A propósito de Pentecostés
"Comienza el tiempo del Espíritu"... Es lo que el evangelista Lucas nos presenta en el libro de Hechos de los Apóstoles (1,8) una vez finalizado su evangelio con la resurrección de Jesús y su aparición a las mujeres y varones que lo siguieron en su vida histórica. El Espíritu de Jesús inunda sus vidas y la evangelización se hace un imperativo en el seguimiento. Así nos lo va narrando el libro de Hechos donde se nos muestra como surgen las diferentes comunidades a las cuales se van uniendo cada vez más personas (Hc 2,47), sin ocultar las dificultades que se iban presentando (Hc 5,1-11). Es que seguimiento y anuncio van de la mano y son obra del Espíritu de Jesús.
En otras palabras, ¿en qué radica la vitalidad del seguimiento? En el anuncio que suscita. Cuando no se tiene nada que comunicar se pierden las fuerzas para el camino. El seguimiento es movimiento, proyecto>, esperanza, búsqueda, dinamismo. Y todo eso se muestra en la realidad de “no poder dejar de hablar de lo que se ha visto y oído” (Hc 4,20).
Pero muchas veces la vida cristiana no muestra esa articulación, posiblemente, porque no se ha dado el encuentro con la persona de Jesús –con el espíritu del Resucitado- sino con sus ideas o normas. Quien sigue las normas pone a prueba su constancia y fuerza de voluntad pero quien se encuentra con la persona de Jesús comunica la alegría que da el encuentro y anuncia el amor que experimenta dentro de sí. La vida ética y el compromiso cristiano es consecuencia de esa experiencia fundamental.
El espíritu de Jesús que se hace presente en sus seguidores es un espíritu de vida y esperanza. Es el espíritu que apuesta por el futuro y por la transformación de las situaciones. Es el que cree posible que las estructuras se muevan, las tradiciones se renueven, la vida se recree y se fortalezca desde dentro. La vida del Espíritu es alegría y paz. Es fortaleza y amor. Es misericordia y un nuevo comienzo (Cfr. Gál 5, 22). Y el tiempo pascual es el despliegue de esta vida del Resucitado en nuestra realidad limitada y pequeña pero inundada de gozo por la fuerza del Señor que se queda para siempre entre nosotros.
Así hemos de vivir este tiempo pascual dejando que el Espíritu del Resucitado inunde nuestra vida y transforme nuestro entorno. ¿Por qué no empeñarnos en ser personas capaces de servir y amar en todos los momentos de nuestra vida? Pero sobretodo ¿por qué no pensar que las cosas sí pueden cambiar y que la sociedad puede encontrar “otra” manera posible de vivir? Muchos son los espacios donde es urgente que la vida del Espíritu se haga realidad. En las propias familias donde nunca sobra el diálogo y el cambio de actitudes. En la realización de nuestras profesiones que siempre han de repensarse para el bien común y el servicio. En la política que hace posible otras estructuras que garanticen la vida para todos y todas. Y ¿por qué no inventar otros modelos económicos que dejen de enriquecer a unos pocos y reviertan en el bienestar de todos?
El surgimiento del cristianismo parecía imposible en sus orígenes y, sin embargo, el Espíritu del Resucitado transformó la configuración religiosa de ese tiempo. Hoy no tiene menos fuerza ese mismo Espíritu. Sólo necesita personas disponibles a su acción, seguidores que anuncien y anuncios que convoquen. Pentecostés nos introduce en este tiempo nuevo y es ahora, aquí, en el presente que vivimos, dónde el Espíritu puede actuar si le dejamos, le secundamos y nos disponemos enteramente a su acción.
En otras palabras, ¿en qué radica la vitalidad del seguimiento? En el anuncio que suscita. Cuando no se tiene nada que comunicar se pierden las fuerzas para el camino. El seguimiento es movimiento, proyecto>, esperanza, búsqueda, dinamismo. Y todo eso se muestra en la realidad de “no poder dejar de hablar de lo que se ha visto y oído” (Hc 4,20).
Pero muchas veces la vida cristiana no muestra esa articulación, posiblemente, porque no se ha dado el encuentro con la persona de Jesús –con el espíritu del Resucitado- sino con sus ideas o normas. Quien sigue las normas pone a prueba su constancia y fuerza de voluntad pero quien se encuentra con la persona de Jesús comunica la alegría que da el encuentro y anuncia el amor que experimenta dentro de sí. La vida ética y el compromiso cristiano es consecuencia de esa experiencia fundamental.
El espíritu de Jesús que se hace presente en sus seguidores es un espíritu de vida y esperanza. Es el espíritu que apuesta por el futuro y por la transformación de las situaciones. Es el que cree posible que las estructuras se muevan, las tradiciones se renueven, la vida se recree y se fortalezca desde dentro. La vida del Espíritu es alegría y paz. Es fortaleza y amor. Es misericordia y un nuevo comienzo (Cfr. Gál 5, 22). Y el tiempo pascual es el despliegue de esta vida del Resucitado en nuestra realidad limitada y pequeña pero inundada de gozo por la fuerza del Señor que se queda para siempre entre nosotros.
Así hemos de vivir este tiempo pascual dejando que el Espíritu del Resucitado inunde nuestra vida y transforme nuestro entorno. ¿Por qué no empeñarnos en ser personas capaces de servir y amar en todos los momentos de nuestra vida? Pero sobretodo ¿por qué no pensar que las cosas sí pueden cambiar y que la sociedad puede encontrar “otra” manera posible de vivir? Muchos son los espacios donde es urgente que la vida del Espíritu se haga realidad. En las propias familias donde nunca sobra el diálogo y el cambio de actitudes. En la realización de nuestras profesiones que siempre han de repensarse para el bien común y el servicio. En la política que hace posible otras estructuras que garanticen la vida para todos y todas. Y ¿por qué no inventar otros modelos económicos que dejen de enriquecer a unos pocos y reviertan en el bienestar de todos?
El surgimiento del cristianismo parecía imposible en sus orígenes y, sin embargo, el Espíritu del Resucitado transformó la configuración religiosa de ese tiempo. Hoy no tiene menos fuerza ese mismo Espíritu. Sólo necesita personas disponibles a su acción, seguidores que anuncien y anuncios que convoquen. Pentecostés nos introduce en este tiempo nuevo y es ahora, aquí, en el presente que vivimos, dónde el Espíritu puede actuar si le dejamos, le secundamos y nos disponemos enteramente a su acción.