Si sale con barbas, san Antón…
En estos grupos anida la ilusión de recuperar la forma original de celebrar la eucaristía, la genuina, añorando los tiempos de la comunidad primitiva de Jerusalén, cuando «perseveraban en la fracción del pan» (Hch 2,42) y «partían el pan en las casas con alegría y sencillez de corazón» (Hch 2, 46). En este clima de entrañable cercanía y fraternidad estas comunidades han venido ensayando un estilo de celebrar llano y sencillo, cercano, lejos siempre de cualquier sombra de ritualismo, apostando siempre por el difícil equilibrio entre las mínimas exigencias de sacralidad y la opción por la llaneza y la espontaneidad de las formas. En ese difícil equilibrio entre la sublimidad de lo sagrado y la cercanía de lo cotidiano nos movemos. Equilibrio difícil y de frágil consistencia.
A partir de aquí es cuando los hechos chirrían y ruedan con dificultad. Porque, si hablamos de eucaristía, debemos aceptar unas reglas de juego. La celebración eucarística posee su propia identidad e implica un patrón de comportamiento propio; no es un producto a la carta que cada cual, cada grupo, se inventa a su antojo. Es así como hemos heredado la eucaristía, como debemos mantenerla y como debemos trasmitirla a las comunidades futuras. La eucaristía no se la inventa cada comunidad. Estas reglas de juego marcan unas líneas de comportamiento que, seguramente, se deben observar.
Cuando la comunidad se reúne para la liturgia eucarística sabe qué es lo que va a celebrar, quién va a presidir esa liturgia; sabe además que en esa liturgia van a experimentar, a través del misterio sacramental, el encuentro con el Resucitado; que la irrupción del Espíritu va a propiciar la presencia del Señor en medio de los suyos, que el pan y el vino que se va a compartir en la mesa eucarística son los símbolos vivos, mesiánicos, de la presencia real y misteriosa del cuerpo y de la sangre del Señor, de su vida entera entregada y sacrificada. Esa es la eucaristía, con su propio perfil y sus propias exigencias.
Lo que comento no es fruto de mi imaginación. Son hechos reales y verdaderos. Frente a esta realidad lo importante es la cordura, la mesura en las decisiones y la reflexión. Lo peor es cuando al desconocimiento y a la desinformación se les junta la osadía.