Benedicto XVI se libró por los pelos.
| Pablo Heras Alonso.
Si en otros siglos fue el afán desmedido de poder, la simonía, el lujo, la tiranía de las conciencias y similares conductas, en nuestro siglo XX, con incidencias legales en el XXI, la lacra más destacada ha sido LA PEDERASTIA. No es un tema que me guste tratar, porque sin llegar a sufrirlo, roces hubo en mi adolescencia que se le parecían mucho.
Además, he conocido un caso en que un sacerdote de 78 años, fallecido hace poco, fue acusado y condenado, por haber acariciado a una niña hacía quizá 15 o 20 años: denuncia de la madre por ver si sacaba provecho. Un cura alegre, dicharachero, directo y, sí, algo dado al sobo. ¡Pero de ahí a la pederastia! Yo le llamé por teléfono para decirle que creía en su honestidad.
El hecho cualitativo de la pederastia es evidente y no se puede negar, mientras el cuantitativo crece y crece. No se pueden hacer componendas, porque el daño ocasionado a los niños les marca para siempre. Desconozco la legislación en relación a la prescripción o no de delitos de este cariz cometidos y sufridos hace 20 ó 30 años, pero esta es otra historia. Toda esta marea ha surgido en el último cuarto del siglo XX, aunque era conducta conocida desde hace decenios. Desde luego la condena moral no prescribe y éste quizá sea el débito mayor imputable a la Iglesia Católica. La Iglesia española reconoce por lo menos 1.000 casos durante los últimos 25 años.
Han sido décadas de reticencias y ocultaciones por parte de las autoridades, obispos y papa, pero los hechos nefandos cometidos por curas, monjas, frailes y también algún que otro fiel cristiano en cuanto tal han sido un iceberg imposible de ocultar. En países como España antes de 1973, e Italia casi hasta hoy, la ocultación la han propiciado también las autoridades civiles: el Vaticano tenía mucha influencia popular.
En 2021 el defensor del pueblo emitió un informe denunciando la existencia de 8.137 denuncias por abusos de menores en España, donde se incluían delitos no sólo eclesiásticos, también civiles. Otro informe prospectivo eleva los casos posibles de pederastia en la Iglesia a 440.000.
Denunciado ante el Vaticano en 1998, fue célebre el caso “Marcial Maciel”, nada menos que fundador de los Legionarios de Cristo, tan caro a JP2; otro también célebre fue el del fraile norbertino irlandés Brendam Smyth (1927-1997); o el del párroco de Ferns, Irlanda, que violó a una chica en el altar; o el suicidio del fraile Sean Fortune en 1.999. A partir de 1995 se han visto implicadas altas jerarquías como el cardenal Hans Hermann Groer, de Viena, y una veintena de obispos.
La ocultación de hechos, a veces la connivencia de la jerarquía trasladando al culpable a otro destino, han provocado la necesaria renuncia o dimisión de alguno. Como muestra, en Boston tuvo que dimitir el cardenal Barnard Law y, en Irlanda el obispo Brendann Comiskey de Ferns. En España, 39 obispos se han visto implicados en ocultar, encubrir o silenciar casos de pederastia. Frase recurrente: “Hijo, los trapos sucios se lavan en casa”. ¿Trapos o delitos?
En España no se ha llegado todavía, pero en EE.UU. las cuantías económicas por indemnizaciones han supuesto la bancarrota de tres diócesis. Hasta 2004 se habían presentado unas once mil demandas por una cuantía de algo más de mil millones de dólares.
¿Pero desde cuándo la Iglesia tenía noticia de aberraciones sexuales entre sus pastores de fieles? Posiblemente haya sido una lacra que venía arrastrándose desde siglos pasados, pero no fue hasta 1962 cuando queda constancia del asunto en uno de los primeros documentos oficiales al respecto, Crimen sollicitationis, firmado por Juan XXIII que, por supuesto, no se hizo público.
Hablaba de las “solicitaciones” en la confesión, de bestialismo, de pedofilia y homosexualidad. Ordenaba que no trascendieran y se guardaran en el mayor secreto posible los delitos y el nombre del delincuente ¡so pena de excomunión! Es decir, se trasladaba el “corpus delicti” a la divulgación del mismo.
Pasados 40 años, en 2001 los obispos de todo el mundo recibían la Carta “De delictis gravioribus” firmada por J. Ratzinger que ratificaba el documento anterior, especificando que hay delitos graves referidos a la Eucaristía (4), a la Confesión (3) y a las Costumbres (1). “Los delitos cometidos mediante incitación, en el acto o con ocasión o con el pretexto de la confesión… …por clérigo con un menor… …serán competencia exclusiva de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Todas las causas están sometidas a secreto pontificio”. Ambos documentos citados se filtraron a la sociedad en 2003.
Fue a primeros de 2005 cuando un tribunal de Texas inició un proceso contra J. Ratzinger, firmante de la Carta, por “connivencia con los delitos” y “obstrucción de las investigaciones” en curso. En septiembre de ese año el Ministerio de Justicia de EE.UU. ordenó el archivo de la investigación porque en el ínterim, Ratzinger había sido elegido papa (abril), por lo que gozaba de inmunidad como Jefe de Estado y, además, tal procedimiento penal “sería incompatible con los intereses de la política exterior de EE.UU.” Más tarde, en 2010 fue acusado falsamente de haber encubierto a uno de los más prolíficos pederastas, Lawrence Murphy.
Dejo constancia aquí de mi profunda admiración por J. Ratzinger-Benedicto XVI, el papa mejor preparado de toda la historia eclesiástica. Seguro que me contradirían H. Küng o Leonardo Boff, pero la categoría intelectual de B16 está muy por encima de cualquier crítica. He leído dos de sus encíclicas con las que no puedo por menos de disentir, pero “lo cortés…” Además hablaba perfectamente español y era un buen pianista.