Fantasías y verdad 28-VII-2018
Oh! la fantasía… Esa máquina de fabricar fantasmas y edulcorar potajes y realidades hasta hacerles parecer golosinas.
La fantasía… Esa otra “loca de la casa”, que a las imaginaciones vendida -hasta las más utópicas, hiperbólicas o pintureras-, osa darles cuerpo y carne.
La fantasía… Muñidora de sueños y abanderada del “soñar”, incluso estando despiertos….
La fantasía… Cáscara vacía, prepotente mascarón de proa, madrina de quimeras y ficciones, casi siempre vistiendo ropajes y maneras de “nuevo rico”.
Quien le llamara “loca de la casa” dijo bien. Ella, del brazo de la imaginación, pone la racionalidad, a diario, al borde de los precipicios.
Necesaria en ocasiones para que el hombre aterrice alguna vez y se baje de ásperas o heladoras racionalidades, para dar salidas a los flujos del subconsciente e inconsciente, llevada sin embargo a la vida diaria, haciéndola gobernanta de los cotidianos trotes y hervores, puede ser pesadilla en algunos casos y, en los más, una discutible compañera de vida o tutora de pasos perdidos.
La fantasía es buena para poetas y artistas, porque es chispa que les pone alas para volar casi sin tocar tierra. Pero, para hacer sumas y restas, para recitar la lista de los reyes godos o para gobernar ínsulas cervantinas, la fantasía -llevando ella el timón- suele augurar naufragios y malas u opacas travesías.
El “sueño” y los “sueños”, aunque –gráfica y fonéticamente- sólo disten el uno de los otros por la “ese” del plural, son y señalan, sin embargo, cosas muy diversas, a pesar de que los espacios del “sueño” sean el campo en que de ordinario toma cuerpo esa otra “vida humana” que fluye al margen de la vida real, pero que tantas veces la remeda y, en ocasiones, la sustituye o embarga.
Del “sueño” -acción o acto de dormir- a los “sueños” -figuraciones etéreas de subconscientes o inconscientes flujos vitales incapaces de un mínimo control racional- va el trecho –largo generalmente- que suele darse entre la fantasías y la verdad, entre lo real y lo ficticio o, dicho más pragmáticamente, entre la paja y el grano. El “sueño” nutre y repara. Los “sueños” fantasean y astraen de lo real.
“Soñar –se dice- no cuesta dinero”. Como para dar a entender que quien sueña sin caer en la cuenta de que son sueño y no verdades de realidad sólida sus quehaceres, poco fuste y peso específico ha de tener.
De los “sueños” y, sobre todo, de la “interpretación de los sueños” se ha dicho, imaginado y lucubrado tanto que no es cosa, para el punto de vista de mis reflexiones de hoy, ni de consultar a Freud, ni de hacer excursiones al drama profundo de Calderón, ni tampoco de evocar los sueños famosos que en el mundo han sido y que han dado lugar a historias –muy curiosas por cierto- de hombres y mujeres que han soñado vivir una verdadera vida limitándose tan sólo a sacar jugo a sus “sueños”.
Quedémonos, de todos modos, para no dictaminar más de la cuenta, con el enigmático sentir que Calderón enarbola cuando afirma en su drama que “toda la vida se sueño”, pero que “los sueños, sueños son”.
Mis reflexiones de hoy se vuelven inquisitivas al freudiano panorama de los sueños ante la noticia que esta misma mañana oigo, y que, a mi ver, muestra que –cuando es guiada por sueños y fantasías, por “improntas” y primeros impulsos, por sensaciones y voluntarismos- muchos atisbos de cordura y razón emigran de la conducta humana.
Y si ese ”onirismo” tan etéreo llenara la cabeza y los pies de un gobernante o político –gentes, que han de ser, pragmáticas por definición-, y las audacias fueran más allá de lo que marcan la verdad y la realidad –suelen andar juntas realidad y verdad-, la imagen bíblica de la estatua con los pies de barro sería la vitola más aparente de su previsible inanidad.
Esa noticia de hoy es que, ayer mismo, el Congreso de los Diputados de España echó atrás, por gran mayoría, el techo de gastos presentado por el Gobierno de don Pedro Sánchez para el año 2019. Le tumbaron ese “techo” prácticamente los mismos que lo habían jaleado para que ganara la “moción de censura”.
Y, en cuatro días, como quien dice, se murieron los “sueños” de la relumbrante “moción de censura”, para llegarse, con sorpresa del soñador -los soñadores cabalgan lejos sólo en alas de la fantasía y esas alas, como las de Ícaro, son de cera y las derrite el sol de la verdad nada más salir-, a una situación inimaginable para quien veía “la Moncloa” como paraíso de bienestares absolutos. Y se crecen a sus mismas barbas los “enanos” –el mayor de todos, Puigdemont, también incansable muñidor de fantasías y vendedor, como fenicio de ascendencia, del humo a precios de oro.
Se podría –y vendría bien- comentar el evento de la sorpresa del “soñador” con el expresivo y socorrido recital de que “quien con niños se acuesta empapado se levanta….”
Prefiero, sin embargo, irme –como suelo hacer, cuando me hacen falta referentes de pensamiento sano o armonías de forma y fondo, a los Proverbios y Cantares de mi predilecto y sabio poeta, don Antonio Machado, cuando –por doble o triple partida- bosqueja una poética filosofía de los sueños y dice que, “si vivir es bueno, es mejor soñar; y mejor que todo, madre, despertar”; o eso otro, aún más realista y vertebrado, de que “tras el vivir y el soñar, está lo que más importa, despertar”.
Qué duda cabe que los sueños pueden alimentar el alma y, si son bonitos, poner en los labios de cualquiera un caramelo dulce; pero, igual que de caramelos no se vive, de los sueños y fantasías, tampoco.
Es mi punto de vista.
Y puesto que lo bueno es “despertar”, ojalá que, al despertar de este sueño –los sueños, salvo para quien sueña despierto, se acaban al amanecer-, el precio que hayamos de pagar todos no sea tan elevado -en chantajes, privilegios, gabelas, concesiones, facturas, y quizás algo más que eso- que, en una democracia no morbosa en que decimos estar –es un decir-, suene a chiste o a sarcasmo. O sea, que siempre ganen los unos y siempre pierdan los otros, y dé la casualidad que los que ganan siempre son los mismos y los que pierden siempre lo son también.
Ojalá me equivoque al presentir un despertar amargo, aunque los indicios son como suele decirse “mortales”; o, en lenguaje procesal, “vehementes”, capaces de sugerir presunciones y amparar pruebas.
Y la pregunta que salto al aire tras este recital de fantasías y sueños es la misma que George Steiner hace saltar al final de las conferencias que componen su Nostalgia de Absoluto: “¿Tiene futuro la verdad?”. Y; al fondo, el eco de la tal pregunta: “Tiene futuro el hombre?”.
Pensemos, porque si “soñar no cuesta dinero”, pensar, tampoco es caro, si se mira bien.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
La fantasía… Esa otra “loca de la casa”, que a las imaginaciones vendida -hasta las más utópicas, hiperbólicas o pintureras-, osa darles cuerpo y carne.
La fantasía… Muñidora de sueños y abanderada del “soñar”, incluso estando despiertos….
La fantasía… Cáscara vacía, prepotente mascarón de proa, madrina de quimeras y ficciones, casi siempre vistiendo ropajes y maneras de “nuevo rico”.
Quien le llamara “loca de la casa” dijo bien. Ella, del brazo de la imaginación, pone la racionalidad, a diario, al borde de los precipicios.
Necesaria en ocasiones para que el hombre aterrice alguna vez y se baje de ásperas o heladoras racionalidades, para dar salidas a los flujos del subconsciente e inconsciente, llevada sin embargo a la vida diaria, haciéndola gobernanta de los cotidianos trotes y hervores, puede ser pesadilla en algunos casos y, en los más, una discutible compañera de vida o tutora de pasos perdidos.
La fantasía es buena para poetas y artistas, porque es chispa que les pone alas para volar casi sin tocar tierra. Pero, para hacer sumas y restas, para recitar la lista de los reyes godos o para gobernar ínsulas cervantinas, la fantasía -llevando ella el timón- suele augurar naufragios y malas u opacas travesías.
El “sueño” y los “sueños”, aunque –gráfica y fonéticamente- sólo disten el uno de los otros por la “ese” del plural, son y señalan, sin embargo, cosas muy diversas, a pesar de que los espacios del “sueño” sean el campo en que de ordinario toma cuerpo esa otra “vida humana” que fluye al margen de la vida real, pero que tantas veces la remeda y, en ocasiones, la sustituye o embarga.
Del “sueño” -acción o acto de dormir- a los “sueños” -figuraciones etéreas de subconscientes o inconscientes flujos vitales incapaces de un mínimo control racional- va el trecho –largo generalmente- que suele darse entre la fantasías y la verdad, entre lo real y lo ficticio o, dicho más pragmáticamente, entre la paja y el grano. El “sueño” nutre y repara. Los “sueños” fantasean y astraen de lo real.
“Soñar –se dice- no cuesta dinero”. Como para dar a entender que quien sueña sin caer en la cuenta de que son sueño y no verdades de realidad sólida sus quehaceres, poco fuste y peso específico ha de tener.
De los “sueños” y, sobre todo, de la “interpretación de los sueños” se ha dicho, imaginado y lucubrado tanto que no es cosa, para el punto de vista de mis reflexiones de hoy, ni de consultar a Freud, ni de hacer excursiones al drama profundo de Calderón, ni tampoco de evocar los sueños famosos que en el mundo han sido y que han dado lugar a historias –muy curiosas por cierto- de hombres y mujeres que han soñado vivir una verdadera vida limitándose tan sólo a sacar jugo a sus “sueños”.
Quedémonos, de todos modos, para no dictaminar más de la cuenta, con el enigmático sentir que Calderón enarbola cuando afirma en su drama que “toda la vida se sueño”, pero que “los sueños, sueños son”.
Mis reflexiones de hoy se vuelven inquisitivas al freudiano panorama de los sueños ante la noticia que esta misma mañana oigo, y que, a mi ver, muestra que –cuando es guiada por sueños y fantasías, por “improntas” y primeros impulsos, por sensaciones y voluntarismos- muchos atisbos de cordura y razón emigran de la conducta humana.
Y si ese ”onirismo” tan etéreo llenara la cabeza y los pies de un gobernante o político –gentes, que han de ser, pragmáticas por definición-, y las audacias fueran más allá de lo que marcan la verdad y la realidad –suelen andar juntas realidad y verdad-, la imagen bíblica de la estatua con los pies de barro sería la vitola más aparente de su previsible inanidad.
Esa noticia de hoy es que, ayer mismo, el Congreso de los Diputados de España echó atrás, por gran mayoría, el techo de gastos presentado por el Gobierno de don Pedro Sánchez para el año 2019. Le tumbaron ese “techo” prácticamente los mismos que lo habían jaleado para que ganara la “moción de censura”.
Y, en cuatro días, como quien dice, se murieron los “sueños” de la relumbrante “moción de censura”, para llegarse, con sorpresa del soñador -los soñadores cabalgan lejos sólo en alas de la fantasía y esas alas, como las de Ícaro, son de cera y las derrite el sol de la verdad nada más salir-, a una situación inimaginable para quien veía “la Moncloa” como paraíso de bienestares absolutos. Y se crecen a sus mismas barbas los “enanos” –el mayor de todos, Puigdemont, también incansable muñidor de fantasías y vendedor, como fenicio de ascendencia, del humo a precios de oro.
Se podría –y vendría bien- comentar el evento de la sorpresa del “soñador” con el expresivo y socorrido recital de que “quien con niños se acuesta empapado se levanta….”
Prefiero, sin embargo, irme –como suelo hacer, cuando me hacen falta referentes de pensamiento sano o armonías de forma y fondo, a los Proverbios y Cantares de mi predilecto y sabio poeta, don Antonio Machado, cuando –por doble o triple partida- bosqueja una poética filosofía de los sueños y dice que, “si vivir es bueno, es mejor soñar; y mejor que todo, madre, despertar”; o eso otro, aún más realista y vertebrado, de que “tras el vivir y el soñar, está lo que más importa, despertar”.
Qué duda cabe que los sueños pueden alimentar el alma y, si son bonitos, poner en los labios de cualquiera un caramelo dulce; pero, igual que de caramelos no se vive, de los sueños y fantasías, tampoco.
Es mi punto de vista.
Y puesto que lo bueno es “despertar”, ojalá que, al despertar de este sueño –los sueños, salvo para quien sueña despierto, se acaban al amanecer-, el precio que hayamos de pagar todos no sea tan elevado -en chantajes, privilegios, gabelas, concesiones, facturas, y quizás algo más que eso- que, en una democracia no morbosa en que decimos estar –es un decir-, suene a chiste o a sarcasmo. O sea, que siempre ganen los unos y siempre pierdan los otros, y dé la casualidad que los que ganan siempre son los mismos y los que pierden siempre lo son también.
Ojalá me equivoque al presentir un despertar amargo, aunque los indicios son como suele decirse “mortales”; o, en lenguaje procesal, “vehementes”, capaces de sugerir presunciones y amparar pruebas.
Y la pregunta que salto al aire tras este recital de fantasías y sueños es la misma que George Steiner hace saltar al final de las conferencias que componen su Nostalgia de Absoluto: “¿Tiene futuro la verdad?”. Y; al fondo, el eco de la tal pregunta: “Tiene futuro el hombre?”.
Pensemos, porque si “soñar no cuesta dinero”, pensar, tampoco es caro, si se mira bien.
SANTIAGO PANIZO ORALLO