Lo que importa - 57 Gracias a Dios por la vida de Francisco

"Estaré con vosotros hasta el final de los tiempos"

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El domingo, 30 de marzo, mi reflexión realizada en este mismo blog, titulada “trascendental tesitura clerical… de escasa importancia eclesial”, se abría con la siguiente valoración: De una u otra manera, parece que la Iglesia católica vive hoy un momento de especial turbulencia por el previsible relevo inevitable en su cúpula, relevo que la inmensa mayoría de cristianos y otros desean que se produzca lo más tarde posible por la bonanza bienhechora del papa Francisco. Pero, siendo realistas, la cosa se producirá más bien pronto que tarde, habida cuenta de su edad y de su delicada salud. Como en tantos otros ámbitos, también en este nos encontraremos con una magnífica obra inacabada. ¿Cómo será el papa que releve al actual? ¿Qué talante tendrá frente a cuantos sesgos ideológicos pretenden no solo fijar los caminos a seguir, sino también adueñarse de la buena voluntad de los creyentes? Parece que no será lo mismo si es un papa involucionista o progresista, si se atiene rigurosamente a la tradición o si, al compás de la evolución humana, se abre a las nuevas formas de vida. Y, sin embargo, de creer en serio que el auténtico regidor de la Iglesia es el Espíritu Santo, al que apelan todas las corrientes, debería importarnos muy poco la personalidad del nuevo papa frente al testimonio que los cristianos estamos obligados a dar sobre el mensaje de Jesús. En el desajustado mundo en que vivimos, valoramos lamentablemente el cristianismo en función de la personalidad de uno o de algunos de sus líderes sin darnos cuenta de que lo que realmente importa es implantar en nuestra sociedad la forma de vida cristiana.

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En contra de lo allí deseado, el relevo se ha producido más bien pronto que tarde, dando la razón lamentablemente a nuestra frustrante  previsión. Mirando a Francisco, que es a lo que nos obliga sobre todo este día a todos los cristianos, demos gracias al cielo por su vida partida y compartida con todos nosotros, vida realmente eucarística, y sigamos pidiéndole su bendición, esa que ayer mismo impartía con tal agotamiento físico que hacía presagiar el desenlace que hoy se ha producido. Atrás deja, como regalo, una importante obra inacabada, que necesita todavía audaces cambios de timón para no terminar hecha añicos contra los solapados icebergs que le lanza una sociedad dominada por intereses demoledores. ¿Alguien puede escandalizarse hoy de que el cristianismo sea perseguido cuando su cabeza fue crucificada y los primeros seguidores de Jesús, martirizados? ¿Somos conscientes los cristianos de hoy de que seguimos, o debemos seguir, las huellas de Jesús? Francisco lo ha hecho de forma encomiable y ejemplar.

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Mirando al mañana, confiemos en que, tras los cambalaches vaticanos que las próximas semanas jugarán una partida a muerte por intereses no confesables, el Espíritu Santo se abra camino e imponga un nuevo papa que realmente nos ayude a caminar tras las huellas del crucificado con la alegría y la esperanza del resucitado. Llegan tiempos de la positividad radical de un cristianismo que abraza todo lo humano y que debe perdonar incondicionalmente todo lo inhumano que, en vez de alimentarnos, nos envenena. Aunque seguir las huellas de Jesús cueste sangre, sudor y lágrimas, siendo el suyo un camino de compartir, un camino eucarístico, jamás nos faltará la iluminación y la fuerza que da la alegría de llegar a saber realmente quiénes somos y qué hacemos en este complicado mundo. 

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Gracias sean dadas, pues, al cielo por la vida que Francisco ha compartido tan generosamente con todos nosotros, sabedores de que han terminado para siempre sus achaques y sufrimientos en el seno de un Dios que es, como él predicó tantas veces, perdón y misericordia por encima de cualquier otra consideración o valoración. No es poca gracia, digna de elogio, que la humildad y la bondad del papa Francisco hayan sido espejos que nos reflejaban el auténtico rostro divino. Confiemos en que, llegado el próximo cónclave, él mismo pueda trabajar en consuno con el Espíritu Santo para elegir un candidato adecuado para los tiempos que corren; para que, entre los renglones torcidos del arcano Vaticano, se escriba, una vez más, una línea hermosa y recta con las huellas de Jesús de Nazareth.

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