Organización y vida religiosa en la provincia de Burgos (13) El control parroquial.

Y los vicarios dejaron constancia escrita de los párrocos.

Tampoco decían cosas graves de ellos, porque si el asunto era grave, trascendía los límites de la parroquia y el asunto llegaba por otros conductos a la más alta autoridad de la provincia.

De clérigos del siglo XVIII, con cargo parroquial sabemos determinadas "virtudes", que el uno era muy celoso, “prudente y desinteresado, e inteligente para evacuar cualquier comisión”; el de la otra parroquia era muy humilde, obediente y cuidadoso de sus feligreses; y de tales o cuales parroquias, el uno es de conducta regular, el de la otra es “de malas cuentas, ambicioso y lleno de presunción y atravesándose su conveniencia, no le hará mucha fuerza que mueran sin sacramentos sus feligreses.

De los beneficiados y capellanes también hay informes varios y variados: algunos son buenos eclesiásticos, pero otros son fatuos, hábiles para sus negocios o algo extravagantes.

En lo que más insisten los prelados es en recordar siempre las obligaciones pastorales a las que se deben, en consonancia también con el beneficio que de ellas obtienen. Los curas debían pensar siempre en el cuidado de las almas de los fieles; en enseñar al pueblo la doctrina cristiana todos los domingos y fiestas; debían explicar el Evangelio en la misa mayor así como algún capítulo de la doctrina cristiana, aunque en las fiestas mayores estaban excusados de hacerlo porque tanto ellos como el pueblo asistían a la función del cabildo.

Lógicamente, obligación inexcusable era la administración de los sacramentos en el tiempo y forma  señalados (aquel “confesar y comulgar por Pascua florida”). Debían también habituar a sus feligreses a la práctica de la oración en momentos señalados del día, como antes de las comidas, por la tarde el santo rosario y por la noche antes de acostarse.

Dado que, por  ejemplo, el santo rosario no era práctica habitual en casa, los párrocos optaron por realizarlo en la iglesia. Aun así, todavía hay quejas de que “este pueblo [podría ser Revilla Vallejera] es notado de poco devoto y de poca asistencia a oír misa en los días de entre semana, al rosario y otras funciones y devociones”. Queja consignada en el año 1778.  

En algunos centros de mayor población como Castrojeriz, Lerma, Medina… se formaron asociaciones de clérigos, “cabildo de clérigos” ya desde el siglo XV.  Recibieron suculentas donaciones y acumularon importante patrimonio. Algunos, a comienzos del XVIII,  llegaron a disponer de mil fanegas de pan mediado y mil ducados en dinero, a repartir entre los curas y beneficiados. Entre 1773 y 1777 cada socio recibió 2.020 reales de vellón, teniendo como “carga” unas 120 misas de media.

Hemos citado la confesión. A este respecto, traigo a colación lo que le sucedió al catedrático de Sigüenza y obispo de Canarias, Bartolomé de Torres (1512-1568), nacido en Revilla Vallejera, al poco de tomar posesión de la diócesis (junio 1566). Sucedió en la isla de Tenerife. Allí se inició proceso diocesano contra un tal Gaspar Comín, que venía tramitándose desde primeros de abril. Se le había acusado de haber dado escándalo grave, por haber comulgado sin confesarse en la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios por las fiestas de Pascua de Resurrección. Para ello había falsificado una cédula de confesión, que había garantizado en falso con el nombre de Fray Alonso de Llanos.

Se inició un proceso contra él, con testigos y confesión del mismo reo. Fue condenado, como dicen las actas “en que sea sacado en un asno caballero, atados pies y manos, y sea traído por las calles acostumbradas desta ciudad”, acompañado de pregones que publiquen su delito, y “a treinta azotes y destierro”, con la conminación de excomunión y condenación a galeras si quebrantase o no cumpliese los castigos impuestos. El Obispo debió sentirse conmovido. Era, dicen de él, muy sensible ante los sufrimientos de los pobres y necesitados, pero no pudo por menos de firmar la sentencia so pena de chocar contra el cabildo.

Y por retornar a la capital Burgos, echamos la vista atrás hasta el año 1936 con relación a un asunto de pederastia de un cura de Estépar, a 26 km de Revilla. Ruiz Vilaplana, secretario judicial y testigo de las brutalidades que se cometieron al principio de la guerra en Burgos, relata en el libro “Doy fe…” 1937 lo sucedido con su amigo Antonio José Martínez (1902-1936), un grandísimo músico preso en la cárcel de Burgos.

Su “delito”, el hecho de que la revista “Burgos Gráfico”, donde él escribía en la sección musical, había denunciado la actitud pasiva y encubridora de la Iglesia sobre el caso del párroco de Estépar que había abusado de varias niñas y por ello condenado a 12 años de cárcel. También la sociedad pudibunda y pacata de Burgos, especialmente la alta sociedad, quiso echar tierra sobre el asunto… excepto la citada revista, en la que Antonio José y su hermano escribían.

Fue fusilado precisamente en el monte de Estépar el 8 de octubre en una “saca” junto a otros 23 presos, entre ellos su amigo, director de “Burgos gráfico”, Antonio Pardo Casas (1909-1936) y Francisco Ayala, padre del escritor del mismo nombre. Cuatro días más tarde, lo fue su hermano.

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