Querer y poder - Dos verbos con trucios 14 - X - 2018

Estoy en deuda con mis amigos y ayer tarde uno de ellos me lo echaba en cara.
Hace días, efectivamente, otras ocupaciones y tareas han invadido mis horas e impedido cumplir con ese compromiso –relativo en cuanto compromiso, pero pleno si se le mira como deuda de amistad- de compartir –casi a diario- con mis mejores amigos las ideas, pensamientos, reflexiones, hasta simples ocurrencias, que la realidad –la que sea, blanda o dura, suave o espinosa, benéfica o malhadada- hace brotar, al ponerse a mi lado. Y no es por dármelas de “doctrino” (que no quiero serlo) el que me sienta casi “obligado” a ello, sino porque, siendo una manera de compartir, no desdice de la amistad y a mí me sirve para sentirme vivo cada mañana y cada tarde al mirar esa realidad desde mi ventana y aledaños.
Me vuelvo a vosotros hoy con algunas ideas que, esta mañana de domingo, me vienen o dan conmigo, a la vez que los aires de “Leslie” –esa cola de huracán venido a menos que, cansada ya de tanto bregar, no parece tan fiera como la pintan. De todos modos, no nos fiemos mucho porque de huracanes y tormentas nos libre Dios, hasta de los que parecen cansados de vivir o declinantes. La verdad, escama un poco tanta tormenta. ¿No será que la naturaleza se rebela o se vuelve loca de tanto pisoteara y hacerla de menos? ¿No son demasiados sus zarpazos y revoleras para que considerarlos normales?.
Pasando a otra cosa, esta misma mañana, oigo decir a una profesora de Derecho penal que todo ser humano –a los delincuentes se refería especialmente- tiene “derecho a la reinserción social”. Y no me cabe duda de que así sea, como es claro así mismo que el ser humano, por su misma condición, tiene derecho al matrimonio, a escalar el Everest o a cantar La Traviata. Como creo, sin embargo, que no faltan personas que, por sus carencias, insuficiencias biológicas, psicológicas, éticas o sociales, no pueden hacer efectivos determinados derechos que tienen en cuanto seres humanos, al oír a la profesora hablar de este derecho, me dije que muy bien, pero que una cosa son los derechos reflejados en los códigos de leyes y otra diferente esos mismos derechos a bordo de personas concretas. Y que hay afirmaciones que, si no se matizan o explican, pueden dar lugar a equívocos y malentendidos, como sucede cuando, por ejemplo, se exalta tanto el derecho a la libertad de expresión sin parar mientes en que ese derecho, como todos los derechos del hombre y como todo lo humano, ha de tener sus límites y cortapisas, que deben –por honestidad y verdad- ser tenidos en cuenta para ser justos y no hacer demagogias baratas o ciencia-ficción.
No se puede idealizar más de la cuenta, sin caer -creo yo- en infantilismo jurídico. No basta con tener los derechos, pues hace falta capacidad y disponibilidad para ejercerlos. No es suficiente a veces con querer, es necesario poder…. Y esto, el “poder” -con frecuencia- depende de cosas que no está en la potestad del hombre tener o disponer de ellas con la radicalidad o solvencia exigibles para que ese derecho pase de artículo frío de un código al acerbo personal de un individuo de carne y hueso. Suele decirse, por eso, que luna buena práctica sin una teoría es irrealizable, pero también se dice con razón que las teorías. sin bajarse, la práctica se quedan huecas o son atolondradas.
Porque bien es verdad que, aunque los hombres podemos pensar y expresarnos en abstracto y genéricamente, no lo es menos que necesariamente vivimos en singular y en concreto; y todo lo que no sea eso es emigrar de la realidad….

El contrapunto de lo anterior lo veía esta misma mañana, al repasar la liturgia de este domingo. El relato del evangelista san Marcos es sugerente a propósito de capacidades y voluntades.
Un hombre joven se acerca a Jesús y le pregunta qué debe hacer para estar a bien con Dios y salvarse. Cuando se le dice que ha de cumplir los mandamientos de Dios -ese decálogo que al fin y al cabo no es otra cosa que una primaria declaración de derechos humanos-, él responde que eso lo hace desde pequeño; que quiere más; que aspira a más….
Hasta aquí, todo concuerda con la psicología de la juventud, que no es aún, porque sul ser y estar en el mundo se verifican en ella conjugando el verbo “aspirar” a más. Ser joven es ser aspirante; un joven se define por sus aspiraciones; más que un ser de realidades hechas o finiquitadas, el joven vive de provisionales expectativas y se recrea con espectaculares audacias.
Es en este plano en el que veo centrado el tema del relato evangélico de hoy.
Porque, al ponerle Jesús ante el reto de ir más allá de lo manido y corriente y proponerle la tamaña audacia de vender lo que tiene, darlo a los pobres, dejarlo todo y seguirle, el aspirante a más se queda, baja la cabeza y se va….
Al reflexionar esta escena, una idea -sobre todo lo demás- puja en mi mente: el papel primordial de la vocación en el desarrollo humano y su proyectiva referencia a la normalidad de tal desarrollo. Es idea que rubrica Ortega y Gasset en su ensayo dedicado a perfilar la persona-personalidad de Goethe; cuando dice que “El hombre no puede tener o llevar más que una vida auténtica, la relacionada con su vocación” (cfr. Goethe, pg.121). La huidas de la propia vocación marcan pasos o vacilantes o asentados en el vacío y, por tanto, negativos para un desarrollo humano cabal…
Es claro que la vida humana fluye, se dinamiza y desarrolla dentro de un orden de preferencias, de renuncias y aceptaciones, de tomar o dejar… En la sociedad llamada del ”bienestar” lo que prima es lo útil y no lo verdadero, lo rentable y no lo digno y justo, lo que conviene y no lo que debe ser. Este “modus vivendi” representa un “handicap” de notable peso y trasendencia y repercusiones para el porvenir del hombre.
En el caso de aquel joven, todo va bien –así lo muestra la escena- hasta que las exigencias chocan o se contrastan con los intereses…
Hay –de hecho, es una realidad palpable- una fe de cumplimiento –que la mayor parte de las veces, por solamente de “cumplido”, se convierte en “farsa”-; y también una fe de compromiso, que implica colocar los valores de trascendencia humana por encima de los intereses.
Muchas veces nos preguntamos por qué se ven hoy las iglesias casi vacías y los seminarios y conventos sin vocaciones religiosas. Que tengan su cuota de culpa los hombres de Iglesia no me cabe duda; pero eso ha sido siempre porque siempre la Iglesia estuvo formada por hombres de carne y hueso y los “mirlos blancos” no se dan más que en las novelas. Eso cuenta, pero no es todo ni mucho menos. Entre otras posibilidades, ¿no sería cosa de mirar hoy a fondo al joven del relato –vocacionado como se le ve para ser más, pero que, ante el reto que le llama a serlo, baja la cabeza y se va?
Esta realidad da para pensar y no es fácil sintetizar en poco algo que daría para tratados enteros de sociología religiosa y de desarrollo humano…
“Era rico”, glosa el Evangelio tratando de explicar la “debacle” de aquellos ideales de juventud. Jesús respeta su libertad y se limita a advertir –dicho en liso y llano- que “no es oro todo lo que reluce” y que tomar la utilidad por verdad es, como indicara Ortega al hablar de la “política”, instalarse vitalmente en el “reino de la mentira” (cfr. El Espectador. Perspectiva y verdad, 1)..
Amigos, querer y no poder no es lo mismo que poder y no querer. Si lo primero excusa, lo segundo abrasa.
A estas horas, la borrasca “Leslie” se diluye y deshilacha cansada de bregar y levantar olas en el mar y telas de la cubierta de las casas. No estamos aún a la intemperie; pero no estamos a cubierto y sin riesgos. Como antes decía, no nos fiemos mucho, ya que de huracanes y tormentas nos libre Dios, hasta de los que parecen cansados de vivir o declinantes.
Pensemos un poco sobre estos dos verbos “querer” y “poder”. ¿Querer es poder? ¿Poder es querer?. La libertad del hombre y las esclavitudes voluntarias tienen mucho que ver en ello. Insisto: pensemos un poco en la combinación de estos dos verbos.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
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