Golpes bajos al cristianismo
En la foto, Casaroli posaba esbozando una tímida sonrisa, la suya por supuesto, mientras con sus delicadas manos acariciaba el pectoral. A su lado, el recién llegado, sin más aparentes pretensiones que exhibir en el mismo corazón de la Santa Sede su ateísmo desafiante y bravucón.
Es de sobra conocido también el posicionamiento de Valéry Giscard d'Estaing, bajo cuyo mandato se aprobó en Francia la ley del aborto en 1974. Como presidente de la Convención para el Futuro de Europa, le cupo redactar el proyecto de Constitución Europea en 2003.
El cardenal Martini dejó escritas páginas admirables sobre una identidad europea «estrechamente ligada al cristianismo». Y san Juan Pablo II, afirmó por activa y por pasiva que la Iglesia «se ha implantado durante siglos en los pueblos que componen Europa».
No resulta extraño el último lance del secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pietro Parolin, saliendo al paso de la pretensión de la UE de cancelar la palabra Navidad en nombre de una supuesta «política» anti discriminatoria.
«Debemos redescubrir la capacidad de integrar todas estas realidades sin ignorarlas, sin combatirlas, sin eliminarlas ni marginarlas» (Cardenal Parolin).
El cardenal Martini dejó escritas páginas admirables sobre una identidad europea «estrechamente ligada al cristianismo». Y san Juan Pablo II, afirmó por activa y por pasiva que la Iglesia «se ha implantado durante siglos en los pueblos que componen Europa».
No resulta extraño el último lance del secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pietro Parolin, saliendo al paso de la pretensión de la UE de cancelar la palabra Navidad en nombre de una supuesta «política» anti discriminatoria.
«Debemos redescubrir la capacidad de integrar todas estas realidades sin ignorarlas, sin combatirlas, sin eliminarlas ni marginarlas» (Cardenal Parolin).
«Debemos redescubrir la capacidad de integrar todas estas realidades sin ignorarlas, sin combatirlas, sin eliminarlas ni marginarlas» (Cardenal Parolin).
La diplomacia vaticana, considerada entre las primeras del mundo, si no la primera, suele decir las cosas más duras de la forma más suave, o sea sin una palabra más alta que otra. Lo cual no deja de tener su aquel, sobre todo cuando el interlocutor se niega a ser receptor y prefiere seguir con las entendederas del mendrugo.
Uno recuerda todavía, por ejemplo, el papelón del Gobierno de Felipe González enviando como embajador de España ante la Santa Sede nada menos que a un redomado ateo como Gonzalo Puente Ojea. Aquello fue un trágala, sin duda. O sea, no quieres caldo, pues tres tazas. Era como empeñarse en mezclar el agua y el aceite. La foto no tardó en subir a las cabeceras de algunos periódicos con retranca, que los hay.
Aparecían en ella el cardenal Agostino Casaroli posando junto al nuevo embajador español. Casaroli, para entendernos, era el cerebro de la Ostpolitik, quizá el más fino diplomático de la Santa Sede en el siglo XX, el que había dialogado de cancillería en cancillería con ministros y jefes de Estado del Este durante la guerra fría.
En la foto posaba esbozando una tímida sonrisa, la suya por supuesto, mientras con sus delicadas manos acariciaba el pectoral. A su lado, el recién llegado, sin más aparentes pretensiones que exhibir en el mismo corazón de la Santa Sede su ateísmo desafiante y bravucón. «¡Menudo gol que le ha metido al Vaticano el Gobierno de España!», se oía en aquellos primeros días por Roma.
Luego vino a saberse que de gol, nada de nada, monada. Peor aún: después de un tiempo, salió a la superficie que el pájaro del ateísmo había volado. El Vaticano le había retirado el plácet de embajador por divorciarse y volverse a casar por lo civil. Así que, sacado de Roma de mala manera, acabó sentenciado en agosto de 1987, siendo ministró Francisco Fernández Ordóñez, a quien Jaime Campmany solía llamar en sus columnas de ABC Sir Paco, alias el Bustrófedon. ¿Qué necesidad tenía el Gobierno de Madrid de propinar ese golpe bajo al Vaticano?
Es de sobra conocido también el posicionamiento de Valéry Giscard d'Estaing, bajo cuyo mandato se aprobó en Francia la ley del aborto en 1974. Como presidente de la Convención para el Futuro de Europa, le cupo redactar el proyecto de Constitución Europea en 2003. El preámbulo del Tratado Constitucional europeo acabó por eliminar las referencias a la cultura greco-romana y a la Ilustración francesa. Pero la presión de quienes aspiraban a una mención del cristianismo en el documento se hizo fuerte y logró que, para evitar agravios comparativos, Giscard prefiriese, al final, no hablar de nadie.
Así discurrían las cosas cuando, mira tú por dónde, el académico de número de la Real Academia de la Historia, Luis Suárez Fernández, en una ponencia titulada «Cuando la fe se hace cultura» (23.11.2003), le dio por reflexionar acerca de la creación de la Europa cristiana y…acusar de la marginación del término «cristiano» en la futura Constitución europea nada menos que a los propios responsables de su creación, aludiendo, ya de pasada, a Valery Giscard d’Estaing, presidente de la Convención Europea, en estos términos:
«Yo no soy político, pero como ciudadano de a pie, pienso que lo importante es que el señor Giscard d’Estaing es grado 33 de la masonería». O sea, verde y con asas.
En definitiva, más cerca del triángulo que de la mitra, y ya se sabe cómo se las gastan con la Iglesia estos del mandil y el compás. Aquí también la foto ilustró lo suyo unos años después, durante la conferencia de Benedicto XVI ante la intelectualidad cartesiana con un Giscard d’Estaing en primera fila: es preciso aclarar que al ser nombrado prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Ratzinger había cargado los calderos de la excomunión a los hermanos de mandil del ex mandatario francés.
El cardenal Martini dejó escritas páginas admirables sobre una identidad europea «estrechamente ligada al cristianismo». Y san Juan Pablo II, afirmó por activa y por pasiva que la Iglesia «se ha implantado durante siglos en los pueblos que componen Europa». De ahí su insistente petición de que en la futura Constitución europea se hiciese constar la aportación cultural y espiritual del cristianismo. Cierto es que no pocos cristianos críticos y, por supuesto, los defensores de la laicidad se opusieron en redondo a esa referencia explícita, ya que, según ellos, supondría reconocer una cierta tutela religiosa.
En vista de todo lo anterior, no resulta extraño el último lance del secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pietro Parolin, saliendo al paso de la pretensión de la UE de cancelar la palabra Navidad en nombre de una supuesta «política» anti discriminatoria. La polémica se desató por el documento de la Comisión Europea en el que se invita a no utilizar incluso el nombre de la Virgen, madre de Jesús: María o palabras en referencia a la Navidad.
O sea, que los cristianos renunciemos a lo que nos configura y denomina, y nos contentemos con el mofletudo y legendario de blanca barba Papá Noel, que sabe largo de subirse al trineo y azuzar a los renos mientras surca los aires como un centauro zodiacal. Déjense los cristianos, pues, de historias franciscanas de belenes en Greccio y confórmense con el arbolito nórdico de luces multicolores, que es lo que se lleva, parecen decir los amigos del golpe bajo.
Ante el firme rechazo del cardenal Parolin, sin embargo, la UE dio a finales de noviembre marcha atrás. En este sentido, la Comisaria de Igualdad de la UE, la socialista maltesa Helena Dalli, poco dispuesta en principio a dar su brazo a torcer, sostuvo que «el documento no está maduro, vamos a seguir trabajando en él […] Estamos examinando estas preocupaciones para abordarlas en una versión actualizada».
El martes 30 de noviembre, por tanto, ya hubo un alto al manual para la comunicación de la Unión Europea tras la polémica sobre la Navidad y la inclusividad. Y en esas andamos, con otro golpe bajo al cristianismo.
Entrevistado por el mismo canal vaticano News.Va (Massimiliano Menichetti: 30.11.2021), Parolin ha sabido ser fuerte sin dejar de ser suave: «En mi opinión, esta no es la manera de lograr este objetivo -dijo-. Porque al final se corre el riesgo de destruir, aniquilar a la persona, en dos direcciones principales. La primera es la diferenciación que caracteriza a nuestro mundo, la tendencia, por desgracia, es la de homologar todo, sin saber respetar ni siquiera las justas diferencias, que naturalmente no deben convertirse en contraposición o fuente de discriminación, sino que deben integrarse precisamente para construir una humanidad plena e integral.
La segunda es olvidar lo que es una realidad. Y quien va en contra de la realidad se pone en serio peligro. Y luego está la anulación de las raíces, especialmente en lo que respecta a las fiestas cristianas, la dimensión cristiana de nuestra Europa también. Por supuesto, sabemos que Europa debe su existencia y su identidad a muchos aportes, pero ciertamente no podemos olvidar que uno de los principales aportes, si no el principal, fue precisamente el cristianismo. Por lo tanto, destruir la diferencia y destruir las raíces significa precisamente destruir a la persona».
El reciente viaje del papa Francisco a Grecia y Chipre, a punto de iniciarse cuando la entrevista, sirvió al purpurado para subrayar precisamente esta dimensión europea: es decir, ir a las fuentes de Europa, redescubriendo por tanto sus elementos constitutivos. Ciertamente, la cultura griega es uno de estos elementos […] «Debemos redescubrir la capacidad de integrar todas estas realidades sin ignorarlas, sin combatirlas, sin eliminarlas ni marginarlas» (https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2021-11/parolin-navidad-cancelada-asi-no-se-combaten-discriminaciones.html).
Dicho de otra manera: se trata de sumar, no de restar; de construir puentes, no derribarlos, de practicar un ecumenismo de reconciliación, nunca el ecumenismo salvaje. Hay que respetar el contenido, sí, pero también las formas. De ahí el rechazo que uno siente incluso a la expresión ecumenismo salvaje, ya que entonces, forzando dicho ayuntamiento léxico, estaríamos hablando más de un contradiós que del ecumenismo.
Parolin sabe largo de la Navidad. La vivió hace tres años en Irak (24-28.12.2018), como enviado especial del papa Francisco. Y la frase que recogen las agencias, y que parece grabada a fuego en los corazones, fue esta: «En Irak toqué la fe de una Iglesia mártir». Pues eso, hombre, eso. ¿Qué necesidad hay de que tengan que pagar siempre los pobres, los emigrantes, los que tienen que huir de la guerra? Más convivencia, pues, más solidaridad, más respeto a las tradiciones religiosas, y menos golpes bajos al cristianismo. ¡Ya está bien!
La Navidad, misterio en el que los cristianos nos adentramos cada día con el rezo del Ángelus, llama a las puertas de este 2021, todavía con la pandemia inacabada. La fe nos pide a los cristianos celebrarla, no rebajarla; vivirla, no reducirla, y menos aún preterirla; cantarla, en suma, y no vulgarizarla ni frivolizarla. Pero siempre a la luz del Misterio.
La fe, por eso, nos ayuda a experimentar en el alma que el Dios Niño, el Dios encarnado, «viene a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino» (Prefacio III de Adviento).
El camino que lleva a Belén, por tanto, termina, sí, en la cuna de Jesús, pero teniendo bien sabido que la mejor cuna de Jesús son los tiernos brazos de María su Madre. ¿A qué viene eso de querer silenciar como sea Belén, la Navidad, el bendito nombre de la Virgen María?
Más respeto es lo que hace falta. Más dignidad humana. Y más dedicación a los menesterosos. Y desde luego, menos insidioso frenesí, y menos golpes bajos contra el cristianismo.
Bien, pues, por el cardenal Parolin. Y que no nos impongan, ni por las bravas ni por las menos bravas, renuncia alguna a la Navidad. Fuera los golpes bajos, y que nos dejen en paz. Sólo queremos ser hermanos de todo el mundo, pero sin hacer el primo.