"El ministerio diaconal sigue siendo muy novedoso" Del "¡Padre, se le ha olvidado consagrar!" y otras anécdotas diaconales
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"El ministerio diaconal sigue siendo muy novedoso y, por ello, desconocido para casi toda la feligresía, principalmente por el escaso número de diáconos que existen en nuestra Iglesia"
"Principalmente, la gente relaciona el orden sagrado con el celibato y no les cuadra ver al ministro acompañado de su esposa y sus hijos. También es frecuente que le pidan sacramentos al diácono que no le corresponden"
"En mi caso, con más de dieciocho años de recorrido, no son pocas las anécdotas vividas…"
"En mi caso, con más de dieciocho años de recorrido, no son pocas las anécdotas vividas…"
El ministerio diaconal sigue siendo muy novedoso y, por ello, desconocido para casi toda la feligresía, principalmente por el escaso número de diáconos que existen en nuestra Iglesia.
Es cierto que, cuando uno lleva un tiempo como diácono en una parroquia y la gente conoce este ministerio, le parece algo completamente normal. De hecho, llega a llamarles la atención que en otros lugares no haya diáconos. Sin embargo, la realidad es que si uno se desplaza a otras parroquias, ya sea de vacaciones o porque le piden sus servicios, les llama mucho la atención. Principalmente, la gente relaciona el orden sagrado con el celibato y no les cuadra ver al ministro acompañado de su esposa y sus hijos. También es frecuente que le pidan sacramentos al diácono que no le corresponden. En mi caso, con más de dieciocho años de recorrido, no son pocas las anécdotas vividas.
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Una de las anécdotas más comunes entre los diáconos es que le pidan a uno que confiese. Claro, uno dice que no, pero la gente a menudo lo interpreta como si fuera por holgazanería, o porque no cree en este sacramento, o simplemente porque no es el horario de confesiones. Normalmente, para quitar hierro al asunto, bromeo y les digo: "No le puedo confesar porque soy diácono. Además, se ha librado de una buena, porque le hubiera mandado una penitencia de las gordas".
"No le puedo confesar porque soy diácono. Además, se ha librado de una buena, porque le hubiera mandado una penitencia de las gordas"
Recuerdo otra ocasión en la que el párroco me pidió que celebrara La Palabra en el horario que normalmente se celebraba la misa principal del pueblo, que tiene un templo enorme y estaba muy llena de gente. Al final de la celebración, en el momento en que estaba dando la comunión, una señora que estaba en la fila me dijo, justo cuando le daba de comulgar y le decía: “El cuerpo de Cristo”: "¡Padre, se le ha olvidado consagrar!"
Le pedí que siguiera y que luego lo explicaría. Antes de despedir al pueblo les dije que quizás algunos no eran asiduos a esa zona y desconocían que yo era diácono, por lo que lo que habíamos hecho era una Celebración de la Palabra, y por lo tanto no había consagración. Aproveché para animarlos a rezar por las vocaciones sacerdotales.
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Algo parecido me ocurrió en otra ocasión en el mismo pueblo, pero no en ese templo, sino en otro que no tiene nada que envidiar en cuanto a tamaño. Al finalizar la celebración, un matrimonio se acercó a la sacristía, donde me estaba cambiando, y me preguntaron: "¿Podemos hacerle una pregunta?" A lo que respondí que sí, por supuesto. Con cara de enfado, me dijeron: "¿Por qué no ha consagrado?" Mi respuesta fue sencilla: "Pues porque no puedo, soy diácono". Me hizo gracia, porque creo que pensaban que no había consagrado por tener prisa o por algún otro motivo.
En los pueblos, les gusta mucho poner motes, y del que me pusieron a mí me enteré por casualidad. Un día, dejaron un paquete de Amazon en casa de un vecino cercano, y cuando llegamos, mandé a mi hija pequeña a pedirlo. Resulta que no estaba, pero sí estaba su padre, una persona mayor. Mi hija le dijo que éramos los vecinos de enfrente. El hombre no lo captó al principio, hasta que finalmente exclamó: "¡Ah, los del 'Cura'!" Así fue como me enteré del apelativo que tengo en el pueblo.
También hay anécdotas relacionadas con el desconocimiento de que el diácono es un ministro casado. En una ocasión, después de una misa, al salir de la parroquia, se me acercó una mujer para felicitarme, diciendo que le había gustado mucho la homilía. Yo me quedé mirando y, justo en ese momento, llegó mi esposa y se la presenté. La mujer cambió de rostro y me dijo: "¡Perdone, me he equivocado!" Yo le respondí que no, que no se había equivocado, que yo era diácono, pero su cara mostró aún más asombro, como si el tema no le cuadrara.
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Un día mis hijas me contaron que se encontraban sentadas en la iglesia junto a tres señoras, quienes empezaron a hablar sobre mí sin saber que ellas eran mis hijas. La conversación fue sin duda curiosa: una de las mujeres decía que sabía que el cura estaba casado, ya que lo veía con una mujer; otra respondía que no podía ser, que sería su hermana; y la tercera aseguraba: "No es cura, es diácono. Primero fue cura, pero como se casó, ahora es diácono". ¡El lío no podía ser mayor!
Al final, lo importante es no perder el sentido del humor en esta vida de servicio y entrega. Las anécdotas, aunque a veces curiosas o confusas, nos recuerdan que lo esencial es el amor y el compromiso con los demás. ¡Así que, con una sonrisa, seguimos adelante en este hermoso ministerio!
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