LAS OBSESIONES LITÚRGICAS DEL CARDENAL SARAH
Robert Sarah es un cardenal de color, africano, oriundo de la Guinea francesa. Nació en 1945. Fue ordenado sacerdote en 1969 y consagrado obispo de Conakri diez años más tarde, en 1979. El papa Benedicto XVI lo creó cardenal de la santa Iglesia Romana el año 2010. Actualmente es el Prefecto de la S.C. para el Culto divino y Disciplina de los Sacramentos.
Desde hace unos años el Cardenal Sarah nos viene sorprendiendo con iniciativas ocurrentes que, a la postre, acaban inquietando a quienes rompemos lanzas en la defensa y promoción de la liturgia renovada de la Iglesia. Primero nos lanzó la consigna de celebrar la eucaristía “ad orientem” (y de espaldas al pueblo) para, de este modo, “orientarnos hacia el Señor que viene”; luego declaró su intención de hacer “la reforma de la reforma”, (para poner sordina a la reforma litúrgica del Vaticano II), hasta que el papa Francisco puso freno a esta pretensión del Cardenal; posteriormente ha hablado también de construir la reconciliación de las dos formas del Rito Romano, la “ordinaria” y la “extraordinaria”, promovidas por el papa Benedicto XVI en el motu proprio “Summorum Pontificum”, creando así lo que él ha llamado “un nuevo Rito común”, dando alas, de este modo, a la vieja liturgia tridentina y desactivando la reforma litúrgica del Vaticano II.
Su última ocurrencia se refiere a la práctica de la comunión en la mano, facilitada por la renovación litúrgica conciliar. El Cardenal se ha manifestado abiertamente contrarió a esta práctica. La considera “un ataque diabólico a la eucaristía” y “una falta de respeto al Santísimo”. Piensa que esta práctica de recibir la comunión en la mano “trata de extinguir la fe en la eucaristía, sembrando errores y favoreciendo una forma inadecuada de recibir al Señor”. Todo esto lo expresa el Cardenal en el prefacio con que ha prologado el libro La distribuzione della comunione sulla mano, de Federico Bortoli.
Además de apostar por la comunión en la boca, el Cardenal Sarah insiste en la necesidad de que los fieles “vuelvan a arrodillarse para recibir la comunión”. Dice con todo aplomo que “recibir la comunión de rodillas y en la lengua es mucho más adecuado para el sacramento mismo”.
Uno no sale de su asombro al escuchar estas propuestas promovidas precisamente por el Prefecto de la Congregación del Culto Divino. Porque yo estoy seguro de que el Cardenal Sarah conoce lo dispuesto en la Ordenación General del Misal Romano (OGMR), (3ª edición 2002): «Los fieles comulgan de rodillas o de pie, según lo establezca la Conferencia de Obispos». (OGMR 160). «El que comulga recibe el sacramento en la boca o, en los lugares en que se ha concedido, en la mano, según prefiera» (OGMR 161).
La Conferencia Episcopal Española en 1976 ya había solicitado a la Congregación para el Culto Divino la facultad de introducir en España la práctica de la comunión en la mano. La Sagrada Congregación accedió a esta solicitud con esta respuesta: "Concedemos a España la práctica de poner el pan consagrado en la mano de los fieles conforme a las normas de la Instrucción Memoriale Domini". Por tanto, desde el año 1976, los fieles en las iglesias de España pueden decidir libremente la forma de recibir la comunión, en la boca o en la mano.
Esta práctica ha sido confirmada posteriormente (2004) por la Instrucción Redemptionis Sacramentum (RS), publicada por la Congregación que el mismo Cardenal Sarah preside: “No es lícito negar la sagrada comunión a un fiel solo por el hecho de querer recibir la Eucaristía arrodillado o de pie " (RS 91) Y respecto a la comunión en la mano: "Si el que va a comulgar quiere recibir en la mano el sacramento, en los lugares donde la Conferencia de Obispos lo haya permitido, con la confirmación de la Sede Apostólica, se le debe administrar la Sagrada Hostia" (RS 92).
Esta es la normativa que está actualmente en vigor, la que regula el comportamiento de los fieles en España. Resultan, por ello, de difícil explicación las ocurrentes manifestaciones del Cardenal Sarah. Pero hay más. Aparte la normativa, disponemos de interesantes testimonios de Padres y escritores antiguos en los que se alude a la práctica de la comunión en la mano en las iglesias. No me resisto a ofrecer algunos testimonios.
El obispo Dionisio de Alejandría (siglo III), en carta dirigida al papa Sixto II, Habla del que “se ha acercado a la mesa eucarística y ha extendido sus manos para recibir el santo alimento, y lo ha tomado, y ha participado del cuerpo y de la sangre de nuestro Señor Jesucristo”.
El epitafio de Pictorio (siglo II-III), encontrado cerca de Autun (Galia), describe así el gesto de la comunión: “Raza divina del pez celeste, recibe el alimento, dulce como la miel, del Salvador de los Santos; come con avidez, teniendo el pez en tus manos”.
Es conocido el testimonio de Cirilo de Jerusalén en las Catequesis Mistagógicas (siglo IV): “Cuando te acerques a recibir el Cuerpo del Señor, no lo hagas con las palmas de las manos extendidas ni con los dedos separados, sino haciendo de tu mano izquierda como un trono para tu derecha, donde se sentará el Rey. Con la cavidad de la mano recibe el Cuerpo de Cristo y responde Amén”.
Pongamos finalmente el testimonio del santo monje Juan Damasceno en Siria (siglo VII-VIII): “Acerquémonos a él con ardiente deseo y, abriendo las palmas de las manos en forma de cruz, recibamos el cuerpo del Resucitado” (De fide ortodoxa IV, 13).
Pongo punto final a mi reflexión. Los testimonios antiguos, que apoyan y justifican la práctica de recibir la comunión en la mano, son abundantísimos. Nadie pone hoy en duda la existencia de esta costumbre en las iglesias, tanto en oriente como en occidente, durante los primeros siglos, hasta la época carolingia (Jungmann). Todo ello nos permite acoger con un cierto recelo las consideraciones del Cardenal Robert Sarah. Es cierto que los pastores deben recomendar a los fieles un comportamiento respetuoso, cargado de emoción espiritual y de piedad, en el momento de recibir el cuerpo del Señor en su mano. Pero, en ningún caso, debemos pensar que este gesto, en sí, sea una profanación del sacramento, como insinúa el Cardenal.
Desde hace unos años el Cardenal Sarah nos viene sorprendiendo con iniciativas ocurrentes que, a la postre, acaban inquietando a quienes rompemos lanzas en la defensa y promoción de la liturgia renovada de la Iglesia. Primero nos lanzó la consigna de celebrar la eucaristía “ad orientem” (y de espaldas al pueblo) para, de este modo, “orientarnos hacia el Señor que viene”; luego declaró su intención de hacer “la reforma de la reforma”, (para poner sordina a la reforma litúrgica del Vaticano II), hasta que el papa Francisco puso freno a esta pretensión del Cardenal; posteriormente ha hablado también de construir la reconciliación de las dos formas del Rito Romano, la “ordinaria” y la “extraordinaria”, promovidas por el papa Benedicto XVI en el motu proprio “Summorum Pontificum”, creando así lo que él ha llamado “un nuevo Rito común”, dando alas, de este modo, a la vieja liturgia tridentina y desactivando la reforma litúrgica del Vaticano II.
Su última ocurrencia se refiere a la práctica de la comunión en la mano, facilitada por la renovación litúrgica conciliar. El Cardenal se ha manifestado abiertamente contrarió a esta práctica. La considera “un ataque diabólico a la eucaristía” y “una falta de respeto al Santísimo”. Piensa que esta práctica de recibir la comunión en la mano “trata de extinguir la fe en la eucaristía, sembrando errores y favoreciendo una forma inadecuada de recibir al Señor”. Todo esto lo expresa el Cardenal en el prefacio con que ha prologado el libro La distribuzione della comunione sulla mano, de Federico Bortoli.
Además de apostar por la comunión en la boca, el Cardenal Sarah insiste en la necesidad de que los fieles “vuelvan a arrodillarse para recibir la comunión”. Dice con todo aplomo que “recibir la comunión de rodillas y en la lengua es mucho más adecuado para el sacramento mismo”.
Uno no sale de su asombro al escuchar estas propuestas promovidas precisamente por el Prefecto de la Congregación del Culto Divino. Porque yo estoy seguro de que el Cardenal Sarah conoce lo dispuesto en la Ordenación General del Misal Romano (OGMR), (3ª edición 2002): «Los fieles comulgan de rodillas o de pie, según lo establezca la Conferencia de Obispos». (OGMR 160). «El que comulga recibe el sacramento en la boca o, en los lugares en que se ha concedido, en la mano, según prefiera» (OGMR 161).
La Conferencia Episcopal Española en 1976 ya había solicitado a la Congregación para el Culto Divino la facultad de introducir en España la práctica de la comunión en la mano. La Sagrada Congregación accedió a esta solicitud con esta respuesta: "Concedemos a España la práctica de poner el pan consagrado en la mano de los fieles conforme a las normas de la Instrucción Memoriale Domini". Por tanto, desde el año 1976, los fieles en las iglesias de España pueden decidir libremente la forma de recibir la comunión, en la boca o en la mano.
Esta práctica ha sido confirmada posteriormente (2004) por la Instrucción Redemptionis Sacramentum (RS), publicada por la Congregación que el mismo Cardenal Sarah preside: “No es lícito negar la sagrada comunión a un fiel solo por el hecho de querer recibir la Eucaristía arrodillado o de pie " (RS 91) Y respecto a la comunión en la mano: "Si el que va a comulgar quiere recibir en la mano el sacramento, en los lugares donde la Conferencia de Obispos lo haya permitido, con la confirmación de la Sede Apostólica, se le debe administrar la Sagrada Hostia" (RS 92).
Esta es la normativa que está actualmente en vigor, la que regula el comportamiento de los fieles en España. Resultan, por ello, de difícil explicación las ocurrentes manifestaciones del Cardenal Sarah. Pero hay más. Aparte la normativa, disponemos de interesantes testimonios de Padres y escritores antiguos en los que se alude a la práctica de la comunión en la mano en las iglesias. No me resisto a ofrecer algunos testimonios.
El obispo Dionisio de Alejandría (siglo III), en carta dirigida al papa Sixto II, Habla del que “se ha acercado a la mesa eucarística y ha extendido sus manos para recibir el santo alimento, y lo ha tomado, y ha participado del cuerpo y de la sangre de nuestro Señor Jesucristo”.
El epitafio de Pictorio (siglo II-III), encontrado cerca de Autun (Galia), describe así el gesto de la comunión: “Raza divina del pez celeste, recibe el alimento, dulce como la miel, del Salvador de los Santos; come con avidez, teniendo el pez en tus manos”.
Es conocido el testimonio de Cirilo de Jerusalén en las Catequesis Mistagógicas (siglo IV): “Cuando te acerques a recibir el Cuerpo del Señor, no lo hagas con las palmas de las manos extendidas ni con los dedos separados, sino haciendo de tu mano izquierda como un trono para tu derecha, donde se sentará el Rey. Con la cavidad de la mano recibe el Cuerpo de Cristo y responde Amén”.
Pongamos finalmente el testimonio del santo monje Juan Damasceno en Siria (siglo VII-VIII): “Acerquémonos a él con ardiente deseo y, abriendo las palmas de las manos en forma de cruz, recibamos el cuerpo del Resucitado” (De fide ortodoxa IV, 13).
Pongo punto final a mi reflexión. Los testimonios antiguos, que apoyan y justifican la práctica de recibir la comunión en la mano, son abundantísimos. Nadie pone hoy en duda la existencia de esta costumbre en las iglesias, tanto en oriente como en occidente, durante los primeros siglos, hasta la época carolingia (Jungmann). Todo ello nos permite acoger con un cierto recelo las consideraciones del Cardenal Robert Sarah. Es cierto que los pastores deben recomendar a los fieles un comportamiento respetuoso, cargado de emoción espiritual y de piedad, en el momento de recibir el cuerpo del Señor en su mano. Pero, en ningún caso, debemos pensar que este gesto, en sí, sea una profanación del sacramento, como insinúa el Cardenal.