Desde mi oueblo - Crónicas bercianas -I

El que abomina o se desdice de su tierra o pueblo, y de sus raíces por tanto, no tiene derecho a ser árbol, ni capacidad tendrá seguramente para dar en la vida frutos sanos y sabrosos. Y es que las raíces son para el árbol o el fruto lo que pone la savia bajo la corteza; y el lugar en que se nace es para la persona lo que da número y medida a las huellas que va dejando al caminar por su vida: grandes o chicas; redondas o planas; profundas o imperceptibles.

Amigos. Esta idea me sale hoy al paso, al intentar –nada más cerrarse la conferencia que acabo de escuchar esta misma tarde en la iglesia de mi pueblo, San Miguel de las Dueñas, con ocasión de la fiesta de su patrono, el arcángel Miguel. La pienso y escribo para que presida los tres o cuatro pequeños ensayos que me propongo a partir de las notables expresiones culturales que, hoy y mañana, son parte del programa de las fiestas del pueblo en honor de su patrono.

He de anticipar que me gustan las canciones de Nino Bravo; que de cuando en cuando me conecto a ellas porque, al ser vibrantes, hacen vibrar, y, al ser tan sugerentes, ponen alas al alma más tibia y al cuerpo más pesado. Antes de comenzar hoy mismo, nada más acabarse la conferencia, estos varios ensayos, me pongo a oír la música de Nino Bravo cantando a “su tierra”. “Mi tierra tiene palmeras. Mi tierra tiene montañas. Mi tierra tiene su sol, el mismo sol que tu tierra. Mi tierra tiene su voz, que ruge si se la encierra…”

Ideas contiguas a la anterior –algunas pondrán titulo a estos varios ensayos de días venideros- pudieran ser éstas: Ser y tener – Acuérdate de las raíces - Mi pueblo tiene Camino - Mi pueblo tiene convento - Mi pueblo tiene canteras
“Quien tiene derecho a alardear no suele ser quien alardea”, he de anticipar también en aras de que, no por no decir lo que se tiene se carece de ello; más bien pasa que el cacareo no siempre, ni mucho menos, es razón y prueba de que la gallina ha puesto el huevo en el nidal.

Desde mi pueblo, me decido hoy a pergeñar y escribir unos ensayos que parezcan crónicas; crónicas bercianas sobre cosas propias de mi pueblo y de mi tierra; de este Bierzo que en su raíz semántica suena a “verjel”, siendo –por ser “vergel”-, si no el paraíso, sí una “speciosa res”, un huerto ameno, especialmente plantado para recreo de los ojos del cuerpo y del alma, jardín cercado de verjas en que toman asiento las flores (cfr. Novísio Diccionario de la Lengua castellana, editado en París, 1892, por don Pedro M. de Olive; que en sus aires lleva un mini-clima, en sus cruces de caminos es encrucijada y en su historia huele intensamente a Templarios, a Tebaidas, a Médulas y a minas de carbón y de hierro, a “verjel” en una palabra, a “speciosa res”.

El Bierzo -estos días- está otoñal tirando a veraniego, y la fiesta de ahora –san Miguel, arcángel de Dios y símbolo de la eterna lucha del mal y del bien- sabe a pueblo y, en la fiesta, este sabor a pueblo se deshilacha entre músicas y cohetes, procesión con el arcángel por las calles y misa solemne, comida de fiesta y hombres y mujeres riendo y saludándose de con efusión, como si llevaran siglos sin verse. Poca gente hay en la misa, tal vez porque ya no es verano y los biorritmos cursan ahora por derroteros de ciudad y de trabajo. Sin embargo, este año, hay algo en la fiesta del pueblo que se sale seguramente de lo normal en una fiesta popular: un ciclo de conferencias, pensadas y organizadas para hoy y mañana, por la concejalía de cultura del ayuntamiento y la Junta vecinal, sobre el Camino de Santiago que pasa por San Miguel y el Convento –la una-, y otras dos sobre las canteras que -en el pueblo, en el borde norte de las “fragas” del Boeza, entre San Miguel y Ponferrada- no sólo dieron pan a mis antepasados recientes –mis abuelos trabajaron en ellas-, pero sobre todo han tenido la virtud de haber sido elegidas -nada menos- que por el arquitecto y artista del Palacio episcopal de Astorga –Gaudí nada menos-, para, con su piedra de granito -blanca, dura, jaspeada y berroqueña-, elevar al cielo todo un alarde de filigrana y suma belleza como es el mismo.

Hoy 29, el cura del pueblo, don Celestino Mielgo Domínguez, tiene la primera conferencia en la soberbia iglesia del convento cisterciense, conventual y parroquial a la vez, joya del barroco, monumental y solemne en su retablo mayor, exquisito de brillo y arte. Cultura sanmigueleña, anoto en mi cuaderno, antes incluso de comenzar la charla. Cultura de la fina y no de esa otra, que tanto se estila en esta pos-modernidad –lo que quiere decir que “se pasa de moderna”-, y que –por tener- tiene más de morbosa, pedestre o zafia que de verdadero culto a la creatividad -casi divina- del hombre. Porque –la verdad-, si Dios encargó al hombre “hacerse”, tras haberlo diseñado macho y hembra según el relato mítico y paradigmático del Génesis, y le mando para ello “crecer y multiplicarse”, nada extraño es que –a lo largo de la Historia humana- las mejores señas de identidad de lo humano lleven nombre de “cultura”, que ha de ser “cultivo” de “lo humano cabal”; y que –por eso mismo- ha de ser progreso, pero no “progresía” ni bazofia, como es la que hacen a diario y celebran algunos con el escupitajo, el plagio, la mentira o las perversiones de la “pos-verdad”.

Don Celestino, perfectamente informado de las cuitas y hechuras pasadas del pueblo de sus “cuidados” –eso significa “cura”-, nos da esta tarde del día de san Miguel una preciosa y amena, precisa y documentada charla sobre dos temas conexos, que se adosan y ciñen como si de un doble anillo se tratara y enlazara el ayer y el hoy de este pueblo, venido evidentemente a menos por azares de las economías y otras cosas, pero que puede presumir –tanto y más que otros- de cultura y solera de la mejor.
El Camino y el Convento llenan hoy las galeradas de este recital de tarde-noche que la solicitud hacendosa o laboriosa del párroco pone ante nuestros ojos, reflejando gráficamente, en una pantalla lateral, al paso de las palabras y las ideas, el curso de la historia, tanto del Camino a su paso por el pueblo, como del Convento en sus azares históricos y monumentales.
Ha merecido la pena venir, anoto al sonar el cerrado aplauso al relator de nuestro pasado.


* * *

No me da para más este primer relato y lo dejo aquí, porque ya es tarde. La música, en el campo de la fiesta, comienza a sonar por todo lo alto y el cuerpo dice que mañana es otro día y que por hoy basta para llenar el cuerpo y el alma sin atragantarse o indigestarse. Como ayer mismo decía la lectura litúrgica del libro sagrado del Eclesiastés (cap. 3, 1-11, hay tiempo para todo y a cada día le basta su afán; tiempo para reir y para llorar, para soñar, para cantar la belleza y dejar de lado las fealdades; la belleza incluso de esas cosas pequeñas que a veces despreciamos por ser pequeñas, cuando es sabido que toda belleza –hasta la de las cosas nimias- merece la pena.
Por eso, amigos, mañana será otro día y el Camino de Santiago a su paso por mi pueblo será la entrega que mañana –si D. q.- me ocuparé de plasmar en letras, palabras, ideas, alguna ocurrencia tal vez, pero sobre todo en deseo de volvernos a las raíces como es obligado si no se quiere danzar en el aire, al son que nos toquen otros, como hacen ya las primeras hojas del otoño, que, incapaces ya de sostenerse unidas a su rama, van trazando arabescos de capricho en este cielo otoñal del Bierzo que ha de saber dar a sus “cosas” un aire propio, aunque no siempre ni del todo coherente con su pasado y sus raíces. Claro que, para dar a sus “cosas” este aire, ha de conocer ese “pasado” y esas “raíces”, reflexionarlo para poder amarlo; aunque –eso sí- sin alardes como digo y sobre todo sin pensar que “los otros” sean peores, no tengan también sus raíces y no puedan verse igualmente con derecho a presumir –sin alardear- de privilegios, de fueros, de raigambre, de solera y sabor a clásico como mi pueblo puede hacer y don Celestino, esta tarde, lo muestra con datos comprobados y muy propios de una tesis doctoral que –aunque no haya hecho- ha sido bien “currada” por él en horas y horas de dedicación, como parte de su tarea pastoral de poner a la vista de su pueblo todo aquello que le pueda servir para sentirse honrado con su historia y libre con unas libertades bien ganadas en campos de honor y de cultura, donde no siempre se libran estas batallas que hacen a los hombres, aunque sean de pueblo, grandes, como ya revelara Cervantes en esa frase mágica con que llama a la “libertad” el mayor de los bienes que Dios ha hecho al hombre y que se puede perder fácilmente por olvidarse de las raíces.

Como preludio, baste. Mañana, amigos, como digo, es otro día. “Mi tierra” -termino remedando de nuevo a Nino Bravo- no tiene mar ni palmeras; pero tiene montañas, y Convento y también Camino, aunque no sea ni el más famoso o el más recorrido y pisado Pero como todas las “tierras” tienen “el mismo sol de mi tierra”, hpy me limito a brindar por la mía sin despreciar o tener por menos a ninguna, y otros días brindaré por otras. “Mi tierra”… –termino con la misma letra de la canción del rapsoda prematuramente desaparecido- “si sientes lo que yo siento, ven y cántala conmigo”

SANTIAGO PANIZO ORALLO
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