Navidad: tiempo de anunciar la alegria y la paz
Desde la V Conferencia del Episcopado latinoamericano y caribeño, celebrada en Aparecida, en 2007, la iglesia quiso vivir en actitud de “permanente conversión pastoral” que la sacara de la comodidad y de lo que siempre se hizo así, para “escuchar con atención y discernir ‘lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias’ (Ap 2, 29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta (366). De la misma manera quiso “ponerse en estado permanente de misión (…) sin miedo a las tormentas, seguros de que la Providencia de Dios nos deparará grandes sorpresas” (551). Por eso animaba a recobrar “el fervor espiritual” y conservar “la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas" (552).
Con las mismas ideas, el Papa Francisco en su Exhortación Evangelii Gaudium nos invita a evangelizar con la alegría que surge de quien se encuentra con Jesús: “La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús (…) quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría e indicar caminos para la marcha de la iglesia en los próximos años” (EG, 1). Y continúa invitando a ser una iglesia en salida misionera, capaz de pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera (EG 15), sin miedo a quedar “accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (EG 49).
Pues bien, llega el tiempo de adviento y navidad y es un tiempo privilegiado para la misión y para evangelizar poniendo en práctica estas orientaciones. Lo primero es confrontarnos con el hecho mismo de evangelizar. No ir a misión por hacer una tarea más, o porque se volvió una costumbre, sino porque en verdad, la experiencia de vida cristiana que llevamos dentro, se quiere compartir a los demás. Nadie puede dar lo que no tiene. De ahí que también conviene revisar la vitalidad de nuestra propia vida de fe para darnos cuenta si vibramos por el evangelio, si estamos enamorados de Jesús y esa profundidad de vida nos lleva a querer comunicarlo. Es decir, es vital que sea la propia experiencia la que con sencillez y gratuidad llevemos a los demás.
Un segundo paso es ver la metodología. Ésta siempre ha de renovarse. En este punto hay mucha creatividad y nuevos planteamientos, pero no siempre se pone en práctica. Salir de la pastoral de la mera conservación no es fácil porque tanto los misioneros como los destinatarios estamos acostumbrados a lo de siempre y nos cuesta cambiar. Muchas misiones se quedan en lo litúrgico y se olvidan de la dimensión más integral de la evangelización que ha de ocuparse de todas las realidades que vivimos. Por eso hay que cuidar una formación integral que abarque lo afectivo, lo cultural, lo social, lo simbólico, etc.
Y los contenidos -lo más importante- han de ser el anuncio de la “buena noticia” y no el cumplimiento de normas y mandatos como tantas veces se fomenta. Es porque se da un encuentro con Jesucristo que tiene sentido cambiar de vida y no al contrario. Ahora bien, todo esto no ha sido fácil para una conversión pastoral ni para una experiencia de misión. Siguen existiendo muchas misiones cuyo único objetivo es celebrar los sacramentos -muy loable, pero la vida sacramental ha de ser punto de llegada, no de partida- o recriminar a todos los que no viven según las normas de la iglesia. Es decir, parece que la misericordia no existiera y se antepone la norma al amor, la ley a la misericordia.
¿Qué decir en este tiempo de adviento-navidad? Es un tiempo privilegiado para llevar la alegría del Dios que se hace ser humano, compartiendo nuestra historia. El Dios del cielo se hace como uno de nosotros con lo cual comprende absolutamente toda nuestra realidad, la ama y quiere lo mejor para ella. No viene a condenarnos sino a abrirnos caminos de esperanza. Es muy distinto invitar a la gente a descubrir este Dios humano y lleno de amor que llenar la predicación de mandamientos y leyes que ahuyentan de entrada a muchos de los participantes.
También el lugar social en el que Jesús escoge nacer, los más pobres, tiene mucho que decirnos sobre el mensaje que hemos de comunicar. Dios no quiere la pobreza sino su superación y, por eso, nace entre los más pobres para acompañarlos en la transformación de su realidad. Esto corresponde a la dimensión social de la evangelización que es central en el mensaje que anunciamos. Por eso Navidad es tiempo propicio para seguir anunciando el mundo que Dios quiere: un mundo con justicia social, con solidaridad y donde todas las pobrezas puedan ser transformadas.
Para Colombia uno de los aspectos indispensables es la consolidación de la paz. Muchos tropiezos se han ido teniendo en la implementación, pero un cristiano no puede caer en la masa que se deja vencer por las dificultades o que no cree en la paz. Hay que seguir empujándola y apostando por ella. Una misión que ayude a trabajar porque se consoliden los procesos y las actitudes frente a la paz, está en consonancia con el designio divino: “Paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2, 14) como cantaban los ángeles cuando le anunciaban a los pastores que había nacido el Salvador, Cristo el Señor en la ciudad de Belén.
Qué esté tiempo en que celebramos la alegría del Dios hecho ser humano, sea también tiempo misionero donde comuniquemos con el propio testimonio y con las palabras esa alegría que es para todos y que, en Colombia, tiene el nombre concreto del trabajo por la paz.
Con las mismas ideas, el Papa Francisco en su Exhortación Evangelii Gaudium nos invita a evangelizar con la alegría que surge de quien se encuentra con Jesús: “La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús (…) quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría e indicar caminos para la marcha de la iglesia en los próximos años” (EG, 1). Y continúa invitando a ser una iglesia en salida misionera, capaz de pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera (EG 15), sin miedo a quedar “accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (EG 49).
Pues bien, llega el tiempo de adviento y navidad y es un tiempo privilegiado para la misión y para evangelizar poniendo en práctica estas orientaciones. Lo primero es confrontarnos con el hecho mismo de evangelizar. No ir a misión por hacer una tarea más, o porque se volvió una costumbre, sino porque en verdad, la experiencia de vida cristiana que llevamos dentro, se quiere compartir a los demás. Nadie puede dar lo que no tiene. De ahí que también conviene revisar la vitalidad de nuestra propia vida de fe para darnos cuenta si vibramos por el evangelio, si estamos enamorados de Jesús y esa profundidad de vida nos lleva a querer comunicarlo. Es decir, es vital que sea la propia experiencia la que con sencillez y gratuidad llevemos a los demás.
Un segundo paso es ver la metodología. Ésta siempre ha de renovarse. En este punto hay mucha creatividad y nuevos planteamientos, pero no siempre se pone en práctica. Salir de la pastoral de la mera conservación no es fácil porque tanto los misioneros como los destinatarios estamos acostumbrados a lo de siempre y nos cuesta cambiar. Muchas misiones se quedan en lo litúrgico y se olvidan de la dimensión más integral de la evangelización que ha de ocuparse de todas las realidades que vivimos. Por eso hay que cuidar una formación integral que abarque lo afectivo, lo cultural, lo social, lo simbólico, etc.
Y los contenidos -lo más importante- han de ser el anuncio de la “buena noticia” y no el cumplimiento de normas y mandatos como tantas veces se fomenta. Es porque se da un encuentro con Jesucristo que tiene sentido cambiar de vida y no al contrario. Ahora bien, todo esto no ha sido fácil para una conversión pastoral ni para una experiencia de misión. Siguen existiendo muchas misiones cuyo único objetivo es celebrar los sacramentos -muy loable, pero la vida sacramental ha de ser punto de llegada, no de partida- o recriminar a todos los que no viven según las normas de la iglesia. Es decir, parece que la misericordia no existiera y se antepone la norma al amor, la ley a la misericordia.
¿Qué decir en este tiempo de adviento-navidad? Es un tiempo privilegiado para llevar la alegría del Dios que se hace ser humano, compartiendo nuestra historia. El Dios del cielo se hace como uno de nosotros con lo cual comprende absolutamente toda nuestra realidad, la ama y quiere lo mejor para ella. No viene a condenarnos sino a abrirnos caminos de esperanza. Es muy distinto invitar a la gente a descubrir este Dios humano y lleno de amor que llenar la predicación de mandamientos y leyes que ahuyentan de entrada a muchos de los participantes.
También el lugar social en el que Jesús escoge nacer, los más pobres, tiene mucho que decirnos sobre el mensaje que hemos de comunicar. Dios no quiere la pobreza sino su superación y, por eso, nace entre los más pobres para acompañarlos en la transformación de su realidad. Esto corresponde a la dimensión social de la evangelización que es central en el mensaje que anunciamos. Por eso Navidad es tiempo propicio para seguir anunciando el mundo que Dios quiere: un mundo con justicia social, con solidaridad y donde todas las pobrezas puedan ser transformadas.
Para Colombia uno de los aspectos indispensables es la consolidación de la paz. Muchos tropiezos se han ido teniendo en la implementación, pero un cristiano no puede caer en la masa que se deja vencer por las dificultades o que no cree en la paz. Hay que seguir empujándola y apostando por ella. Una misión que ayude a trabajar porque se consoliden los procesos y las actitudes frente a la paz, está en consonancia con el designio divino: “Paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2, 14) como cantaban los ángeles cuando le anunciaban a los pastores que había nacido el Salvador, Cristo el Señor en la ciudad de Belén.
Qué esté tiempo en que celebramos la alegría del Dios hecho ser humano, sea también tiempo misionero donde comuniquemos con el propio testimonio y con las palabras esa alegría que es para todos y que, en Colombia, tiene el nombre concreto del trabajo por la paz.