"El de Francisco no es un nombre que se pueda llevar con indiferencia. Es una promesa. Un compromiso" A las puertas de los 11 años de pontificado del papa Francisco

Papa Francisco
Papa Francisco

Probablemente no haya ninguna otra figura de la Iglesia cristiana occidental que haya ejercido una fuerza de atracción sobre la modernidad comparable a la de San Francisco de Asís, el pobre, el loco de amor por Dios

El actual Papa eligió ese nombre, Francisco, seguramente por alguna razón que quizá tenga que ver con un deseo de reconducir a la Iglesia católica a la pureza original del mensaje de Cristo

Probablemente no haya ninguna otra figura de la Iglesia cristiana occidental que haya ejercido una fuerza de atracción sobre la modernidad comparable a la de San Francisco de Asís, el pobre, el loco de amor por Dios que, según se dice, dejó escrito en su Cántico, la composición poética más antigua en lengua italiana, "Alabado seas, Señor mío...". En el Canto XI del Paraíso, Dante hace pronunciar a otro célebre personaje medieval, Santo Tomás de Aquino, un complejo elogio suyo en el que el tema de la decadencia y la corrupción moral de la Iglesia destaca en segundo plano, como a lo largo de toda su obra.

Campaña en defensa del Papa: Yo con Francisco

El actual Papa eligió ese nombre, Francisco, seguramente por alguna razón que quizá tenga que ver con un deseo de reconducir a la Iglesia católica a la pureza original del mensaje de Cristo. Santo popular e inspirador esencial del renacimiento europeo, místico y subversivo, hombre práctico y pensador profundamente original que desafió el tradicional comptemptu mundi, el desprecio por la realidad terrenal. San Francisco de Asís sembró su legado mucho más allá de los confines del culto católico y de la religión cristiana en general, hasta el punto de trasplantar un mensaje sencillo y siempre revolucionario -el amor al prójimo, la justicia en la Tierra, la dignidad del trabajo humano, la sacralidad de la Naturaleza, el "escándalo" de la pobreza como opción, la aceptación de la "hermana muerte"- que fue recogido por distintas personalidades y sensibilidades, como por ejemplo y que yo recuerde especialmente ahora, Simone Weil, mucho más allá de ciertos estrechos límites de la tradición religiosa. 

Es sin duda este legado, tan extraordinario como exigente, el que el actual Papa jesuita pudo pensar al tomar el nombre de Francisco. La religión católica y, a pesar de los fundamentalismos, las religiones en general, hace tiempo que perdieron su antigua posición de privilegio, ahora desbancada -en una típica y refinadamente perversa astucia de la razón que probablemente no habría sorprendido al viejo Hegel- no por las ideologías "ateas" del siglo XX, por totalitarismos todopoderosos, sino por un "fin de la Historia" que en lugar de sancionar el cumplimiento de las grandes promesas modernas -libertad, fraternidad, igualdad- las ha trascendido en una proyección consumista y espectacular, en una fantasmagoría hipnótica poblada de presencias seductoras e irresistibles, los objetos-mercancía, en un presente inmutable y siempre nuevo, donde conceptos caducos como "realidad" y "sentido" reaparecen en forma de espectros y "la transvaloración de todos los valores" no se produce, como profetizó Nietzsche, mediante una exaltación subversiva y liberadora de la vida, sino más prosaicamente sustituyendo todo lo demás, también Dios, por ciertos valores económicos, consumo, distracción, diversión... Paradojas de la historia: la nada, sin dejar de ser nada, puede acabar produciendo efectos reales.

San Francisco de Asís
San Francisco de Asís

Las religiones institucionales parecen tener poco que decir sobre todo esto y ciertamente muy poco la Iglesia católica, sacudida como está por los escándalos vergonzosos que han destruido su credibilidad en los últimos años, por su proximidad a las formaciones políticas más oscurantistas y antipopulares, por sus opacas operaciones financieras hasta las destructivas revelaciones de los abusos sexuales cometidos contra los más débiles entre sus confiados, niños y mujeres. La incapacidad de arrojar toda la luz sobre estos males, de denunciar la responsabilidad y la connivencia, de encontrar remedios para la trágica alienación de la institución eclesiástica en un mundo radicalmente cambiado, de escapar de la obscena servidumbre de la gloria, del poder y de la riqueza, han sido señalados, entre otros, como los motivos finales de la dimisión del Papa Benedicto XVI, sobre cuyo pontificado se habían acumulado sombras de oscuras conspiraciones en los últimos años.

¿Qué hay en un nombre? 

¿Qué hay en un nombre? La conmovedora pregunta de Julieta resuena con más actualidad que nunca desde que se pronunció el nombre de Francisco desde la Logia de las Bendiciones de San Pedro como el asumido por el nuevo Papa. Es un nombre complejo. También difícil. Es un manifiesto: reformaré, limpiaré, disiparé las tinieblas, apuntalaré la Iglesia que se desmorona, como hace Francisco en el famoso fresco de Giotto en la Basílica Superior de Asís. Puede que sea un eslogan, una exitosa operación de marketing. Pero Francisco no es un nombre que se pueda llevar con indiferencia. Es una promesa. Un compromiso. En esas pocas sílabas habla una idea que ha sido central en la cultura de todo Occidente: la idea de que el mundo, la vida humana, la paz, la justicia social, la dignidad humana son dones extraordinarios que todos estamos llamados a custodiar, a defender, a difundir. Es una responsabilidad humana e histórica, no sólo religiosa. Y es este arraigo en la vicisitud terrena, esta celebración de la vida plena y rectamente vivida lo que hay esencialmente también en el nombre de Francisco.

El Papa, en el balcón de la Logia central de San Pedro
El Papa, en el balcón de la Logia central de San Pedro

Ya se ha dicho muchas veces hasta qué punto este Papa es el primero, primer Papa jesuita, primer Papa latinoamericano, primer Papa que elige el nombre de Francisco. Su primer discurso, intenso y de una sencillez sin adornos, despertó una gran empatía. Me llama la atención la insistencia en su condición de Obispo, que indica y subraya la colegialidad entre los Obispos, el hecho de que no suela pronunciar el de Papa, ni siquiera para los que le precedieron. Me invita a pensar que quiere indicar una Iglesia más coral, más sinodal, y menos piramidal y, al mismo tiempo, una relación más fuerte y estrecha con los fieles.

Vuelvo a la pregunta. A las puertas de sus primeros 11 años de su elección como Papa, ¿qué ha indicado la elección, tan sorprendente como exigente, del nombre de Francisco? Voluntad de austeridad y frugalidad, de humildad y sencillez,…, naturalidad, inmediatez, espontaneidad, cotidianidad, normalidad,…  No caeré en el malentendido de que San Francisco de Asís ha vuelto. Aquel San Francisco de Asís nunca habría llegado a ser Papa. Él, que nunca quiso ser sacerdote ni monje, que revalorizó tanto el papel de los laicos, que puso en marcha una comunidad sólo de laicos, y que estimaba tanto a las mujeres que pensó en un proyecto abierto por igual a hombres y mujeres.

Hay una profecía del Papa Francisco que no sólo se revela en lo que nos dice cada día, sino que emerge sobre todo en el hecho de que el Papa no deja de hablar... a tiempo y a destiempo

Hay una profecía del Papa Francisco que no sólo se revela en lo que nos dice cada día, sino que emerge sobre todo en el hecho de que el Papa no deja de hablar... a tiempo y a destiempo. Evidentemente es consciente de vivir en constante exposición, lo que reserva la atención de la opinión pública mundial para sus pronunciamientos, dividida entre asentimiento incondicional, disenso feroz o pantanos silenciosos, mayoritarios, indiferentes u oportunistas. Él decide comportarse según la inspiración de su biografía, con sus grandezas y sus limitaciones, y así aparece ante los ojos de muchos como un latinoamericano original e indisciplinado. Y, sin embargo, yo creo que esta aparente falta de atención a los resultados de sus frecuentes declaraciones, por el contrario, ataca intencionada y deliberadamente la fijeza doctrina y dogmática de las teologías enfermas que poco o nada son capaces de decir a los hombres y mujeres de hoy en este tiempo de crisis.

La lucha del Papa Francisco es fruto de la Providencia del Espíritu Santo, que parece comprender los signos de los tiempos y la crisis de un edificio milenario que ahora gotea por no pocos, ¿todos?, lados. Y elige afrontar la crisis de la civilización occidental -y del cristianismo con el que está tejido este Occidente- con la radicalidad que hacen necesaria las tensiones teológicas y políticas que marcan esta etapa de la historia. Se comporta como si no fuera Papa, como si no fuera Jefe de Estado, como si la Curia no existiera. Con su comportamiento se niega a repetir el guion milenario de la pieza fundamental de la maquinaria institucional tan distante y separada del Evangelio de Jesús.

Francisco, con la Plenaria de Doctrina de la Fe
Francisco, con la Plenaria de Doctrina de la Fe Vatican Media

Sin embargo, las cosas no son tan sencillas y la dialéctica carisma-institución continúa y seguirá acompañando el camino del papado y de los creyentes. Es obvio que los mecanismos eclesiásticos influyen en el Papa Francisco junto con los enemigos tradicionalistas que lo persiguen. La contradicción está inevitablemente presente en su vida: no vive como un soberano, sino que, en sentido contrario al camino sinodal, se ve llevado a comportarse como un soberano monárquico, absoluto, solitario, indiscutible. La mayor parte de las veces gana la libertad carismática, pero siempre se siente el peso de la institución, porque -nos guste o no- es un aspecto ontológico constitutivo de la vida de la Iglesia.

Ciertamente y siempre necesitamos una primavera carismática. Pero, precisamente, en cuanto a San Francisco de Asís, que inspira al Papa Francisco, esta fuente de carisma y profecía tarde o temprano se extingue, regulada por los cánones del derecho canónico y por las glosas de las reinterpretaciones tan equidistantes, moderadas y neutras, pero siempre traicioneras. El carisma o la profecía pueden desvanecerse pero, para quien lee la historia a partir de la Cruz y de la Resurrección de Cristo, queda la llamada a componer minorías abrahámicas, que, guiadas por Dios, y como el resto de Israel, a pesar de su pequeñez e irrelevancia, afrontan, adelantan y conquistan incluso martirialmente, a precio de la propia sangre, los nuevos cielos y la nueva tierra.

Francisco aplaude a los jóvenes en la JMJ de Lisboa
Francisco aplaude a los jóvenes en la JMJ de Lisboa

En los documentos y discursos del Papa Francisco aparece continuamente el verbo "soñar" o el término "sueño". Y esto ha sido así desde el principio, desde cuando dijo que "soñaba con una Iglesia pobre para los pobres" hasta la invitación dirigida a los jóvenes en la Jornada Mundial de Lisboa a "soñar en grande". Hay que seguir soñando. Actualmente, a casi once años de su pontificado, sigue soñando y haciéndolo en grande con la mirada puesta en Dios, pero al mismo tiempo con los pies firmes en la tierra. La revista española Vida Nueva, con motivo del viaje del Papa a Portugal, aprovechó para entrevistarle, centrándose en dos preguntas centradas en esta invitación que constituye la base de su programa como pontífice: la primera: ¿Cuáles son los sueños de Dios hoy’ y ‘¿Cuáles son sus sueños para la Iglesia en este momento de la historia?’”. No sin un deje de humor, reiteró que quería seguir soñando y se refirió a San José diciendo: "Estoy convencido de que padecía insomnio: no podía dormir porque temía que cada vez que se dormía Dios le cambiara su planes a través de sus sueños". Pero, bromas aparte, hablando en serio afirmó que "quien deja de soñar en la vida es una persona apagada, arrugada, insípida, marchita. (…) Siempre hay algo con qué soñar, así pienso. A veces son programas, otras proyecciones… Qué sé yo. Pero hay que soñar. Una persona, cuando sueña, abre puertas y ventanas. Quien no sueña no tiene futuro; tiene un futuro repetitivo y banal".

Y seguramente la capacidad de soñar es una de las cosas que más unen a San Francisco de Asís y al Papa Francisco con una distancia entre ellos de más de siete siglos. El Papa Francisco ora por nosotros. Oremos por él. Compartamos su confianza en Cristo. Compartamos su capacidad de soñar sus sueños y de hacerlo a lo grande.

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