Las "divinas" izqierdas 10-VIII-2018
Para prologar mi libro Los católicos y las izquierdas (2.010), compuse un Preludio de casi 70 páginas, de basamento y peana a una larga serie de ensayos breves, publicados –para entonces- en la revista católica, del obispado de Astorga, Día Siete.
En ellos, me afanaba –medio en broma, medio en serio- por doblar uno de los tantos apriorismos que, obedeciendo a impulsos o malicias más que a razones, se embarcara en el empeño, desde siglos atrás, de hacer creer que la “religión” y las “izquierdas” han de ser enemigos.
Esta especie de mito profano gestó y dio curso de buena ley a un auténtico imperativo categórico, al que se acogen algunos -quizá bastantes- sin más razón que la de halagar unas fobias o unas filias, hasta identificar la enemiga a la religión con las esencias de las “izquierdas”.
Y como yo esto no me lo creo, consideré un deber decirlo.
Es obra de catarsis e higiene social desmitificar falsedades o desmesuras, y más si fueran rancias y retrógradas, impropias de una modernidad liberal y sobre todo justa.
Hace tiempo ya –de la mano de una antropología social científicamente solvente- se fue poco a poco quebrando la idea de que la dimensión religiosa sea en el hombre o en la sociedad formada por hombres un cuerpo extraño; o que sea en un sder humano unan dimensión menos específica o representativa que otras por honorables, como la de “sapiens”, “faber” o “ludens”. Individual y socialmente, el ser humano tiene derecho a ser respetado en esta dimensión radical y noble de su personalidad; y proclamarlo y defenderlo, además de justo, me parece tarea de positivo desarrollo social, y por supuesto de buen talante democrático.
Esta patraña de siglos –valga la palabra “patraña” para signar el evento-, que aún respira hondo en estos tiempos, en que lo peor y también lo mejor tienen asiento- es rancia y obsoleta; tanto que –como dice uno de mis amigos de izquierdas y ferviente católico sin embargo- no merece otra calificación que la de insulto a la inteligencia y al buen sentido; y denunciarla es dar un claro y rotundo mentís, además, a esa lacra del saber moderno cuando proclama –llena de suficiencia- que la verdad está más en el gusto y capricho de sujeto que piensa que en la realidad de la cosa pensada.
En esa Prolusión, motejaba las “Izquierdas” de ideario político aventado en el s. XVIII por la Revolución francesa, que toma nombre de un dato espacial más que sustancial: los jacobinos-revolucionarios –en la asamblea constituyente- se sentaron a la izquierda del hemiciclo, mientras los monárquicos y conservadores lo hacían a su derecha. Lo que viene a decir –hablando en plata- que, en lo de la nomenclatura bifronte que desde entonces corta en dos el arco del pensamiento y del quehacer políticos, las posaderas y las ideas se las arreglaron para mirarse de reojo y marcar las distancias.
A más de esto, valdría la pena cuestionarse si los “valores” que, desde aquello, patentó para sí la “izquierda” como suyos y propios –la “fraternidad”, la dignidad humana, la igualdad radical de los hombres, la separación sin guerra de lo profano y lo sagrado, el culto a la moral y a la ética antes que a los intereses, y tantas otras cosas más- los inventó la Revolución francesa, o –más tarde- el socialismo, el comunismo o la Carta de las Naciones Unidas. Esos valores y más ¿no están ya en el Evangelio de Jesús?
El que mis reflexiones lleven hoy este rótulo de “Las divinas izquierdas” no me viene realmente de rememorar aquella Prolusión, en cuya conclusión me vuelvo a confirmar: que ser de izquierdas o ser de derechas –cuando no se convierte, como anota Ortega en el Prólogo para los Franceses, de su obra La rebelión de las masas-, en una de las infinitas maneras que los hombres tienen para elegir ser “imbéciles” –pienso sólo en el sentido etimológico del adjetivo que usa Ortega- no es ni puede catalogarse como credencial infalible de ser hombre religioso, ateo o agnóstico o de ser anticlerical. Nunca serán magnitudes correlativas.
Que a la nomenclatura “derechas/izquierdas” se le haya pegado –en la historia del pensamiento- ese perfil antirreligioso o ajeno a la religión es más –creo yo- un aditivo malicioso que un componente de razón. La historia de estos siglos es buen argumento de ello, si pensamos que la historia no son los historiadores que la escriben o redactan, sino los hechos al brindarse para ser transcritos tal como son, sin amaños, inventos e imposturas.
La incitación inmediata me viene de un hecho de estos días pasados: la acogida ferviente del “Aquarius” en Valencia por una “izquierda” por el momento ávida más de gestos y gesticulaciones que de contribuciones reales al bien común o de todos por igual y lo que ha sido la posterior deriva de tal suceso.
Y es que, de buenas a primeras, el “color de rosas” de la imagen de una “izquierda” solidaria y altruista se trueca en “hiel de insulto” al llamar “racista” al dirigente de la “derecha” que avisa de que no puede haber “papeles para todos”; con la particularidad sonora, complementaria, de que cuando, a los días, es la “izquierda” quien dice lo mismo de otro modo y el “ceolor de rosa” se destiñe, lo de los otros sigue siendo “racismo”, pero lo suyo, nada más que el flujo natural y lógico del cambio de las circunstancias.
De hecho, la idea con que ese doble juego de “la izquierda” se jaleaba este día en algunos “medios” era esta: si la “derecha” dice racionalmente que no son posibles los “papeles para todos” es “racismo”, ¿por qué razón eso mismo, dicho de otro modo, a los dos días, por la “izquierda”, no lo ha de ser también?. Y, si no es “racismo” lo suyo, con qué cara se atreve a censurarlo –con insultos incluso, porque llamar racista” es un insulto-, si es dicho por cualquiera que no sea la “izquierda”?. ¿Será que el “doble juego”, a sus ojos, no basta para malparar su honradez ni mella su aura “divina” de solidaridad y la creencia de estar por encima del bien y del mal?.
Este doble juego, que no es de ahora, ni del momento presente, y su contraste con asignar a las “izquierdas” una especie de credencial innata de honradez, moralidad y asepsia –por principio y sin necesidad de pruebas- es lo que me ha sugerido poner hoy este rótulo de “Divinas izquierdas” a mis reflexiones. Con una pregunta para centrarlas: ¿son “divinas” –realmente- las Izquierdas, o son, como todo “quisque”, un claroscuro de luces y sombras? Este es, ni más ni menos, el centro de mi reflexión de hoy.
“Divinas izquierdas”… Las preguntas siguen alzándose inquisitivas.
¿Se tratará, pues, de uno más de los “mitos” que en la historia se han construido a la medida del sujeto interesado en mitificar y no tanto a la del hombre llamado a recibir su contenido primordial en cristalización de ideales humanos paradigmáticos, positivos, potenciadores de lo “humano” mejor y más cabal? ¿Será cuento, maña o truco todo lo urdido para “divinizarlas”?
La expresión “divina izquierda” o “divine gauche”, históricamente, –en su primigenio sentido- tiene que ver con ese romanticismo –autorreferencial y nominalista- de ciertas ensoñaciones de una filosofía –la orquestada en torno a Sartre especialmente-, en unos alardes ostensiblemente marxistoides, ególatras. exagerados, cuando no falaces, de acaparar o encarnar en ella sola toda la dignidad, la honradez, la transparencia, el acierto, la moral y la ética inclusive….
El mito –ayer y hoy, porque mitos se construyen siempre- es tan humano como desmitificar los mitos falsos lo es también.
Los mitos –cuando no responden a lo que nacieron para enseñar y explicar, o se vuelven fatuos o falsos- ellos solos se caen del pedestal y se mueren sin sentido.
Calificar algo de “divino” -adjetivo exigente donde las haya- es una exageración o pantomima, si se saliera del ámbito de lo simbólico; o si no fuera obra del propio Dios. Y a las ”izquierdas” políticas –generosa y pomposamente- se las llamó “divinas” -la “divine gauche” del referido “chauvinismo” francés- seguramente por aspiraciones más que por realidades; por virtudes soñadas más que por valores democráticos o cívicos ejercidos con verdad y no tan sólo pregonados.
Los mitos, amigos, sólo son mitos cuando se quedan en idealizaciones abstractas o en simbologías paradigmáticas; es decir, cuando se quedan en puros mitos. Así mirados, los mitos son meras idealizaciones, carcasas huecas, estatuas de barro; sólo encarnados y personalizados en realidades de carne y hueso, al tomar cuerpo y forma el ideal que cristalizan, muestran al hombre caminos de vida y perviven en formas circunstanciadas. Así, por ejemplo, el mito de la Antígona de Sófocles, o el de la manzana de Eva en el paraíso o el de Prometeo encadenado a la roca Tarpeya perviven, no como mitos puros, sino como realidades circunstanciadas, históricas, verificaciones de los ideales abstractos que trataron de patentar al nacer.
Nada “político” puede ser llamado, con verdad, “divino”. Y menos, si la política, fuera un “arte” de mentir, en vez del “arte” de gobernar una sociedad. Y harían bien –creo yo- los que tan fácilmente “se divinizan”, “caerse del burro” como suele decirse y admitir lo que, brutal pero con realismo y gracia, aquel canónigo donostiarra, don Bernardo Unanue Ulacia, decía de los santos “ de pega”, esos que, siendo más o menos como todos- alardeaban de santidad y de virtudes. Riendo y con rotundidad propalaba que a “Santo que come, bebe y caga, ¡pedrada!”.
Riendo, digo yo también esto otro. No hay “divinas izquierdas”. Hay “izquierdas” que, si son respetables en su decir y obrar, serán dignas; pero no divinas. Como lo serán también, en esas mismas condiciones, las “derechas”, el “centro” o las “periferias”.
Pensemos, de todos modos, que –nunca ni en nada humano- es oro todo lo que reluce. No es un mito, pero casi...
Y pensad también, amigos, que yo no soy, ni me presto a ser, “hombre de partido”: por mi conciencia de la libertad humana. Lo aprendí reflexionando ese pequeño gran ensayo de Ortega y Gasset titulado “No ser hombre de partido”, cuya lectura os recomiendo hoy si, conmigo, habéis dudado de que una “política” pueda, con verdad, ser llamada “divina”•. Ayudemos a desmitificar también este mito falso.
SANTIAGO PAN IZO ORALLO
En ellos, me afanaba –medio en broma, medio en serio- por doblar uno de los tantos apriorismos que, obedeciendo a impulsos o malicias más que a razones, se embarcara en el empeño, desde siglos atrás, de hacer creer que la “religión” y las “izquierdas” han de ser enemigos.
Esta especie de mito profano gestó y dio curso de buena ley a un auténtico imperativo categórico, al que se acogen algunos -quizá bastantes- sin más razón que la de halagar unas fobias o unas filias, hasta identificar la enemiga a la religión con las esencias de las “izquierdas”.
Y como yo esto no me lo creo, consideré un deber decirlo.
Es obra de catarsis e higiene social desmitificar falsedades o desmesuras, y más si fueran rancias y retrógradas, impropias de una modernidad liberal y sobre todo justa.
Hace tiempo ya –de la mano de una antropología social científicamente solvente- se fue poco a poco quebrando la idea de que la dimensión religiosa sea en el hombre o en la sociedad formada por hombres un cuerpo extraño; o que sea en un sder humano unan dimensión menos específica o representativa que otras por honorables, como la de “sapiens”, “faber” o “ludens”. Individual y socialmente, el ser humano tiene derecho a ser respetado en esta dimensión radical y noble de su personalidad; y proclamarlo y defenderlo, además de justo, me parece tarea de positivo desarrollo social, y por supuesto de buen talante democrático.
Esta patraña de siglos –valga la palabra “patraña” para signar el evento-, que aún respira hondo en estos tiempos, en que lo peor y también lo mejor tienen asiento- es rancia y obsoleta; tanto que –como dice uno de mis amigos de izquierdas y ferviente católico sin embargo- no merece otra calificación que la de insulto a la inteligencia y al buen sentido; y denunciarla es dar un claro y rotundo mentís, además, a esa lacra del saber moderno cuando proclama –llena de suficiencia- que la verdad está más en el gusto y capricho de sujeto que piensa que en la realidad de la cosa pensada.
En esa Prolusión, motejaba las “Izquierdas” de ideario político aventado en el s. XVIII por la Revolución francesa, que toma nombre de un dato espacial más que sustancial: los jacobinos-revolucionarios –en la asamblea constituyente- se sentaron a la izquierda del hemiciclo, mientras los monárquicos y conservadores lo hacían a su derecha. Lo que viene a decir –hablando en plata- que, en lo de la nomenclatura bifronte que desde entonces corta en dos el arco del pensamiento y del quehacer políticos, las posaderas y las ideas se las arreglaron para mirarse de reojo y marcar las distancias.
A más de esto, valdría la pena cuestionarse si los “valores” que, desde aquello, patentó para sí la “izquierda” como suyos y propios –la “fraternidad”, la dignidad humana, la igualdad radical de los hombres, la separación sin guerra de lo profano y lo sagrado, el culto a la moral y a la ética antes que a los intereses, y tantas otras cosas más- los inventó la Revolución francesa, o –más tarde- el socialismo, el comunismo o la Carta de las Naciones Unidas. Esos valores y más ¿no están ya en el Evangelio de Jesús?
El que mis reflexiones lleven hoy este rótulo de “Las divinas izquierdas” no me viene realmente de rememorar aquella Prolusión, en cuya conclusión me vuelvo a confirmar: que ser de izquierdas o ser de derechas –cuando no se convierte, como anota Ortega en el Prólogo para los Franceses, de su obra La rebelión de las masas-, en una de las infinitas maneras que los hombres tienen para elegir ser “imbéciles” –pienso sólo en el sentido etimológico del adjetivo que usa Ortega- no es ni puede catalogarse como credencial infalible de ser hombre religioso, ateo o agnóstico o de ser anticlerical. Nunca serán magnitudes correlativas.
Que a la nomenclatura “derechas/izquierdas” se le haya pegado –en la historia del pensamiento- ese perfil antirreligioso o ajeno a la religión es más –creo yo- un aditivo malicioso que un componente de razón. La historia de estos siglos es buen argumento de ello, si pensamos que la historia no son los historiadores que la escriben o redactan, sino los hechos al brindarse para ser transcritos tal como son, sin amaños, inventos e imposturas.
La incitación inmediata me viene de un hecho de estos días pasados: la acogida ferviente del “Aquarius” en Valencia por una “izquierda” por el momento ávida más de gestos y gesticulaciones que de contribuciones reales al bien común o de todos por igual y lo que ha sido la posterior deriva de tal suceso.
Y es que, de buenas a primeras, el “color de rosas” de la imagen de una “izquierda” solidaria y altruista se trueca en “hiel de insulto” al llamar “racista” al dirigente de la “derecha” que avisa de que no puede haber “papeles para todos”; con la particularidad sonora, complementaria, de que cuando, a los días, es la “izquierda” quien dice lo mismo de otro modo y el “ceolor de rosa” se destiñe, lo de los otros sigue siendo “racismo”, pero lo suyo, nada más que el flujo natural y lógico del cambio de las circunstancias.
De hecho, la idea con que ese doble juego de “la izquierda” se jaleaba este día en algunos “medios” era esta: si la “derecha” dice racionalmente que no son posibles los “papeles para todos” es “racismo”, ¿por qué razón eso mismo, dicho de otro modo, a los dos días, por la “izquierda”, no lo ha de ser también?. Y, si no es “racismo” lo suyo, con qué cara se atreve a censurarlo –con insultos incluso, porque llamar racista” es un insulto-, si es dicho por cualquiera que no sea la “izquierda”?. ¿Será que el “doble juego”, a sus ojos, no basta para malparar su honradez ni mella su aura “divina” de solidaridad y la creencia de estar por encima del bien y del mal?.
Este doble juego, que no es de ahora, ni del momento presente, y su contraste con asignar a las “izquierdas” una especie de credencial innata de honradez, moralidad y asepsia –por principio y sin necesidad de pruebas- es lo que me ha sugerido poner hoy este rótulo de “Divinas izquierdas” a mis reflexiones. Con una pregunta para centrarlas: ¿son “divinas” –realmente- las Izquierdas, o son, como todo “quisque”, un claroscuro de luces y sombras? Este es, ni más ni menos, el centro de mi reflexión de hoy.
“Divinas izquierdas”… Las preguntas siguen alzándose inquisitivas.
¿Se tratará, pues, de uno más de los “mitos” que en la historia se han construido a la medida del sujeto interesado en mitificar y no tanto a la del hombre llamado a recibir su contenido primordial en cristalización de ideales humanos paradigmáticos, positivos, potenciadores de lo “humano” mejor y más cabal? ¿Será cuento, maña o truco todo lo urdido para “divinizarlas”?
La expresión “divina izquierda” o “divine gauche”, históricamente, –en su primigenio sentido- tiene que ver con ese romanticismo –autorreferencial y nominalista- de ciertas ensoñaciones de una filosofía –la orquestada en torno a Sartre especialmente-, en unos alardes ostensiblemente marxistoides, ególatras. exagerados, cuando no falaces, de acaparar o encarnar en ella sola toda la dignidad, la honradez, la transparencia, el acierto, la moral y la ética inclusive….
El mito –ayer y hoy, porque mitos se construyen siempre- es tan humano como desmitificar los mitos falsos lo es también.
Los mitos –cuando no responden a lo que nacieron para enseñar y explicar, o se vuelven fatuos o falsos- ellos solos se caen del pedestal y se mueren sin sentido.
Calificar algo de “divino” -adjetivo exigente donde las haya- es una exageración o pantomima, si se saliera del ámbito de lo simbólico; o si no fuera obra del propio Dios. Y a las ”izquierdas” políticas –generosa y pomposamente- se las llamó “divinas” -la “divine gauche” del referido “chauvinismo” francés- seguramente por aspiraciones más que por realidades; por virtudes soñadas más que por valores democráticos o cívicos ejercidos con verdad y no tan sólo pregonados.
Los mitos, amigos, sólo son mitos cuando se quedan en idealizaciones abstractas o en simbologías paradigmáticas; es decir, cuando se quedan en puros mitos. Así mirados, los mitos son meras idealizaciones, carcasas huecas, estatuas de barro; sólo encarnados y personalizados en realidades de carne y hueso, al tomar cuerpo y forma el ideal que cristalizan, muestran al hombre caminos de vida y perviven en formas circunstanciadas. Así, por ejemplo, el mito de la Antígona de Sófocles, o el de la manzana de Eva en el paraíso o el de Prometeo encadenado a la roca Tarpeya perviven, no como mitos puros, sino como realidades circunstanciadas, históricas, verificaciones de los ideales abstractos que trataron de patentar al nacer.
Nada “político” puede ser llamado, con verdad, “divino”. Y menos, si la política, fuera un “arte” de mentir, en vez del “arte” de gobernar una sociedad. Y harían bien –creo yo- los que tan fácilmente “se divinizan”, “caerse del burro” como suele decirse y admitir lo que, brutal pero con realismo y gracia, aquel canónigo donostiarra, don Bernardo Unanue Ulacia, decía de los santos “ de pega”, esos que, siendo más o menos como todos- alardeaban de santidad y de virtudes. Riendo y con rotundidad propalaba que a “Santo que come, bebe y caga, ¡pedrada!”.
Riendo, digo yo también esto otro. No hay “divinas izquierdas”. Hay “izquierdas” que, si son respetables en su decir y obrar, serán dignas; pero no divinas. Como lo serán también, en esas mismas condiciones, las “derechas”, el “centro” o las “periferias”.
Pensemos, de todos modos, que –nunca ni en nada humano- es oro todo lo que reluce. No es un mito, pero casi...
Y pensad también, amigos, que yo no soy, ni me presto a ser, “hombre de partido”: por mi conciencia de la libertad humana. Lo aprendí reflexionando ese pequeño gran ensayo de Ortega y Gasset titulado “No ser hombre de partido”, cuya lectura os recomiendo hoy si, conmigo, habéis dudado de que una “política” pueda, con verdad, ser llamada “divina”•. Ayudemos a desmitificar también este mito falso.
SANTIAGO PAN IZO ORALLO