Impresiones infantiles y sonrisas seniles: camaldulenses.

Comenzó "la cosa" en los últimos años del siglo XVIII y fueron diversas las desamortizaciones de bienes eclesiásticos, especialmente monasterios, en el XIX hasta llegar incluso al siglo XX (1924). El desastre cultural fue clamoroso y nefando el expolio a que ello dio lugar. Lo que está sucediendo en los últimos decenios es algo similar: la insalvable dificultad de mantener y mantenerse en edificios de imposible cuidado, con el consiguiente vaciamiento de monasterios seculares.
No tengo interés en hacer relación de tal acontecimiento, porque lo mío va de recuerdos y leves reflexiones suscitadas por la noticia de la definitiva puesta en venta del monasterio alcarreño de Sopetrán.
De entre mis recuerdos de escolar, en Miranda de Ebro, uno quedó grabado con fuerza en mi imaginación: la excursión y visita al Monasterio Camaldulense de Herrera, cerca de San Felices. En los años 80/90 estuvieron a punto de desaparecer. Hoy, leo, conviven una docena de frailes.
Herrera se encuentra en el límite de las provincias de Burgos, Álava y La Rioja, cerca de las Hoces de Haro, donde el río Ebro rompe las angosturas de los montes Obarenes castellanos para discurrir pausado por los llanos riojanos y donde el ferrocarril, la carretera nacional y la autopista parecen competir por un breve pasadizo para dejar Álava y adentrarse en los llanos inundados de viñas, con centro en Haro.
El entorno constituye un paraje bucólico: un amplio valle taponado por la sierra, un arroyo y campos de labranza circundados por extensas masas de encinas. Picachos aquí y allá. Para acceder al monasterio sólo hay caminos en leve ascensión. Antes de llegar se pueden ver, arruinados, los restos de lo que fueron en otro tiempo prósperas salinas.
La Orden Camaldulense parece haber recorrido por su cuenta el camino que, todavía a muy largo plazo, le tocará recorrer a la Iglesia. Su número quizá no alcance los 200 miembros, con sólo tres monasterios en Europa, dos en Italia y uno en España. El de mis recuerdos adolescentes.

Impresionaba el enorme edificio; impresionaba aquello de "Clausura... bajo pena de excomunión..." (reservada a toda mujer que accediera al recinto); luego las pequeñas casitas blancas, una para cada monje, diseminadas dentro del recinto, circundado éste por una tapia de casi tres metros de altura; la cama, con sólo una tabla... Y luego la campana que sonaba a lo lejos... "No, no tenemos quesos, la vaca ha estado enferma", decía el hermano lego, encorvado, con barba casi hasta la cintura, su blanca y amarillenta vestidura ceñida por un cinturón negro...
El monasterio de Herrera, he leído, surgió de la secesión de unos monjes benedictinos que adoptaron la regla del Císter. Alfonso VIII el 1 de septiembre de 1169 firmó una donación de tierras en los términos de Sajazarra, Herrera, Herreruela, Hormanza y Armiñón con sustanciosos privilegios en favor de dichos monjes. Por su parte la familia Aguirre de Santo Domingo de la Calzada, hizo donación al Monasterio de Herrera de la mitad de la Villa de Artega (10 de octubre de 1172).
Con tales donaciones, en 1176 los monjes de Sajazarra comenzaron a levantar en el monte de Herrera el monasterio bajo la advocación de Santa María la Real. Guillermo sería el primer abad de éste. Siguieron luego numerosímas donaciones: Alfonso VIII en 1203, dona una heredad en Bilibio; el 13 de junio de 1253 reciben una casa en Cerezo, extensas heredades de Baños, Azofra y Alesanco, además de algunas rentas de Salinas de Añana.
No es de extrañar que el Concejo de Haro mantuviese numerosas disputas con el monasterio sobre términos y pastos.
Lo habitaron monjes reformados benedictinos hasta 1835, cuando a causa de la desamortización de Mendizábal debieron abandonarlo. De 1897 a 1905 lo ocupan carmelitas; hasta 1921, monjas trapenses huídas de Francia; finalmente en 1923 lo adquirió la Orden Camaldulense, que lo ha ocupado hasta ahora.
Quizá los monjes actuales se vean urgidos a vender monasterio y hectáreas de cultivo al mejor postor: no se puede mantener un edificio tan enorme con tan poca gente, además avejentada.
Sorprende de esta breve reseña, conociendo la región,
--el modo de adquirir posesiones los susocichos monjes "de observancia estricta": sin el mínimos esfuerzo, gratis, donación pura, apoyo real, enormes extensiones de tierras de labor, rentas de pueblos aledaños...
--y si esto fue así en un término alejado de toda civilización, escondido entre montes... ¡qué no se puede decir del modo como las distintas órdenes y congregaciones llegaron a poseer tan ingente cantidad de tierras! ¿Y todo para qué y a cambio de qué?
--mientras tanto los agricultores, siervos de la gleba, aparceros, enfeudados por generaciones, debían "pechar" con todas las cargas reales y nobiliarias posibles amén de diezmar sus rentas en provecho de la Iglesia.
¿Qué queda de todo el esplendor pasado? ¿Cómo catalogar a los monjes que allí viven? ¿Qué anima a estas personas a vivir en condiciones personales tan míseras aunque poseedores de varias hectáreas de cultivo? Dirán que no entenderemos jamás lo que es la "vocación", lo que es la vida contemplativa, el gran bien que sus oraciones aporta a la Iglesia... ¡y vuelta a empezar! Suponemos que estos monjes son personas como cualquiera de nosotros, a veces hasta necesitados de cuidados médicos. Suponemos.
Con iguales razones que las por ellos esgrimidas de vocación, soplo del Espíritu, etc. podría hablarse de misantropía, aversión social, tristeza vital, desesperanza de lo humano, ¿por qué no?. Los primeros tendrán que convivir con personas a quienes lo que no es racional nos parece irracional... no sobrenatural. Es de suponer que las perdonarán.