La despedida de un padre y un amigo Padre Mario Garcés, no era un funcionario de lo sagrado, era un mistagogo
Siempre nos hablaba de dar desde la pobreza, de la buena noticia que nos pone de prisa y al encuentro de los otros, del Espíritu Santo que nos lleva siempre más allá; fue en la Iglesia de Jericó corazón de la misión.
Su oficio de maestro no lo dejó ir muy lejos en la geografía, pero sí muy hondo en el corazón de sus estudiantes; fue un papá en todo el sentido de la palabra.
| Jairo Alberto Franco Uribe
Este 28 de junio desperté mucho antes que sonara la alarma, y me desperté pensando que, antes de irme para mi nueva misión en la Amazonía, tenía que ir a ver al padre Mario. Es que fue él quien puso en mí, cuando yo era apenas adolescente, el deseo de ir a los extremos de la tierra. Un poco más tarde me avisaron que había muerto en la misma madrugada; mi deseo de visitarlo, no lo sospechaba en la primera hora de este día, no era otra cosa que su abrazo de despedida, fue su testamento.
Sí, era sacerdote en Cristo, y su vida fue vida entregada por amor. Siempre nos hablaba de dar desde la pobreza, de la buena noticia que nos pone de prisa y al encuentro de los otros, del Espíritu Santo que nos lleva siempre más allá; fue en la Iglesia de Jericó corazón de la misión, nunca dejó de recordarnos que había que salir, que no podíamos encerrarnos. Su oficio de maestro no lo dejó ir muy lejos en la geografía, pero sí muy hondo en el corazón de sus estudiantes, allí fue un evangelio; fue un papá en todo el sentido de la palabra, era grave y tierno, flexible y seguro, sabio y curioso; daba vida con su vida. Era padre y amigo. Y su vida fue larga y bendita.
Vestía casi siempre de sotana, y le quedaba bien, había armonía en él y se hundía en el presente; siempre entre jóvenes por su ministerio nunca envejeció su alma; vivía el hoy, con Espíritu Santo para acoger los cambios, mirar nuevos horizontes, recorrer nuevos caminos; le tocaron muchos papas, y no se quedó con ninguno en el pasado, confiaba en Francisco como en la gracia de Dios; se formó cuando la Iglesia se miraba a sí misma como “sociedad perfecta” y no tuvo problema al verla de salida y accidentada; nada le escandalizaba, comprendía y acogía; no echaba sermones, era un catequista; no era un funcionario de lo sagrado, era un mistagogo; en su vejez todavía soñaba novedad; no era rígido en moralismos y leyes, gozaba de buen humor y franqueza; obedecía y nunca fue servil; no se devolvía, leía los signos de los tiempos; no era sólo presbítero, era presbiterio.
Se fue esta mañana, y se despidió dejándome ganas de ir a verlo. Ya en la comunión de los santos, me acompañará sin falta en la misión.