Obispos africanos con mujer e hijos. Algunas reflexiones
(JCR)
Escribo estas líneas después de una noche en la que no he podido descansa todo lo que hubiera querido después de que nuestro hijo de once meses nos despertara varias veces con sus llantos. Mientras me levantaba para ir a la cocina me vino a la mente lo que leí ayer en Religión Digital sobre los dos obispos centroafricanos destituidos por el Vaticano por tener mujer e hijos, y con cierta sonrisa comenté a mí mujer (ugandesa, por más señas): “Pues me a da a mí que estos monseñores centroafricanos con descendencia no han debido de preparar un biberón o cambiar un pañal en su vida, y menos de noche”.
A partir de aquí, me vinieron varias reflexiones, fruto de haber visto unos cuantos casos similares durante los 20 años que pasé en Uganda y de varias visitas a otros países africanos en las que uno ve y oye muchas cosas, incluida la República Centroafricana que tuve la suerte de visitar hace varios años. En primer lugar, cuando casos de estos afloran a la luz pública lo primero que hay que hacer es no negar la realidad y aceptar los hechos como son. Hay muchas maneras de negar la realidad y desviar la atención, y una de ellas –parece que bastante frecuente en África- es tirar balones fuera culpando todo a “una campaña de desprestigio”. Así han reaccionado los curas de la República Centroafricana según leímos en la información. Es una reacción que he visto infinidad de veces en África cuando a alguna persona –sobre todo con un puesto importante- se le acusa de algo serio. En lugar de ir al grano y aclarar si los hechos son ciertos o no, se reacciona diciendo: “¿Quién te ha dicho eso?” o “esos son acusaciones de gente que nos tiene envidia”. Es un derecho al pataleo como otro cualquiera, y además muy típico de iglesias donde los misioneros han sido mayoría hasta hace muy poco y empieza a surgir una proporción notable de clero local, el cual vive la típica crisis de “rebeldía” típica de una situación de adolescencia.
En la Iglesia africana ocurre un fenómeno bastante curioso: hay infinidad de sacerdotes y obispos que llevan bastantes años viviendo una doble vida de la que todo el mundo es consciente, pero nadie dice nada. Y son poquísimas las solicitudes de secularización que llegan a Roma, lo cual hace pensar que los que viven así llevan una existencia bastante confortable. Parece como si hubiera un acuerdo tácito de taparse unos a otros. Creo que la causa fundamental está en el poder que está asociado con el sacerdocio. No es tanto cuestión de que el matrimonio y el tener hijos se vean con más aprecio en África que en otras partes del mundo (puede ser que sí), sino que a menudo en lugares donde la gente vive sumida en la pobreza y el cura es el único de la aldea que tiene estudios, una casa grande, coche y acceso a dinero, él manda y hace y deshace sin que nadie pueda cuestionarle nada. Y cuando se trata de un obispo, mucho más. Esto explica también que cuando el Nuncio envía los cuestionarios para recabar información sobre posibles candidatos a ser obispo, nadie se atreva a escribir nada negativo. Después, cuando el señor ya tiene la mitra puesta salen a relucir detalles de su vida que hacen que el nuncio en cuestión se lleve las manos a la cabeza, porque una vez destapado el escándalo suele ser muy difícil que el obispo bajo sospecha acepte presentar su dimisión. Cuando finalmente lo hace suele ser después de largos años de presiones por parte de la nunciatura. Todo esto hace que en muchas diócesis africanas sea extraordinariamente difícil encontrar sacerdotes que puedan ser candidatos adecuados para ejercer el ministerio episcopal.
Cuando un obispo tiene mujer e hijos, ya pueden ustedes imaginarse las consecuencias prácticas para el día a día de su diócesis. Si uno de sus curas tiene un comportamiento poco correcto, no tendrá autoridad moral para llamarle al orden, y termina creando un ambiente enrarecido fruto de no tomar nunca decisiones de ningún tipo que puedan resultar algo controvertidas. Recuerdo en caso de un sacerdote en una diócesis de Uganda al que su obispo suspendió “a divinis” por vivir con una mujer y tener dos hijos con ella. Cuando le llegó la carta, el hombre entró un día con dos testigos en la oficina de su obispo y le espetó: “Monseñor, todo el mundo sabe que usted tiene tres hijos, ¿por qué no se suspende a sí mismo?”
Otra consecuencia es la que se refiere a la economía. Mantener una esposa (o varias) sale caro, y mucho más si hay hijos de por medio que necesitan alimento, vestido , educación, etc. Como el cura o el obispo suelen ser bastante a menudo figuras rodeadas de poder a los que nadie controla, no raramente echan mano de fondos de la parroquia o de la diócesis y al cabo de varios años se descubren agujeros financieros de tamaño respetable. Conocí el caso de una diócesis en un país africano que estuvo vacante varios años porque el nuncio no encontraba ningún sacerdote dispuesto a aceptar el cargo después de que el anterior (y difunto) obispo dejara una enorme deuda a causa de fondos de la diócesis que nadie sabía dónde fueron a parar pero todos sospechaban que su origen había sido las dos queridas del monseñor.
No quiero ponerme de ejemplo porque no podría serlo, pero si de algo vale la experiencia propia, yo fui sacerdote misionero durante 22 felices años. Pasé 20 años en África y cuando me ví en una situación en la que me enamoré de una mujer decidí que era mejor pedir la secularización, casarme y seguir sirviendo a la Iglesia de otra manera. Otro asunto es si la Iglesia debería cambiar su legislación sobre el celibato de los sacerdotes o no, pero este no es el tema del presente post. Creo que cuando uno lleva una doble vida termina uno por hacer daño a la comunidad cristiana, a la mujer a la que obliga a fingir y a criar los hijos ella sola, y a uno mismo. Lo que pasa es que cuando uno deja el sacerdocio tiene que empezar a buscar trabajo, apretarse el cinturón y dejar los privilegios que tiene la vida sacerdotal donde uno tiene asegurado casa, comida y seguros médicos. Y, cuando llegan los hijos, estar dispuestos a pasarse alguna noche medio en blanco preparando biberones y cambiando pañales, menesteres estos que no estaría mal que algún obispo con descendencia aprendiera a hacer y pusiera en práctica.
Escribo estas líneas después de una noche en la que no he podido descansa todo lo que hubiera querido después de que nuestro hijo de once meses nos despertara varias veces con sus llantos. Mientras me levantaba para ir a la cocina me vino a la mente lo que leí ayer en Religión Digital sobre los dos obispos centroafricanos destituidos por el Vaticano por tener mujer e hijos, y con cierta sonrisa comenté a mí mujer (ugandesa, por más señas): “Pues me a da a mí que estos monseñores centroafricanos con descendencia no han debido de preparar un biberón o cambiar un pañal en su vida, y menos de noche”.
A partir de aquí, me vinieron varias reflexiones, fruto de haber visto unos cuantos casos similares durante los 20 años que pasé en Uganda y de varias visitas a otros países africanos en las que uno ve y oye muchas cosas, incluida la República Centroafricana que tuve la suerte de visitar hace varios años. En primer lugar, cuando casos de estos afloran a la luz pública lo primero que hay que hacer es no negar la realidad y aceptar los hechos como son. Hay muchas maneras de negar la realidad y desviar la atención, y una de ellas –parece que bastante frecuente en África- es tirar balones fuera culpando todo a “una campaña de desprestigio”. Así han reaccionado los curas de la República Centroafricana según leímos en la información. Es una reacción que he visto infinidad de veces en África cuando a alguna persona –sobre todo con un puesto importante- se le acusa de algo serio. En lugar de ir al grano y aclarar si los hechos son ciertos o no, se reacciona diciendo: “¿Quién te ha dicho eso?” o “esos son acusaciones de gente que nos tiene envidia”. Es un derecho al pataleo como otro cualquiera, y además muy típico de iglesias donde los misioneros han sido mayoría hasta hace muy poco y empieza a surgir una proporción notable de clero local, el cual vive la típica crisis de “rebeldía” típica de una situación de adolescencia.
En la Iglesia africana ocurre un fenómeno bastante curioso: hay infinidad de sacerdotes y obispos que llevan bastantes años viviendo una doble vida de la que todo el mundo es consciente, pero nadie dice nada. Y son poquísimas las solicitudes de secularización que llegan a Roma, lo cual hace pensar que los que viven así llevan una existencia bastante confortable. Parece como si hubiera un acuerdo tácito de taparse unos a otros. Creo que la causa fundamental está en el poder que está asociado con el sacerdocio. No es tanto cuestión de que el matrimonio y el tener hijos se vean con más aprecio en África que en otras partes del mundo (puede ser que sí), sino que a menudo en lugares donde la gente vive sumida en la pobreza y el cura es el único de la aldea que tiene estudios, una casa grande, coche y acceso a dinero, él manda y hace y deshace sin que nadie pueda cuestionarle nada. Y cuando se trata de un obispo, mucho más. Esto explica también que cuando el Nuncio envía los cuestionarios para recabar información sobre posibles candidatos a ser obispo, nadie se atreva a escribir nada negativo. Después, cuando el señor ya tiene la mitra puesta salen a relucir detalles de su vida que hacen que el nuncio en cuestión se lleve las manos a la cabeza, porque una vez destapado el escándalo suele ser muy difícil que el obispo bajo sospecha acepte presentar su dimisión. Cuando finalmente lo hace suele ser después de largos años de presiones por parte de la nunciatura. Todo esto hace que en muchas diócesis africanas sea extraordinariamente difícil encontrar sacerdotes que puedan ser candidatos adecuados para ejercer el ministerio episcopal.
Cuando un obispo tiene mujer e hijos, ya pueden ustedes imaginarse las consecuencias prácticas para el día a día de su diócesis. Si uno de sus curas tiene un comportamiento poco correcto, no tendrá autoridad moral para llamarle al orden, y termina creando un ambiente enrarecido fruto de no tomar nunca decisiones de ningún tipo que puedan resultar algo controvertidas. Recuerdo en caso de un sacerdote en una diócesis de Uganda al que su obispo suspendió “a divinis” por vivir con una mujer y tener dos hijos con ella. Cuando le llegó la carta, el hombre entró un día con dos testigos en la oficina de su obispo y le espetó: “Monseñor, todo el mundo sabe que usted tiene tres hijos, ¿por qué no se suspende a sí mismo?”
Otra consecuencia es la que se refiere a la economía. Mantener una esposa (o varias) sale caro, y mucho más si hay hijos de por medio que necesitan alimento, vestido , educación, etc. Como el cura o el obispo suelen ser bastante a menudo figuras rodeadas de poder a los que nadie controla, no raramente echan mano de fondos de la parroquia o de la diócesis y al cabo de varios años se descubren agujeros financieros de tamaño respetable. Conocí el caso de una diócesis en un país africano que estuvo vacante varios años porque el nuncio no encontraba ningún sacerdote dispuesto a aceptar el cargo después de que el anterior (y difunto) obispo dejara una enorme deuda a causa de fondos de la diócesis que nadie sabía dónde fueron a parar pero todos sospechaban que su origen había sido las dos queridas del monseñor.
No quiero ponerme de ejemplo porque no podría serlo, pero si de algo vale la experiencia propia, yo fui sacerdote misionero durante 22 felices años. Pasé 20 años en África y cuando me ví en una situación en la que me enamoré de una mujer decidí que era mejor pedir la secularización, casarme y seguir sirviendo a la Iglesia de otra manera. Otro asunto es si la Iglesia debería cambiar su legislación sobre el celibato de los sacerdotes o no, pero este no es el tema del presente post. Creo que cuando uno lleva una doble vida termina uno por hacer daño a la comunidad cristiana, a la mujer a la que obliga a fingir y a criar los hijos ella sola, y a uno mismo. Lo que pasa es que cuando uno deja el sacerdocio tiene que empezar a buscar trabajo, apretarse el cinturón y dejar los privilegios que tiene la vida sacerdotal donde uno tiene asegurado casa, comida y seguros médicos. Y, cuando llegan los hijos, estar dispuestos a pasarse alguna noche medio en blanco preparando biberones y cambiando pañales, menesteres estos que no estaría mal que algún obispo con descendencia aprendiera a hacer y pusiera en práctica.