¿Qué ocurre en los sectores más tradicionalistas contra el Concilio y Bergoglio? De Viganò a las clarisas de Belorado: los nuevos ‘cismas’ en la Iglesia de Francisco
El ex nuncio, las ya ex religiosas, los lefebvrianos o los siro malabares muestran un enconamiento contra el pontificado de Francisco que no se había visto en décadas
Detrás de cada uno de estos movimientos está el intento de la ultraderecha eclesiástica por no reconocer como válidos los principales hitos del Concilio, ni las reformas de Bergoglio
¿Qué ocurre en la Iglesia para que tantos, en tantos sitios, lancen durísimos ataques contra el Papa o el Vaticano, hasta el punto -como los curas sedevacantistas de Toledo- de desear la muerte de Bergoglio, acusarle de nepotismo o de usurpador?
¿Qué ocurre en la Iglesia para que tantos, en tantos sitios, lancen durísimos ataques contra el Papa o el Vaticano, hasta el punto -como los curas sedevacantistas de Toledo- de desear la muerte de Bergoglio, acusarle de nepotismo o de usurpador?
‘Cisma’. El término (según la RAE, “División o separación en el seno de una iglesia o religión”), que hasta hace meses nos remitía a cinco siglos atrás, en tiempos de Martín Lutero y la reforma Protestante, ha vuelto a la actualidad eclesiástica. En nuestras fronteras, con el caso de las clarisas de Belorado, cuya excomunión fue decretada ayer después de que se reafirmaran en su salida de la Iglesia del Vaticano II y cerraran cualquier puerta a una solución dialogada con el arzobispo de Burgos, Mario Iceta.
En Roma, con el proceso contra el ex nuncio en Estados Unidos y estrecho colaborador de Donald Trump y Steve Bannon, Carlo María Viganò. Pero también en Francia, con el anuncio de los lefebvrianos de volver a ordenar obispos -la anterior consagración, en 1988, supuso la excomunión de este grupo ultratradicionalista, fundado por Marcel Lefebvre-, dinamitando así los puentes abiertos por Benedicto XVI para su retorno a la comunión. O en India, donde buena parte de la Iglesia siro malabar se ha puesto en armas contra Roma, en este caso por el rito utilizado durante la misa, que hunde sus raíces en las polémicas del rito anterior al Concilio Vaticano II (de espaldas al pueblo), que sesenta años después de su celebración sigue siendo contestado por los sectores más tradicionalistas.
Y es que, más allá de cuestiones geográficas, políticas o sociales, lo cierto es que detrás de cada uno de estos movimientos está el intento de la ultraderecha eclesiástica por no reconocer como válidos los principales hitos del Concilio, que Francisco está intentando llevar a término y que tienen en el Año Santo de 2025 su culmen. En 2025 se cumplen 1700 años del Concilio de Nicea, del que salió el primer Credo cristiano, y el Papa busca intensamente la unidad entre los cristianos, rota por los sucesivos cismas (volvemos con la dichosa palabra) acaecidos a lo largo de dos mil años de historia. Uno de los ataques más duros recibidos contra el Concilio y contra Bergoglio, y la causa de la deriva cismática de todos estos grupos, está en el diálogo entre las distintas confesiones cristianas. Francisco quiere que 2025 marque un punto de no retorno en la unidad de los cristianos, hasta el punto de llegar a admitir que dogmas como la infalibilidad papal, o el primado del Obispo de Roma frente al resto de patriarcas, no tienen razón de ser en el mundo actual.
Este y otros avances, como el papel de la mujer en la Iglesia, los divorciados vueltos a casar, la posibilidad de curas casados o de una mayor responsabilidad de laicos en el Gobierno de la Iglesia, aunque apenas apuntados por este Pontífice, están detrás de procesos como el de las clarisas de Belorado, que han culminado su marcha de la Iglesia este viernes, y que denominan el Concilio como “Latrocinio Vaticano II’, declara a Francisco ”hereje y usurpador“ y no reconocen a ningún Papa desde Pío XII.
Mucho más arriesgado es el papel jugado por algunos destacados jerarcas de la Iglesia, ahora ubicados entre los enemigos de Francisco, que han tratado de deslegitimar el pontificado del Papa argentino desde su elección, hace ya once años, tras la histórica renuncia de Benedicto XVI. Una renuncia que muchos de ellos consideran inválida, lo que provoca que no reconozcan como Papa legítimo a Bergoglio.
¿Qué ocurre en la Iglesia para que tantos, en tantos sitios, lancen durísimos ataques contra el Papa o el Vaticano, hasta el punto -como los curas sedevacantistas de Toledo- de desear la muerte de Bergoglio, acusarle de nepotismo o de usurpador?
El ejemplo más destacado de esta deriva es el de Carlo María Viganò, quien este jueves se hacía un ‘Belorado’ al negarse a acudir a la citación del dicasterio de Doctrina de la Fe, y anunciar que el Vaticano le estaba procesando por “cisma”.
“Estas acusaciones son un honor”, recalca en un comunicado el ex nuncio, quien admite los cargos: “No es casualidad que la acusación contra mí se refiera al cuestionamiento de la legitimidad de Jorge Mario Bergoglio y al rechazo del Vaticano II: el Concilio representa el cáncer ideológico, teológico, moral y litúrgico del que la 'iglesia sinodal' bergogliana es una metástasis necesaria”.
Y es que Viganò ha declarado, en repetidas ocasiones, que Francisco “promueve la inmigración descontrolada y llama a la integración de culturas y religiones (…), impone la agenda verde (…)y «escribe encíclicas delirantes sobre el medio ambiente, apoya la Agenda 2030 y ataca a quienes cuestionan la teoría del calentamiento global antropogénico”. Todo un pack de uno de los referentes de la ultraderecha religiosa, que junto a otrora asesor de Trump, Steve Bannon, trató de crear un think-tank ultracatólico en un monasterio italiano, que debió abandonar tras sospechas de una operación inmobiliaria fraudulenta. Otro punto en el que coincide con las clarisas de Belorado, su obispo fake y su cura-portavoz excoctelero.
Como las monjas de Burgos, Viganò asegura seguir siendo católico, pero de la Iglesia de verdad, la de “la Tradición doctrinal, moral y litúrgica ininterrumpida que ellos han conservado fielmente”, frente a la “iglesia bergogliana” que, en su opinión, “actúa en flagrante discontinuidad y ruptura con todos los Papas de la historia y con la Iglesia de Cristo”. Las mismas tesis, pero sin llegar a la ruptura, han estado en boca de otros relevantes prelados, como el ex prefecto de Doctrina de la Fe, Gerhard Müller, el ex prefecto de Culto Divino, Robert Sarah, o quien fuera secretario personal de Benedicto XVI, y ahora exiliado en Friburgo a la espera de destino (se habla de alguna nunciatura), Georg Gänswein. También, el cardenal Leo Burke, a quien el Papa retiró su asignación y su piso gratis total en el Vaticano, cansado de sus continuas críticas. O, más recientemente, la jubilación anticipada del obispo de Tyler, en Texas, Joseph Strickland, quien había acusado de Francisco de “socavar el depósito de la fe”.
En su escrito de defensa, Viganò también cita a Marcel Lefebvre, quien “fue convocado y acusado de cisma por rechazar el Vaticano II”. “Su defensa es mía, sus palabras son mías, sus argumentos son míos, ante lo cual las autoridades romanas no pudieron condenarle por herejía, teniendo que esperar a que consagrara obispos para tener el pretexto de declararle cismático y revocar su excomunión cuando ya estaba muerto”, apunta el ex nuncio.
Ese mismo día, el superior de la Fraternidad de San Pío X (lefebvrianos), Benoît de Jorna, publicaba una carta en la que anunciaba “nuevas consagraciones (de obispos) para continuar la 'operación-supervivencia' de la Tradición católica”. Las últimas ordenaciones inválidas de obispos, por parte de Lefebvre, en 1988, supusieron su excomunión y el cisma en esta rama ultratradicionalista, que cuenta con presencia en varios continentes. Uno de aquellos obispos, Richard Williamson, era tan ultra que fue repudiado hasta por los suyos tras negar la existencia del Holocausto y de las cámaras de gas.
Como Viganò, y como las monjas de Belorado, los lefebvrianos denuncian “la deriva doctrinal y moral, la descomposición litúrgica, el desvanecimiento de la práctica religiosa, la preocupante desaparición de las vocaciones sacerdotales y religiosas y, como consecuencia, el borrado cada vez más rápido de la impronta cristiana en nuestros países, seguido de la aplicación de leyes persecutorias sobre el secreto de confesión, la predicación evangélica, la defensa de la vida, el mantenimiento de las normas morales y la afirmación de la naturaleza de las cosas”. Y anuncian nuevas rupturas con la Iglesia de Francisco en Roma. Dios los cría, y el cisma los junta.
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