Para enriquecer el adviento
El adviento es un tiempo de esperanza. Toda nuestra vida es un adviento; porque en todo momento vivimos a la espera del Señor que viene. Nuestra vida es una espera vigilante, ansiosa, porque el Señor vendrá cuando menos lo pensamos.
Para alimentar nuestra vocación expectante y enriquecerla traigo a colación estas hermosas palabras de Juan Luis Ruiz de la Peña. Murió joven, después de habernos dejado unos preciosos escritos sobre la esperanza y la escatología. Fue un teólogo de prestigio, joven, clarividente; pero el Señor se lo llevó pronto, acortando su vida expectante. La Universidad de Salamanca y Iglesia de Oviedo lloran su ausencia.
Esta son sus palabras; extraídas de uno de sus libros:
«La memoria inquietante de la inminencia de la parusía puede liberar a la Iglesia para una función liberadora. Solo una Iglesia convencida de la real proximidad del Señor, que recita de nuevo el marana tha con la misma ansiedad expectante de los testigos de la resurrección, rechazará la tentación de transmutarse en ángel custodio del orden establecido, se sustraerá al hechizo de la acomodación o la connivencia, alzará su voz para denunciar proféticamente el pecado de desmesura consistente en hacer pasar por definitivo lo que no es más que provisional».
«Por lo demás, la esperanza propende a la operatividad; el expectante cristiano ha de ser operante en la dirección de lo que espera. Esperar la parusía implica creer que Cristo ha vencido la injusticia, el dolor, la muerte; exige, por tanto, no resignarse pasivamente ante la persistente emergencia de estos fenómenos. Anunciar el triunfo final del Reino es, sin duda, “dar testimonio de la verdad”. Proclamar la venida de Cristo en poder, la victoria definitiva sobre el mal, la injusticia, el dolor, la muerte, es combatir para que se imponga el bien, la justicia, la felicidad, la vida».
(Juan Luis Ruiz de la Peña, El último sentido. Una introducción a la escatología, Marova, Madrid 1979, p. 79)
Para alimentar nuestra vocación expectante y enriquecerla traigo a colación estas hermosas palabras de Juan Luis Ruiz de la Peña. Murió joven, después de habernos dejado unos preciosos escritos sobre la esperanza y la escatología. Fue un teólogo de prestigio, joven, clarividente; pero el Señor se lo llevó pronto, acortando su vida expectante. La Universidad de Salamanca y Iglesia de Oviedo lloran su ausencia.
Esta son sus palabras; extraídas de uno de sus libros:
«La memoria inquietante de la inminencia de la parusía puede liberar a la Iglesia para una función liberadora. Solo una Iglesia convencida de la real proximidad del Señor, que recita de nuevo el marana tha con la misma ansiedad expectante de los testigos de la resurrección, rechazará la tentación de transmutarse en ángel custodio del orden establecido, se sustraerá al hechizo de la acomodación o la connivencia, alzará su voz para denunciar proféticamente el pecado de desmesura consistente en hacer pasar por definitivo lo que no es más que provisional».
«Por lo demás, la esperanza propende a la operatividad; el expectante cristiano ha de ser operante en la dirección de lo que espera. Esperar la parusía implica creer que Cristo ha vencido la injusticia, el dolor, la muerte; exige, por tanto, no resignarse pasivamente ante la persistente emergencia de estos fenómenos. Anunciar el triunfo final del Reino es, sin duda, “dar testimonio de la verdad”. Proclamar la venida de Cristo en poder, la victoria definitiva sobre el mal, la injusticia, el dolor, la muerte, es combatir para que se imponga el bien, la justicia, la felicidad, la vida».
(Juan Luis Ruiz de la Peña, El último sentido. Una introducción a la escatología, Marova, Madrid 1979, p. 79)