No manipular a Dios sino seguirle en justicia y verdad
Las parroquias en las que se promocionan novenas a determinado santo o misas de sanación empiezan a tener más feligreses y los encargados de celebrar esas liturgias ganan fama por sus predicaciones. Tanto los feligreses como los celebrantes comienzan a sentir la seguridad de poder “palpar” la presencia divina y la fama se extiende por los alrededores. Pero esas manifestaciones multitudinarias dejan también una pregunta muy legítima: ¿Será ese el culto y la ofrenda que el Señor desea? (Cf. Is 58,6)
No hay duda que detrás de esos movimientos están los seres humanos que tenemos necesidades de muchos tipos y buscamos por todas partes una ayuda a tantos males. Sea la salud, los problemas económicos, las relaciones interpersonales, la realidad social o la experiencia de la muerte, lo cierto es que los problemas a los que nos enfrentamos despiertan en nosotros esa urgencia de confiar en algo que nos dé una salida. Por eso no es de extrañar que en el lugar donde ofrezcan cualquier tipo de ayuda o soporte emocional, las personas acudan en masa y, muchas veces, encuentren lo que buscan.
Jesús invitó a la oración confiada ante las necesidades “pidan y se les dará” (Mt 7,7) y dijo que no hay que cansarse de pedir -la parábola del que pide en tiempo inoportuno y aunque sea por no ser molestado, se levanta para dar lo que le piden- (Lc 11, 5-8). Por tanto, es normal que ante nuestras necesidades confiemos incondicionalmente en Dios porque sabemos que de Él viene la auténtica esperanza y que allí donde no encontramos una respuesta humana, la presencia divina no se aparta de nuestro lado.
Sin embargo, es importante preguntarnos una y otra vez en qué centramos nuestra relación con Dios. La primera tentación que nos relata Mateo (4,4) en la que el tentador le propone a Jesús convertir las piedras en pan para calmar su hambre, algunos teólogos la han considerado como la “tentación de la religión”, es decir, usar la relación con Dios para alterar la condición humana en beneficio propio, eludiendo la propia responsabilidad en la solución de sus necesidades. Y es más, la misma Palabra de Dios nos hace caer en la cuenta que no es ese tipo de peticiones las que Dios espera escuchar de nosotros. “¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase de yugo” (Is 58, 6). Y también el profeta Míqueas dice algo similar: “Ya te he dicho lo que es bueno y lo que el Señor te pide: tan sólo que practiques la justicia, que sepas amar y te portes humildemente con tu Dios” (Mi 6, 8).
No es que se quiera oponer la oración de petición a lo que el Señor quiere de nosotros. Pero sí es urgente profundizar en lo que sustenta nuestra experiencia de fe. La petición tiene sentido cuando no evade de las propias responsabilidades. Porque la fe cristiana nos invita a la construcción de este mundo con lo que somos y tenemos, a encarnar en nuestra vida el amor y la justicia, a hacer creíble al Dios vivo a través de nuestra solidaridad efectiva con nuestros hermanos. Sería muy interesante que surgieran parroquias que congregaran multitudes entusiasmadas con la responsabilidad social, con la ética, la ciudadanía, la justicia, la libertad del poder, el servicio a los otros. Más aún, sería testimonio de que a Dios no se le manipula con rezos sino que se le sigue en justicia y verdad.
No hay duda que detrás de esos movimientos están los seres humanos que tenemos necesidades de muchos tipos y buscamos por todas partes una ayuda a tantos males. Sea la salud, los problemas económicos, las relaciones interpersonales, la realidad social o la experiencia de la muerte, lo cierto es que los problemas a los que nos enfrentamos despiertan en nosotros esa urgencia de confiar en algo que nos dé una salida. Por eso no es de extrañar que en el lugar donde ofrezcan cualquier tipo de ayuda o soporte emocional, las personas acudan en masa y, muchas veces, encuentren lo que buscan.
Jesús invitó a la oración confiada ante las necesidades “pidan y se les dará” (Mt 7,7) y dijo que no hay que cansarse de pedir -la parábola del que pide en tiempo inoportuno y aunque sea por no ser molestado, se levanta para dar lo que le piden- (Lc 11, 5-8). Por tanto, es normal que ante nuestras necesidades confiemos incondicionalmente en Dios porque sabemos que de Él viene la auténtica esperanza y que allí donde no encontramos una respuesta humana, la presencia divina no se aparta de nuestro lado.
Sin embargo, es importante preguntarnos una y otra vez en qué centramos nuestra relación con Dios. La primera tentación que nos relata Mateo (4,4) en la que el tentador le propone a Jesús convertir las piedras en pan para calmar su hambre, algunos teólogos la han considerado como la “tentación de la religión”, es decir, usar la relación con Dios para alterar la condición humana en beneficio propio, eludiendo la propia responsabilidad en la solución de sus necesidades. Y es más, la misma Palabra de Dios nos hace caer en la cuenta que no es ese tipo de peticiones las que Dios espera escuchar de nosotros. “¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase de yugo” (Is 58, 6). Y también el profeta Míqueas dice algo similar: “Ya te he dicho lo que es bueno y lo que el Señor te pide: tan sólo que practiques la justicia, que sepas amar y te portes humildemente con tu Dios” (Mi 6, 8).
No es que se quiera oponer la oración de petición a lo que el Señor quiere de nosotros. Pero sí es urgente profundizar en lo que sustenta nuestra experiencia de fe. La petición tiene sentido cuando no evade de las propias responsabilidades. Porque la fe cristiana nos invita a la construcción de este mundo con lo que somos y tenemos, a encarnar en nuestra vida el amor y la justicia, a hacer creíble al Dios vivo a través de nuestra solidaridad efectiva con nuestros hermanos. Sería muy interesante que surgieran parroquias que congregaran multitudes entusiasmadas con la responsabilidad social, con la ética, la ciudadanía, la justicia, la libertad del poder, el servicio a los otros. Más aún, sería testimonio de que a Dios no se le manipula con rezos sino que se le sigue en justicia y verdad.