Noche para soñar - 13- VIII - 2018

Noche, la pasada, de “perseidas”, de estrellas fugaces y “lágrimas de san Lorenzo”. Noche sin luna, pero radiante de mil fulgores, haciendo y bordando piruetas de luz azogada por la entera bóveda del cielo. Noche para soñar.
Cuando, al terminar el partido de fútbol celebrado en Tánger, intentaba seguir sus arabescos y cabriolas siderales, mi pensamiento se iba tras ellas con el deseo de ir más allá de sus fulgores y sospechar –aunque sólo fuera sospechar- lo mucho que ha de haber detrás de los arabescos y las cabriolas de tanta estrella.
Y el hecho de mirar al cielo en la noche oscura con esta sospecha me desataba las alas la imaginación y, aún sin pretenderlo, soñaba….

No hace muchos días, mis reflexiones fueron sobre fantasías y verdad, y marcando contrastes de los sueños y las fantasías con la realidad, entre vivir soñando y soñar despierto, remedaba la rima de A. Machado, tan sugerente y viva, de que “si vivir es bueno, es mejor soñar; y mejor que todo, madre, despertar”; con ese complemento, aún más realista y vertebrado, de que “tras el vivir y el soñar, está lo que más importa, despertar”. Como también decía que cuando la vida y conducta son guiadas por sueños y fantasías, por “improntas” y primeros impulsos, por sensaciones y voluntarismos, muchos enteros de cordura y razón emigran del horizonte humano. Claro que, para evitarlo, estaría el remedio del poeta: despertar y no quedarse en los puros fantasmas.

¿Lo recuerdan? Murió no hace mucho. Stephen Hawking, el científico tullido y en silla de ruedas , que –superando sus deficiencias y traumas- tanto hizo por las ciencias del cielo, al ser preguntado si, en sus geniales excursiones siderales, había visto a Dios, se había encontrado con Él o había observado sus huellas, respondió que no. Que no se había encontrado con Dios, ni hallado huellas suyas.
En verdad, no es necesario irse tan lejos, ni a caballo de la ciencias de los astros, para descubrir huellas de Dios. Están a tiro de piedra de nuestras ventanas. Qué digo!, las pisan nuestros pies, van con nosotros y dentro de nosotros y sólo hace falta sensibilidad humana, miradas cuidadosas al fondo insobornable que hay en todo hombre, para verlas e incluso palparlas. Es posible que el gran científico de atrofias múltiples no tuviera mucha vista para esta cosas que, por parecer tan poco a muchos, se consideran de poca monta intelectual.

Es una verdad también, de esa ley de lógica natural que abona la congruencia de las cosas, que quien no busca no encuentra. Y menos encuentra todavía quien, al buscar, reduce voluntariamente los espacios de su búsqueda.
Además, hay muchos intereses, difusos o no tan difusos, empeñados en no buscar ni encontrar a Dios. Mejor aún: hay muchos intereses –de filósofos, de políticos o hasta de gentes nimias para las que Dios pudiera ser el único patrimonio vital- volcadas en echar a Dios de la vida y de la sociedad.
¡Qué quiso ser en su auténtica verdad la filosofía moderna de la “muerte de Dios” sino un vano empeño de hacer del hombre un “dios”, o cuando menos un “ídolo” que ocupara el puesto que Dios –de una u otra forma visto en toda la historia del hombre? Cuando Nietzsche decía que “Dios ha muerto”, sus seguidores le completaban diciendo que “si Dios ha muerto, “yo soy Dios”.

Al asomarme anoche, tras el partido de fútbol, a la terraza de casa y observar luz y movimiento en al arco celeste, no me quedé preso de las cabriolas y el zigzagueo, mayor que otras noche, de las estrellas. Subí más alto y soñé. Y lo hice –cómo no!- con las mismas letrillas con que otro gran buscador de Dios, Antonio Machado, el poeta de mis amores que me hace pensar siempre que lo leo, juega a paradojas de enigmáticos sentidos, pero inteligibles y asumibles por quienes de verdad aspiran a buscar a Dios y quieren hallarlo:

- “Ayer soñé que veía
a Dios y que a Dios hablaba;
y soñçe que ios me oía.
Después soñé que soñaba…”
- “Ayer soñé que oía
a Dios gritándome: ¡Alerta!
Luego era Dios quien dormía
Y yo gritaba: ¡Despierta!”

Tiene, a mi ver, mucha miga este juego enigmático que pinta en sus rimas el poeta y que es el que, a diario, nos traemos los hombres y Dios; sobre todo para quien sepa leer entre las líneas de estos Cantares algo más que rima o ingenio. No se olvide que A. Machado fue, toda su vida, un incansable buscador de Dios.
Tampoco olvidemos que sólo quien busca encuentra, si se empeña en buscar, y sobre todo si no cierra los ojos a la menor brizna o huella de lo que anda buscando.

Otro gran buscador de Dios, éste –además- torturado toda su vida por problemas de fe, al pretender –orgulloso de su mente- meter a Dios entero dentro de su cabeza, el rector de la universidad de Salamanca, don Miguel de Unamuno, nos dejó plasmada en su Diario íntimo, esa, más que portentosa, idea que ayuda a descifrar, mejor que un libro abierto, el misterio de una existencia como la suya, tan plagada de ambivalencias ante “lo divino”. ‘Cuandio rezo -es su idea- reconozco con el corazón al Dios que rechazo con la inteligencia’. Es, a mi ver, bastante más que una ocurrencia y más que una idea; es teología viva pasada por el tamiz de toda una experiencia traumática. En eso preciso de vivir la necesidad de Dios, sentida en el corazón humano, quizá más que en la mente, la voluntad o la libertad, fue sin duda Unamuno un experimentado profesor y maestro.

Si es difícil -como creo, aunque sólo sea con rudimentos de psicología en las manos- que un científico ególatra busque algo más que a sí mismo tras quemarse las cejas, apretarse los codos y puños en la mesa o la sien o calibrar dosis con las probetas de un laboratorio, no será, sin embargo, imposible ajustar la cabeza y el corazón, acompasarlo a la razón y la ciencia o la técnica para buscar y encontrar a Dios. No pocos lo han hecho y, aún hoy, no faltan quienes –a pesar de sus mentes lúcidas o sus liberales quereres- no rehúsan aceptar ese realismo tan palpable de que “el super-hombre”, o no existe, o no es el que se diviniza a sí mismo, sino el que –tras la conciencia de la patente menesterosidad humana- sabe a ciencia cierta que nadie, de tejas abajo, “lo es todo”.

Y como saben mis amigos que, desde mucho tiempo ha, soy devoto y un fervoroso declarado de Ortega y Gasset, esta vez –para seguir evocando de día la noche mágica de las “estrellas fugaces”- me voy a releer con calma, su espectacular ensayo titulado Dios a la vista. Tampoco fue Ortega un “meapilas”, como nunca fue ni “anti” ni malsano con la religión, aunque mantuviera reservas ante algunos jactanciosos de practicarla. Y en cuanto a él –pienso yo-, a pesar de su orgulloso y vano empeño por meterse a Dios entero dentro de su cabeza, aunque fuera la suya una cabeza privilegiada, de haber observado anoche el baile de las “perseidas”, hubiera ido seguramente más allá de los giros y los guiños azogados de la luz; y, aunque no fuera adicto al “Dios cristiano”, que es el del Evangelio de Jesús, no hubiera confesado tan rotundo como Hawking haber cabalgado por los espacios siderales sin haber observado ni rastro de Dios.
Poca vista pudo ser lo de Hawking. La tuvo mejor, aunque no fuera plena sino más bien táctica o egoísta el ateo Voltaire cuando escribió a un amigo que “si no hubiera Dios habría que inventar uno”, o cuando mostró el deseo de que sus criados fueran creyentes porque de ese modo le robarían menos y le atenderían mejor.

A mí, personalmente, en baile de ayer de las “estrellas” fugaces me ayudó a soñar en la noche y a enhebrar estas reflexiones la mañana siguiente.
Iluso? Crédulo? Papanatas? No lo creo. Pero usted es muy libre para creerlo.

Noche para soñar la de ayer: Dios a la vista otra vez.

SANTIAGO PANIZO ORALLOO




FLASH VIVO
AL AIRE DE MIS REFLEXIONES Y PUNTOS DE VISTA.


He de confesar -a los que me lean- que yo no escribo para polemizar con nadie.
Escribo sólo para decir lo que pienso, por si a alguien le pudiera servir de algo; procurando -en lo que pudiere- razonarlo a mi modo; es decir, en la medida de mis posibilidades.
No me cuido excesivamente de réplicas, salvo que me ayuden a pensar mejor, y, menos aún, de “boutades” o extravagancias. Y en todo caso, según a quién y en qué. Nunca es una tontería reservarse el llamado “derecho de admisión”.

La libertad –aunque no lo dijera como lo dice Cervantes en El Quijote es, sin duda, “un don del cielo”

S.P.O
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