Fin de semana - Parafraseando agudezas y gracias - 4-VIII-2018
Si la “paráfrasis” -en gramática- es figura que sirve para interpretar una frase o texto, o la explicación de una sentencia por otra algo más extensa para darle mayor claridad o dotarla de más comprensión, verdad o sentido, este fin de semana –el primero de agosto, en que “las calores” agobian y la piscina o la playa tiran de uno con más fuerza que las ganas de reflexionar o pensar-, “me presta” parafrasear algunas frases, ideas, quizás ocurrencias tan sólo o ventoleras de humo, puestas a la venta como si de productos de buena calidad y marca se tratara.
Y como no es difícil “parafrasear”, ensayemos paráfrasis hoy –este primer sábado de agosto, más hecho para leer poesía, oír música, estarse a la sombra, sorber una “clara” con limón o echarse al agua para mitigar el sofoco.
Una idea u ocurrencia, una frase llamativa o atrevida, una curiosidad atrayente o malsana sean hoy mis citas únicas con la reflexión, en forma de paráfrasis cortas y, a poder ser, vivas, incisivas y con acento.
Parafraseando, pues.
* Anteayer, a primera hora, con sol radiante y lujo de claridades, escuché a un tertuliano decir esto literalmente: “Cuando cierro la mano, la convierto en un puño”. Me hizo pensar.
No hace mucho -en su momento lo dije (era en el Circular a su paso por la plaza de España de Madrid) -un señor decía a la que parecía su esposa o pareja –ahora se estila darse de “modernos” y enfatizar la diferencia entre ambas cosas- que él tenía una mano para saludar y la otra para dar puñetazos… Onservé al señor y mer pareció capaz de hacerlo, más tal vez lo segundo que lo primero.
Se pudiera escribir un libro entero sobre el lenguaje de las manos o la diferencia que va entre la mano abierta y el puño cerrado, entre un saludo y un guantazo, entre las manos racionales de un hombre civilizado y las manos de muchos animales que son zarpa o garra con relativa frecuencia.
Mano abierta, mano tendida, mano alzada, mano fuerte, mano al pecho, manos blancas, manos limpias, mano de santo, etc. son expresiones que cristalizan actitudes benevolentes o de positivo y cabal humanismo. En cambio, la mano cerrada o el puño, la mano sucia, la mano de Judas, la mano armada y otras de parecido corte o signo denotan vicios y ademanes tan negativos que de lo humano desdicen..
Y el puño más en concreto? Simbólicamente, el puño cerrado es sinónimo de agresividad, de odios y ojerizas, de lucha clases o ceños fruncidos, y, por supuesto, de cerrazón para el amor. Porque, si la mano abierta y tendida es mano bien dispuesta al abrazo, a la solidaridad y al don de uno mismo, el puño en cambio, en ristre, en alto, apuntando al cielo o señalando al otro es indicador de culturas de odio y discriminación.
A más de llevarme a pensar, me encantó la frase del tertuliano: “Cuando cierro la mano, la convierto en puño”. Y el puño, en el hombre, salvo en ocasiones como de donar sangre o cogerse al manillar con fuerza en caso de peligro, me pareció pintiparado símbolo de quehaceres de desamor, si no de odios.
** Ayer mismo, la frase que me salpicó el ánimo hasta era una del relato de “cuentas rendidas”, del Sr. Presidente del gobierno, tras dos meses –dos solamente- de tocar la deseada poltrona. Era esta: por fin, “los ciudadanos se reconocen en este gobierno”. Me pareció chocante y digna de otra paráfrasis de fin de semana.
Mi paráfrasis va a ser breve también porque las cosas claras –como decimos los juristas cuando se trata de darle su sentido a la ley- no necesitan interpretación.
Lleva dos meses de rodaje. Sus 60 días más o menos han sido de gestos, palabrería, varios tumbos ya, alguna que otra rectificación, unas estadísticas apañaditas y cantos mañana, tarde y noche. Y –al irse de vacaciones tras los dos meses tn sólo de “curre”- osa decir -a boca llena y con absoluta imperturbabilidad-que –por fin- “los ciudadanos se sienten reconocidos en este gobierno?”
¡Qué ciudadanos!, habría uno de preguntarse. Las ministras y ministros? El señor de las encuestas? El Sr. Torra Pla?. Los que esperan alguna “mamandurria”? Los que aludiera don Francisco de Quevedo y Villegas cuando, en ese portentoso y aleccionador cap. XXXV de su obra La hora de todos y la fortuna con seso, pone en boca del sultán de Estambul que “la necedad del pueblo” es la “seguridad de los tiranos”?
“Festina lente”, Sr. Presidente. “Apresúrese lentamente”. Vaya despacio. Espere un poco y tome aliento. Libérese de las hipotecas primero y, sin hacer tanto gesto y propaganda, ate corto a ministras y ministros locuaces que han de cambiar el día después lo que dijeron de improviso. Piense que los ciudadanos en una democracia de verdad no son marionetas, sino gente libre; y que la libertad –si es de verdad- no suele bailar al son que le marcan otros, sobre todo si a esa libertad no se le han dado más que palabras, gestos o algunos meros indicios. Que las “esclavitudes voluntarias” –tan de nuestro tiempo y cultura, por mano de Tves ideologizadas y de técnicas deshumanizadoras- ya eran un lastre humano degradante en los tiempos de Étienne de la Böetie, el discípulo y amigo de Montaigne.
Espere, Sr. Presidente, a realizar algo más que tomar asiento en La Moncloa; y dentro de ocho o doce meses –porque, aunque sea legal, su arribada al sillón de mando no tiene aún la legitimidad democrática que sólo dan las urnas- haga recuento y no lo dé por hecho, sino pregunte si los ciudadanos de este país “se reconocen” en su gobierno. Y pregunte usted a todos, y no sólo a los de su clan. Eso sería de buen talante democratico.
Y cuando brinde usted por algo que merezca la pena y no por humo, promesas, buenas palabras y ministras y ministros decorosos si -alguno al menos- no perdieran la razón al hablar como ha pasado ya en solos dos meses, le aplaudiremos con las dos manos y hasta le votaremos si antes, como muchos tememos, no nos juegan alguna trastada sus hipotecas y sus deudas con los que nos insultan o lo han hecho gravemente no hace tanto.
Denos usted la oportunidad de ser libres y no quiera vendernos la piel del oso ante de haberlo cazado. Para reconocerse en algo, hace falta bastante más de lo que se nos ha dado hasta el presente. Y yo al menos no me reconozco todavía en su gobierno. Me encantaría poder rubricar su “grandeur” autorreferencial; pero mi razón, por el momento, me lo prohibe. “Festina lente”, Sr. Presidente. Lo recomendaba nada menos que el emperador Augusto, en el apogeo de la grandeza romana; que fue sin duda una verdadera y contrastada grandeza.
*** Mi último punto de paráfrasis es de hoy mismo y lo tomo de un psicoanalista, gran pensador, buen humanista, perspicaz arúspice o zahorí de aguas claras y de caminos humanos en tiempos de crisis, que fuera nada menos de Eric Fromm.
El día de mi Santo, el Dr. Soto –dermatólogo de primera en Donosti y persona también de las que no venden su libertad a precio de saldo, me regaló uno de los libros de Steven Pinker, el que se titula En defensa de la Ilustración, con subtítulo de “Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso”. Al anunciármelo, me picó la curiosidad diciéndome que me gustaría porque la visión que ofrece de la Ilustración de los ss. XVII y XVIII es polémica y extrema sus bondades hasta chocar con evidencias de hoy mismo.
He cemenzado a leerlo y, sin duda, me interesa por las razón del querido doctor; apasiona como apasionan los grandes temas y lo haría más si no aparentara tanta pasión por un fenómeno cultural tan benéfico como, en ocasiones, sectario y unidimensional. Sobre todo, para los que no dudan en afirmar que, desde hace tiempo, la Ilustración se ha quedado “con el culo al aire”, como suele decire vulgarmente, después de las dos guerras mundiales del s. XX, de los genocidios y los Gulag, de los totalitarismos que no cesan, y no digamos nada, ahora mismo, del “yihadismo”, de los alardes del gordito de Corea, de las riadas emigrantes en busca de pan o circo, como ayer y anteayer, o del botón nuclear en las manos de cualquier insolvente. ¿La Ilustración? El panorama que se puede observar con sólo leer cualquier día las crónicas de sucesos ¿da para tirar cohetes en su honor, sin ponerle reparos?
Pero ceremos un rato el libro de S. Pinker y retornemos a Eric Fromm.
Dejando de lado sus grandes libros, que tengo y leo con frecuencia; dando por este momento de mano obras mayores del mismo como “El miedo a la libertad”, la “Patología de la normalidad”, el “Ser y tener”, entre otras, -verdaderos cantos al hombre, a su verdad auténtica y no ficticia, así como a las crisis que lo trajinan sin cesar, ayer leía un ensayito de Pedro Feraud, publicado en la revista Tiempo de Historia –de septiembre de 1.980-, titulado Aproximación al pensamiento de Eric Fromm.
Las 20 páginas del interesante ensayo contienen un buen resumen del ideario de un hombre actual (Eric Fromm murió precisamente en marzo de ese mismo año 1980) sobre las crisis del hombre, la particular crisis del hombre contemporáneo y las vías de posibilidad para que la vida del hombre moderno tenga sentido y sobre todo el hombre tenga porvenir.
De su ensayo La aplicación del psicoanálisis humanista a la teoría de Marx, tomo unas frases evocadoras de nuestra cultura actual, la pos-moderna.
Las refiere Fromm al hombre solipsista de la ciencia y de la técnica, al hombre que llama “homo consumens”, al hombre que sólo aspira a tener y a consumir sin preocuparse de ser. Dice de él: “Cuanto mayor es su poder sobre las máquinas, mayor es su impotencia como ser humano; cuanto más consume, más se esclaviza a las crecientes necesidades que el sistema industrial crea y maneja. Confunde excitación y emoción con alegría y felicidad y comodidad material con vitalidad. El apetito satisfecho se convierte para él en el sentido de la vida; la búsqueda de esa satisfacción, en una nueva religión. La libertad para consumir se transforma en la esencia de la libertad humana” (pag. 76 de la citada revista)
Tan sólo una paráfrasis brevísima de este tercer componente de mis reflexiones de hoy.
Cuando, por las calles, en el autobús o el metro, en las bibliotecas también y en las mismas aulas –lo he comprobado-, los veo, a ellos y ellas –jóvenes, mayores y hasta niños.- con el móvil colgado a la oreja, absortos, extasiados, embobados, riendo y hablando solos como quien dice, y sin duda adictos-, a parte de sentir pena, no puedo por menos de seguir creyendo en Eric Fromm y sus recetas para las crisis del hombre, y menos –mucho menos- en los entusiasmos etéreos que, hasta el momento cuando menos, observo en la obra –que estoy leyendo- de Steven Pinker. Es posible que, al terminar de leerla, cambie de opinión, aunque no lo veo claro, porque “los principios” son “los principios” y no suelen dejarse torcer.
Amigos. Este fin de semana de “las calores” de agosto y el ansiado verano tras días y meses de tanta patología del tiempo –enigmática ella también como la de la “normalidad” de Fromm, que antes citaba-, he querido matar –con mis paráfrasis- más de un pájaro de un tiro. Es posible que, al apuntar a estos tres de hoy, no haya acertado bien a ninguno. Sentiría defraudaros. Si así fuera, mis disculpas sean con vosotros.
Cuidaos de “la calor”. Hay sombras que se agradecen. Hay bebidas que refrescan. Hay principios que no calientan la cabeza y, además, ilustran la razón y liberan el corazón.
Hay otro modo de vivir. Pensad en ello, hoy que es víspera de domingo, el día de Dios o del Señor, quizás mejor. No es retrógrado, aunque muchos lo digan o se lo crean. Porque la “ley de las mayorías” –aunque sea ley de las democracias- no es un infalible salvoconducto de verdad.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
Y como no es difícil “parafrasear”, ensayemos paráfrasis hoy –este primer sábado de agosto, más hecho para leer poesía, oír música, estarse a la sombra, sorber una “clara” con limón o echarse al agua para mitigar el sofoco.
Una idea u ocurrencia, una frase llamativa o atrevida, una curiosidad atrayente o malsana sean hoy mis citas únicas con la reflexión, en forma de paráfrasis cortas y, a poder ser, vivas, incisivas y con acento.
Parafraseando, pues.
* Anteayer, a primera hora, con sol radiante y lujo de claridades, escuché a un tertuliano decir esto literalmente: “Cuando cierro la mano, la convierto en un puño”. Me hizo pensar.
No hace mucho -en su momento lo dije (era en el Circular a su paso por la plaza de España de Madrid) -un señor decía a la que parecía su esposa o pareja –ahora se estila darse de “modernos” y enfatizar la diferencia entre ambas cosas- que él tenía una mano para saludar y la otra para dar puñetazos… Onservé al señor y mer pareció capaz de hacerlo, más tal vez lo segundo que lo primero.
Se pudiera escribir un libro entero sobre el lenguaje de las manos o la diferencia que va entre la mano abierta y el puño cerrado, entre un saludo y un guantazo, entre las manos racionales de un hombre civilizado y las manos de muchos animales que son zarpa o garra con relativa frecuencia.
Mano abierta, mano tendida, mano alzada, mano fuerte, mano al pecho, manos blancas, manos limpias, mano de santo, etc. son expresiones que cristalizan actitudes benevolentes o de positivo y cabal humanismo. En cambio, la mano cerrada o el puño, la mano sucia, la mano de Judas, la mano armada y otras de parecido corte o signo denotan vicios y ademanes tan negativos que de lo humano desdicen..
Y el puño más en concreto? Simbólicamente, el puño cerrado es sinónimo de agresividad, de odios y ojerizas, de lucha clases o ceños fruncidos, y, por supuesto, de cerrazón para el amor. Porque, si la mano abierta y tendida es mano bien dispuesta al abrazo, a la solidaridad y al don de uno mismo, el puño en cambio, en ristre, en alto, apuntando al cielo o señalando al otro es indicador de culturas de odio y discriminación.
A más de llevarme a pensar, me encantó la frase del tertuliano: “Cuando cierro la mano, la convierto en puño”. Y el puño, en el hombre, salvo en ocasiones como de donar sangre o cogerse al manillar con fuerza en caso de peligro, me pareció pintiparado símbolo de quehaceres de desamor, si no de odios.
** Ayer mismo, la frase que me salpicó el ánimo hasta era una del relato de “cuentas rendidas”, del Sr. Presidente del gobierno, tras dos meses –dos solamente- de tocar la deseada poltrona. Era esta: por fin, “los ciudadanos se reconocen en este gobierno”. Me pareció chocante y digna de otra paráfrasis de fin de semana.
Mi paráfrasis va a ser breve también porque las cosas claras –como decimos los juristas cuando se trata de darle su sentido a la ley- no necesitan interpretación.
Lleva dos meses de rodaje. Sus 60 días más o menos han sido de gestos, palabrería, varios tumbos ya, alguna que otra rectificación, unas estadísticas apañaditas y cantos mañana, tarde y noche. Y –al irse de vacaciones tras los dos meses tn sólo de “curre”- osa decir -a boca llena y con absoluta imperturbabilidad-que –por fin- “los ciudadanos se sienten reconocidos en este gobierno?”
¡Qué ciudadanos!, habría uno de preguntarse. Las ministras y ministros? El señor de las encuestas? El Sr. Torra Pla?. Los que esperan alguna “mamandurria”? Los que aludiera don Francisco de Quevedo y Villegas cuando, en ese portentoso y aleccionador cap. XXXV de su obra La hora de todos y la fortuna con seso, pone en boca del sultán de Estambul que “la necedad del pueblo” es la “seguridad de los tiranos”?
“Festina lente”, Sr. Presidente. “Apresúrese lentamente”. Vaya despacio. Espere un poco y tome aliento. Libérese de las hipotecas primero y, sin hacer tanto gesto y propaganda, ate corto a ministras y ministros locuaces que han de cambiar el día después lo que dijeron de improviso. Piense que los ciudadanos en una democracia de verdad no son marionetas, sino gente libre; y que la libertad –si es de verdad- no suele bailar al son que le marcan otros, sobre todo si a esa libertad no se le han dado más que palabras, gestos o algunos meros indicios. Que las “esclavitudes voluntarias” –tan de nuestro tiempo y cultura, por mano de Tves ideologizadas y de técnicas deshumanizadoras- ya eran un lastre humano degradante en los tiempos de Étienne de la Böetie, el discípulo y amigo de Montaigne.
Espere, Sr. Presidente, a realizar algo más que tomar asiento en La Moncloa; y dentro de ocho o doce meses –porque, aunque sea legal, su arribada al sillón de mando no tiene aún la legitimidad democrática que sólo dan las urnas- haga recuento y no lo dé por hecho, sino pregunte si los ciudadanos de este país “se reconocen” en su gobierno. Y pregunte usted a todos, y no sólo a los de su clan. Eso sería de buen talante democratico.
Y cuando brinde usted por algo que merezca la pena y no por humo, promesas, buenas palabras y ministras y ministros decorosos si -alguno al menos- no perdieran la razón al hablar como ha pasado ya en solos dos meses, le aplaudiremos con las dos manos y hasta le votaremos si antes, como muchos tememos, no nos juegan alguna trastada sus hipotecas y sus deudas con los que nos insultan o lo han hecho gravemente no hace tanto.
Denos usted la oportunidad de ser libres y no quiera vendernos la piel del oso ante de haberlo cazado. Para reconocerse en algo, hace falta bastante más de lo que se nos ha dado hasta el presente. Y yo al menos no me reconozco todavía en su gobierno. Me encantaría poder rubricar su “grandeur” autorreferencial; pero mi razón, por el momento, me lo prohibe. “Festina lente”, Sr. Presidente. Lo recomendaba nada menos que el emperador Augusto, en el apogeo de la grandeza romana; que fue sin duda una verdadera y contrastada grandeza.
*** Mi último punto de paráfrasis es de hoy mismo y lo tomo de un psicoanalista, gran pensador, buen humanista, perspicaz arúspice o zahorí de aguas claras y de caminos humanos en tiempos de crisis, que fuera nada menos de Eric Fromm.
El día de mi Santo, el Dr. Soto –dermatólogo de primera en Donosti y persona también de las que no venden su libertad a precio de saldo, me regaló uno de los libros de Steven Pinker, el que se titula En defensa de la Ilustración, con subtítulo de “Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso”. Al anunciármelo, me picó la curiosidad diciéndome que me gustaría porque la visión que ofrece de la Ilustración de los ss. XVII y XVIII es polémica y extrema sus bondades hasta chocar con evidencias de hoy mismo.
He cemenzado a leerlo y, sin duda, me interesa por las razón del querido doctor; apasiona como apasionan los grandes temas y lo haría más si no aparentara tanta pasión por un fenómeno cultural tan benéfico como, en ocasiones, sectario y unidimensional. Sobre todo, para los que no dudan en afirmar que, desde hace tiempo, la Ilustración se ha quedado “con el culo al aire”, como suele decire vulgarmente, después de las dos guerras mundiales del s. XX, de los genocidios y los Gulag, de los totalitarismos que no cesan, y no digamos nada, ahora mismo, del “yihadismo”, de los alardes del gordito de Corea, de las riadas emigrantes en busca de pan o circo, como ayer y anteayer, o del botón nuclear en las manos de cualquier insolvente. ¿La Ilustración? El panorama que se puede observar con sólo leer cualquier día las crónicas de sucesos ¿da para tirar cohetes en su honor, sin ponerle reparos?
Pero ceremos un rato el libro de S. Pinker y retornemos a Eric Fromm.
Dejando de lado sus grandes libros, que tengo y leo con frecuencia; dando por este momento de mano obras mayores del mismo como “El miedo a la libertad”, la “Patología de la normalidad”, el “Ser y tener”, entre otras, -verdaderos cantos al hombre, a su verdad auténtica y no ficticia, así como a las crisis que lo trajinan sin cesar, ayer leía un ensayito de Pedro Feraud, publicado en la revista Tiempo de Historia –de septiembre de 1.980-, titulado Aproximación al pensamiento de Eric Fromm.
Las 20 páginas del interesante ensayo contienen un buen resumen del ideario de un hombre actual (Eric Fromm murió precisamente en marzo de ese mismo año 1980) sobre las crisis del hombre, la particular crisis del hombre contemporáneo y las vías de posibilidad para que la vida del hombre moderno tenga sentido y sobre todo el hombre tenga porvenir.
De su ensayo La aplicación del psicoanálisis humanista a la teoría de Marx, tomo unas frases evocadoras de nuestra cultura actual, la pos-moderna.
Las refiere Fromm al hombre solipsista de la ciencia y de la técnica, al hombre que llama “homo consumens”, al hombre que sólo aspira a tener y a consumir sin preocuparse de ser. Dice de él: “Cuanto mayor es su poder sobre las máquinas, mayor es su impotencia como ser humano; cuanto más consume, más se esclaviza a las crecientes necesidades que el sistema industrial crea y maneja. Confunde excitación y emoción con alegría y felicidad y comodidad material con vitalidad. El apetito satisfecho se convierte para él en el sentido de la vida; la búsqueda de esa satisfacción, en una nueva religión. La libertad para consumir se transforma en la esencia de la libertad humana” (pag. 76 de la citada revista)
Tan sólo una paráfrasis brevísima de este tercer componente de mis reflexiones de hoy.
Cuando, por las calles, en el autobús o el metro, en las bibliotecas también y en las mismas aulas –lo he comprobado-, los veo, a ellos y ellas –jóvenes, mayores y hasta niños.- con el móvil colgado a la oreja, absortos, extasiados, embobados, riendo y hablando solos como quien dice, y sin duda adictos-, a parte de sentir pena, no puedo por menos de seguir creyendo en Eric Fromm y sus recetas para las crisis del hombre, y menos –mucho menos- en los entusiasmos etéreos que, hasta el momento cuando menos, observo en la obra –que estoy leyendo- de Steven Pinker. Es posible que, al terminar de leerla, cambie de opinión, aunque no lo veo claro, porque “los principios” son “los principios” y no suelen dejarse torcer.
Amigos. Este fin de semana de “las calores” de agosto y el ansiado verano tras días y meses de tanta patología del tiempo –enigmática ella también como la de la “normalidad” de Fromm, que antes citaba-, he querido matar –con mis paráfrasis- más de un pájaro de un tiro. Es posible que, al apuntar a estos tres de hoy, no haya acertado bien a ninguno. Sentiría defraudaros. Si así fuera, mis disculpas sean con vosotros.
Cuidaos de “la calor”. Hay sombras que se agradecen. Hay bebidas que refrescan. Hay principios que no calientan la cabeza y, además, ilustran la razón y liberan el corazón.
Hay otro modo de vivir. Pensad en ello, hoy que es víspera de domingo, el día de Dios o del Señor, quizás mejor. No es retrógrado, aunque muchos lo digan o se lo crean. Porque la “ley de las mayorías” –aunque sea ley de las democracias- no es un infalible salvoconducto de verdad.
SANTIAGO PANIZO ORALLO