Perfil de la cincuentena en el misal de Pablo VI

La reforma litúrgica conciliar ha devuelto a la cincuentena, en buena parte, su carácter original. De forma magistral aparece definido este periodo de tiempo en el n.22 de las notas previas a la edición del nuevo año litúrgico revisado y actualizado: «Los cincuenta días que van desde el domingo de resurrección hasta el domingo de pentecostés se celebran con alegría y júbilo, como si se tratara de un único día de fiesta o, mejor aún, de un 'gran domingo'». Es lo que he venido diciendo en mis artículos anteriores.

Aparentemente la nueva liturgia no ha cambiado nada. Este ciclo sigue llamándose “tiempo pascual”, como siempre. Sin embargo, hay una variante que considero capital: se ha suprimido la octava de pentecostés. Pentecostés ya no es una réplica de pascua. Ni siquiera es la fiesta del Espíritu Santo. El día de pentecostés ha vuelto a ser el día último de la cincuentena, el colofón, el sello. Pentecostés, en cuanto período de cincuenta días, llamado ahora tiempo pascual, ha recuperado su propia identidad.

Ha sido precisamente la supresión de la octava de pentecostés lo que ha permitido recuperar la unidad de la cincuentena, sin que ésta aparezca como una sucesión de fiestas. Todos los días de la cincuentena son iguales. A lo largo de esas siete semanas lo que se celebra es el misterio de la glorificación de Cristo. Resurrección, ascensión y envío del Espíritu Santo no son celebradas como fiestas aisladas o episodios sucesivos acontecidos en el tiempo, sino como aspectos de un solo y único misterio. Así aparece en el n.30 del comentario al año litúrgico restaurado: «Las investigaciones en torno al misterio pascual realizadas en nuestro tiempo han permitido descubrir un íntimo nexo entre el don del Espíritu Santo, la resurrección y la ascensión del Señor. Por eso muchos optaron por la supresión de la octava de pentecostés. Y así se hizo».

De esta forma, la celebración de la glorificación del Señor a lo largo de los cincuenta días como un misterio único, al margen de toda sucesión cronológica, se ajusta más a la visión neotestamentaria, sobre todo de Juan, de la glorificación del Señor. Solamente Lucas, en el libro de los Hechos, y seguramente por motivos pedagógicos, establece un montaje cronológico para visionar el retorno de Cristo al Padre.

El clima festivo y de alegría que caracterizó desde el principio al laetisimum spatium ha sido puesto de relieve en los textos de oración incorporados a la nueva liturgia, tanto de la misa como del oficio. Para comprobarlo basta hacer una lectura somera de los mismos El clima exultante se percibe a lo largo de toda la cincuentena. Los prefacios, de manera especial, evocan constantemente la alegría gozosa de la pascua: «Por eso, con esta efusión de gozo pascual el mundo entero se desborda de alegría». Así terminan siempre los prefacios durante el tiempo pascual.
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