Vértigo: De entre los muertos
Aunque tuvo poco éxito cuando se estrenó en Estados Unidos, la película “Vértigo” (1958), de Hitchcock, es hoy considerada “la mejor de todos los tiempos” –según la consulta hecha a los críticos de todo el mundo por el Instituto de Cine Británico, después de cincuenta años encabezando la lista “Ciudadano Kane”–. En pocos sitios se han hecho tantas películas como en San Francisco. Entre las muchas persecuciones que se han rodado en estas calles, no hay ninguna como la que emprende James Stewart tras el fantasma de Kim Novak, que nos hace seguirle absortos por la febril música de Bernard Herrmann.
Lo que comienza como un relato de suspense, se convierte en la más increíble historia de amor que haya mostrado el cine, un romance que irrumpe “de entre los muertos” –así se llamó en España, aunque ese título lo desechó Hitchcock–. Es una de las películas que cada vez que la vuelves a ver, te sorprende, porque sabes lo que pasa, pero siempre descubres nuevas cosas. Resulta intrigante, misteriosa, insondable. Parece un sueño, o una historia de fantasmas.
Ese elemento onírico es lo que me hipnotiza de la película. Recuerda, en ese sentido, a “Jennie” (1948) de William Dieterle –que llegó a ser la obra favorita de Buñuel–, sobre ese pintor (Joseph Cotten) obsesionado por una chica (Jennifer Jones) que surge de entre los muertos en pleno Central Park de Nueva York. La historia acaba en un faro entre rocas, golpeado por las olas, como un sueño. ¿Es “Vértigo” entonces, una película fantástica? Sí, pero narrada realistamente. Nos muestra la locura de un enamoramiento.
UNA PELÍCULA DE CULTO
Es en esa época que empiezan los tours de “Vértigo” por San Francisco. Aprovecho estos días que estoy invitado por la universidad, para recorrer estos lugares de ensueño. He ido incluso al bosque de secuoyas de Muir Woods, que hay al otro lado de la bahía, aunque no he podido conocer la misión de San Juan Bautista, que está algo más lejos. Mi preferido es el lugar del puente de Golden Gate, donde Madeleine salta al agua. Es impresionante con las olas chocando sobre la base de Fort Point. Aunque también resulta numinoso el cementerio de la misión franciscana Dolores –donde una piedra nos recuerda que, con los españoles, hay allí 5.500 indios enterrados–.
La librería Argossy todavía existe –se llama en realidad, Argonaut–, pero la lleva ahora el hijo del propietario en la época de Hitchcock. Tienen toda una estantería dedicada a los libros sobre la película. El palacio de la Legión de Honor está sobre una colina fuera del itinerario turístico, ya que no es un museo muy conocido. Aunque no está el retrato de Carlotta, tiene la mayor colección de esculturas de Rodin fuera de Francia y una exposición ahora de Matisse. Lo más decepcionante es la casa de Scottie en Lombard Street, la calle con más curvas del mundo, cuyos dueños han puesto el año pasado un horrible muro de cemento gris, para no poder ver siquiera la puerta donde aparece Kim Novak. Demasiados curiosos, para ver el interior de una casa que no existió más que en un estudio de Hollywood.
UNA HISTORIA SOBRE LA SOLEDAD
Ella no aparece, por cierto, en la novela original. El libro se acaba ahora de traducir al castellano. Se llama “Sudores fríos” y está escrito por dos franceses que habían tenido un gran éxito con otra obra llevada al cine, “Las diabólicas”. Uno de ellos, Narcejac había visto un documental en un cine, donde le pareció reconocer a un antiguo amigo con quien había perdido contacto tras la guerra. Su posible reencuentro le sugirió la historia. Esta se desarrolla en París y Marsella, en vez de en San Francisco, en torno a la segunda guerra mundial.
Hitchcock respeta la mayor parte de las situaciones y escenarios del libro. Le fascina el cementerio, el bosque, el museo, un establo, la iglesia, pero cambia el orden del desenlace. Los nombres de los personajes son diferentes, excepto el de Madeleine. Son descritos físicamente de otra manera, pero carecen de la profundidad psicológica que le da “el maestro del suspense”. Preserva lo fundamental: su fatal y obsesiva historia de amor, sustentada sobre un sentimiento de culpa.
ABOCADOS AL ABISMO
Es una película que trata sobre el abismo. No es una mera trama policíaca. Lo que importa no es si una pieza encaja con otra. Es la atracción, pero también el horror al vacío –como dice Marías–. Para entender el cine de Hitchcock, uno tiene que comprender que parte de la educación católica, por la que el crimen implica un castigo. Esto es inevitable, para él. Por eso, aunque el protagonista sea falsamente acusado, es sin embargo culpable de algo.
Scotty se siente culpable desde el principio de la película. En la primera escena, por no haber podido saltar a través del abismo como su compañero de policía. Es un hombre que se siente fuera de sitio. No se ve físicamente apto. Además se siente atraído por la mujer de su amigo, que le pide ayuda. El sólo se siente a gusto con su antigua compañera de clase. Ella le cuida y le muestra su amor una y otra vez, pero él prefiere perseguir a una desconocida por la que se siente atraído, aunque así traicione a su amigo. Y luego la manipula, para poder cumplir sus fantasías.
CONSUMIDOS POR LA CULPA
La culpa está detrás de la pesadilla de Scottie. Esta viene cuando se da cuenta de su fantasía, dice el filósofo eslovaco Slavoj Zizek en su análisis de la película. Ambos personajes viven en un juego de apariencias. Para “el maestro del suspense”, no sólo es que la realidad es horrible, sino que lo que puede pasar, podría ser peor de lo que imaginamos, dice Zizek. Ese es el miedo que produce Hitchcock.
Satanás es llamado en la Revelación que cierra la Biblia “el acusador de los hermanos” ( Apocalipsis 12:10). Si no te puede mantener apartado de la fe, te hará sentir lo más condenado posible, dice Packer. Él “explota tanto nuestras debilidades innatas de carácter como los defectos de actitud y comportamiento que hemos adquirido, por malas relaciones y fracasos del pasado”, observa el teólogo británico, residente en Canadá.
En los momentos de desilusión y frustración, perdemos la esperanza. Nos sentimos como en una pendiente resbaladiza que nos lleva a la desolación y la angustia. Así Job se lamenta de que sus “días terminan sin esperanza” (7:6). Cuando uno está absorto en sí mismo, se compadece de uno mismo. Te sientes abandonado y esperas lo peor. Nuestro carácter se vuelve y sombrío y melancólico. Como Igor en Winnie Pooh, nos sentimos inferiores. Nos vemos atrapados por una sensación de torpeza, que nos condena a vivir dominados por la vergüenza.
ESPERANZA DE UNA VIDA MEJOR
Se dice que mientras hay vida, hay esperanza, pero la verdad es que sólo mientras hay esperanza, hay vida. Si no, esta se reduce a una mera existencia, opaca y desolada, que no supone más que un dolor y una carga. Preferiríamos estar muertos, como Job. Mientras que la esperanza genera energía, entusiasmo y emoción. Es su falta la que produce apatía e inercia. Nos hace sentir solos, temerosos y paralizados.
Cuando perdemos la fe en “el Dios de esperanza” ( Romanos 15:13), nuestra vida carece de valor. Dudamos y desconfiamos hasta de nosotros mismos. ¿Qué podemos esperar? El optimismo no son más que buenos deseos. La esperanza es una certeza, garantizada por Dios mismo. Es Él quien promete cumplir sus promesas. Su Palabra merece confianza. Nos anuncia que lo mejor está por venir.