En tiempos oscuros (/3). Signos del Tercer Milenio

He publicado en RD y FB dos trabajos sobre la esperanza y el miedo de la apocalíptica, y quería escribir una nota final sobre algunos signos del nuevo milenio, pero un amigo de Buenos Aires, ciudad apocalíptica donde Ernesto Sábato situó  su infierno antiguo y presente de ciegos (Sobre héroes y tumbas). me ha pedido que que escriba una visión de conjunto de los signos del Tercer milenio que allí aparecen con más claridad que en otros lugares como Sevilla donde Dostoievsky situaba su infierno (El Gran Inquisidor).

            Escribí unas páginas sobre el tema en mi comentario Apocalipsis de Juan (Guías del NT, Verbo Divino, Estella). Aquí recojo y actualizo aquel motivo con rasgos que pueden aplicarse a Jerusalén y Gaza, a Moscú  y Ucrania,  con  China, Madrid y USA

Los 4 Jinetes del Apocalipsis - Beatus de Facundus, f°135. | 4 horsemen ...

Como acabo de indicar,  suponiendo conocido lo  dicho en mi Apocalipsis, quiero  ofrecer una visión introductoria de los motivos apocalípticos que están en el fondo de esa experiencia del Tercer Milenio, tiempo final, tras el AT y NT,  tal como lo han puesto de relieve muchos comentarista cristianos, desde Joaquín de Fiore (siglo XII d.C.) hasta cientos y miles de visionarios actuales.

  1. Ascenso hacia Dios. La fuente del misterio (1 Hen 14).

Para buscar a Dios salieron  al desierto los “voluntarios” de Qumrán (cf. 1QS 1). Porque buscaban a Dios desde la violencia y dureza de este mundo descubrieron y/o crearon sus visiones los diversos grupos apocalípticos. Entre ellos he querido destacar el grupo de Henoc, formado probablemente por una comunidad de hasidim, judíos piadosos que de alguna forma habían roto con el judaísmo del templo, buscando otra interpretación del judaísmo.

            Ellos, los videntes de 1 Hen, quieren conocer a Dios, descubriendo su misterio y escuchando su palabra. No les basta la respuesta oficial de Ex 19-35: la revelación del Sinaí, con  Moisés en la Montaña de Dios, para recibir su Ley. Ellos necesitan algo más: una revelación más honda, un conocimiento más profundo del misterio  Los Vigilantes celestes (ángeles custodios), que debían mostrar a los humanos un camino de concordia en su frágil existencia, se han pervertido, violando a las mujeres,  y haciendo pecar a los varones, introduciendo muerte y  destrucción en la historia (1 Hen 6-8). Por eso, sufren y claman los oprimidos desde el mundo. Para ellos, la salida de Egipto, con el descubrimiento de la Ley en la Montaña Santa, resulta insuficiente. Necesitan u conocimiento más alto.

            Pues bien, ellos claman a Dios y los Arcángeles buenos (Miguel, Uriel, Rafael y Gabriel) reciben su oración e interceden ante Dios (1 Hen 9-11). Compadecido del dolor humano, Dios eleva hasta el cielo a su representante Henoc, escriba sabio, para que llegue hasta Dios, escuche su palabra de justicia y proclame su juicio contra los Vigilantes. Henoc es ahora el auténtico Moisés, que sube al trono de Dios, al templo (Casa) de su altura. Sube para descubrir el misterio más oculto y para así contarlo a los humanos oprimidos[1].

Apocalipsis .(guias De Lectura Del Nuevo Testamento) Pikaza | Cuotas ...

  • – He aquí que la nube y la niebla me llamaban,
  •             el curso estelar y los relámpago me apresuraban y apremiaban,
  •             y los vientos en mi visión me arrebataban raudos, 
  •      levantándome a toda prisa y llevándome al cielo....
  •         (Entré en una Casa... y después en otra más Grande).
  •          Su suelo era de fuego;
  •             por encima había relámpagos y órbitas astrales;
  •             su techo de fuego abrasador. Miré y  vi en ella
  •             un Trono elevado cuyo aspecto era como de escarcha y
  •             tenía en torno a sí un círculo, como sol brillante, y voz de querubines.
  •             Bajo el Trono salían ríos de fuego abrasador,
  •           de modo que era imposible mirar.
  •             La Grande Gloria está sentada sobre él,
  •             con su túnica más brillante que el sol
  •             y más resplandeciente que el granizo, de modo que
  •             ninguno de los ángeles podía siquiera entrar en esta casa (1 Hen 14, 8-25)

            En el principio de la apocalíptica hay una teofanía: el mismo Dios escondido, misterio supremo, revela su rostro y dirige su voz al vidente. Henoc, escriba sabio de la Escritura esotérica  (apocalíptica), ha subido a la altura de Dios, conoce sus dos Casas (el Atrio exterior y el Atrio interior del gran templo divino), ha llegado hasta el Trono supremo, hasta el lugar donde se expresa y revela el Poder de lo divino.  De esa forma, sabe lo que otros ignoran:   ha llegado hasta Dios, sin morir, y ha vuelto, para contar a los humanos el misterio

          Este Dios de la apocalíptica es un Dios del juicio, no de la misericordia salvadora, como el Dios de Jesús. Pero antes de mostrarse como juez de los humanos, como dirá gran parte del judaísmo de su tiempo, él aparece ante todo como juez de los espíritus perversos. Ellos han seducido y destruido a la humanidad, ellos tienen que ser castigados. Parece claro que ese juicio puede y debe extenderse a los humanos pecadores (a los enemigos de Israel, a los israelitas infieles); pero, en principio, es juicio contra los espíritus destructores[2]. 

  1. Astronomía y salvación. Orden y desorden cósmico (1 Hen 72; 80)

              Los profetas habían destacado la novedad antropológica de la salvación, la libertad humana, frente al cosmos, desligando así la historia humana de esa clausura angélico-astral que habían puesto de relieve los mitos normales de las religiones del oriente antiguo. Pues bien, los apocalípticos, en cambio, han vuelto a señalar la conexión (cósmica) astronómica de la vida humana. Para ellos, el pecado no es proceso humano (como suponen Gen 3 y Pablo, en Rom 5), sino caída astral, pues ángeles/demonios y estrellas cósmicas se encuentran vinculado: las mismas estrellas han delinquido (han perdido su armonía),  han bajado a perturbar nuestra existencia los guardianes cósmicos (ángeles); ellos son la causa de nuestra condena.[3]

            Sólo a partir de ese desastre cósmico (caída de los siete grandes astros) se puede interpretar la salvación, como nuevo descubrimiento del orden cósmico. Ciertamente, el pecado de los humanos se vincula a la violencia y opresión dentro de la historia. Pero existe todavía otro nivel de perdición: muchos apocalípticos identifican el pecado por excelencia con un trastorno estelar (en el cómputo y visión de los antros) que conduce a la mutación del calendario religioso.

            El apocalíptica es un hombre (¿una mujer?) que sabe descubrir el orden de los astros, para expresarlo en la liturgia humana (terrestre) de las fiestas y purificaciones, sin dejarse perturbar por el desorden que han introducido los Vigilantes (ángeles) caídos, sin dejarse pervertir por los cómputos falsos de celebraciones y fiestas de los judíos normales (oficiales) del templo de Jerusalén.  Este es un tema que hoy se nos vuelve difícil, pues hemos separado de manera fuerte la visión religiosa de la vida humana y el orden o desorden de los astros. Para los apocalípticos, por el contrario, este es central:sólo es justo (sabio) quien se encuentra en sintonía con el conjunto cósmico. Sólo es vidente apocalíptico aquel que ha sabido descubrir, en Dios y desde Dios, la estructura sacral del cosmos, pudiendo superar de esa manera el pecado de ángeles (astros) y humanos, que han pervertido el orden y armonía de los tiempos. Por eso, hemos querido que el segundo texto básico de la apocalíptica nos sitúe ante este tema clave. Utilizamos para ellos pasajes significativos de diversa procedencia.[4]:

[1 Henoc. Libro de los vigilantes]. Continué mi recorrido hasta el caos y vi algo terrible: vi que ni había cielo arriba, ni la tierra estaba asentada, sino (que era) un lugar desierto, informe y terrible. Allí vi siete estrellas del cielo atadas juntas en aquel lugar, como grandes montes, ardiendo en fuego... Estas son aquellas estrellas que transgredieron la orden del Dios altísimo y fueron atadas aquí hasta que se cumpla la miríada eterna, el número de los días de su culpa... (1 Hen 21, 1-6).

[1 Henoc. Libro del curso de las luminarias celestes]. Cada una como es, según sus clases, ascendiente, tiempo, nombres, ortos y meses, tal como me mostró Uriel, su guía, el santo ángel que estaba conmigo; y toda su descripción, como él me enseñó, según cada año del mundo, hasta la eternidad, hasta que se haga nueva creación que dure por siempre  (1 Hen 72, 1). 

– La luminaria sol tiene su salida por las puertas del cielo que dan a oriente y su puesta por las puertas del cielo a occidente... El año tiene exactamente 364 días, y la longitud o brevedad del día y la noche difieren según el curso solar... Así sale y entra (el sol) sin menguar ni descansar, sino corriendo día y noche su carrera, y su luz brilla siete veces más que la luna, aunque los tamaños de ambos son iguales (1 Hen 72, 2.33-37)

– “Mira, Henoc, las tablas celestiales y lee lo que está escrito en ellas, entérate de cada cosa”. Miré las tablas celestiales, leí todo lo escrito y supe todo; y leí el libro de las acciones de los hombres y todos los seres carnales que hay sobre la tierra, hasta la eternidad. Entonces bendije al gran Señor, al Rey de la gloria eterna, por haber hecho toda la obra del mundo, y alabé al Señor por su paciencia con los hijos de Adán" (1 Hen 80, 1-81, 4).

             Sólo puede conocer el final (meta de la historia) quien ha descubierto y conoce el auténtico ritmo del cosmos. Por eso, la apocalíptica se vincula con la astronomía (astrología) sagrada.  El orden cósmico primero ha sido quebrado por los siete astros originarios (principios de la realidad, ángeles originarios) que se alzaron contra Dios y no aceptaron la ley de sus giros, el orden de su esencia. Del  mal de esos ángeles cósmicos (violadores de mujeres, destructores de la armonía fundante) dependen todos los restantes males; el pecado original tiene carácter astronómico. Ellos, los videntes de la escuela de Henoc lo saben y saben mirar el orden primigenio, más allá de los giros perversos del mundo.

            Esta sacralidad cósmica ha sido amenazada por el pecado de algunos astros/ángeles y de aquellos humanos (incluso israelitas) que siguen su mentira, celebrando erradamente las fiestas de un cosmos que ha roto el orden que Dios le impuso en el principio. Por el contrario,  los fieles apocalípticos conocen el orden primero del mundo y celebran la gloria de Dios conforme al verdadero calendario, separándose de la corrupción de los israelitas pervertidos y de los gentiles. Ellos, los buenos apocalípticos, leen los libros astrales, donde se encuentra la verdadera sabiduría, de manera que sus libros pueden presentarse como una expansión y despliegue de la verdad original de la tablas celestiales.

            Porque han descubierto y quieren mantener el verdadero culto y calendario astral se separaron de resto de Israel algunos grupos apocalípticos, entre ellos los apocalípticos esenios  vinculados a la tradición de Qumrán[5].  Muchos apocalípticos,  opuestos al "desorden astral" del mundo viejo, han sido básicamente astrónomos sagrados, iniciando así una línea que desembocará en la especulación y religiosidad astrológica de tiempos posteriores. Es evidente que una religiosidad que se vincula de esta forma con el orden o desorden de los astros ha de tener un fuerte carácter esotérico y predestinacionista: sólo algunos, los elegidos y sabios, conocen el verdadero orden del cosmos; ellos, y todos los restantes humanos, se encuentran predestinados por un tipo de destino, tienen sus suertes marcadas en el mundo de los astros. 

  1. Pecado y posesión diabólica (Jub 10)

 En el conjunto de la literatura apocalíptica judía podemos destacar el libro de los Jubileos, escrito hacia el 130 a. de C., en los comienzos del reinado de los asmoneos,  como revelación más honda de un ángel de Dios a Moisés, como reelaboración de la historia humana desde su comienzo hasta el pacto del Sinaí. Contiene elementos proto-fariseos (de exaltación nacional/legal israelita); pero su contenido básico es apocalíptico, y puede situarse en una línea cercana a los esenios de Qumrán, de tal forma que incluso se ha pensado que Jubileos constituye un elemento básico de la comprensión histórico-teológica del grupo qumramita. En su forma más antigua, este mito lo había contado 1 Henoc:

En aquellos días, cuando se multiplicaron los hijos de los hombres, sucedió que les nacieron hijas bellas y hermosas. Las vieron los ángeles, los hijos de los cielos, las desearon y se dijeron:

– Ea, escojamos para nosotros (mujeres) de entre los humanos y engendremos hijos...

Y tomaron mujeres; cada uno se escogió la suya y comenzaron a convivir y a unirse con ellas, enseñándoles ensalmos y conjuros... Quedaron encintas y engendraron enormes gigantes de tres mil codos de talla cada uno... Azazel enseñó a los hombres a fabricar espadas, cuchillos, escudos, petos, los metales y sus técnicas... Hubo mucha impiedad y gran fornicación, erraron y se corrompieron sus costumbres (1 Hen 6, 1-8, 3).

             Esta ha sido para Jubileos el acontecimiento más saliente de la historia cósmica y humana: el pecado angélico, entendido como rechazo del orden de Dios, como invasión del mundo y posesión sexual (de los ángeles a las mujeres).  Azazel, el Diablo, que en Jubileos  recibe el nombre de Mastema, dirige desde entonces (de algún modo) el curso de este mundo, engendrando a través de los gigantes corrompidos a los hombres perversos. No somos hijos de Dios, producto de la buena tierra; hemos nacido del semen perverso de los ángeles violentos, violadores, que han dominado a las mujeres y nos han enseñado el arte violento de la guerra.

            Pero no todos han caído; no todos son hijos (descendientes) de los vigilantes violadores, no todos se encuentran poseídos por Mastema, el Diablo. Los israelitas fieles, que han recibido la revelación de Henoc y siguen los caminos de Noé y Abrahán, conociendo y cumpliendo los tiempos de Dios (el recto calendario, los septenarios  y/o jubileos de generaciones, años y días), pueden superar al riesgo satánico, vencer a los poderes del mal y alcanzar la plenitud escatológica. Los humanos se encuentran de algún modo a merced de los demonios, pero no están condenados de antemano a la derrota, sino que pueden emplear en su favor las "medicinas" de Noé, vinculadas a las plantas curativas. De todas formas, la verdadera medicina de Noé y de Jubileos, el antídoto que rompe la opresión de los demonios, sigue siendo el cumplimiento de la Ley israelita bien interpretada, con la aceptación del verdadero calendario, la circuncisión y la observancia de los mandamientos. 

  1. Los dos espíritus. Vida escatológica (1 QS 3-4)

             La  apocalíptica no evoca sólo aquello que vendrá al final, cuando termine lo que existe y surja el nuevo eón, sino que define un tipo de existencia que podemos llamar escatológica, determinada desde ahora, en el tiempo presente, por la revelación de las realidades definitivas. Sin duda, aún no ha llegado el final. En un plano externo,  el mundo sigue. Pero en un sentido más profundo, Dios ha manifestado ya su rostro verdadero y lo mismo el Espíritu perverso, de manera que los justos (los iluminados) viven ya a nivel de plenitud escatológica.

            Esta revelación de los dos espíritus (dos rostros de Dios) constituye una novedad dentro del conjunto de la apocalíptica. No es que se nieguen expresamente los rasgos o principio anteriores del pecado (desorden astral, violación angélica de las mujeres...), pero ellos quedan en segundo plano. El origen del pecado ha de ser más profundo, el des-astre cósmico ha de tener una raíz más profunda: está vinculado al mismo Dios, que es principio de lo bueno y de lo malo, del Espíritu protector y del Espíritu perverso.

            Esta experiencia latía, de algún modo, en el texto anterior de Jubileos, pero ella se precisa y expande en la Regla de la Comunidad esenia de Qumrán, que determina y dirige la vida de aquellos voluntarios que han decidido separarse del cuerpo central de los israelitas, para establecer en el desierto, la comunidad definitiva de los justos, en la esperanza de que llegue el tiempo fijado de la culminación de la obra de Dios. Sus miembros se sienten elegidos y separados, voluntarios de Dios y testigos humanos del fin de los tiempos. Desde esa situación de plenitud en que se saben, ellos interpretan su vida en la famosa Instrucción de los Dos Espíritus, escrita entre el II y I a. de C., para educación de los "novicios" de la comunidad[6]:   

  •  (Dios) creó al hombre para dominar el mundo,
  •             y puso en él dos espíritus
  • para que marche según ellos hasta el tiempo de su visita:
  •              son los espíritus de la verdad y de la falsedad (ha´emet weha´awel).
  •             – Del manantial de la luz provienen las generaciones de la verdad
  •             – Y de la fuente de las tinieblas las generaciones de la falsedad.
  •             – A causa del ángel de las tinieblas se extravían
  •               todos los hijos de la justicia...
  • Pero el Dios de Israel y el ángel de su verdad
  • ayuda a todos los hijos de la luz...  (cf. 1QS 3,13ss)  

            Dios viene a revelarse a través de estos espíritus que expresan y deciden la suerte de los hombres.  Ciertamente, en el fondo puede hallarse un monoteísmo típicamente judío: Dios se encuentra encima, sobre los dos espíritus, como trascendencia separada, y de su fuente provienen uno y otro, el positivo y el perverso. Pero al lado de ese monoteísmo (quizá como una ampliación de su esquema) emerge un fuerte dualismo teológico y escatológico, de tipo mítico, que proyecta la visión de Dios y del final tiempos sobre el presente de la comunidad.

          Conforme a esta segunda visión (dualismo teológico), Dios no se encuentra fuera (por encima de los espíritus), sino que se identifica con el Espíritu bueno, de manera que el Espíritu perverso, de mentira, viene a presentarse de un modo muy preciso como Anti-dios.  De esa forma, la división penetra en el mismo corazón de lo divino. Sin duda alguna, los elegidos de Qumrán no pueden hablar de dos dioses (uno bueno, otro malo; uno positivo, otro negativo), como han hecho ciertos esquemas de la religión irania; pero ellos conocen y presentan dos rostros de Dios, dos revelaciones (una positiva, otra negativa) de su misterio transcendente.

            En el fondo de este esquema de dualismo apocalíptico hay una fuerte experiencia de elección y gracia: los miembros de la comunidad se han sentido iluminados, escogidos, elevados; poseen un conocimiento intenso de la realidad y de algún modo se saben liberados de la muerte y la condena eterna. En un primer momento, ese dualismo puede parecer duro, pero, al fin, acaba siendo muy consolador. Dios mismo ha dispuesto que las cosas sucedan de esta forma: ha permitido que el mal vaya triunfando y que parezca que domina nuestra vida. Pero, en realidad, el mal se encuentra controlado y Dios vendrá a mostrarse pronto (¿en esta generación? ¿en la siguiente? ¡muy pronto!) como juez de los humanos.

            Sobre un campo de batalla viven ellos, los elegidos del final de los tiempos. Saben que llega el fin, conocen su llegada. Por eso se separan y preparan para cuando llegue. De esa forma aparecen como portadores de una gnosis superior o conocimiento fuerte de la hondura de la realidad; ellos, los elegidos de Dios, se saben voluntarios de la Guerra Escatológica, que estallará  muy pronto, haciendo así que culmine (se destruya o triunfe) lo que existe.

– Por un lado, los hombres de Qumrán acentúan el simbolismo de la lucha final y entienden su vida como lugar donde se expresan y actúan poderes sobrenaturales, como muestra  la  Regla de la Guerra, capaz de fijar, en ritmo litúrgico y guerrero, los momentos finales de la gran batalla del bien contra lo perverso. Por eso, en un nivel externo,  están inmersos en la lucha final de la historia: sufren duramente dentro de ella, perseguidos, expulsados por enemigos exteriores (paganos) e interiores (judíos adversos). bueno.

– Por otro lado, viven como si  la lucha se hubiera realizado. En perspectiva  de hondura, ellos  se encuentran de liberados: les ha purificado Dios, les ha ofrecido su verdad, les ha integrado en la alianza eterna, han recibido el Espíritu bueno. De esa forma  actúan, en clave  sapiencial de culminación del tiempo. La misma apocalíptica (batalla final de espíritus) viene a expresarse en  claves de escatología realizada, por utilizar un lenguaje exegético ordinario.

              Donde más fuerte es la experiencia de extrañamiento y pérdida (el humano queda poseído, en manos de fuerzas que le determinan), resulta más intensa la certeza de una salvación liberadora. Todo parece predestinado, todo escrito de antemano..., y, sin embargo, el creyente de Qumrán se descubre liberado por el Espíritu de la luz, que le capacita para recorrer el camino de la salvación, desde el desierto en el que vive retirado. Da la impresión de que el mundo y la historia han terminado: se ha cumplido la obra de Dios... Pues bien, precisamente ahora que todo está concluido, empieza todo, en experiencia misteriosa de liberación. De esta forma, el mito de los dos espíritus y de la lucha final se pone al servicio de la plenitud vital de los creyentes. 

  1. Apocalíptica y mesianismo. Textos varios

Sólo en el  trasfondo más amplio del mesianismo de origen profético (de esperanza de culminación israelita, abierta en algún plano a las naciones) recibe su sentido y mantiene su vigor la apocalíptica; sólo en  el trasfondo apocalíptico puede expresar y expresa el mesianismo todo su poder simbólico (mítico) de transformación humana y de esperanza. Aquí, pueden vincularse y se vinculan otras corrientes del judaísmo del tiempo de Jesús, de manera que podemos trazar un puente entre los apocalípticos puros (tradición de 1 Hen, 4º Esdras, 2 Baruc) y los autores que parecen más sapienciales, vinculados a la experiencia filosófica y humana del helenismo (cf. Filón), como indicaremos con los breves ejemplos que siguen.

 [Mesianismo sapiencial: cambio cósmico] Pienso yo que cuando esto ocurra [cuando se amansen las fieras que los humanos llevamos en el alma], los osos, los leones y las panteras, los animales de la India (elefantes y tigres) y todas las demás fieras de vigor y poder invencibles cambiarán su vida solitaria y aislada en una comunidad y poco a poco, a imitación de las criaturas gregarias, se tornarán mansos en presencia del hombre... En medio de todos estos animales (escorpiones, cocodrilos e hipopótamos...) le es dado al hombre virtuoso permanecer protegido por una santa inviolabilidad, pues Dios ha honrado a la virtud... (Filón, De Praemiis 90-91)[7].

 [Mesianismo teológico: Dios mesías, reino de Dios] Los hijos del gran Dios vivirán todos alrededor del templo, en paz, gozándose en aquello que les concede el creador y justiciero Monarca… Sin guerras vivirán en sus ciudades y en los campos, pues no les tocará la mano de la guerra mala... Y entonces, en verdad, las islas y todas las ciudades dirán: "Cuánto ama el Inmortal a estos hombres”... Y entonces (Dios) hará nacer  un reino para la eternidad, destinado a todos los hombres, santa  ley que antaño concedió a los piadosos... De todos los lugares de la tierra llevarán incienso y regalos a la Morada  del gran Dios..." (Oráculos Sibilinos III, 702-780)[8].

[Mesianismo antropológico: nuevo paraíso] Para vosotros [los judíos fieles] está abierto el paraíso, plantado el árbol de la vida, dispuesto el tiempo futuro, reservada la abundancia, edificada la ciudad, asegurado el descanso, lograda la bondad y más conseguida aún la sabiduría. La raíz mala quedó cortada en vosotros, la enfermedad extinguida, la muerte alejada; el infierno se retira, no se conoce ya la corrupción. Pasarán para siempre los dolores y estará  presente la inmortalidad como tesoro (4 Esdras 8, 52-55) [9].

             Significativamente, unos  textos tan diversos como el tratado de Filón de Alejandría, los anuncios de esperanza, elevados desde un mundo dolorido (4 Esd o 2 Bar) y  los oráculos Sibilinos concuerdan en lo esencial: hay un mesianismo, es decir, una esperanza de renovación humana y plenitud, que se expresa siempre con rasgos que podemos llamar míticos, es decir, que rompen y superan el orden actual (racional) de la historia. Esto significa que nos hallamos ante un elemento común de la tradición israelita. Ciertamente, la apocalíptica dura de 1 Hen y Jub (o Qumrán) puede acabar siendo exclusivista, propia de unos pocos. Pero, en su sentido más extenso, la esperanza mesiánica de renovación humana (expresada a través de un fuerte simbolismo apocalíptico) pertenece al patrimonio común del judaísmo del tiempo de Jesús.

            En este contexto ha surgido y se expresa una misma razón utópica, que no intenta justificar lo que existe, en gesto de sometimiento a la realidad, sino que busca y pretende suscitar aquello que debe existir, desde el don supremo de Dios. Lógicamente, esta razón utópica será de tipo  imaginativo y deberá expresarse con signos y figuras evocadoras, que desgarran de algún modo las fronteras de lo que parece existir sobre el mundo, abriéndonos al misterio  de lo que debe venir. Esta es una razón integral que combinan imaginación y pensamiento, teoría y compromiso práctico, experiencia individual y transformación social, comprensión de lo que existe y anticipación de lo que vendrá.[10]   

  1. Juicio de Dios e Hijo del Humano (Apocalipsis de Juan, Daniel 7). El milenio

 Este tema se encuentra internamente vinculado al anterior: es el cumplimiento del mesianismo. Por eso, la visión del Milenio ha de entenderse desde el fondo de las visiones mesiánicas que acabamos de presentar. Ha sido el Apocalipsis de Juan el que ha presentado el orden más perfecto de los “acontecimientos finales” donde se incluye la lucha escatológica, el juicio de Dios, el Milenio y la culminación de todos los tiempos:

Lucha mesiánica, con la destrucción de Babilonia (Ap 12, 1-19, 10). La historia aparece como campo de batalla entre el Dragón (con sus Bestias y Prostituta) y los elegidos de Jesús (equivalentes a los justos israelitas). Esta primera parte de la batalla culmina con la destrucción de Babel, la prostituta, signo del imperio mundial, al que vencen y comen los mismos poderes perversos de la historia (=los reyes de la tierra); por ahora no interviene directamente el Mesías, sino los agentes históricos perversos, que luchan y se destruyen entre sí.

Victoria mesiánica al fin de este mundo viejo (Ap 19, 11-21). El Mesías de Dios, que aparece montado en un Caballo Blanco, dirigiendo el ejército supremo (de ángeles y humanos fieles) vence con la espada de su boca a las bestias perversas y a los malos reyes de la tierra, arrojándolos al abismo. Esta victoria mesiánica se concibe como juicio divino sobre la historia perversa del mundo.

Reino mesiánico, el Milenio o triunfo de Dios en este mundo (Ap 20, 1-6). Fiel a la más honda experiencia judía, el Ap de Juan ha presentado un reino mesiánico, entendiéndolo en forma de triunfo de los justos (los sacrificados de la historia, los mártires y testigos de la verdad) que viven y gozan, de forma desbordada, durante el tiempo largo de los mil años de triunfo mesiánico.

Lucha final, victoria de Dios (Ap 20, 7-15). Siguiendo la misma dinámica de la apocalíptica judía, el autor del Ap de Juan sabe que hay una lucha y victoria de Dios más allá del mesianismo histórico, más allá del Milenio de triunfo de los justos. Por eso, vuelve a presentar la lucha, esta vez en forma universal: todos los males (=los Malos) de la historia se vinculan, con Gog y Magog, para alzarse contra Dios, siendo derrotados, de manera ya definitiva.

Reino de Dios, la eternidad final (Ap 21-22). Al triunfo mesiánico seguía el milenio de vida gozosa sobre el mundo. El triunfo de Dios queda expresado en forma de Vida sin fin, en el misterio del mismo Dios. El autor del Ap describe esta Vida final en formas teológicas (se cumple el pacto: Dios habita para siempre con los humanos), mesiánicas (son las Bodas del Mesías Cordero) e israelitas (la Nueva Jerusalén). Todas ellas se vinculan desde el signo mesiánico del Cristo “cristiano”, es decir, desde la simbología de la vida, muerte y pascua de Jesús. Pero, en el fondo, todos los elementos siguen siendo judíos.

             Estos cinco elementos unifican, de forma armónica, el despliegue del juicio mesiánico y divino, con el reino mesiánico (Milenio) y la plenitud de Dios que ofrece su Vida final a los humanos. Ninguno de los apocalipsis judíos que conozco ha distinguido y unificado con esta nitidez los momentos del drama final. Pero ellos nos pueden servir para situar y entender mejor lo que aquí estamos presentando: el mesianismo apocalíptico y el juicio. Pues bien, en el principio de la visión apocalíptica de juicio podemos situar el libro de Daniel. 

  1. – Estaba mirando en mi visión por la noche
  2.             y he aquí que los cuatro vientos del cielo agitaban el Gran Océano;
  3.             y cuatro vivientes gigantescos salieron del mar, los cuatro distintos…
  4. – Yo seguí mirando, en mi visión por la noche, y he aquí
  5.              un como Hijo del Hombre viniendo en las nubes del cielo,
  6.             llego hasta el Anciano de Días y se acercó a su presencia.
  7.             Y a él se le dijo dominio y gloria y  reino
  8.             y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron.
  9.             Su dominio será dominio eterno, no cesará, su reino no será destruido (Dan 7, 2-28)

            Así quedan fijados algunos elementos fundamentales de la simbología apocalíptica y de la llegada del milenio:  las cuatro Bestias, como expresión de los poderes perversos de la historia, el Dios anciano que parece al principio inactivo, el Hijo del humano, la destrucción de la Bestia,  la victoria de los santos del Altísimo...  Del mar grande, signo de las aguas primordiales (caos informe y matriz de vida), provienen los Vivientes.  No son signos del poder vital del cosmos (como en  Ez 1 y Ap 4-5), ni portadores  de trono de Dios, sino sus antagonistas: expresión del pecado original (y final) de nuestra historia. La imagen de esos vivientes hechos Bestias, transmisores de la maldad de Satán, define la apocalíptica posterior: son la historia perversa, con cuernos que son símbolo de reyes... La última Bestia (Antíoco Epífanes de Siria) expresa la perversión definitiva...  

            Frente a la historia perversa emerge el Anciano de días (7, 9-10), suscitando la justicia, el cumplimiento de la historia. Este es sin duda el Dios originario, principio de los tiempos. Pues bien, ahora se sienta en su Trono para juzgar todo lo que existe.  No hay  su juicio elementos de violencia militar, ni explosiones de ira.  Todo se realiza conforme a los esquemas forenses   del tiempo. Antes, dominaba sobre el mundo la irracionalidad de la violencia. Ahora se expresa la justicia de Dios, conforme a la más honda ley de un Libro donde están escritas las acciones de los hombres[11].

            El texto no detalla los pormenores del juicio: no dice si el Cuerno Insolente ha sido llevado al tribunal; no expone los cargos que se elevan contra él, ni transcribe el tenor de la sentencia... Pero es claro que ese Cuerno (Antíoco Epífanes y el reino seleúcida de Siria) ha sido condenado. Tras su ruina, en el lugar de los vivientes/bestias, que se alzaban contra Dios (brotando del mar o caos), se presenta ese "como Hijo del humano", imagen de Dios, viniendo en las nubes del cielo, como expresión de su juicio y de su gloria.  Es humano y proviene del mismo Dios: es la expresión positiva de su obra,  inversión de la insolencia de las bestias. Antes no existía verdadera creación; sólo ahora, respondiendo a la llamada de los justos oprimidos, desde le fondo de su juicio creador, el Anciano Dios ha suscitado al ser humano verdadero.  En este fondo puede ya citarse el texto del Milenio del Apocalipsis de Juan:

Y vi un ángel que bajaba del cielo llevando en la mano la llave del Abismo y una gran cadena. 2Apresó al Dragón, la antigua serpiente -que es el Diablo y Satanás-, y lo encadenó por mil años. 3Lo arrojó al Abismo, cerró y selló la entrada, para que no pueda seducir más a las naciones hasta que hayan pasado los mil años. Pasados los mil años, será soltado por breve tiempo.

   4Después vi unos tronos, y a quienes se sentaron en ellos se les dio poder para juzgar. Y vi a los que habían sido degollados por el Testimonio de Jesús y la Palabra de Dios: los que no habían adorado a la Bestia ni a su estatua, los que no se habían dejado marcar ni en su frente ni en sus manos. Todos ellos vivieron y reinaron con Cristo mil años. 5Los demás muertos no vivieron hasta pasados los mil años. Esta es la primera resurrección.     6¡Bienaventurados y santos quienes  participen en esta resurrección primera! La segunda muerta no tendrá poder sobre ellos sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él los mil años (Ap 20, 1-6)

Mil años (20, 4-6). Imaginemos un mundo sin Bestias (vivientes destructores), mundo sin Satán, y así obtendremos el milenio, reino de del mesías.  Así lo ha querido mostrar el autor del Apocalipsis diciendo que volverán a la vida los que han muerto por Jesús: se elevarán los derrotados, triunfarán sobre la tierra, no para oprimir a los antiguos opresores (en gesto de venganza) sino para gozar la felicidad del reino mesiánico. Juan ha explicitado el evangelio desde el fondo del más recio y sano judaísmo, empeñado en descubrir la presencia y sentido de Dios sobre la tierra. La obra de Cristo no puede romper las esperanzas de la historia, llevándonos a un reino de evasión, fuera del tiempo. En su más hondo sentido, el evangelio es fuente de reino (vida renovada) en este mundo. 

Y vi tronos... Reinado de los justos (Ap 20, 4). Estaba Dios sentado en su Trono (Ap 4), pero los fieles de Jesús vivían  sometidos bajo Bestias y Prostituta. Ahora triunfan ellos y se elevan  sus tronos, que Dan 7, 9 vinculaba a los   ángeles del juicio y que ahora son de aquellos que han muerto con Jesús, haciéndose así reyes en la meta de la historia (no después de ella).  El Gran Trono del juicio de Dios vendrá después (Ap 20, 11) cuando  llegue el cielo nuevo y la tierra nueva. Ahora, tras el juicio de la Prostituta (17, 1), devorada por las Bestias de la tierra, juzgan y reinan aquellos que han dado la vida por Jesús, las víctimas de la historia (20, 4). El texto dice que “se les dio el juicio”: están sentados sobre tronos, dirigiendo en forma salvadora los mil años finales del mundo. La creación de Dios no puede fracasar:  la nueva  Jerusalén no se eleva sobre puras ruinas  sino, al contrario, sobre la plenitud de la historia expresada aquí en forma de milenio.

Este es el reino de los elegidos, que han muerto (sufrido) por no adorar a la  Bestia,  en la línea de los 144.000 de Ap 7, 1-8 y 14, 1-5. Ellos representan el auténtico Israel, pueblo mesiánico de seguidores de Jesús sobre la tierra. Hasta ahora parecían condenados a desgracia eterna. Pues bien, ellos emergen ahora en su verdad, como triunfadores con Jesús. Este es el reino de  los triunfadores de la historia.  El texto dice que “vivirán”, participando de la resurrección primera, es decir, de la plenitud de Dios (reino y sacerdocio) en este mundo. Están (han estado) amenazados por la Bestia, condenados a la muerte; y sin embargo viven, mientras los otros han muerto. Por eso se añade que resucitarán en este mundo y no sufrirán la muerte segunda (expulsión final del reino de Dios). Es reino de Cristo,  y sus fieles serán sacerdotes de Dios. Cumpliendo lo anunciado en Ap 1, 6 y 5, 10 (llevando a su plenitud el judaísmo),  Juan  presenta a la comunidad de seguidores de Jesús como  reino (su poder consiste en que los unos dan la vida por los otros, dándola por Cristo y como Cristo) y sacerdotes  (su sacrificio es la misma entrega de la vida). Ap no conoce (no aceptaría) un sacerdocio jerárquico y  separado de varones frente a mujeres, de clérigos frente a laicos, pues todos los creyentes han de dar culto a Dios  con  su vida fraterna, liberada de las Bestias y la Prostituta (cf. Ap 1, 5; 5; 5, 10, partiendo de Ex 19, 6).  reino y sacerdotes (de todos los cristianos) en este el mundo.

            Juan es un creyente esperanzado. No toma la historia como simple paso, prueba  y sufrimiento, que termina pronto y nos prepara para el otro mundo, distinto, ultraterreno,  de la felicidad espiritual. Perseguido por la Bestia, él sabe y dice que este mundo es bueno. Por eso, frente al breve tiempo de la  Bestia (6.6.6) ofrece la visión esperanzada del tiempo de Cristo y sus fieles. Esta experiencia de los mil años transforma la resistencia anterior (¡no dejarse vencer por la Bestia!) en creatividad intensa. Así lo han entendido los mejores milenaristas de la historia cristiana, empeñados en crear un anticipo del reino de Dios sobre la tierra, sin bestias ni Prostituta, con el  Dragón atado y el amor bien suelto.

            Este es el reino que han soñado y buscado los que  resisten, sin  inclinarse ante la Bestia. Desde el reverso de este mundo, unidos a Jesús, ellos pueden sentarse en los tronos del juicio y formar sobre la tierra la nueva humanidad reconciliada de mil años. Donde cesa esta esperanza se pierde el evangelio. Si el Ap fuera sólo el memorial victimista de unos hombres y mujeres condenados a la muerte y refugiados en el triste dolor de su destino, como agoreros de fracaso, no tendría valor para nosotros. Sólo porque superando su destino intra-mundano de muerte, desde la misma isla de su exilio, Juan ofrece a sus discípulos y amigos un futuro de mil años de reino con Jesús sobre la tierra su libro es Escritura dentro de la iglesia.  Para interpretar ya el sentido de ese Reino de los Mil Años, como culminación histórica o trans-histórica de la historia humana, tendríamos que entrar ya en la exégesis concreta del texto a lo largo de la historia de la iglesia.  

NOTAS

[1] He desarrollado este tema en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 1993, 131-182 y en Dios judío, Dios cristiano, EVD, Estella 1966, 265-270

[2] El tema ha sido expuesto, de formas distintas, por E. P. Sanders, Jesus and Judaism,  SCM, London 1985; Id., Gesù. La verità storica, Mondadori, Milano 1995; N. T.  Wright,  The NT and the Victory of the People of God I, SPCK, London 1992. El juicio y condena de los ángeles perversos constituye en Mt 25, 31-46 un elemento secundario, tomado del contexto apocalíptico. Por el contrario, en 1 Hen forma parte del mensaje central del texto.

[3] El tema de la caída satánico/astral está en el fondo de una palabra clave de Jesús (“he visto a Satanás cayendo como un astro”: Lc 10, 18) y sobre en el conjunto del Ap. 

[4] Espacio y tiempo (cosmos e historia) están profundamente vinculados en la experiencia del oriente y, en especial, en la apocalíptica judía. Cf. A. Jaubert, Le calendrier des Jubilées et la Secte de Qumran,  VT 3 (1953) 250-264.

[5] Para los judíos rabínicos, el Libro de Dios no está vinculado a la Ley de los Astros, sino a la Ley nacional del propio (la Torah); de esa forma, ellos se han desvinculado (lo mismo que los cristianos) de la interpretación astronómica de la religión. El Islam ofrece una pervivencia y transformación muy significativa de ese tema: para los musulmanes,  Mahoma ha "leído"  y trascrito el Libro eterno y sagrado del misterio de Dios, recitándolo y fijándolo en su Corán.

[6]   Traducción de F. García M.,Textos de Qumrán, Trotta, Madrid, 1992,49 ss.   

[7] Traducción de J. M. Triviño,  Obras completas de Filón de Alejandría V, Acerbo, B. Aires 1976, 89-90.

[8] Traducción E. Suárez de la Torre, en A. Díez Macho,  Apócrifos AT  III, Madrid 1982, 308 ss

[9] Traducción de Dámaso Fraile, El libro IV de Esdras,  Salamanca 1977 (inédito).

[10] Desde la apocalíptica puede entenderse la obra de algunos filósofos judíos como E. Bloch, El Ateísmo en el cristianismo, Taurus, Madrid, 1983. El  principio esperanza no se puede formular con razonamientos  puramente discursivos, que se ajustan a la totalidad sagrada de lo que existe (por emplea un lenguaje de E. Lévinas), sino que exige y suscita un tipo nuevo de creatividad simbólica, que descubriremos mejor en el cristianismo.

[11] La tradición  apocalíptica conoce varios libros vinculados al juicio. Hay un Libro del Destino, relacionado a los astros (cf. 1 Hen), unos  libros de la historia y juicio de Dios, donde se escriben las acciones y  futuro de los hombres (cf.  Sal 56, 9; 139, 16;  Dan 7, 10; Is 65, 6; 1 Hen 82, 4; 89, 61- 66), y  un Libro de registro del pueblo de Dios  (=Libro de Vida), con los nombres de los israelitas justos que han cumplido los mandatos o leyes de Dios (cf. Ex 32, 32-33; Dan 12, 1; cf. Jub 19, 9;  Lc 10, 20 y Flp 4, 3).  Ap  17, 8; 20, 15; 21, 27; 23, 8 conoce dos libros: uno de examen y juicio (como el de Dan), otro de la Vida del Cordero, que expresa el amor salvador de Jesús.

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