Leve reflexión sobre el concepto "Iglesia".

Volvamos a recordar lo que la Iglesia dice de sí misma: es la representante de Dios en la  Tierra; es infalible; es santa; es madre; redentora y salvadora; está asistida por el Espíritu Santo; es católica  y por lo tanto universal.  La definen como “el cuerpo místico de Cristo”, sin saber a ciencia cierta qué pueda significar esto de “místico”. Quizá se pudieran añadir más epítetos, pero con lo citado es suficiente.

Claro que, como nos preguntábamos en escritos anteriores, uno no sabe qué se pueda entender por “Iglesia”, porque es un término polisémico. El vulgo, creyente o no, lo tiene claro, Iglesia es, por una parte, el Vaticano, con su pléyade de cardenales y demás servidores del santuario estatal; por otra, dirán, es el conjunto de creyentes en Jesucristo, católicos dirigidos por el papa desde Roma…

Decimos que es un término con muchos significados, ya desde los primeros tiempos del cristianismo. El término griego “ekklesia” indica asamblea, reunión, conjunto reunido. A partir de ahí, eclesia o iglesia cobra un doble significado, uno local y otro universal. Pablo de Tarso no cesa de hablar de “iglesia de…”, en sentido local. En el Evangelio, Jesús le dice a Pedro, en sentido universal, que sobre él edificará “su iglesia” (aunque ya sabemos que estos versículos son interpolaciones posteriores muy interesadas).

Estas disquisiciones poco dicen respecto a las características de la Iglesia, las que según los entendidos definen a la Iglesia de Jesucristo. Y cuando algo no está claro, llegan los que saben y comienzan a desgranar epítetos, características, títulos, genealogías y santificaciones. Pero seguimos en lo mismo, una es la Iglesia que ellos definen y otra la que entiende el pueblo llano.  El esclarecimiento de la segunda acepción está en la primera, aunque sea una elucidación que nadie entiende y que no tiene contenido alguno.

Más todavía. Dado que esa Iglesia cuyas características hemos citado en el párrafo primero es intemporal, por lógica deductiva no tiene historia. Es la misma siempre. Pero esa Iglesia sólo existe en las palabras de los teólogos católicos. Dicen que es así –santa, cuerpo místico, etc.—porque ellos lo dicen.

La Iglesia que se muestra al pueblo llano es la verdadera Iglesia histórica, con su pasado a la par refulgente y digno y, a la vez, llena de podredumbre, lo quieran o no los espiritualistas que hacen gala de las grandes aportaciones de la religión a la vida de los pueblos.Es el pueblo llano el que pone en parangón y ante sus ojos la discordancia entre sus palabras y los hechos que refleja la historia.  

Una Iglesia santa no podría alojar en su seno tanta miseria, tanto crimen, tanto amor al lujo y al dinero, tanta muerte y desolación, tanta imposición. Es una flagrante contradicción, por más que traten de justificarlo con eso de que la Iglesia está formada por seres humanos. Decir que la Iglesia es portadora del mensaje salvador de Dios ante los hombres es otro brindis al sol: lo que transmite como doctrina salvadora son, fundamentalmente, unos textos, anclados en un pasado, en una sociedad que poco tiene que ver con la nuestra, textos del Nuevo Testamento, así como las explicaciones de los mismos de forma interesada y los engendros doctrinales emanados de mentes las más de las veces enfermizas o unidireccionadas. ¡Es tal el volumen de doctrina que han dejado!  

Nuestra opinión es que la Iglesia no es otra cosa que una sociedad más, como cualquier otra, que administra  un patrimonio  que puede resumirse en sermones y ritos. La hemos denominado a veces la “Multinacional del Rezo y del Suspiro”. Una sociedad que agrupa a millones de personas, sí, pero cuyo mensaje salvador y liberador del hombre es siempre recurrente, manido, impositivo y muchas veces tergiversador de los originales. Se podría añadir que, también,  fuera de tiempo, atrasado y a veces enfrentado a la sociedad “normal”.

Asimismo, como sociedad de personas humanas, debe disponer de medios para su sustento y medro. Y este es el meollo del asunto, porque todos los rectores de la Iglesia, desde los papas hasta el más humilde de los párrocos, han dedicado sus mayores energías al acaparamiento de medios de sustento, de habitabilidad y seguridad. Éste es el aspecto que más relumbra cuando el vulgo piensa y hace crítica de la Iglesia.

¿Por qué tanta proliferación de catedrales, iglesias, templos, ermitas, palacios episcopales, monasterios, muchos de ellos hoy en ruina, eremitorios, fundaciones, casas y terrenos? No justifica su abundancia el que sean hoy patrimonio de la humanidad… y que deban serlo. Ni se construyeron para que hoy sean alimento del turismo, aunque lo sean. Los eclesiásticos de esos tiempos indujeron a la plebe a su erección, absorbiendo energías del pueblo y acumulando patrimonio a costa del trabajo agotador de labriegos y asalariados. A fin de cuentas, de la pobreza en que estaba sumida la sociedad de siglos pasados.

¿Necesitaba ese Dios, presente en todo, principalmente en la Naturaleza, tan imponentes edificios para su glorificación? En modo alguno. A los pastorcillos siempre se les aparece la Virgen en el campo y en una encina, nunca en la capilla de Santa Ana de la catedral. Preciso es decir que todas las religiones de todos los tiempos han actuado de manera similar. Basta con estudiar el modo como se construyeron las pirámides de Egipto, los templos budistas o los templos mayas.

Pues quien hoy habla de “Iglesia” no entiende otra cosa que el homónimo “iglesia”, que viene a ser, al menos en Europa, el único patrimonio cultural arquitectónico con que cuentan todos los villorrios, por pequeños que sean. Precisamente en un tiempo, el nuestro, en que dichos recintos se encuentran semivacíos, donde ya no resuenan los cánticos de otras épocas ni se recrean las grandes celebraciones rituales del pasado, con procesiones y turiferarios inundando fiestas, obituarios y santorales.

Sin olvidar que la mayor parte de esas iglesias y catedrales fueron lugar reservado para glorificación eterna de obispos, deanes, canónigos y nobles benefactores que erigieron  capillas y panteones de relumbrón. Por citar un ejemplo cercano a nosotros, en Burgos, la Capilla del Condestable Velasco, en la catedral de Burgos, o los sepulcros de los padres de Isabel la Católica, Juan II y esposa, en el monasterio de la Cartuja de Miraflores.  En estos casos no es aplicable a ellos la palabra “vanagloria”, porque en modo alguno es “vana”.

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