Organización y vida religiosa en la provincia de Burgos (14) La beneficencia. El servicio dominical.
La Iglesia, a lo largo de la historia, ha suplido las carencias del Estado en lo que se refiere a la atención a los pobres, necesitados y desvalidos.
| Pablo Heras Alonso.
No con la extensión de siglos precedentes, lo continúa en la actualidad. Por supuesto que es un hecho éste a destacar, valorar y encomiar.
No es cuestión de dilucidar o emitir juicios de valor sobre la labor asistencial de la Iglesia en el presente ni en el pasado, ni menos infravalorarla: que si esto es labor del Estado, que si en otros tiempos no guardaba proporción lo dedicado a asistencia social con los enormes beneficios y rentas que la Iglesia manejaba, etc. Lo que está bien, está bien.
En el portal de trasparencia de la Web “Archidiócesis de Burgos” [informe elaborado por la empresa Ikerfel] el servicio de Cáritas obtiene una valoración positiva del 70% de los encuestados, porcentaje muy por encima de las creencias personales y los valores y enseñanzas que la Iglesia transmite. Por el resto de los datos de la encuesta, vemos que la Provincia de Burgos obtiene uno de los más altos índices en cuanto a pertenencia a la Iglesia y asistencia al culto.
En la diócesis de Burgos hay 106 centros de atención social con un número total de acogidos o ayudados de 33.177 personas: pobres, drogodependientes, enfermos, emigrantes, mujeres; labores de orientación y reparto de alimentos...
Sabemos cómo en el pasado los pobres y necesitados dependían totalmente de la caridad. Para ello se erigieron fundaciones benéfico-sociales, algunas de iniciativa privada, pero la inmensa mayoría pertenecían a la Iglesia o a los monasterios. No sólo ayudaban a los pobres. También había fondos para dotes de doncellas pobres, para pensiones e incluso para instrucción de niños.
Al menos en tiempos del Marqués de la Ensenada, en el pueblo de Revilla Vallejera consta en el “Catastro” que había un “hospital” con capacidad para dos enfermos, atendido por una vecina del pueblo. Allí se acogía y daba sustento a algún pobre de solemnidad o desplazado. En Burgos existió el Hospicio de San Agustín donde se recogía a niños de padres desconocidos o hijos de madres solteras.
Allí estaban hasta que cumplían siete años, edad a la que se solían entregar en adopción. En el siglo XVIII el número de niños acogidos superaba en mucho el centenar y se mantenía gracias a las rentas propias y a suculentas donaciones. A las familias adoptantes se les entregaba una cantidad variable de dinero.
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Hemos aludido ya a ello, al hecho de que se hayan reestructurado los servicios litúrgicos en la archidiócesis de Burgos, sobre todo en los pueblos con pocos vecinos. En Revilla Vallejera y pueblos del arciprestazgo de Amaya, hay misa un domingo sí y otro no. Y cuando corresponde, a veces se celebra en sábado. Si ya son pocos los que asisten a misa el domingo, son la mitad cuando se celebra en sábado.
Parece que no debiera ser así, pero esto ha traído como consecuencia una quiebra en la mentalidad popular, incluso entre aquellos que definitivamente han abandonado el hábito de acudir a misa y sobre todo en los fieles cumplidores. La celebración litúrgica estructuraba el tiempo, incluso el espacio con el sonido de las campanas. Ya no es lo mismo el domingo, rito que comportaba un alto en el suceder monótono de los días. Es como si ya no existieran las semanas, con el eje central en el “día del Señor”. El pulso de la vida religiosa del pueblo se ha roto.
El viento secularizador del espacio y del tiempo llegó a finales del siglo XIX. Mal que bien, la Iglesia supo resistir el vendaval. Con la merma de habitantes, la desaparición en los pueblos de las famosas cofradías, que siguen existiendo en la capital y localidades con suficiente población, supuso un impacto muy negativo para los hábitos seculares religiosos. Subsistieron las grandes fiestas como hitos durante el año (Navidad, Pascua, Semana Santa, Corpus, Corazón de Jesús, San Isidro…), pero incluso éstas fueron perdiendo el vigor festivo de otros tiempos, algunas engullidas por sucedáneos paralelos.
Pero tras las profundas y enormes crisis ocurridas en el siglo XX –dos guerras mundiales, colonización salvaje, enfrentamiento de bloques, comunismo--, en su segunda mitad las “seguridades” religiosas se fueron esfumando en pro de otras convicciones o autenticidades ahora a conseguir, como la preservación de la vida, la libertad, el progreso del hombre, la cultura, la educación, la convivencia, la democracia, la protección jurídica… Todo esto arrinconó a la religión, haciendo culpable a Dios del desbarajuste del mundo y de cuanto le había ocurrido al hombre.