In memoriam. Felipe Fernández García (30 de agosto 1935-6 de abril 2012) Se cumplen 8 años de la muerte de monseñor Felipe Fernández
"Siempre había estado y continuó muy ligado a los movimientos especializados de Acción Católica, sobre todo a la JOC-Juventud Obrera Católica"
"Pasó cinco años en Madrid como secretario de redacción de la revista Pastoral Misionera, que se había iniciado como Boletín de consiliarios de la JOC y estaba dirigida por Fernando Urbina"
| Juan Antonio Delgado
Hace 8 años nos dejo el obispo Felipe Fernández. Obispo de Ávila de 1976 a 1991, uno de los primeros obispos de diócesis que su nombramiento se enmarcó dentro de los recientes acuerdos entre la Santa Sede y el gobierno del rey, por el que la Iglesia recuperaba su libertad en el gobierno interno en la elección de obispos. Siempre había estado y continuó muy ligado a los movimientos especializados de Acción Católica, sobre todo a la JOC-Juventud Obrera Católica.
Nació en San Pedro de Trones, provincia de León y diócesis de Astorga, en 1935. Cursó estudios eclesiásticos en el seminario diocesano de Plasencia y en la Universidad Pontificia de Salamanca donde se licenció en teología, 1958. También se licenció en ciencias sociales por la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma dos años más tarde.
Se ordenó sacerdote en Plasencia en 1957, a la edad de 22 años. Designado obispo de Ávila por Pablo VI, recibió la consagración episcopal a los 41 años en la catedral de Ávila por el nuncio Dadaglio, encontrándose también presentes el cardenal Tarancón y el arzobispo Delicado Baeza.
Desde 1957 hasta ser nombrado obispo en 1976, había desempeñado diversos cargos: coadjutor, profesor en el seminario de Plasencia y consiliario de los movimientos obreros de la acción católica, de 1960 a 1965. Eran los años del concilio y en ellos, desde San Benito (Badajoz), de cuya parroquia era coadjutor, Felipe Fernández García apostó por estos movimientos como elementos de transformación hacia un mundo más justo con los más pobres y necesitados. Felipe Fernández pasó después cinco años en Madrid como secretario de redacción de la revista Pastoral Misionera, que se había iniciado como Boletín de consiliarios de la JOC y estaba dirigida por Fernando Urbina. Ello le dio ocasión de conectar con todo el grupo del clero de Madrid y del resto de España que protestaba con fuerza contra los juicios que había durante el régimen de Franco, atentando contra los derechos humanos, sobre todo el mundo del trabajo.
También la estancia en Madrid le había conectado con quienes estaban más en punta con la aplicación del concilio Vaticano II. En 1971 dedicó buena parte de sus esfuerzos a la preparación tanto a nivel diocesano como nacional de la Asamblea Conjunta de obispos y sacerdotes, siendo el relator de la primera ponencia: Iglesia y mundo en la España de hoy.
Podemos destacar de este documento su apertura conciliar, resaltando la importancia de realizar un análisis kairológico de los acontecimientos que en la década de los setenta se vivían en España para saber cómo enfocar la misión y evangelización de las tierras y rincones de nuestro país. Para Felipe Fernández no era un temporalismo superficial comenzar preguntándose cómo es nuestro mundo y qué exige a la Iglesia para que pueda ser verdadero fermento del mismo.
Estaba brotando un tiempo de cambio y transición en la Iglesia y en la sociedad española. La propia Asamblea Conjunta era una buena prueba de ello. Se estaban rompiendo barreras, donde él veía con ojos de profeta la necesidad de crecer en ser Iglesia viva, universal, participativa en los problemas y gozos de los hombres y mujeres de la década de los setenta. Esta radicalidad y novedad la traía el propio concilio Vaticano II.
Esta primera ponencia era un documento de gran viveza y así lo trasmitía el propio Felipe Fernández, defendiendo una Iglesia plural en formas de ver la teología y la eclesiología. Para ello pensaba Felipe Fernández que era necesario hacer una transición de un catolicismo monolítico hacia nuevas formas acordes con el propio concilio Vaticano II.
Podemos destacar de este documento su apertura conciliar, resaltando la importancia de realizar un análisis kairológico de los acontecimientos que en la década de los setenta se vivían en España para saber cómo enfocar la misión y evangelización de las tierras y rincones de nuestro país. Para Felipe Fernández no era un temporalismo superficial comenzar preguntándose cómo es nuestro mundo y qué exige a la Iglesia para que pueda ser verdadero fermento del mismo.
Estaba brotando un tiempo de cambio y transición en la Iglesia y en la sociedad española. La propia Asamblea Conjunta era una buena prueba de ello. Se estaban rompiendo barreras, donde él veía con ojos de profeta la necesidad de crecer en ser Iglesia viva, universal, participativa en los problemas y gozos de los hombres y mujeres de la década de los setenta. Esta radicalidad y novedad la traía el propio concilio Vaticano II.
Estas ideas están muy bien plasmadas en el anexo III de la ponencia primera de la Asamblea Conjunta de obispos-sacerdotes de 1971. Aquí manifiesta en sus intervenciones con total claridad que las relaciones de la Iglesia y el Estado en España deben estar al servicio del hombre, salvaguardando derechos fundamentales, a saber: el derecho natural de opinión y de legítima expresión, el derecho natural de asociación, el derecho eficaz a la enseñanza privada y el derecho de la Iglesia a elegir a sus pastores con absoluta libertad. Piensa Felipe Fernández, que los presbíteros españoles, incluido los obispos, deberían renunciar a los privilegios que concedía el concordato vigente, reclamando para sí los únicos derechos que convendría reclamar para todos los ciudadanos y asociaciones. Por ese motivo no deberían los capellanes castrenses ostentar ningún rango ni graduación militar, ni los militares deberían gozar de un vicariato especial. En definitiva, la concordancia Iglesia-Estado debe continuar actualizando y renovando el concordato actual por otro en línea conciliar.
Dado que el ser sacerdote en la España de los setenta tenía como misión la promoción cultural, social, económica y política de las tierras más deprimidas y abandonadas, el presbítero debía estar mirando la construcción concreta del orden temporal identificándose con aquellos que estaban más oprimidos, denunciando cualquier forma de degradación del ser humano en su dignidad más profunda y originaria. Por eso, como se alentaba ya desde la Asamblea Conjunta, el obispo animaba en su carta a tener parroquias que sean comunidades vivas alejadas de todo lo burocrático y funcionarial y bien inmersas en la vida real de los pueblos.
La inhibición en materias políticas no puede aceptarse. El sacerdote, como educador de la fe, no puede descartar ningún problema humano concreto, tampoco los que provienen del campo político. Pero tampoco es coherente con la misión del sacerdote que implica ser centro de unidad por encima de las diferentes opciones políticas, afiliarse concretamente a un partido para actuar así con más eficacia. El compromiso político concreto es deber de los seglares que deben hacer, con espíritu cristiano, la opción personal por una determinada mediación política. Para inspirarlo y orientarlo es mejor que el sacerdote no esté personalmente implicado en una opción partidista.
En 1991 fue nombrado obispo de La Laguna-Tenerife hasta el año 2005.
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