III DOMINGO DE CUARESMA -C-: EVANGELIO El cristiano y la Cuaresma III

"El Evangelio de Jesús de Nazaret (fue) es una llamada paciente y misericordiosa al corazón del hombre para que vuelva, libre, convencido y convertido, a la alianza con Dios"
"El hombre que no se abre a la trascendencia se cierra a la vida, la esperanza, la ilusión, y se condena a ser desgraciado, errático y destructor. La parábola de la higuera que no da fruto está poniendo de manifiesto esto y más"
| Antonio Nadales Navarro
“Se presentaron algunos (judíos) a Jesús para contarle lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús respondió: - ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido esto? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo… Y les dijo esta parábola: - Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: - Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno? - Pero el viñador respondió: -Señor, déjala todavía este año; y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar”- (Lc 13,1-9).
Los judíos conocían lo sucedido a los galileos cuya sangre derramó Pilato con los sacrificios que ofrecían. Jesús aborda la cuestión no resuelta ni olvidada para dar a sus paisanos un toque de atención. “Si no os convertís todos pereceréis igual”.
Entonces surge la confusión y la contestación: ‘¿Qué clase de Mesías pretendes ser si no miras por tu pueblo?’ ‘Estamos sometidos a los romanos, y tú, que pudiendo levantar al pueblo y acaudillarlo contra ellos, no haces nada, ¿de qué nos sirves?’ ‘Moisés liberó a nuestros padres de la opresión de los egipcios, ¿por qué no haces tú otro tanto?’.

A los judíos contemporáneos les costó mucho descubrir la persona y la misión de Jesús, de hecho, no obstante, las conversiones multitudinarias que nos narra el libro de Los Hechos, no todos creyeron y se convirtieron en discípulos.
Corregir las expectativas inadecuadas que había sobre el Mesías fue una ardua empresa para el Cristo. Por más que quiso manifestarles otra variante de su misión, como era la del Siervo de Yahvé, opuesto a las interpretaciones regias de un descendiente de David o del gran profeta semejante a Moisés, no pudo extirpar del corazón del pueblo las ansias de revancha, solapadas de justicia y de dignidad nacional.
La salvación que ofrecía el Dios de Israel se abría como un abanico desplegado desde su origen ofreciéndose a todos
La misión de Jesús, que comenzó siendo restringida al pueblo de Israel, fue aún en vida del maestro, abriendo el horizonte de la salvación a las gentes de todos los pueblos de la tierra. Él mismo no se sustrajo a recibir, hablar y ayudar a gentes paganas. La salvación que ofrecía el Dios de Israel se abría como un abanico desplegado desde su origen ofreciéndose a todos.
El ‘opus Christi’ era como una continuidad con la misión de los Profetas, voceros de Dios a sus reyes y ricos, sacerdotes y falsos profetas y al pueblo en general. Sólo un mensaje personal e individual podía convertirse en un mensaje atemporal y universal. El Hijo enviado no podía reducir su acción a unos contemporáneos concretos y olvidar a los hombres que habrían de venir, todos sedientos de luz, verdad y vida.

Es lógico que cada cual, en ese momento sublime de la andadura de la Palabra por las tierras de Israel, quisiera obtener de él beneficio para su problema personal, religioso o político. En cierta ocasión le eligieron juez para dilucidar un problema familiar: “Hombre, ¿quién me ha puesto como juez o mediador entre vosotros?” (Lc 12,14).
Ante un hecho histórico, como era la connivencia con los romanos, había posicionamientos contrarios, unos, los zelotas y el pueblo en general, que apostaban por el levantamiento nacional dirigido por Jesús para alcanzar su libertad y dignidad; pero otros, el sanedrín y los ricos, asumían el poder romano y trataban de convivir con él obteniendo todas las ventajas de su sometimiento. Conviene recordar la reflexión de Caifás en el sanedrín hablando del ‘problema Jesús’ y concluyendo: “Vosotros no entendéisnada. No comprendéis que conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que toda la nación perezca” (Jn 11,45).
Dejémonos iluminar por el Verbo de Dios, que no somete al hombre a una dictadura divina, menos religiosa, sino que nos libera del iluminismo racionalista
El Evangelio de Jesús de Nazaret (fue) es una llamada paciente y misericordiosa al corazón del hombre para que vuelva, libre, convencido y convertido, a la alianza con Dios. Es una propuesta de autoinmolación del ego soberbio, vanidoso y egoísta de cada hombre a la persona de Jesús con sus palabras y obras. Dejémonos iluminar por el Verbo de Dios, que no somete al hombre a una dictadura divina, menos religiosa, sino que nos libera del iluminismo racionalista, materialista y existencial; saca del ostracismo al superhombre enrocado en su soberbia intelectual, científica y técnica, y lo convierte en humano, hermano de todos, con sus valores y debilidades.
Y para hacerles comprender mejor sus palabras les propuso una parábola. Parábola, todo sea dicho, cargada de apremio y dramatismo. Afirmemos que no somos una vida espontánea y evolutiva; con un origen animal, una evolución racional, con sus logros científicos y técnicos, y el agotamiento hasta la muerte de la energía vital inicial. Nuestra capacidad intelectual, moral, científica y técnica se nos ha dado para crecer, perfeccionarnos y utilizarla en beneficio de la humanidad, no para promover el dolor, la muerte y la desolación.

El hombre que no se abre a la trascendencia se cierra a la vida, la esperanza, la ilusión, y se condena a ser desgraciado, errático y destructor. La parábola de la higuera que no da fruto está poniendo de manifiesto esto y más.
El hombre, libre de lastres humanos, culturales y religiosos, apestados de racionalismo ateo y de seudo religiosidad, se abre al Dios que se le revela en la persona de su Hijo, le llama a cooperar con él completando y superando la creación inicial y a aportar lo mejor de su ser para lograr un mundo más humano, justo y feliz.
La labor es tanta y la empresa tan dura que desaprovechar la vida ociosamente (sin dar fruto) es algo que Dios y el hombre no se lo pueden permitir. Por eso el Dios-hombre, Jesús de Nazaret, llama a implicarse en la empresa para lograr aquí y ahora los cielos y la tierra nuevos, sin detrimento de alcanzar su plenitud de justicia, misericordia y paz en la casa del Padre, donde hay morada para todos.
No seamos ilusos, no esperemos que los demás den un paso en ese proceso de conversión si no ven a los cristianos, luz del mundo, caminando delante
Fijémonos que el mismo Jesús, como labrador, se ofrece a sanar la higuera. Él no trasfiere la responsabilidad de su misión, la conversión del hombre, a un futuro profeta ni a otro Moisés. Él se ofrece al Padre en favor de los hombres, lo hizo y lo sigue haciendo, con todos los que deseamos transformar la realidad. Pero no seamos ilusos, no esperemos que los demás den un paso en ese proceso de conversión si no ven a los cristianos, luz del mundo, caminando delante con la antorcha de la salvación.
El Enviado, muerto y resucitado, es el único guía y salvador que podemos esperar, no habrá otro, y el tiempo es limitado. La humanidad no puede seguir esperando ‘sine die’ su dignificación y la naturaleza su reconocimiento. ¡Comencemos ya! ¡Mañana es tarde!
Etiquetas