Lección magistral - Lección de vida 12-V-2018
Hoy, amigos, es para mí una jornada muy especial. Desde la primera luz del día –como sabéis. siempre me ha gustado saludar erguido a la primera luz-, atisbos de gratas sensaciones me rondan y me llenan.
¿La causa de ello? Mi asistencia hoy a la ceremonia de graduación universitaria que celebra esta mañana el Centro de Estudios Superiores Cardenal Cisneros en un salón del recinto Ifema de Madrid.
Me venía hostigando con ello Ibor –al que tengo –y no creo exagerar- por uno de mis mejores alumnos-, aunque haya sido la llamada de Mercedes, la secretaria del actual director del Instituto, el prof. Raul Canosa, la que, hace dos o tres días, me ha puesto en marcha. El hecho es que, vestido de jurista como el evento exige, allí me veo esta mañana.
Es del caso que que, soñando tal vez despierto, y antes incluso de la ceremonia, una bandada de premoniciones me revoloteaba ya como buen presagio de sensaciones positivas. ¿Qué diría yo, si tuviera que decir algo, esta mañana a unos chicos y chicas jóvenes, con toda una vida por delante y unas ansias locas -no alocadas- de ser algo en sus vidas? ¿Chicos y chicas de psicología, de derecho, de administración de empresas?.
No muchas cosas seguramente, pero algunas sí.
“Cedant arma togae” –Inclínense ante ellas, “hagan pasillo” las armas a las togas (Cicerón, De officiis, I, 77)-, les diría ante todo y para comenzar. Estas solas tres palabras del gran tribuno romano, en unos tiempos borrascosos como los actuales, sólo trata de decir que las pistolas nunca debenalzarse por encima de las ideas; y que “la fuerza de la ley” debiera bastar para mantenernos exentos de la barbarie.
Y no mucho más les diría. Tal vez, estos otros apuntes.
No puedo decir, amigos, que, al estar hoy aquí, en este acto y de esta guisa, me vea –usando la expresión vulgar- en “corral ajeno”. No lo puedo decir, porque no es verdad. El Cisneros ha sido, en mi larga vida de profesor universitario. un grato y estimulante referente; una palestra sin par de enseñar y de aprender. Yo procuro aprender cuando enseño y me esfuerzo para que otros aprendan. Quien sólo enseña pero no aprende, hasta de sus alumnos, tal vez sea profesor, pero no maestro
Lo que ciertamente diría es que, no tanto la sorpresa de la invitación, cuanto la amabilidad de la misma, particularmente la de su director Raul Canosa, me ha servido de aliciente y estímulo para seguir creyendo, a pesar de todo, en la condición humana y en el futuro del hombre. Por borrascosas que sean las horas –que lo son realmente- hasta en los rayos y truenos es posible vislumbrar la luz. Y la luz…, hasta la de una vulgar y efímera cerilla tiene valor humano.
Y qué más podría yo decir con brevedad, que no se me achaque a cursilería o arrogancia inoportuna?
Ante todo, que me siento a gusto, porque hoy me veo rememorando días felices de docencia; felices, hasta con sus sinsabores naturales.
Y también que, como tributo a tantas y tan vivas presencias aquí, hoy, en este brillante acto –la de los profesores y sobre todo la de los que se gradúan, con sus padres y madres y amigos y acompañantes- me tomaría una libertad propia de mayores: la de invitarles a que, si tienen tiempo, humor y ocasión, lean y reflexionen el cap. XXXV de una obrita de don Francisco de Quevedo y Villegas, La hora de todos y la cordura con seso –seso con ese y no con equis- y, con sosiego, paren mientes en la frase con que culmina el sorprendente relato: “Pueblo idiota es la seguridad del tirano”. La idiocía, la ignorancia, la esclavitud voluntaria, la necedad del pueblo son cuatro patas de la poltrona en que se asientan sus posaderas los tiranos.
Y es que aquel morisco, venido de las Españas e invitado por el “gran señor de los turcos” a darle novedades sobre el modo de gobernar, le hablaba de escuelas y universidades, de ciencias y de leyes, de erudición liberadora; como argumentaba el morisco,, el pueblo que conoce, sabe y gusta lo que es la libertad, se tiene orgulloso de ella, la estima y lucha por ella si fuere menester para no perderla por nada del mundo…
Pero, como las “novedades” del morisco sonaban a reto y no convencieron al Sultán, el final de “aquella hora” fue que se reafirmara en su despótico poder, pidiera a todos los presentes dejarse de novelerías y castigar al atrevido morisco cortándole el cuello.
Ahora que estamos en una sede propia de la ilustración y del saber, esa frase de nuestro genial literato -con un cierto impudor por mi parte lo hag- la propongo como objeto de meditación; para todos, aunque en especial para los que hoy, llenos de alegría y méritos, os acabáis de graduar, para que ni cedáis a esclavitudes, ni contribuyáis a que otros cedan.
Y qué más? Pues, ninguna otra cosa más que no sea decirles “gracias”.
Los sueños del amanecer ya se habían evaporado cuando Ibor, a las nueve y media de la mañana, me recogía para acercarme a Ifema. Estuve allí y las horas siguientes no me han quitado el regusto de haber estado. Espectacular todo.
Nunca hubiera podido conjeturar tantas amabilidades tras dos años de ausencia del Cisneros. No he de detallar por miedo a quedarme corto. Ni expreso nombres para no omitir a nadie.
Y el acto? Realzo especialmente, para no pasarme de riempoo- la lección del prof. Urra Portillo, de la facukltad de Psicología. Sólo diré que agoté el papel que tenía a la mano para tomar notas y apuntes. Fue toda ella un revival de puntadas encaminadas todas ellas a incitar a poner en acto –por los graduados especialmente- el difícil “arte del vivir”. Tan sólo me permito holharme con una de sus ideas: “La justicia sin la furerza es utopía o entelequia; la fuerza sin la justicia es una tirañía”. Fue todo un auténtico “vademécum” de máximas de vida humana. Sin desperdicio. Y pueto que tomo notas y notas, no dejaré –pronto- de bosquejarlas en honor de este profesor, del que aprendí esta mañana a reafirtmarme en un criterio vital para mí: que si las leyes marcan rumbos genéricos y bastranctos, sólo sion leyes de verdad cuando se encapsuilan en las personaas concretas. Mirar a las leyes, por supuesto; pero sin dejar de mirar, a su trasluz, el concreto “ser” y ”estar” de cada persona en el mundo y en su mundo.
Los tres representantes de los alumnos con sus fervorosas y juveniles primicias: el director y los demás representantes de las instituciones –la Complutense y el Patronato de la Fundación- dieron toques maestros también al brillo y el interés del acto. Hasta que el “Gaudeamus igitur” -casi a la una y media de la tarde- fue cayendo, vibrante pero sentido y como “sirimiri” de lluvia fina, sobre los asistentes, todo fue –a mi ver- un generoso recital de organización y de realización.
Las flores de la primavera presente, multicolores y variopintas que bordeaban el escenario, eran otra seña de calidad añadida a las muchas que se dan cita esta mañana en esta fiesta de graduación del Centro de Enseñanza Superior Cardenal Cisneros.
Y para decir gracias de nuevo, me voy a esa frase tópica, si se quiere, pero certera y veraz. que dice “merece nombre de persona agradecida la que publica el don recibido; demuestra empero mayor gratitud el que se olvida del beneficio para recordar únicamente al bienhechor” (cfe. L. Börne, Denkrede auf Jean Paul, 1825). Pues eso…!!!
SANTIAGO PANIZO ORALLO
¿La causa de ello? Mi asistencia hoy a la ceremonia de graduación universitaria que celebra esta mañana el Centro de Estudios Superiores Cardenal Cisneros en un salón del recinto Ifema de Madrid.
Me venía hostigando con ello Ibor –al que tengo –y no creo exagerar- por uno de mis mejores alumnos-, aunque haya sido la llamada de Mercedes, la secretaria del actual director del Instituto, el prof. Raul Canosa, la que, hace dos o tres días, me ha puesto en marcha. El hecho es que, vestido de jurista como el evento exige, allí me veo esta mañana.
Es del caso que que, soñando tal vez despierto, y antes incluso de la ceremonia, una bandada de premoniciones me revoloteaba ya como buen presagio de sensaciones positivas. ¿Qué diría yo, si tuviera que decir algo, esta mañana a unos chicos y chicas jóvenes, con toda una vida por delante y unas ansias locas -no alocadas- de ser algo en sus vidas? ¿Chicos y chicas de psicología, de derecho, de administración de empresas?.
No muchas cosas seguramente, pero algunas sí.
“Cedant arma togae” –Inclínense ante ellas, “hagan pasillo” las armas a las togas (Cicerón, De officiis, I, 77)-, les diría ante todo y para comenzar. Estas solas tres palabras del gran tribuno romano, en unos tiempos borrascosos como los actuales, sólo trata de decir que las pistolas nunca debenalzarse por encima de las ideas; y que “la fuerza de la ley” debiera bastar para mantenernos exentos de la barbarie.
Y no mucho más les diría. Tal vez, estos otros apuntes.
No puedo decir, amigos, que, al estar hoy aquí, en este acto y de esta guisa, me vea –usando la expresión vulgar- en “corral ajeno”. No lo puedo decir, porque no es verdad. El Cisneros ha sido, en mi larga vida de profesor universitario. un grato y estimulante referente; una palestra sin par de enseñar y de aprender. Yo procuro aprender cuando enseño y me esfuerzo para que otros aprendan. Quien sólo enseña pero no aprende, hasta de sus alumnos, tal vez sea profesor, pero no maestro
Lo que ciertamente diría es que, no tanto la sorpresa de la invitación, cuanto la amabilidad de la misma, particularmente la de su director Raul Canosa, me ha servido de aliciente y estímulo para seguir creyendo, a pesar de todo, en la condición humana y en el futuro del hombre. Por borrascosas que sean las horas –que lo son realmente- hasta en los rayos y truenos es posible vislumbrar la luz. Y la luz…, hasta la de una vulgar y efímera cerilla tiene valor humano.
Y qué más podría yo decir con brevedad, que no se me achaque a cursilería o arrogancia inoportuna?
Ante todo, que me siento a gusto, porque hoy me veo rememorando días felices de docencia; felices, hasta con sus sinsabores naturales.
Y también que, como tributo a tantas y tan vivas presencias aquí, hoy, en este brillante acto –la de los profesores y sobre todo la de los que se gradúan, con sus padres y madres y amigos y acompañantes- me tomaría una libertad propia de mayores: la de invitarles a que, si tienen tiempo, humor y ocasión, lean y reflexionen el cap. XXXV de una obrita de don Francisco de Quevedo y Villegas, La hora de todos y la cordura con seso –seso con ese y no con equis- y, con sosiego, paren mientes en la frase con que culmina el sorprendente relato: “Pueblo idiota es la seguridad del tirano”. La idiocía, la ignorancia, la esclavitud voluntaria, la necedad del pueblo son cuatro patas de la poltrona en que se asientan sus posaderas los tiranos.
Y es que aquel morisco, venido de las Españas e invitado por el “gran señor de los turcos” a darle novedades sobre el modo de gobernar, le hablaba de escuelas y universidades, de ciencias y de leyes, de erudición liberadora; como argumentaba el morisco,, el pueblo que conoce, sabe y gusta lo que es la libertad, se tiene orgulloso de ella, la estima y lucha por ella si fuere menester para no perderla por nada del mundo…
Pero, como las “novedades” del morisco sonaban a reto y no convencieron al Sultán, el final de “aquella hora” fue que se reafirmara en su despótico poder, pidiera a todos los presentes dejarse de novelerías y castigar al atrevido morisco cortándole el cuello.
Ahora que estamos en una sede propia de la ilustración y del saber, esa frase de nuestro genial literato -con un cierto impudor por mi parte lo hag- la propongo como objeto de meditación; para todos, aunque en especial para los que hoy, llenos de alegría y méritos, os acabáis de graduar, para que ni cedáis a esclavitudes, ni contribuyáis a que otros cedan.
Y qué más? Pues, ninguna otra cosa más que no sea decirles “gracias”.
Los sueños del amanecer ya se habían evaporado cuando Ibor, a las nueve y media de la mañana, me recogía para acercarme a Ifema. Estuve allí y las horas siguientes no me han quitado el regusto de haber estado. Espectacular todo.
Nunca hubiera podido conjeturar tantas amabilidades tras dos años de ausencia del Cisneros. No he de detallar por miedo a quedarme corto. Ni expreso nombres para no omitir a nadie.
Y el acto? Realzo especialmente, para no pasarme de riempoo- la lección del prof. Urra Portillo, de la facukltad de Psicología. Sólo diré que agoté el papel que tenía a la mano para tomar notas y apuntes. Fue toda ella un revival de puntadas encaminadas todas ellas a incitar a poner en acto –por los graduados especialmente- el difícil “arte del vivir”. Tan sólo me permito holharme con una de sus ideas: “La justicia sin la furerza es utopía o entelequia; la fuerza sin la justicia es una tirañía”. Fue todo un auténtico “vademécum” de máximas de vida humana. Sin desperdicio. Y pueto que tomo notas y notas, no dejaré –pronto- de bosquejarlas en honor de este profesor, del que aprendí esta mañana a reafirtmarme en un criterio vital para mí: que si las leyes marcan rumbos genéricos y bastranctos, sólo sion leyes de verdad cuando se encapsuilan en las personaas concretas. Mirar a las leyes, por supuesto; pero sin dejar de mirar, a su trasluz, el concreto “ser” y ”estar” de cada persona en el mundo y en su mundo.
Los tres representantes de los alumnos con sus fervorosas y juveniles primicias: el director y los demás representantes de las instituciones –la Complutense y el Patronato de la Fundación- dieron toques maestros también al brillo y el interés del acto. Hasta que el “Gaudeamus igitur” -casi a la una y media de la tarde- fue cayendo, vibrante pero sentido y como “sirimiri” de lluvia fina, sobre los asistentes, todo fue –a mi ver- un generoso recital de organización y de realización.
Las flores de la primavera presente, multicolores y variopintas que bordeaban el escenario, eran otra seña de calidad añadida a las muchas que se dan cita esta mañana en esta fiesta de graduación del Centro de Enseñanza Superior Cardenal Cisneros.
Y para decir gracias de nuevo, me voy a esa frase tópica, si se quiere, pero certera y veraz. que dice “merece nombre de persona agradecida la que publica el don recibido; demuestra empero mayor gratitud el que se olvida del beneficio para recordar únicamente al bienhechor” (cfe. L. Börne, Denkrede auf Jean Paul, 1825). Pues eso…!!!
SANTIAGO PANIZO ORALLO