LA POLÉMICA DE CELSO Y PORFIRO CONTRA LOS CRISTIANOS/ 2

Resumen clarificador de las contradicciones en que incurrían cristianos y judíos, así como de la heleniación del judaísmo asumida por el cristianismo y las lógicas propuestas de Celso para que los cristianos acomoden su proceder a la sociedad vigente. 

El mensaje cristiano, escribe el filósofo Celso,  nació dirigido a gente inculta e ignorante, no a sabios cultos e ilustrados. Su liturgia es plagio de ritos precristianos  y el plagio se extiende igualmente a los relatos de sus libros sagrados. Los judíos se creen más santos por el rito de la circuncisión, pero ese rito ya se practicaba entre los egipcios. Judíos y  cristianos son malos plagiadores de leyendas antiguas, que incorporan a sus Escrituras. Con ello refuta la falsa tesis del “robo de los filósofos”, sostenida por Filón y apologistas cristianos, al afirmar que Platón había copiado las ideas de Moisés y de la biblia hebrea.

Los cristianos contraponen el Dios violento y belicoso de la biblia hebrea al Nazareno convertido en Hijo de Dios, quien formula preceptos opuestos (Marción sostenía una antítesis entre la Ley judía y en Evangelio de Jesús). Los judíos conciben a su Dios de forma grosera, un ser antropomórfico y antropopático con inclinaciones y pasiones muy humanas. Pero Dios no tiene manos, ni boca, ni ojos ni corazón.

Los más sensatos de los judíos y cristianos recurren a la interpretación alegórica para explicar las leyendas ficticias de los textos bíblicos, dándoles un significado espiritual, superior y más profundo que el literal, con finalidad apologética.

La cosmogonía cristiana es pueril y contraria a razón, con la narración de la creación en siete días y del ser humano a imagen de Dios o la idea de un paraíso plantado por la mano divina. Es ridícula y absurda la idea de resurrección de los cuerpos, así como la ilusión de esperar ver a Dios con ojos corporales.  Sorprende que las apariciones de Jesús se realicen solo a su círculo de discípulos y no a sus enemigos políticos, como Antipas o Pilato.

Celso defiende  la tesis helénica de la inmortalidad del alma, afirmada por Pitágoras, Empédocles, Platón y toda la tradición platónica posterior. Con el proceso histórico de la helenización del cristianismo, la tesis griega de la inmortalidad del alma pasará de forma tardía al judaísmo y posteriormente será incorporada por la teología cristiana, en tensión con la idea anti griega de la resurrección de los cuerpos. Los filósofos griegos en el Areópago de Atenas toman a Pablo por un charlatán cuando éste les habla de la resurrección.

A Celso le parece extravagante la leyenda judeocristiana de un juicio final o la fantasía de la figura del diablo (Satán en hebreo), personificación del mal imaginado en lucha permanente con Dios y que tienta a los humanos para conducirlos a la morada del infierno. Resulta más aceptable la teoría dialéctica de la guerra universal de Heráclito y más atractivo el mito de los titanes, la gigantomaquia o las luchas entre los dioses griegos. Además, si el Dios bíblico es el creador del cosmos y vio que todo era bueno, ¿cómo se justifica la presencia del mal en el mundo?  Incluso llega a arrepentirse de haber creado a los humanos, al contemplar  su perversidad.

Conviene aclarar que Celso no es ateo ni tampoco irreligioso, puesto que afirma, como otros filósofos griegos la existencia de un Dios supremo (monoteísmo filosófico), al que las religiones dan distintos nombres, sea Zeus, Adonai o Amón. Y por debajo de él existe una gama de dioses inferiores o daímones, que son ministros subalternos del Dios supremo. Frente al judaísmo y al cristianismo, defiende el variado culto politeísta de las religiones paganas en el imperio romano.

Celso constata y critica además las divisiones entre las diversas sectas cristianas, que se odian y anatematizan entre sí y que ni siquiera se ponen de acuerdo sobre la figura del mesías Jesús. Considera absurda la idea de redención y de encarnación de Dios. Ningún Dios ni Hijo de Dios bajó nunca del cielo ni bajará para salvar a la humanidad.

Propone a  Platón como un modelo de maestro, que distingue entre el ser y el devenir, entre lo sensible y lo inteligible, que propone a la divina Idea de Bien como sol del mundo inteligible, causa de todo lo bello y bueno del mundo sensible.

Frente al relato mítico de la creación bíblica, remite a los cristianos a la cosmología del Timeo platónico con la figura del Demiurgo, el artista que da forma al cosmos de acuerdo con el arquetipo de la Ideas eternas.

Compara las sectas de judíos y cristianos con bandas de murciélagos o de hormigas, de ranas en su charco o de gusanos en un lodazal, todos ellos en constante disputa: “se injurian hasta la saciedad los unos a los otros con todas las afrentas que les pasan por las mentes... y están animados por un mutuo odio mortal” (5,65).

Celso invita a  los cristianos a dirigirse a los sabios griegos, al estoico Epicteto  y especialmente a Platón, el maestro por antonomasia, en vez de adorar a un personaje que acabó con una muerte infame y miserable en una cruz romana, como tantos otros. Les recomienda seguir a héroes míticos, como Heracles, Asclepio o dar culto a Orfeo, que también  murió de muerte violenta.

Los cristianos dicen que no se puede servir a dos señores a un tiempo, pero de hecho ellos de forma hiperbólica dan culto a dos señores, a Dios Padre y a su Hijo como un segundo Dios, aparecido recientemente en el mundo judío.

En la parte final de su escrito Celso pide a los cristianos que renuncien a sus prácticas contrarias al derecho romano, y a la quimera de pretender convertir a todos los pueblos a la fe cristiana. Les exhorta a seguir los cultos paganos, a participar en las fiestas públicas de las divinidades secundarias, a jurar por el numen del emperador en vez de aceptar el martirio y morir por la fe de forma fanática, a aceptar los deberes cívicos de todo ciudadano romano, cesando de impugnar el servicio militar, apoyando las leyes y la piedad romana.

Como conclusión, la dura crítica del filósofo Celso se presenta como un ejemplo claro de la antítesis existente entre la cosmovisión propia del helenismo y la cosmovisión del cristianismo, que también incluye el judaísmo.

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