Luis Maldonado, sacerdote y profeta

Conocí a Luis al poco de llegar de Roma y establecerme en Valencia. Corrían los años setenta. Llegamos a ser buenos amigos. La última vez que hablé con él fue poco antes de publicar mi libro sobre la Anáfora. Se lo dediqué él: “A Luis Maldonado, sabio liturgista, el primero que desbrozó el terreno, sacerdote ejemplar y mejor amigo”. Mi dedicatoria era expresión de mi reconocimiento, de mi admiración y de mi amistad. Habíamos coincidido en numerosas reuniones y en importes aventuras profesionales. Con él, y algunos más, se puso en marcha la Asociación Española de Profesores de Liturgia.

Traigo aquí a colación su recuerdo porque me duele el escaso eco que ha tenido su tránsito entre la gente del ramo. Porque Luis, junto con Floristán, Burgaleta y algunos otros, ha sido uno de los pioneros más destacados en la renovación litúrgica postconciliar en España.

Decía en mi dedicatoria que él, Luis Maldonado, había sido el primero en “desbrozar el terreno”. Decía yo esto pensando en su magnífico libro sobre la “Plegaria Eucarística” (1967). Él comenzó sus trabajos sobre este tema cuando estudiaba en la Facultad de Teología de Innsbruck, a la que él llamaba el “Alma Mater”, bajo la tutela y la dirección del sabio liturgista austriaco, el jesuita Josef Andreas Jungmann.

Se puede decir con razón que fue Luis Maldonado el primero en “desbrozar el terreno”. Cuando nadie hablaba en España sobre estos temas ni nadie pensaba en la anáfora, él brindó a los liturgistas y teólogos españoles esa impresionante monografía sobre la plegaria eucarística (La Plegaria Eucarística. Estudio de teología bíblica y litúrgica sobre la misa, BAC, Madrid 1967). Poco antes habían aparecido en Europa algunas obras sobre la eucaristía: Louis Bouyer (1966) y Max Thurian (1959) en Francia; Theodor Schnitzler (1960) en Alemania; A. Hänggi con I. Pahl (1968) en Suiza: J.A. Jungmann (1953) en Austria; J. Ligier (1964) en Roma; y la gran colección de anáforas editada en España por J.M. Sanchez Caro y V. Martín Pindado (1969).

Todo lo referente a la plegaria eucarística estaba por descubrir. En España, a lo sumo, hablábamos entonces y escribíamos sobre el Canon Romano de la liturgia latina. Maldonado nos introdujo en el conocimiento de las raíces hebreas de la anáfora, nos hizo saborear la riqueza insondable de la beraká judía, de la eulogía neotestamentaria y de la eucharistia primitiva. Sus comentarios estaban impregnados de sabiduría, con importantes referencias lingüísticas. Sus informaciones no se limitaban a los aspectos puramente técnicos, sino que ahondaban en las profundas implicaciones teológicas de los textos y de las estructuras litúrgicas. Es destacable la permanente referencia a textos litúrgicos de anáforas eucarísticas orientales, sometiéndolos siempre a escrupulosos análisis textuales, haciéndose eco, al mismo tiempo, del inestimable testimonio de los Padres y escritores eclesiásticos. No faltaban en sus sabrosos comentarios apuntes referidos a la práctica pastoral de las iglesias.

Me he limitado a comentar su monumental trabajo sobre la anáfora eucarística. Podríamos, además, hacernos eco de sus numerosos escritos referidos a otros temas como la liturgia y las tradiciones populares, sobre los diferentes aspectos de la liturgia en una sociedad secularizada, sobre el catolicismo popular, etc. En cambio, a mi juicio, la querencia fuerte de Maldonado estuvo siempre orientada hacia la eucaristía; en ello centro buena parte de sus esfuerzos y trabajos.

Luis Maldonado se mantuvo siempre como un investigador infatigable, inquieto, solícito y sensible a los problemas candentes del momento, ofreciendo siempre vertientes de investigación y nuevos horizontes. La comunidad eclesial española estará siempre en deuda con él. Fue además un gran liturgo, un gran maestro de la celebración, un profeta valiente y comprometido, un sacerdote ejemplar. De los que dejan huella.
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