"El mapa de la fragilidad humana alcanza límites insospechados" Cuando la naturaleza nos hiere, nos revela quiénes somos realmente
"Escribo estas líneas por las víctimas, entre ellas personas con discapacidad, con movilidad reducida o muchos años para poder hacer frente a esta terrible agresión"
"Denuncio enérgicamente a quienes con responsabilidad directa con la seguridad de estos pueblos han dejado pasar décadas sin construir las barreras para frenar el agua, ocupados en sus intereses partidistas y declinando el verbo rivalizar hasta la polarización extrema"
"No deja de asombrar cómo el partidismo acrítico (no exento de fundamentalismos) prioriza a diario la rivalidad y el enfrentamiento por encima incluso de las relaciones familiares, los amigos, la ley, la justicia, la compasión y el sentido común"
"No deja de asombrar cómo el partidismo acrítico (no exento de fundamentalismos) prioriza a diario la rivalidad y el enfrentamiento por encima incluso de las relaciones familiares, los amigos, la ley, la justicia, la compasión y el sentido común"
| José María Marín Sevilla sacerdote y teólogo
Cerca de un millón de personas, son las afectadas en la provincia de Valencia (España) por la mayor gota fría (Dana) de la historia de este siglo en nuestro país. Mientras las tareas de reconstrucción se inician lentamente, no exentas de falta de coordinación y diversas cuestiones cuestionables con las ayudas que llegan a cuentagotas a las familias que han visto destrozadas sus viviendas y sus proyectos más inmediatos. Escribo estas líneas por las víctimas, entre ellas personas con discapacidad, con movilidad reducida o muchos años para poder hacer frente a esta terrible agresión.
¡Denuncio!
Ahora que la naturaleza ha herido profundamente a las gentes de muchos pueblos llevándose por delante la vida de centenares de seres queridos (amados y amantes) y destrozando el hábitat de miles de familias, reprocho y denuncio a los “responsables” de prevenir, alertar y gestionar la emergencia.
Denuncio enérgicamente a quienes con responsabilidad directa con la seguridad de estos pueblos han dejado pasar décadas sin construir las barreras para frenar el agua, ocupados en sus intereses partidistas y declinando el verbo rivalizar hasta la polarización extrema. No deja de asombrar cómo el partidismo acrítico (no exento de fundamentalismos) prioriza a diario la rivalidad y el enfrentamiento por encima incluso de las relaciones familiares, los amigos, la ley, la justicia, la compasión y el sentido común. Alguna vez no estaría de más que los políticos de primera línea tuvieran el coraje de distanciarse de las “consignas” y, en libertad y conciencia priorizar su condición de servidores públicos.
Antes de la tragedia la gente pequeña y frágil ya estaba necesitada del Estado y los servicios públicos. Es evidente que antes de la devastación estos pueblos fueron abandonados por aquellos que deberían protegerles con proyectos y recursos eficaces para la prevención. Después de esta catástrofe, probable y lamentablemente, seguirán también solos. Ocurre así generalmente con los más pobres: pocas soluciones y demasiadas “fotos” para la publicidad institucional.
No seré de los que afirman que todos los políticos o todos los gobernantes son iguales, en primer lugar, porque no lo son (como tampoco lo son todos los curas ni todos los periodistas...) No me apunto tampoco a la idea de que “el pueblo salva al pueblo” siempre ha sido un slogan peligroso utilizado por oportunistas, necios y peligrosos. No seré de los que señalan quiénes son los buenos y quiénes los malos, corresponde a cada cual y cada pueblo en su libertad gestionar la información y decidir a quién escuchar, a quién creer y, por supuesto, a quién votar.
No obstante, y me atengo a mi condición de creyente y teólogo, existe un criterio universal que es bastante eficaz para discernir: “por sus obras les conoceréis”. No es mío, está en el Evangelio de un tal Jesús de Nazaret que según su perfil no parece ser un charlatán manipulador sino “uno de tantos” que llegó a lo más alto que un ser humano puede llagar: ser para los demás: entregar la vida para salvar a otros, en lugar de restar vida a los demás para ensanchar la suya y salvarse así mismo.
Insisto, cada cual decide sumarse o no, a la descalificación y el odio de la polarización y los dogmatismos que coinciden siempre en añadir más dolor a las tragedias. No es lo mismo utilizar las crisis para conseguir beneficios espurios aún a costa de mancharse las manos de barro y muerte. No es lo mismo “subirse el sueldo” que subir el salario mínimo interprofesional, las pensiones y las ayudas a los más vulnerables. Justicia social, trabajo digno, defensa de los derechos de los empobrecidos, facilitar el acceso a la vivienda, acoger y respetar a los migrantes… son como un yacimiento de donde extraer acciones concretas para distinguir entre charlatanes oportunistas o servidores de lo público.
Todos tenemos, también, la oportunidad de sumarnos o no a ser “cuidadanos” los unos de los demás. Conviene recordar que, es meritorio ser solidario y voluntario en ocasiones extraordinarias como la DANA, pero lo es más intentar serlo siempre, en sintonía con las ONGs. No obstante, en cualquier caso: curar, ayudar, participar, acompañar… son acciones que dignifican a cada persona en particular y a la humanidad entera.
Escribo estas páginas por las víctimas sólo como un gesto de proximidad y compasión; pero los destinatarios de estas páginas son ellas. Para familiares y amigos golpeados por las pérdidas personales y materiales, en estos momentos sobran palabras. Necesitan escucha y atención urgente, buena compañía y gente generosa que comparta su dolor. Necesitan rehabilitar cada una de sus pérdidas más apremiantes, ayuda de las instituciones del Estado. Necesitan tiempo, justicia, recuperar la confianza, curar heridas y retomar la normalidad.
Existimos en fragilidad
No solo la belleza y la armonía de la naturaleza son vida, también su inestabilidad lo es. En ella vivimos, nos movemos y existimos.
Nuestra existencia biológica habita un universo que, en su dinamismo evolutivo, con mayor o menor impacto, nos mantiene siempre vulnerables y en tránsito. Es condición de la Naturaleza: al tiempo que nos lo da todo, es fuente de devastación y sufrimiento. Nos amenaza y nos golpea una y otra vez, existir en vulnerabilidad es su condición y también la nuestra: agua, aire, fuego, tierra… son elementos que generan y mantienen la vida en este Planeta, pero son también elementos incontrolados que provocan destrucción y muerte. Convivir con ellos como sapiens y pacíficamente, es uno de los desafíos permanentes del conocimiento, del aprendizaje y la comunión.
El mapa de la fragilidad humana alcanza límites insospechados
La vida tiene sombras que dejan huella, zarpazos que hieren, encuentros que separan, contratiempos que paralizan. La vida tiene heridas que sanan, aciertos que liberan. Luces y sombras que habitan en la misma casa. Son numerosas y muy diversas las causas, y consecuencias, de la fragilidad existencial, unas veces imprevistas y otras terriblemente calculadas:
Desastres naturales, como es el caso de la inestabilidad atmosférica que nos ha golpeado estos días de forma tan grave, no pocas veces vinculados a la acción irresponsable que sobre la naturaleza ejercemos las personas.
Heridas biológicas, que acompañan a grandes experiencias humanas: nacer, enfermar, morir… son causa de dolor y sufrimiento, personal y comunitario.
Fundamentalismos religiosos, ideológicos, económicos y políticos constituyen un pozo oscuro que nos sumerge en el dolor más absurdo. De dónde cabe esperar más vida y más sentido surgen a menudo aguas turbulentas que oscurecen la existencia (pecado, culpa, condenas, miedos y manipulaciones…) y provocan gravísimas heridas en el corazón de la humanidad.
Heridas “internas”. Las experiencias que afectan a lo profundo de nuestro ser, quizá sean las que más destrozan nuestra vida provocando en ella un intenso dolor de difícil sanación (abandono, soledad, decepciones, humillaciones, indiferencia…). Estas heridas nos entristecen y afligen profundamente.
Mención especial merece la globalización de la injusticia y las desigualdades sociales. Bien podría ser considerada como una de las catástrofes inhumanas más devastadoras. Destruye, en cuerpo y alma, pueblos y continentes enteros. El neoliberalismo económico globalizado, bajo la idolatría del dinero, mata, paraliza, contamina y destruye… únicamente para satisfacer a los “peces gordos” que eliminan a los “pequeños” de mil formas inhumanas difíciles de imaginar.
Unos pocos acaparan la riqueza del planeta, despojan a millones de seres humanos “de todo”, y reparten entre pequeñas minorías algunas migajas a cambio de silencio y de indiferencia. Frente a este deterioro de la naturaleza humana tardan en sonar las alarmas. Ya tarda la construcción de las presas que frenen la corriente de las aguas más turbias y destructivas que amenazan la supervivencia de la dignidad humana y del Planeta.
Y finalmente hemos de subrayar las guerras (en plural y sumando). Los supervivientes salen de ellas heridos, mutilados en sus cuerpos y dañados profundamente en lo más profundo de su ser. Quiénes sobreviven al infierno de fuego y desolación, volverán a sus vidas sin aliento y desesperados. El odio, la rabia y la impotencia hacen, casi imposible la fe y la esperanza.
Frente a los campos “emborrachados de sangre” y miles de cuerpos destrozados de uno u otro bando, siempre me he preguntado cómo entender la afirmación que ponen los evangelios en boca de Jesús: “mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. Nada me parece más imposible que reconciliarse con Dios con el cuerpo mutilado (desmembrado) y el odio en las entrañas.
No me cabe duda de que la violencia de las armas constituye una de las causas más importantes de sufrimiento humano y de devastación de la naturaleza; y lamentablemente es ésta una de las características más sobresalientes del mundo actual que no parece que vayamos a corregir a corto plazo. El siglo XXI, el mismo que ha conquistado mayores cuotas de conocimiento y cuenta con más posibilidades y recursos es, paradójicamente, el más violento e inhumano de todos los tiempos. (A la guerra y la discapacidad dedicaré mi próximo artículo).
Ahora volvamos a cuando la naturaleza es la que nos hiere
A pesar de todo,propongo creer en lo imposible (no en los milagros). Las experiencias más frágiles, los momentos que nos hacen sentir pequeños y vulnerables, esconden en su interior el atractivo poder de llevarnos a descubrir quiénes somos realmente. Somos frágiles y muy vulnerables, pero también y al mismo tiempo más fuertes y resilientes de lo que podemos imaginar.
En mi convivencia cotidiana con personas con discapacidad gravemente afectadas y con movilidad corporal reducida a la mínima expresión, son muchas las ocasiones en las que me sorprende la capacidad que Dios ha puesto en el ser humano para seguir en pie, generando vida y unir sinergias en las situaciones más terribles de la existencia humana. Nuestras limitaciones para aglutinar fortalezas y nuestras capacidades para hacernos respetar, sin exclusiones ni prejuicios son ilimitadas y trascendentales.
Además, estoy persuadido de que no únicamente Jesús y la fe cristiana cuentan con estas capacidades imposibles. Doy testimonio de que en Jesús se encuentran caminos y razones para desarrollarlas cada día. Y no me cabe la menor duda, de que también son muchos hombres y mujeres de esta tierra los que sin Él, encuentran igualmente resortes sorprendentes para reconstruir y conquistar de nuevo la vida.
La suma de capacidades diversas
No solo la luz es vida, también las sombras lo son. Y en ambas está Dios.
Cuando la naturaleza nos hiere nos dirige siempre hacia la comunión. Una enfermedad importante, al igual que un desastre natural pone nuestra vida y nuestro futuro en manos de los demás. ¡Y de Dios!, decimos algunos. Lo cierto es que todos tenemos razón: en realidad Dios no tiene otras manos para curar heridas, cuidar y rehabilitar la vida, que las de los hermanos.
La justicia, el amor y la solidaridad son las “herramientas de reconstrucción masiva” que necesitamos para seguir adelante dejando atrás la rabia, el miedo y la desesperanza. Reconstruir, reciclar el mal aprendiendo de los errores y seguir avanzando depende en gran medida de manos intensamente unidas: las de unos (los heridos) y los de todos los demás (personas e instituciones públicas y privadas).
Cuando no cabe sumar más devastación ni dolor, no existe otro camino que la comunión y el servicio a los que sufren daños más extremos. Únicamente abandonando intereses mezquinos y aparcando todo tipo de rivalidad es posible gestionar la vida que sigue en pie. Únicamente por este cauce correrá el agua limpia del consuelo y la fortaleza para encauzar y afianzar el futuro con esperanza.
Ni siquiera es necesaria la referencia a la fe para afianzar la convicción de que existimos como “seres para los demás” y que, frente a las amenazas de la naturaleza (y cualquier otra) es necesario sumar capacidades diversas para añadir nuevos capítulos a la historia humana, sin soledades ni exclusiones, aportando cada uno lo mejor de nosotros mismos.
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