Organización y vida religiosa en la provincia de Burgos (7)
| Pablo Heras Alonso.
Al hablar de la colonización o sacralización del espacio hemos olvidado un hecho bastante significativo cual es la denominación de calles, plazas e incluso pueblos. A este respecto, el ejemplo más sublimado es la isla de Ibiza. Excepto la capital, todos los pueblos de la isla tienen una denominación religiosa, de santos principalmente, desde que fuera el arzobispo de Tarragona el nominado por el rey Jaime I de Aragón para su conquista y repoblación, año 1235.
La sacralización de la vida, que ocupa las costumbres festivas, el espacio donde habitan las gentes, las estaciones del año, plagado de santos y dogmas, se extiende también al sonido, a lo que las gentes del lugar tenían que escuchar y oír: las campanas. Hoy y cuando repican, su son solamente anuncia el rito festivo del domingo, las misas. En otros tiempos y en muchos lugares casi regulaba la vida ciudadana, entre otros menesteres, anunciando el comienzo y finalización de la jornada laboral, que suponía la apertura y cierre de las puertas de las murallas.
Las campanas, mensajeras del diario acontecer, también repicaban en muchas otras ocasiones, expresión de la alegría del pueblo o de alguna desgracia: bodas reales o nacimiento del heredero del reino; victorias de las tropas españolas; anuncio de la elección y toma de posesión de un nuevo obispo; la muerte del papa, del prelado o del rey; repicaban como locas cuando ocurrían incendios o se anunciaban tormentas; en algunos lugares tocaban al mediodía para el rezo del “Ángelus” y por el crepúsculo para hacerlo por los difuntos.
Lógicamente su sonido anunciaba los innumerables oficios religiosos a lo largo del año, los dominicales o los incrustados dentro de la semana, como era la fiesta del Corpus, la Ascensión, San Isidro y su procesión (patrono de los labradores), el Corazón de Jesús, etc.; especialmente se hacían voltear jubilosamente en la festividad del pueblo acompañando a la procesión por sus calles; también se hacía oír, bien que suavemente y sin volteo, cuando se llevaba el “Viático” a algún enfermo o moribundo.
Repicaban sin volteo, asimismo, cuando fallecía algún vecino, incluso cuando el cadáver llegaba a la iglesia y en el momento de ser inhumado. Sus sones pausados, tan frecuentes en otros tiempos a lo largo del año, encogían el ánimo de los vecinos. En algún lugar tuvo que intervenir el obispado, por ciertos abusos relacionados con “vecinos principales”, regulando los toques y el tiempo para ellos.
También las campanas tenían algo que ver con acontecimientos políticos. En el Burgos nacionalista de 1936, todas las iglesias de Burgos repicaron cuando Franco fue elegido y proclamado Jefe de Estado. Lo hicieron también cuando el general Mola entró en la ciudad como liberador en los primeros días del Alzamiento. Años antes, 1923, las campanas repicaron numerosas veces en los festejos celebrados con motivo del 700º aniversario de la catedral, con asistencia de los reyes Alfonso XIII y Victoria e inhumación de los restos del Cid y doña Jimena.
Las campanas tenían su propio nombre y en ellas aparecía la fecha de fundición y sus artesanos. Su son especial, especialmente el de las más grandes, era sobradamente conocido por el pueblo.
Revilla Vallejera no era para menos. Tenía dos enormes campanas que “misteriosamente” desaparecieron a mitad de la década de los 60, vendidas por Don Fortunato, el párroco, con el loable propósito de instalar calefacción de gasoil y cubrir el suelo con madera. Vano propósito el de caldear tan enorme edificio, porque apenas si un año duró la calefacción: primero hacía un ruido ensordecedor y después dejó de funcionar. Hoy es un armatoste que ocupa media sacristía. En su lugar y en minúscula espadaña lateral voltea un campanil raquítico que se hace oír media hora antes de las misas con durante tres veces.