"Orgullo gay" y otros orgullos 6-VII-2018

En la enmarañada floresta de unos días de líos y trajines -abundantes, espesos y con frecuencia preocupantes y polémicos- no es fácil elegir un tema de reflexión, cumplido y generoso. Después de sentirme acosado por varios, me decido al fin por el que veo con menos eco en los noticieros y comentarios de hoy: las Jornadas del llamado “Orgullo gay” me solicitan esta mañana más que, por ejemplo, el inminente diálogo –es un decir!- del Sr. presidente con los pertinaces aventureros catalanes, o la generosa dádiva echando en brazos de Podemos a la Tv pública, e incluso el “chupinazo” de los “Sanfermines” que, a mediodía de hoy, abre las fiestas más internacionales de España.
¿Por qué me decido al fin por la “movida” anual del “Orgullo gay” y no por cualquier otro tema de los que atiborran hoy, y sin salirnos de España, el noticiero? Sencillamente, me parece de más enjundia humana pensar un rato en el “orgullo” de los “gay”, que hacerme mala sangre con los indecentes trapicheos de unos y de otros, vendiendo lo que sea por tocar poder. El tema del “orgullo” me atrae más, ahora mismo, que los trapicheos o los navajazos…

Creo, ante todo, que lo del “orgullo” merece, para comenzar, un “algo” de atención primaria.
Mirando un momento mi Diccionario consueto de sinónimos, veo que hay diferencia entre “orgullo” y “soberbia”, igual que la hay entre otras palabras, también sinónimas de ambas, como prepotencia, arrogancia, altanería, vanidad, altivez, engreimiento o vanagloria.
Me parece que el “orgullo”, siendo exceso en la estimación de uno mismo, es bastante menos venenoso que la soberbia; desprecia menos al otro que la altanería o la arrogancia; y es menos apocado que la vanidad
El orgullo puede ser viveza o prontitud en hacer o mostrar algo; puede entenderse como ardor, coraje, impulso en defender y luchar por lo que se considera estimable y se encuentra digno de encomio en uno mismo, los valores en que uno cree o aquello por lo que merece la pena luchar y hasta vivir, como la libertad, la justicia o el amor. Incluso la voz “orgullo” puede representar cosas tan dignas como el gozo de unos padres por la buena conducta o notas de un hijo o la satisfacción de cualquiera por un logro arduo y arriesgado en el trabajo, el deporte o la cultura.
Es decir, a la vista del Diccionario, no repugno yo la palabra “orgullp” en tal sentido, aunque repugne algunos de sus sinónimos, como soberbia o altanería o arrogancia o prepotencia. El orgullo puede ser potable; puede, en ocasiones, modificarse y llegar a ser virtud –la del coraje, concretamente- si en el encomio no se pasa de raya para caer en la mentira o en la exageración o en la prepotencia o simplemente en la soberbia, cuyo radical latino “super” denota un empeño patógeno en ser, o sentirse quizás mejor, más que otros.

Hace años –cuando el Sr. Zapatero hizo legalizar como “matrimonio” las uniones afectivas de las personas del mismo sexo, homosexuales o no- escribí más de una vez que no es la legalidad otorgada a tales uniones lo más censurable, sino que se les dé nombre de “matrimonio”. Llámeseles de otro modo, pero no “matrimonio” porque esta palabra, en su raíz, connota algo que se queda fuera de las mismas, el oficio de “madre”. Y eso, esta reserva lógica, no quita nada ni a los derechos de las personas, de unirse como su libertad Y conciencia les dicten, ni a la ley, de regular los efectos jurídicos posibles que deriven de ellas.
No les repugnaría tal vez llamarse “bodas”, porque “boda” viene de “votum” o la promesa o promesas que se puedan hacer en esta ceremonia.
Creo que los juegos con las palabras –ahora y siempre- conducen indefectiblemente al juego sucio con la verdad; y, cuando se hacen estos juegos, no son otra cosa que condescendencia con las euforias del relativismo vigente y entradas de lleno en los terrenos de la pos-verdad.
Respeto, y he procurado respetar siempre, la libertad de los que obran según su conciencia, aunque sus ideas y caminos no coincidan con los míos.

Y por si alguno, ante mis anteriores expresiones, se sorprendiera o me juzgara mal, reproduzco ideas de uno de los varios ensayos por mí publicados cuando la referida ley de matrimonio de personas del mismo sexo vió la luz en este país.
Era el año 2009 y el título del ensayo, Los homosexuales también son hijos de Dios. Allí decía –entre otras cosas- estas:

“El homosexual es un ser humano con variaciones en el instinto sexual y en sus tendencias. Es un ser humano en cuerpo y alma, como todos los demás hombres de carne y hueso.
“Es hijo de Dios el homosexual. Siendo como es y tal como es, está llamado a la dignidad de los demás hombres y a la salvación, a la que son llemados los demás hombres. Dios quiere que el hombre se salve, todo hombre y toda mujer; con lo que son, con lo que tienen y en lucha con lo que son o tienen, eso que tira de nosotros hacia conscientes o inconscientes servidumbres, pero que tienen remedio…”
“En el ABC del día 1 de julio, viene un ensayito de Irene Lozano que paso a extractar. Dice así: “El orgullo gay nace cuando la vieja desviación se convierte en elección. La homosexualidad no es motivo de vergüenza, sino de una identidad que exige ser reconocida. La exhibición autosatisfecha de lo que antaño fue censurado o perseguido se ha apoderado de quienes vivieron en los márgenes de los siglos. Homosexuales, mujeres, discapacitados, negros musulmanes, gitanos, todos quieren que su especificidad sea visible; los remeros de la nave de los …ocos han desembarcado para hacerse notar. Eso es todo”.

Eso es todo”, termina mi ensayo. “Sus derechos han de reconocerse”. Aunque haya o queden quienes viven en el resabio de anteriores discriminaciones, sean gentes de Iglesia incluso, no ha de impedirse que estas gentes “peculiares” tengan los derecho que corresponden a su peculiaridad.
“No los discrimina la Iglesia. Los ama la Iglesia. En ello reside ahora mismo un centro de su pulso: un pulso que es reto de amor al hombre –el más débil de los mismos sobre todo- y que, si no es eso, se quedaría en nada”.

Es posible –no lo afirmo, pero tampoco me preocupa por ser psicológicamente explicable- la demasía en la autosatisfacción o en la autoreferencia.
Es posible que los que mueven los hilos del evento “arco iris” lleven miras que no son las de la verdadera y exigible exaltación de la dignidad humana que va con todo ser humano, aunque sea homosexual, negro, gitano o liliputiense. Tienen todo el derecho del mundo a estimarse en lo que son y pueden, pero sin pasarse de rosca o desvirtuarse, porque en tal caso el “orgullo” pasaría a ser soberbia, arrogancia, prepotencia o vanagloria. Es cosa de “minorías discriminadas” sin duda este afán de darse a ver, de hacerse notar, de afirmar que no son nada, de advertir que lo que son –sin culpa de serlo- merece respeto cuando menos.

Yo diría también que este “orgullo” tan jaranero y rimbombante de los “gay” estos días en Madrid, este “hacerse notar” socialmente, debería ser copiado por quienes, como los católicos –minoría también en la sociedad actual, pos-moderna y líquida- en poco más que nada.
El “orgullo” de ser cristiano, como el “orgullo” de ser hombre y no esclavo o resto de simio, o el “orgullo” de decidirse a pensar y obrar contra lo “políticamente correcto”, como se dice ahora, no sólo no ha de ser un vicio o defecto, sino un timbre de gloria o altivez justificada. Al fin y al cabo, nadar contra-corriente es más intrépido y valeroso que dejarse llevar –como un madero o una tabla- por la fuerza del agua.

Pronto me voy a ver en un evento así, de un familiar próximo. Iré a la ceremonia civil. Respetando su libertad y su decisión de persona adulta, es posible que incluso le aplauda discretamente por cortesía y afecto, y también por devoción a la libertad de las conciencias.

Las Jornadas del “Orgullo gay” bien pudieran ser un ejemplo para los muchos que –haciendo farsa- meten y guardan en “el armario”, para no ser vistos ni censurados, sus ideas y creencias. Eso se llama farsa y es farsa, por vueltas que se le de.

Y para cerrar mis reflexiones de esta mañana de julio, más limpia y luminosa que las de estos días pasados, me voy a una frase del evangelio y al comentario que le dedico en ese mentado ensayo referido a la homosexualidad; la frase con la que Jesús pone los puntos sobre las ies ante los hipócritas escribas y fariseos de su tiempo (y de ahora, porque aún quedan, a pesar de las “modernidades”): “Las prostitutas os precederán en el reino de los cielos”.
Lo hago en mi libro Los católicos y las izquierdas (Ponferrada, 2010, pags. 190-194). La gloso, allí lo hago y ahora también, con estas otras frases: “Las prostitutas, los publicanos y pecadores, los del deshecho y del derribo, los del cayuco y la patera, los sin nombre y sin voz, los sin hogar ni futuro, los que son eso que son porque seguramente no han podido ser otra cosa o no ls hemos dejado ser otra cosa, los “gilís”, los “tontos del pueblo” y e,l inmenso etcétera de todos los “parias”, “macacos” y “destripaterrones” de la tierra…. Todos ellos, con la simple dignidad de hombres a secas y sin aditivos, que es tanta dignidad como la de cualquiera, entrarán antes que vosotros en el reino de Dios”. “Seguro!”.
Lo asevera el propio Dios cristiano. Es verdad de fe católica esta doctrina; es evangelio puro; es cristianismo en esencia.

¿Orgullo “gay”? Y por qué no otros “orgullos” también, sin prepotencias ni arrogancias, pero con la coherencia y el vigor de una fe viva que no se resigne a ser farsa o amuleto?.

SANTIAGO PANIZO ORALLO
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