a todos los hombres. La Ley separa, la Cruz de Dios une, vinculando en amor a todos los hombres, que no pueden apelar ya a la violencia (pues la violencia no es de Dios). Por eso, Pablo abandona su violencia anterior, vinculada a la Ley a los pecadores y expulsados de la tierra, para descubrir la Palabra de Dios en la Cruz de Jesús, retomando en una nueva perspectiva su mismo mensaje: Jesús mismo en su Cruz es la Palabra que Dios anunciaba.
Pablo recupera así, de un modo personal, en su propia experiencia, la más honda experiencia de los profetas de Israel, que habían visto a Dios como exilado, expulsado de su tierra y de sus seguridades, habitando con los perdidos y excluidos de Israel, que son ahora los perdidos y pecadores de todos los pueblos (cf. Ez 10).
Convertido de esa forma en testigo/apóstol del Dios de Jesús (de la Cruz) y de su gracia salvadora, Pablo irá fundando por oriente comunidades de cristianos mesiánicos y apocalípticos, fundados en la tradición de las promesas de Israel, pero separados de la autoridad legal del judaísmo, esperando la llegada de Cristo, es decir, de la palabra de Dios que es Jesús crucificado. Desde ese fondo destacaremos la autoridad de Pablo, los ministerios de sus comunidades y la novedad permanente de su práctica eclesial.
Año 32. Llamada de Dios, experiencia pascual.
Quizá se podría decir que persiguió a los seguidores de Jesús (al proyecto de Jesús) porque descubrió en la vida y mensaje que ellos predicaban algo que, en el fondo, le atraía, es decir, la posibilidad de universalizar el judaísmo. Pero tuvo miedo de que esa apertura mesiánica universal (vinculada a Jesús crucificado) destruyera la identidad y honor del judaísmo y por eso persiguió a los cristianos. De esa manera, se enfrentó ante un tema que no tenía salida “racional”, en un plano de pura discusión filosófica, política o religiosa, acudiendo, como suele hacerse, a la violencia. Allí donde acaba la Palabra empieza la persecución; de esa manera, Pablo se opuso y persiguió en su sinagoga a los cristianos.
Es evidente que para cambiar de actitud, Pablo necesitaba una revelación más alta (es decir, una ruptura personal), pues los argumentos no eran suficientes. De esa manera, a través de una experiencia de transformación, que él interpretó como expresión de una llamada de Dios, descubrió la buena noticia de la fraternidad universal, es decir, la salvación de los gentiles:
Quiero que sepáis, hermanos, que mi evangelio no es de origen humano. Pues no lo recibí de humanos..., sino por revelación de Jesucristo. Porque habéis oído mi conducta antigua en el judaísmo... Pero cuando el Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre... quiso revelarme a su Hijo para que lo anuncie a los gentiles… (cf. Gal 1, 11-15).
Había perseguido a los cristianos «helenistas» de su ciudad (Damasco) por su manera de abrir el judaísmo a los gentiles. Rechazaba su misión, su apertura mesiánica, el hecho de identificar la Palabra/Ley de Israel con un crucificado, teniendo que abrir así a todos los hombres la experiencia y esperanza israelita. Éste es el tema: La Palabra, dónde habla Dios y se comunica con los hombres.
Los dos problemas de los cristianos.Pablo veía en los cristianos dos problemas, que en el fondo eran el mismo y los veía desde Damasco, ciudad helenista, capital del más antiguo reino de Siria, cercana a Galilea, donde había numerosos judíos que podían haber aceptado el nuevo mensaje de los cristianos.
(a) Un problema era la Cruz. En el fondo de la crisis de Pablo está el descubrimiento del valor divino de Crucificado. Dios no dice su Palabra (no se dice a sí mismo) por medio de la victoria de su pueblo (Israel), ni a través de la justicia de los triunfadores (justos), sino por un crucificado, que es su Palabra. La Cruz es signo de Dios. Esa es la novedad cristiana.
(b) Otro problema es la universalidad. Es evidente que Pablo buscaba el triunfo y expansión global del judaísmo, conforme a las promesas de los profetas; pero no podía aceptar que esa expansión se realizara rechazando (y en el fondo negando) la forma de vida nacional judía. Lo que Pablo había querido era, en el fondo, el triunfo nacional del judaísmo como judaísmo de Ley. Pues bien, ahora descubre que Jesús crucificado es judío pero de otra manera: Abriendo el judaísmo como Palabra de Dios a todos los pueblos. La Ley no puede unir a todos, la Cruz lo hace.
Estos dos temas (el fracaso de un judaísmo de ley y la apertura universal de Israel por la Cruz de Jesús) se hallaban presentes en la vida de Pablo antes de su «conversión» y su misión posterior cristiana. Pablo se hizo cristiano desde el interior del mismo judaísmo, por «revelación superior», para resolver (resolviendo así) los temas que el judaísmo (y él mismo) tenía pendientes. Para él, ser cristiano era una forma radical de ser judío. Estrictamente hablando, Pablo no se convierte a otra religión, sino que recibe, dentro del judaísmo, una nueva vocación, de tipo mesiánico y universal, vinculada a Jesús crucificado.
Pablo no había conocido al Jesús anterior de Galilea, con su mensaje de Reino, su apertura a los marginados, sus parábolas y sus milagros. No le había conocido, ni en el fondo le interesaba demasiado su mensaje histórico, pues toda su atención estaba centrada en dos cosas. (1) La muerte en Cruz (¿según Ley judía?). (2) Y el mesianismo del Crucificado, opuesto a su mesianismo nacional judío. Desde ese fondo, su nueva vocación recibe dos rasgos esenciales.
(a) El mismo Jesús crucificado es Mesías, Hijo y Palabra de Dios. Éste es su escándalo: precisamente un Cristo rechazado por el Israel oficial, un hombre maldecido por la Ley (cf. Gal 3, 13) es el Hijo de Dios.
(b) Hay que superar al Israel de la «carne», es decir, de la Ley nacional; si Dios se revela por un crucificado, puede ser y es un Dios de todos, desde Israel, pero en apertura hacia todos los pueblos.
Pablo afirma que él no ha hecho este descubrimiento partiendo del Israel antiguo, ni por obra de la Iglesia como tal, sino desde el mismo Dios (por experiencia de transformación personal). Por eso, él no se llama apóstol por mandato eclesial (ni por mediación de Israel), sino directamente por llamada y decisión del Dios de Cristo (cf. Gal 1, 1). Ciertamente, su problema está relacionado con su forma de entender la vida de otros hombres y mujeres (judíos, judeo-cristianos, gentiles); pero, en un nivel más hondo, su problema está relacionado con el Dios de su tradición israelita que ofrece ya su Palabra a todos los pueblos (al mostrarse como Dios de Jesús crucificado)
Por eso, Pablo entiende su experiencia como revelación inmediata de Dios, que le transforma y le llama, como transformaba y llamaba a los antiguos profetas de Israel. Este elemento de inmediatez forma parte esencial de su vocación y ministerio. Pablo comprende que sólo puede ser ministro del Dios cristiano alguien que ha visto a Jesús como enviado (Hijo) de Dios (cf. 1 Cor 15, 3-8), descubriendo así que el mismo Dios le ha confiado una tarea al servicio de todos los pueblos. Así se sabe y se siente avalado y enviado por Cristo a quien ha conocido directamente en su experiencia de Damasco, que él ha interpretado como pérdida radical (fracaso y ruina de todo lo anterior), siendo la más alta de todas las ganancias, pues Jesús se le ha mostrado como Palabra de Dios.
Pero las cosas que para mí eran ganancia, las he considerado pérdida a causa de Cristo. Y aún más: Considero como pérdida todas las cosas, en comparación con lo incomparable que es conocer a Cristo Jesús mi Señor. Por su causa lo he perdido todo y lo tengo por basura, a fin de ganar a Cristo y ser hallado en él; sin pretender una justicia mía, derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que proviene de Dios por la fe (Flp 3, 7-9).
Para interpretar esa experiencia de vocación-conversión (pérdida/ganancia), situándola en el centro de la misión cristiana, ha escrito Lucas un hermoso relato, repetido tres veces (Hch 9, 1-19; 22, 6-16; 26, 12-18), con matices cada vez distintos. Pero el testimonio más directo y claro lo ha ofrecido el mismo Pablo, cuando, en la carta a los Gálatas, responde a la crítica de algunos judeocristianos (quizá del grupo de Santiago), que dicen que es apóstol falso, sin autoridad para hablar y fundar comunidades separadas de la Ley, que sigue siendo esencial para entender la revelación de Dios en Cristo.
Pues bien, para responder a esa crítica, Pablo presenta su nueva llamada (conversión), como encuentro inmediato con el Cristo a quien él había perseguido. Dios no ha enviado a su Hijo, Cristo, para completar (cumplir mejor) la Ley del judaísmo nacional), ni para justificar lo que el mismo Pablo hacía en otro tiempo (cultivando «una justicia propia, derivada de la Ley»), sino para revelar la más alta Justicia de Dios, que se expresa y despliega en la fe, que vincula y justifica a todos los creyentes, judíos o gentiles.
Las leyes pueden ser buenas, pero son siempre particulares y separan a unos de otros, incluso a los que son mejores (como la del judaísmo), pues terminan siendo justificaciones humanas (cf. Gal 3-4 y Rom 5-7). Las leyes separan, sólo la «justicia de Dios», que se ha expresado en Cristo (condenado por la ley) puede vincular y vincula a todos los humanos, pues abre un camino de fe, un espacio de escucha y diálogo entre los hombres y mujeres de todos los pueblos. Este descubrimiento de Pablo, inspirado en textos de vocación profética de la tradición israelita, constituye un testimonio precioso de su conciencia apostólica y su autoridad carismática al servicio de la misión cristiana, como seguiremos viendo[1].
Mi conducta anterior en el judaísmo. Lo que dice de sí mismo resulta esencial para conocer los rasgos principales de su vida previa y de su novedad cristiana. Pablo no inventó el cristianismo, ni creó la iglesia, sino que asumió el mensaje y camino de la comunidad helenista de Damasco, a cuyos partidarios había perseguido, porque, a su juicio, destruían la unidad e identidad nacional del judaísmo. Él había podido pensar que su problema se relacionaba con los «falsos judíos» que anunciaban a Jesús crucificado. Pero en un momento ha descubierto que su problema era con Dios:
Ya conocéis mi conducta anterior en el judaísmo, cómo perseguía con fuerza a la iglesia de Dios y la asolaba. Y aventajaba en el judaísmo a muchos de los contemporáneos de mi pueblo, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres. Pero cuando Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, quiso revelar en mí a su Hijo, para que lo predicara entre los gentiles... no consulté con nadie... sino que fui a Arabia y volví de nuevo a Damasco (Gal 1, 13-17).
No se hallaba angustiado, ni tenía mala conciencia, sino todo lo contrario: «Yo podría confiar en la carne. Si alguno cree que tiene razón para confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia de la ley, irreprensible» (Flp 3, 4-6). Parecía seguro y por eso perseguía a los cristianos, que iban en contra de su seguridad, de manera que podía haberse mantenido en ella hasta la muerte. Pero, como he dicho, esa misma seguridad externa era signo de una inseguridad más grande y que por su misma inseguridad radical perseguía a los cristianos.
Era «celoso», en la línea de los «radicales» de la historia de Israel, que defendieron con violencia la verdad de su «religión», desde el famoso Pinjás o Finés de la tradición antigua (Num 25), pasando por los macabeos más recientes (entre el 165 a.C.), hasta los celotas que lucharían contra Roma pocos años después de la muerte de Pablo (67-70 d.C.). Todos ellos tienen algo en común: Quieren defender su postura, negando por la fuerza a los contrarios y luchando contra ellos (negándoles así la palabra). No sabemos cómo fue la persecución de Pablo, si se limitaba a llevar a los “cristianos” ante los tribunales judíos de Damasco (parece imposible que pudiera llevarles a Jerusalén, como supone simbólicamente Hch 9, 2) o si pretendía en el fondo matarles (como supone, también simbólicamente Hch 8, 1-3).
Se suele afirmar que los conversos cambian de partido, pero no de actitud de fondo y que, por eso, Pablo, que antes era perseguidor de cristianos, se habría convertido después en perseguidor de judíos «nacionales». Pero esa norma no se aplica en este caso, porque Pablo «se convirtió» precisamente a la visión de un Jesús crucificado, identificándose así como el perseguido que no persigue, viéndose así como portador de una Palabra que es pura “palabra”, que no puede apelar a una violencia que se encuentre fuera de ella.
De ahora en adelante, Pablo seguirá siendo un judío, pero un judío de los perseguidos, de los que sólo tienen para defenderse su palabra y testimonio (cf. 1 Cor 1, 17-18; Gal 6, 12-14). A partir de aquí, Pablo no será perseguidor, sino perseguido (cf. 2, Cor 6, 1-10), un judío que sólo cree en la Palabra universal de Jesús crucificado. Muchos judíos posteriores se han sentido condenados por Pablo, y le han podido tomar como a un traidor; pero, en sentido estricto, él ha sido y sigue siendo un testimonio privilegiado del «judío perseguido».
Pero cuando Dios quiso revelar en mí a su Hijo. En ese contexto se inscribe su descubrimiento de Jesús resucitado, que él ha presentado en forma de confesión pascual, es decir, como experiencia de vocación y misión, más que como «conversión»: «Mi evangelio no es de origen humano. Pues no lo recibí de humanos..., sino por revelación de Jesucristo. Porque habéis oído mi conducta antigua en el judaísmo... » (cf. Gal 1, 11-17).
Pablo perseguía en Damasco a los judíos helenistas, porque ellos habían abierto el judaísmo a los gentiles, y les perseguía para rechazar así la visión de un Jesús universal, pues ella destruía el valor de la Ley del judaísmo fariseo que él estaba empeñado en defender. Son precisamente aquellos elementos que Pablo persigue los que después serán el centro de su misión, de manera que podemos afirmar que él conocía bien el cristianismo de los helenistas: (a) El Mesías/Palabra de Dios es un crucificado (rechazado por un Israel oficial, maldecido por la Ley). (b) Hay que ir más allá del Israel de la «carne», es decir, hay que superar un tipo de identidad nacional del judaísmo.
Eso significa que Pablo conocía bien el cristianismo de los helenistas y lo interpretaba como un riesgo para el judaísmo legal de la rama fariseo. En esa línea, él sabía quién era Jesús y lo que él significaba. Por eso, tras convertirse, no tuvo que ponerse a conocerle (como si no supiera nada), sino que debió reconocerlo (aceptarlo), igual que a la Iglesia, a la que él perseguía.
Ciertamente, Pablo puede afirmar que ha visto a Jesús crucificado (cf. 1 Cor 9, 1: 15, 8), pero, en sentido estricto, esa cristo-fanía (manifestación de Cristo) ha de entenderse como teo-fanía o revelación de Dios. «Pero cuando el Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre... quiso revelarme a su Hijo para que lo anuncie entre los gentiles…» (Gal 1, 11-17).
Nos hallamos, según eso, ante una manifestación del mismo Dios de Israel, que le muestra a su Hijo crucificado (Jesús) y le confía la tarea definitiva de Israel: Anunciar la salvación (plenitud) del Dios judío a los gentiles. Pablo se presenta así como el israelita a quien Dios ha confiado su tarea más honda: Anunciar su revelación definitiva, el cumplimiento de la historia su pueblo, que tiene que morir (en un sentido), como Jesús, para que se manifieste su verdad universal.
Ciertamente, su «vocación» puede contarse y completarse de otra forma, como hace Hch 9, 1-18 (Ananías le bautiza en Damasco) y Hch 13, 1-3 (recibe un tipo de «ordenación» ministerial por parte de la iglesia de Antioquia). Pero en su origen, Pablo se sabe y siente directamente avalado y enviado por el Dios de Jesús (Padre del Cristo) a quien él ha conocido en Damasco. Por eso empieza a proclamar directamente mensaje (en “Arabia”), aunque sepa que no es el primero, sino que hay otros “cristianos anteriores” con los que quiere mantenerse en comunión, es decir, con Pedro y Santiago.
Anejo. Años 33-35. Primera misión. Damasco, el mundo árabe
Pablo sabía quién era Jesús y por eso había perseguido a sus seguidores. Lógicamente, tras la «conversión», no tiene que ponerse a estudiar, conociendo por libros las aportaciones de Jesús, pues él ya las conocía y sabía en el fondo la manera en que debía responder. En ese contexto se sitúan los tres años de lo que podemos llamar su misión árabe.
Pero cuando Dios… quiso revelar en mí a su Hijo, para que lo predicara entre los gentiles no consulté con nadie (con carne, ni sangre), ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo, sino que fui a Arabia, y regresé otra vez a Damasco. Luego, después de tres años, subí a Jerusalén (Gal 1, 17).
Quizá se ha integrado en la iglesia de Damasco (cf. Hch 9, 19-22) y que actúa como miembro y delegado de ella, realizando una misión en el entorno de la Siria nabatea, que él describe como «Arabia». Sea como fuere, él sale (fui a Arabia) y tras un tiempo vuelve la comunidad cristiana a la que antes había perseguido (volví a Damasco). En ese contexto asegura que no tuvo que consultar con nadie (ni con los apóstoles o enviados anteriores, ni con representantes de Jerusalén), sino que fue (salió: apêlthon) por sí mismo hacia Arabia.
Revelación y envío misionero.En el principio de su experiencia cristiana encontramos por tanto una «revelación», que puede entenderse en la línea de las llamadas de Dios a los profetas (cf. Is 6, 1-11; Jer 1) y de la vocación/revelación tras su bautismo (Mc 1, 9-11 par), es decir, como revelación misionera: El mismo Dios de Israel (¡Dios único!), a cuyo servicio él se hallaba (y por cuya causa perseguía a los cristianos), se le había aparecido para encargarle una tarea especial, haciéndole mensajero y testigo de su Hijo entre las gentes.
Ésta ha sido, a los ojos de Pablo, la revelación fundamental, la causa de su «cambio», una visión/comprensión nueva de Dios, cuyas consecuencias él irá desarrollando a lo largo de su vida. En esa revelación ha descubierto que el mismo Cristo crucificado, a quien él había interpretado como fuente de vergüenza y deshonor para Israel, es el «Hijo» del Dios de Israel, Señor universal (unir Gal 2,17 con Hch 9, 5). De esa forma puede afirmar que ha recibido una llamada y tarea directa de Dios, no por intermedio de alguna iglesia (ni de Pedro, ni de Santiago). Por eso reivindica su independencia.
Pues bien, esa misma llamada de Dios constituye un envío misionero universal, como el mismo texto citado de Gal 2 afirma: «Dios me reveló a su Hijo, a fin de que lo anunciara entre los gentiles»). Miradas las cosas desde el punto de vista posterior, resulta sorprendente el hecho de que Pablo no iniciara su misión dirigiéndose a occidente, al mundo helenista, que él debe conocer muy bien (según su ministerio posterior y el conjunto de sus cartas escritas en un griego vibrante), sino que fuera al entorno árabe de Damasco, anunciando al Hijo de Dios entre los gentiles de la zona.
El texto lo ratifica de manera condensada y sobria: «Fui a Arabia y volví a Damasco». No conocemos el tiempo de esa misión (¿los tres años que tarda en subir a Jerusalén?), ni el sentido geográfico estricto de Arabia (¿el reino de los nabateos, en dirección sur, hacia Petra? ¿la zona de Oriente, hacia Palmira?). Lo que parece claro es que Pablo actúa como misionero de la Iglesia de Damasco, a la que ha perseguido, una iglesia que es, sin duda, helenista, pero quizá vinculada con el entorno «arameo» (árabe) de la ciudad.
No sabemos la lengua en que Pablo realizó esa misión, aunque pudo ser en el griego de los helenistas (bien conocido en el entorno de Damasco), pero también el arameo común de la zona o incluso algún dialecto árabe, que Pablo podría conocer por su vida en Damasco y su entorno, como curtidor/fabricante de tiendas (cf. Hch 18, 3), oficio vinculado a los beduinos y caravaneros de oriente (nómadas), más que a las ciudades helenistas propiamente dichas.
Esa misión en Arabia, tierra de «los que habitan en tiendas», pudo tener el sentido de vuelta al desierto, como quisieron algunas tradiciones proféticas de Israel (cf. Os 2, 14). En el fondo de esa vuelta pudo darse también una esperanza apocalíptica, vinculada a tradiciones que encontramos igualmente en Juan Bautista y en el mismo Jesús, cuando empezaron su búsqueda de Dios al otro lado del Jordán. De todas formas, Pablo pudo realizar esa misión en las ciudades del reino de los comerciantes nabateos que él debía conocer, por ser ciudadano de Damasco y fabricante de tiendas.
Estos tres primeros años de la misión cristiana de Pablo, relacionados con su presencia en Arabia y en Damasco, resultan fundamentales para conocer su vida posterior (y la historia de los primeros cristianos), pero no sabemos nada de ellos, sino sólo conjeturas. Es probable que actuara como delegado de la iglesia de Damasco, lugar de mucha importancia en las tradiciones judías de aquel tiempo.
Damasco y Arabia. Una misión apocalíptica.Parece haber existido un grupo esenio que relacionaba la trasformación escatológica de Israel con la ciudad/zona de Damasco, tomada en sentido geográfico o simbólico, como pone de relieve el CD (Código de Damasco) que ya se conocía por copias medievales, pero que ha sido encontrado entre los Rollos de Qumrán. Más aún, desarrollando ese simbolismo, algunos investigados han supuesto que, en algún sentido, el Qumrán de los esenios y el Damasco de la conversión de Pablo podrían identificarse[2].
En esa línea, la permanencia en Arabia (en el entorno de Damasco) podría tener un sentido intensamente escatológico: Pablo estaría preparando la venida de Jesús, precisamente allí, para recibir a Jesús y volver con él a Jerusalén, donde tendría que instaurarse el Reino. Significativamente, Mt 2 (relato de los magos de oriente que suben a Jerusalén buscando al Rey de los judíos) parece estar evocando una tradición de este tipo: Hay un Reino distinto que llega del Oriente. De todas formas, no podemos ofrecer más precisiones.
No sabemos lo que Pablo decía estrictamente en su misión, ni la forma en que anunciaba la venida del Cristo a los judíos, ni el modo en que se dirigía a los gentiles nabateos (¿árabes? ¿helenistas?), diciéndoles que el Cristo judío era Señor y Salvador universal. Lo único que podemos afirmar es que su misión resultó problemática, pues llegó a perturbar la estabilidad y el orden de la “ciudad nabatea” de Damasco, de manera que intervinieron las autoridades y tuvo que huir, seguramente sin posibilidad de retorno. En este contexto se pueden evocar los «peligros en el desierto» (cf. 2 Cor 11, 26), entre los que destaca esta huida:
Si es preciso gloriarse, yo me gloriaré de mi debilidad. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesús, quien es bendito por los siglos, sabe que no miento. En Damasco, el gobernador del rey Aretas, guardaba la ciudad de los damascenos para prenderme; pero fui descolgado del muro por una ventana en una canasta, y escapé de sus manos (2 Cor 11, 30-33).
Este acontecimiento marca el final de su misión, en Damasco y su entorno. Pablo lo cuenta como formando parte de su «debilidad», es decir, de sus fracasos… La huida por el muro forma parte del “mito histórico de Pablo”, y así lo ha contado también el libro de los Hecho, en Hch 9, 24: Le bajaron por un muro, le hicieron escapar de noche… Hay algo muy especial en este recuerdo que, por otra parte, se distingue un poco de la forma de actuar posterior Pablo, que ha solido permanecer en los lugares misión, a pesar de sus dificultades. Sea como fuere, en este momento, Pablo optó por escapar.
Esta huida forma parte de las “calamidades” que Pablo cuenta, hacia el final de su misión en occidente (hacia el 55 dC), defendiéndose ante sus acusadores de Corinto, reconociendo su debilidad y sus fracasos, entre ellos esta huída que tuvo lugar hacia el año 35 d.C. Es como si le doliera el haber escapado así, con nocturnidad, de la ciudad que quería apresarle… Fue una huída triste, pero recibió al final un sentido glorios, pues contribuyó a su misión.
Pero vengamos a sus razones. El reino de los árabes/nabateos (integrado en el Imperio de Roma, igual que otros reinos del entorno) tenía una gran importancia para las relaciones de Roma con Oriente. No parece que la administración del rey Aretas (a quien conocemos por sus desavenencias con Herodes Antipas) tuviera especial interés en perseguir directamente a los cristianos. Pero debió hacerlo porque Pablo se había convertido en un foco de oposición entre los diversos tipos de judíos y gentiles de la ciudad y de su entorno, quizá porque estaba preparando una “peregrinación” de árabes (orientales) hacia la ciudad de Jesús, con dones mesiánicos, acompañando a Jesús que debía manifestarse allí (en Damasco) como Mesías universal, marchando desde allí a Jerusalén.
En este contexto debemos recordar que Pablo, siendo buen helenista (hombre del imperio romano, como seguiremos viendo), se hallaba también vinculado a Damasco y al mundo «árabe», pues era un oriental (aunque hubiera nacido Tarso de Cilicia, como destaca Hch 9, 11; 21, 39; 22, 3, quizá para tapar sus conexiones con Arabia). En esa línea, él pudo concebir esta misión en Arabia como una recuperación de las tradiciones originales de Israel, a partir de Oriente, desde la zona semita (árabe/aramea) de Damasco, vinculada a las historias más antiguas de Israel (los patriarcas habían sido arameos, de oriente vendrían los reyes con dones para el Mesías en Mt 2).
Por todo esto, se puede hablar de una primera misión «semita» de Pablo, más centrada en el mundo oriental, una misión que él realizó después de haber conocido a Jesús (a través de los helenistas de Damasco), pero antes de conocer a Pedro y al resto de la iglesia de Jerusalén, como él mismo ha señalado enfáticamente. Este Pablo que viene del desierto se parece a Juan Bautista y a Jesús, que también han venido del desierto, retomando quizá tradiciones proféticas, que aludían al nuevo Israel que nace del desierto (Oseas). Después viene la misión de Pablo en occidente, desde Tarso de Cilicia y Antioquía de Siria, pero de ellas hablaremos en otra ocasión.
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Notas
[1] Pablo ofrece otra versión de Hech 15. Lo que aparecía como narración dramática (desde la iglesia de Jerusalén) se vuelve aquí autobiografía. Cf. J. Roloff, Apostolat, Verkündigung, Kirche, Mohn, Gütersloh 1965, 38-137.
[2] Cf. S. Sabugal, Conversión de sanPablo, Herder, Barcelona 1975. Cf. F. Vouga, Yo, Pablo. Las confesiones del Apóstol, Sal Terrae, Santander 2006.