A los 73 años, víctima de "una moza estilizada, que se llama Anemia" Fallece Xose Manuel Carballo, sacerdote, escritor e ilusionista
(José Manuel Vidal).- "Ayer, contra mi gusto, me ingresaron en el HULA. Estoy fastidiado. Pensaron tranquilizarme con una moza muy estilizada, que se llama Anemia, pero yo las prefiero gorditas. Me van a tener unos dias conviviendo con ella y lucrándome de alguna transfusión". Ésta es parte del texto de un wasap que me envió Xose Manuel Carballo (San Martiño de Goberno, 1944) el pasado jueves. Y el viernes otro en el que decía: "Voy mejor, pero aplanado de tanta prueba. Abrazos". Hoy, domingo, un amigo común me llama, para comunicarme su fallecimiento.
Así se despidió el cura Carballo. Con ese sentido del humor que formaba parte de su propia piel. Con esa ironía tan típica del labrador gallego, que nunca dejó de ser, además de cura. Es verdad que ya no estaba bien, desde que, hace cuatro años, sufrió una laringectomía, pero, para no perder su don más preciado y para no quedarse mudo, aprendió a hablar de nuevo.
Es verdad que casi estaba atado a su inseparable máquina de flemas y máquina de oxigeno, pero, asún así, seguía conduciendo su pequeño utilitario (convertido casi en una ambulancia), atendiendo a sus parroquias y a sus múltiples actividades sociales.
Porque Carballo era escritor, poeta, ctor, conferenciante, activista social, mago-ilusionista, pero sobre todo, ante todo y por encima de todo, cura de pueblo.Ése era el título del que más presumía. Porque su vida entero la dedicó a ser cura de pueblo.
Pequeño y menudo, parecía frágil (sus alumnos le llamaban 'o seco', el delgado), pero era duro como el 'cerno', el corazón del árbol que luce en su apellido. El cáncer de laringe se interpuso en su recorrido vital, pero él, determinado y vitalista, le hizo frente con todas sus fuerzas.
Siempre fue un líder, pero de ésos que no presumen, que dialogan, que pactan, que tienen en cuenta el sentir y el vivir del pueblo, de su "xentiña" tan querida. Porque Carballo quería y se hacía querer, con esa mezcla de respeto y confianza con la que la gente rural gallega se dirige a los maestros más amados.

Carballo formaba parte del paisaje de aquella zona de la provincia de Lugo, que se llama 'la Chaira', cuna de gallegos ilustres, como Fraga, el cardenal Rouco, Darío Villanueva, Chao Rego, García Cendán, Xosé Crecente, Manuel María o Manuel Becerra, entre otros muchos.
Un cura enciclopedista de los que ya no quedan y que tocó en su vida (y los tocó bien) todos los palillos: narrador, autor teatral o periodista. Se ordenó en1967 y, tras un pequeño paréntesis como formador en el seminario de Mondoñedo, optó por volver al campo y ejercer su ministerio en su propio pueblo y en otras seis parroquias de los alrededores. Y por mucho que viajase, Xosé Manuel Carballo siempre volvía a su cuna, la tierra de sus padres y de sus antepasados que nunca abandona del todo y en la que reposará eternamente. Hecho polvo en su tierra, como el grano de trigo que, para dar fruto, tiene que morir.
Un sacerdote entregado en alma y cuerpo (y nunca mejor dicho) a su labor pastoral, que concibió siempre como una tarea integral. Fue uno de los curas del Vaticano II, de los primeros que se subió, con devoción, al carro del principio de la encarnación y de la recuperación pastoral y litúrgica de las raíces gallegas del pueblo.
Como dejó escrito otro gran cura chairego, Xosé Chao, "el sacerdote José Manuel Carballo hizo opción por vivir su ministerio en el mundo rural del que procede y al que volvió, para ayudarle a sacudir yugos y para descubrirle que Dios no sólo entiende, sino que también habla gallego".
El galleguismo le fluía del alma. De su alma campesina y chairega. Aplicarlo en la liturgia nunca fue para él una cruzada, sino algo natural como la vida misma. Ejercía de gallego, porque lo era. Dejaba fluir simplemente su ser más profundo y el de su pueblo. Como dice su amigo y colaborador, Manolo Regal, actual delegado de pastoral rural de la diócesis de Mondoñedo-Ferrol, "precisamente por ser cura, Xosé Manuel se hizo popular, del pueblo, cercano, hermano, integrado a fondo con la gente normal, con la gente de aldea".

Excomulgado por monseñor Temiño
Carballo fue el iniciador, con Xosé Chao y Ramón Díaz Raña, de los Romaxes, la gran romería anual para unir fe y galleguidad. El primero se celebró en Meira en 1978. El último, en Beade, en 2017. En el tercero, el que se celebró, en 1980, en Los Peares (Ourense), lo quiso censurar el entonces obispo de Ourense, Ángel Temiño, calificándolo de "anticanónico" y prohibiendo la asistencia a la eucaristía a los curas de la diócesis. El resultado fue el contrario del previsto por el prelado rigorista: en el cauce de los tres ríos nos juntamos más de tres mil personas.
Contrariado ante el éxito del romaxe, monseñor Temiño mandó una carta a los tres curas organizadores, excomulgándolos o, mejor dicho, suspendiéndolos a divinis, es decir privándolos de ejercer su ministerio sacerdotal en la diócesis ourensana.
"Conservo esa carta de excomunión como un tesoro. El obispo que sucedió a Temiño me llamó para levantarme la prohibición y le dije: 'por favor, monseñor, deje las cosas como están y no cambie el rumbo de mi historia personal ni me quite mi timbre de gloria", me contaba, divertido y socarrón, Xosé Manuel, este pasado verano, mientras me mostraba el pedregal de Irimia.
Siempre fue un cura con todas las de la ley y a su ministerio lo supeditó todo: su galleguismo y hasta su vocación de animador socio-político. En aras de su vocación fundó, con Xosé Chao, el Sindicato Independiente Labrego Galego (SILGA), fue concejal independiente de Castro de Rei en la primera legislatura democrática, promovió la reelectrificación y la concentración parcelaria o puso en marcha el 'agroteatro'.
Para su grupo teatral 'Os Baluros', Xosé Manuel Carballo adaptó y escribió diversas obras, que los labradores de Castro de Rei y alrededores pasearon por Galicia, por España y llevaron, incluso, al centro gallego de Buenos Aires. Las actuaciones comenzaron con la traducción al gallego de la obra de Moliere, 'El médico a palos' y culminaron su éxito con la obra de Carballo, 'Vaise pechar una casa mais', que, según sus propios cálculos, vieron más de 55.000 personas.

Después, siempre en esas claves de pastoral gallega, vienen sus numerosas obras escritas, entre las que destacan 'O menciñeiro a forza', 'Parábolas chairegas' o 'Don Otto de viaxe pola Chaira'. O sus innumerables programas de radio y televisión. O sus muchas colaboraciones y artículos en prensa.
Le hizo caso al consejo que le dio el que fuera presidente de la Real Academia Gallega, Jesús Alonso Montero, allá por los años 70, cuando conoció a Carballo: "Si no sigues escribiendo, algún día tu propia conciencia y Galicia te pedirán cuentas".
A pesar de ser galleguista y progresista, siempre mantuvo la comunión con sus obispos. De hecho, fue amigo de muchos de los prelados gallegos. El obispo de Lugo, Alfonso Carrasco, le llama "maestro" y el anterior obispo de Mondoñedo-Ferrol, Manuel Sánchez, alaba, en Carballo, "su ilusión y su buen humor".
Su apertura no significaba que descuidase el rito, la liturgia, el templo. De hecho, ya en el seminario fue maestro de ceremonias y le encantaban las celebraciones bien hechas y las iglesias que invitasen a la oración.
La belleza que cautiva y enamora
Como delegado de catequesis, participó activamente en la elaboración del material catequético que todavía hoy se enseña en Galicia y lleva su firma y su chispa. Como dice Antonio Domínguez, su compañero en el Secretariado de Catequesis de Galicia, "José Manuel hizo de todo y todo bien: escribió, tradujo y corrigió textos, montó escenografías, actuó, representó, fue voz y rostro de un montón de personajes, procuró subvenciones y promovió ediciones".

Y es que, como dice otro de sus amigos, el actual deán de Compostela, Segundo Pérez, "personas como José Manuel hicieron posible el diálogo de la fe con la cultura, de forma especial a través de la belleza que cautiva y enamora".
En busca de esta belleza, para aplicar a la pastoral y al pastoreo de la gente, Carballo cultivó la magia. Porque el cura chairego fue mago o, como el prefería que le llamasen, "ilusionista". Un mago especial al que describe así Jesús Ferro Ruibal, escritor y miembro de la Real Academia Gallega: "José Manuel, el mago. Realmente, la vida de un sacerdote, digno de tal nombre, es magia verdadera a cada hora, a cada problema humano. Por eso, la magia de José Manuel está al servicio de un mensaje".
Y es que, como solía decir el cura chairego, "todo sacerdote debe ser al menos ilusionante, estimular la ilusión, no tratando a los demás como ilusos, sino alimentando su esperanza (...) En las actuaciones, también transmito mensajes y valores. Y la gente es más receptiva, cuando lo digo en un escenario, porque no le da tiempo a abrir el paraguas. Cuando lo digo detrás del altar, la gente ya espera lo que voy a decir".
Ilusionismo con sus famosos aros y humor teológico que Andrés Torres Queiruga, el gran teólogo gallego, glosa así: "Hubo un tiempo en el que algunos teólogos, en aras de una interpretación tremendista del Evangelio, sostuvieron que Jesús de Nazaret nunca había reído. No tuvieron la suerte de conocer a José Manuel Carballo. Si escuchasen alguna de sus charlas o leyesen alguno de sus escritos, breves, pero siempre llenos de un gracejo inconfundible, retirarían tan extraña conclusión".
Quizás por eso, su compañero, Edelmiro Ulloa, cuenta la siguiente anécdota sobre Carballo. Un día que estaba dando clases en el seminario, un alumno le pregunta:
-Profesor, ¿qué es la ilusión y para qué sirve?
-La ilusión es como ese horizonte que vemos entre la tierra y el cielo. Si andas 10 kilómetros, se retira otros tantos. La ilusión es siempre inalcanzable.
-¿Y para qué sirve?
-¡Para caminar, amigo, para caminar!
Comunicaba paz y ternura. Quizás por eso, en su vida reinó la amistad. Tiene tantos amigos que, cuando Xulio Xiz quiso reunir a unos cuantos en un libro homenaje, le salieron más de 200, con los que compuso la obra 'Cerna de Carballo. Xosé Manuel Carballo Ferreiro visto por 200 amigos' (Xermolos). Amigos de todo tipo y condición, de todo el arco político y eclesiástico, que siempre lo pusieron por las nubes.
Y eso que, cuando alguien le halagaba, solía decir algo así: "Si me vais a subir a un altar, dejadme cerca una escalera de mano, porque, si comienza a darme la lata la próstata, tengo que bajar a menudo a hacer mis necesidades". Típica salida llena de humor de un cura ilusionista e ilusionante, orgullo de Galicia. Descansa en paz, maestro y amigo Carballo.
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