El aborto y el "fadha" - Entre ser "facha" y ser "farsante" 9-VIII-2018"
Al oír este día que el Senado de la R. Argentina ha rechazado por un puñado de votos -38 frente a 31- la ley del aborto –eufemísticamente llamada, para despistar, de “interrupción del embarazo”- me imaginé dos tipos de sensaciones cabalgando al aire de ideas y sentimientos encontrados: la una de alivio y gozo; la otra de decepción o tal vez rabia.
La de alivio salía de las filas de los millones de hombres y mujeres para quienes la vida humana es “algo sagrado” y, por donde quiera que se mire, una cuestión de justicia. Toda vida humana, la de un mendigo como la de un millonario, la de un anciano decrépito y la de un subnormal, la de una mujer cualquiera y mäs todavía la de un niño -el de dos años o el de cuatro y de seis-, y también la de ese feto o embrión que, aún sin haber visto la luz del sol, tiene derecho a la vida, por más que se inventen artificios, conveniencias o baratijas de argumento para negarlo.
La otra, la de la decepción y rabia, se levanta de las filas –a sí mismas llamadas “ilustradas” y “progresistas”-, para las que esta votación fallida de aborto libre hasta las 14 semanas de gestación representa una injusticia y un retroceso cultural.
He de confesar que soy anti-abortista convencido; es decir, con razones de apoyo a lo que pienso y defiendo; y no tanto unas razones que me puedan venir de las creencias religiosas cuanto por tener de la persona humana y de su dignidad insobornable el más elevado concepto, y no utilitario y de ocasión tan sólo.
He de añadir que sería un “farsante” si, teniendo estas convicciones, las escondiera y no las manifestara por miedo, interés o frivolidad. Como bien dice Ortega y Gasset en elogio de su amigo y gran escritor también, don Pío Baroja, no sólo el que defiende “exuberantemente” unas opiniones que en el fondo “le traen sin cuidado” es un redomado farsante, sino también lo es –y no de una especie menor- el “hombre que tiene realmente esas opiniones pero no las defiende y patentiza” (cfr. El fondo insobornable, en Ideas sibre Pío Baroja, El Espectador I, B.N. Madrid 1943, pp. 100-101); con la coletilla de que, “para quien lo más despreciable del mundo es la farsa, tiene que ser lo mejor del mundo la sinceridad”.
Asombran las “medias verdades” -creo, y no sólo yo lo creo, que la “media verdad” es un buen sinónimo de la mentira-, con que, para justificarse, jalean los abortistas sus afanes contra la vida, en alardes hipócritas muchas veces y en otros casos ajenos y hasta ofensivos para la ciencia y la razón, que dicen alegar para defender sus posturas. La verdad, tampoco es cosa de darles excesivo “chance” o “cancha” racional si se trata de cosas en que se ven primando las emociones o las ideologías sobre la razón.
Que la mujer es dueña absoluta de su cuerpo y puede hacer lo que quiera de todo lo que haya o ande por él, es cosa que no resiste la menor crítica: ¿tiene acaso la mujer sus manos para dar bofetadas o sus pies para dar patadas a los demás?
Que, científicamente, no está demostrado que haya vida humana desde la unión del óvulo con el espermatozoide…. Otra solemne falacia, al menos ética y antropológica. ¿Es que se puede parangonar el “iter vital” de un ser humano con el de una musaraña, un conejo o un ratón? ¿Es que, en la incertidumbre o duda de “liquidar” a un ser humano, se puede ir contra la vida? ¿Puede un cazador, envuelto en la niebla, disparar contra lo que se mueve ante él sin antes pararse a discernir si se trata de un ser humano o de un orangután o ciervo? ¿No será homicida ese cadazor que, a quemarropa y sin pensarlo dos veces, dispara al bulto?
El aborto es cosa de progreso, dicen otros. Es cultura de tiempos modernos. Es progreso. Y las naciones que no lo tienen ya en sus ordenamientos son excepciones a una regla general que se va imponiendo. ¿Es que la llamada “ley de las mayorías” puede ser, en democracia, otra cosa que un recurso técnico para no estancarse en una ingobernabilidad de hecho? ¿No llama Ortega “craso error” a tomar la opinión de ocho sobre la de dos, cuando, como dice, en ocho es verosímil que se den más necios o imbéciles que en dos? ¿No fue Clemenceau el estadista que dijo que, cuando quería resolver un asunto pronto y bien, buscaba a la persona especializada y honesta, pero si querìa diferir o ganar tiempo, nombraba una comisión?. El gran Montesquieu, al propulsar la “ley de las mayorías” como principio democrático, no pretendía hacer de ella un criterio de verdad, sino de mera gobernanza, lo que es bien distinto, sobre todo cuando se sabe –por boca del propio Ortega- que casi siempre el pensamiento político es un “pensar utilitario” y por eso “el imperio de la política es el imperio de la mentira”.
¿No será, por otra parte, incongruencia y ausencia de lógica o dislate llamar progreso a la abolición de la pena de muerte y dar vía libre a esta otra pena de muerte, nada menos que a un inocente que no se puede defender ni chillar siquiera, y llamarla también progreso? Y si esa doble vara de medir la usan unos mismos “progres”, no serña, además de falta de lógica, cara dura, indignidad y juego sucio nada menos que con vidas humanas?
Una de las más aviesas falacias en materia de abortismo llega a la historia moderna revestida de un anticlericalismo falso y rancio. El antiabortismo –dicen muchos- es cosa de curas y de Iglesia. Yo no lo creo. Pienso que, más que estricta cosa de iglesia y de curas, la oposición al aborto es “cosa de hombres”, por tener sus más profundas raíces en las entretelas de la condición humana. Me atrevería a decir incluso que la Iglesia no se opone al aborto por ser Iglesia de Cristo –que también por eso-, sino por humanismo, por ser liberadora y promotora de todo lo humano digno del ser hombre, hasta de la belleza de cosas que a veces despreciamos los propios hombres.
Como no es cosa de seguir con argumentos y razones porque no creo que la defensa del aborto se base en auténticas razones, y menos de ciencia y verdad, para cerrar estas reflexiones, vayan tres pensamientos y una observación final.
-Don Julián Marías culmina su ensayo titulado La cuestión del aborto –que publicó el diario ABC del 10 de abril de 1994 y reprodujo el 21 de diciembre de 2007- con esta puntiaguda nota final: ¿No estará en curso un proceso de «despersonaliza¬ción», es decir, de «deshomini¬zación» del hombre y de la mu¬jer, las dos formas irreducti¬bles, mutuamente necesarias, en que se realiza la vida huma¬na? Si las relaciones de mater¬nidad y paternidad quedan abolidas, si la relación entre los padres queda reducida a una mera función biológica sin perduración más allá del acto de generación, sin ninguna sig¬nificación personal entre las tres personas implicadas, ¿qué queda de humano en todo ello? Y si esto se impone y generali¬za, si a finales del siglo XX la Humanidad vive de acuerdo con esos principios, ¿no habrá comprometido, quién sabe has¬ta cuándo, esa misma condi¬ción humana? Por esto me pare¬ce que la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se va acercando a su final”.
Don Julián Marías fue un intelectual católico que jamás hizo farsa con su religión: No era un “meapilas” ni de lejos, sino un creyente serio y racional. Quien haya solamente ojeado sus obras, las referidas a la religión sobre todo, lo podrá fácilmente comprobar.
- De don Antonio Machado es este aforismo: “La verdad es lo que es y sigue siendo verdad aunque se piense al revés”. ¿Era “canijo” acaso don Antonio Machado o “merapilas” tal vez?. La “media verdad” es parienta próxima de la mentira. En ningún caso, es la verdad.
-Oriana Fallacci publicó un librito que se titula Carta de una madre al hijo que no nació. Cuando lo leí por primera vez en italiano, se ratificaron todavía más mis convicciones anti-abortistas. Y tampoco era ella “meapilas” y no rehúsa, sin embargo, siendo una mujer libre y suelta, llamar a las cosas por su verdadero nombre.
Es posible, verosímil, muy probable y casi seguro que alguien, al verme pensar, hablar o escribir estas cosas, se anime a llamarme “facha” o “carca”.
“Facha” –y sus sinónimos lo mismo- es palabra-comodín, del vocabuario de algunos que –no teniendo, ni garbo para dar la cara, ni razones para rebatir opiniones distintas de las suyas- salen del paso con el “exabrupto” del socorrido insulto y se quedan tan “anchos” creyéndose intelectuales o demócratas de toda la vida.
De todos modos, que no se preocupen los susodichos, ni se priven. Llámenme, si les pete, “facha” o “carca”; porque, como en el mus, las palabras no hacen juego y “a palabras necias, oídos sordos”, como enseña el vulgo; y porque, además, si ser y mostrarme contrario a matar la vida de un ser humano, cualquiera que sea, fuera equivalente a ser “facha” –que no lo es-, me avendría con gusto a serlo o ser llamado “facha”. Prefiero ser “facha” de nombre a ser “farsante” profesional de plena o incluso parcial dedicación. Por lo que “tutti contenti” y hasta más ver!!!
Y a mis amigos, finalmente, mi gratitud, por leerme y por si se avienen a decirme lo que piensan sobre el aborto o sobre otras cosas de pro. Que las hay
SANTIAGO PANIZO ORALLO
La de alivio salía de las filas de los millones de hombres y mujeres para quienes la vida humana es “algo sagrado” y, por donde quiera que se mire, una cuestión de justicia. Toda vida humana, la de un mendigo como la de un millonario, la de un anciano decrépito y la de un subnormal, la de una mujer cualquiera y mäs todavía la de un niño -el de dos años o el de cuatro y de seis-, y también la de ese feto o embrión que, aún sin haber visto la luz del sol, tiene derecho a la vida, por más que se inventen artificios, conveniencias o baratijas de argumento para negarlo.
La otra, la de la decepción y rabia, se levanta de las filas –a sí mismas llamadas “ilustradas” y “progresistas”-, para las que esta votación fallida de aborto libre hasta las 14 semanas de gestación representa una injusticia y un retroceso cultural.
He de confesar que soy anti-abortista convencido; es decir, con razones de apoyo a lo que pienso y defiendo; y no tanto unas razones que me puedan venir de las creencias religiosas cuanto por tener de la persona humana y de su dignidad insobornable el más elevado concepto, y no utilitario y de ocasión tan sólo.
He de añadir que sería un “farsante” si, teniendo estas convicciones, las escondiera y no las manifestara por miedo, interés o frivolidad. Como bien dice Ortega y Gasset en elogio de su amigo y gran escritor también, don Pío Baroja, no sólo el que defiende “exuberantemente” unas opiniones que en el fondo “le traen sin cuidado” es un redomado farsante, sino también lo es –y no de una especie menor- el “hombre que tiene realmente esas opiniones pero no las defiende y patentiza” (cfr. El fondo insobornable, en Ideas sibre Pío Baroja, El Espectador I, B.N. Madrid 1943, pp. 100-101); con la coletilla de que, “para quien lo más despreciable del mundo es la farsa, tiene que ser lo mejor del mundo la sinceridad”.
Asombran las “medias verdades” -creo, y no sólo yo lo creo, que la “media verdad” es un buen sinónimo de la mentira-, con que, para justificarse, jalean los abortistas sus afanes contra la vida, en alardes hipócritas muchas veces y en otros casos ajenos y hasta ofensivos para la ciencia y la razón, que dicen alegar para defender sus posturas. La verdad, tampoco es cosa de darles excesivo “chance” o “cancha” racional si se trata de cosas en que se ven primando las emociones o las ideologías sobre la razón.
Que la mujer es dueña absoluta de su cuerpo y puede hacer lo que quiera de todo lo que haya o ande por él, es cosa que no resiste la menor crítica: ¿tiene acaso la mujer sus manos para dar bofetadas o sus pies para dar patadas a los demás?
Que, científicamente, no está demostrado que haya vida humana desde la unión del óvulo con el espermatozoide…. Otra solemne falacia, al menos ética y antropológica. ¿Es que se puede parangonar el “iter vital” de un ser humano con el de una musaraña, un conejo o un ratón? ¿Es que, en la incertidumbre o duda de “liquidar” a un ser humano, se puede ir contra la vida? ¿Puede un cazador, envuelto en la niebla, disparar contra lo que se mueve ante él sin antes pararse a discernir si se trata de un ser humano o de un orangután o ciervo? ¿No será homicida ese cadazor que, a quemarropa y sin pensarlo dos veces, dispara al bulto?
El aborto es cosa de progreso, dicen otros. Es cultura de tiempos modernos. Es progreso. Y las naciones que no lo tienen ya en sus ordenamientos son excepciones a una regla general que se va imponiendo. ¿Es que la llamada “ley de las mayorías” puede ser, en democracia, otra cosa que un recurso técnico para no estancarse en una ingobernabilidad de hecho? ¿No llama Ortega “craso error” a tomar la opinión de ocho sobre la de dos, cuando, como dice, en ocho es verosímil que se den más necios o imbéciles que en dos? ¿No fue Clemenceau el estadista que dijo que, cuando quería resolver un asunto pronto y bien, buscaba a la persona especializada y honesta, pero si querìa diferir o ganar tiempo, nombraba una comisión?. El gran Montesquieu, al propulsar la “ley de las mayorías” como principio democrático, no pretendía hacer de ella un criterio de verdad, sino de mera gobernanza, lo que es bien distinto, sobre todo cuando se sabe –por boca del propio Ortega- que casi siempre el pensamiento político es un “pensar utilitario” y por eso “el imperio de la política es el imperio de la mentira”.
¿No será, por otra parte, incongruencia y ausencia de lógica o dislate llamar progreso a la abolición de la pena de muerte y dar vía libre a esta otra pena de muerte, nada menos que a un inocente que no se puede defender ni chillar siquiera, y llamarla también progreso? Y si esa doble vara de medir la usan unos mismos “progres”, no serña, además de falta de lógica, cara dura, indignidad y juego sucio nada menos que con vidas humanas?
Una de las más aviesas falacias en materia de abortismo llega a la historia moderna revestida de un anticlericalismo falso y rancio. El antiabortismo –dicen muchos- es cosa de curas y de Iglesia. Yo no lo creo. Pienso que, más que estricta cosa de iglesia y de curas, la oposición al aborto es “cosa de hombres”, por tener sus más profundas raíces en las entretelas de la condición humana. Me atrevería a decir incluso que la Iglesia no se opone al aborto por ser Iglesia de Cristo –que también por eso-, sino por humanismo, por ser liberadora y promotora de todo lo humano digno del ser hombre, hasta de la belleza de cosas que a veces despreciamos los propios hombres.
Como no es cosa de seguir con argumentos y razones porque no creo que la defensa del aborto se base en auténticas razones, y menos de ciencia y verdad, para cerrar estas reflexiones, vayan tres pensamientos y una observación final.
-Don Julián Marías culmina su ensayo titulado La cuestión del aborto –que publicó el diario ABC del 10 de abril de 1994 y reprodujo el 21 de diciembre de 2007- con esta puntiaguda nota final: ¿No estará en curso un proceso de «despersonaliza¬ción», es decir, de «deshomini¬zación» del hombre y de la mu¬jer, las dos formas irreducti¬bles, mutuamente necesarias, en que se realiza la vida huma¬na? Si las relaciones de mater¬nidad y paternidad quedan abolidas, si la relación entre los padres queda reducida a una mera función biológica sin perduración más allá del acto de generación, sin ninguna sig¬nificación personal entre las tres personas implicadas, ¿qué queda de humano en todo ello? Y si esto se impone y generali¬za, si a finales del siglo XX la Humanidad vive de acuerdo con esos principios, ¿no habrá comprometido, quién sabe has¬ta cuándo, esa misma condi¬ción humana? Por esto me pare¬ce que la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se va acercando a su final”.
Don Julián Marías fue un intelectual católico que jamás hizo farsa con su religión: No era un “meapilas” ni de lejos, sino un creyente serio y racional. Quien haya solamente ojeado sus obras, las referidas a la religión sobre todo, lo podrá fácilmente comprobar.
- De don Antonio Machado es este aforismo: “La verdad es lo que es y sigue siendo verdad aunque se piense al revés”. ¿Era “canijo” acaso don Antonio Machado o “merapilas” tal vez?. La “media verdad” es parienta próxima de la mentira. En ningún caso, es la verdad.
-Oriana Fallacci publicó un librito que se titula Carta de una madre al hijo que no nació. Cuando lo leí por primera vez en italiano, se ratificaron todavía más mis convicciones anti-abortistas. Y tampoco era ella “meapilas” y no rehúsa, sin embargo, siendo una mujer libre y suelta, llamar a las cosas por su verdadero nombre.
Es posible, verosímil, muy probable y casi seguro que alguien, al verme pensar, hablar o escribir estas cosas, se anime a llamarme “facha” o “carca”.
“Facha” –y sus sinónimos lo mismo- es palabra-comodín, del vocabuario de algunos que –no teniendo, ni garbo para dar la cara, ni razones para rebatir opiniones distintas de las suyas- salen del paso con el “exabrupto” del socorrido insulto y se quedan tan “anchos” creyéndose intelectuales o demócratas de toda la vida.
De todos modos, que no se preocupen los susodichos, ni se priven. Llámenme, si les pete, “facha” o “carca”; porque, como en el mus, las palabras no hacen juego y “a palabras necias, oídos sordos”, como enseña el vulgo; y porque, además, si ser y mostrarme contrario a matar la vida de un ser humano, cualquiera que sea, fuera equivalente a ser “facha” –que no lo es-, me avendría con gusto a serlo o ser llamado “facha”. Prefiero ser “facha” de nombre a ser “farsante” profesional de plena o incluso parcial dedicación. Por lo que “tutti contenti” y hasta más ver!!!
Y a mis amigos, finalmente, mi gratitud, por leerme y por si se avienen a decirme lo que piensan sobre el aborto o sobre otras cosas de pro. Que las hay
SANTIAGO PANIZO ORALLO