¿Reducir a Jesús a héroe de novela?
Jesús reúne en su persona los tópicos (del griego “topoi”, lugares) que se pueden relacionar con la aspiración mesiánica, sea de Israel o de cualquier pueblo irredento.
| Pablo HERAS ALONSO
Son los tópicos aplicables a cualquier personaje que ha trascendido la pura humanidad y se ha convertido en extraordinario, sobrehumano, fabuloso y hasta quimérico. Por supuesto que este proceso sólo lo pueden hacer los prosélitos tras la muerte del mesías, proceso que va acumulando maravillas al sujeto como si de capas envolventes se tratara, de tal modo que el personaje real desaparece de la visión histórica. Es el símil de la cebolla: se van quitando capas y capas hasta comprobar que al final, en el interior, no hay nada.
Los tópicos de Jesús son los de cualquiera al que se pretenda hacer pasar por lo que sea: nacer de modo no humano, realizar hechos portentosos, contar con un carisma especial que atrae a las gentes, sufrir y morir, pero volver a la vida, etc.
Asimismo los textos que tales excentricidades narran también son reflejo de lo tópico. Son sagrados como los demás que se conservan, inspirados por Dios, alejados de cualquier consideración historicista y no sujetos de análisis léxico, comparativo o de cualquier otro tipo. ¡Cuánto tiempo se hurtó la lectura de la Biblia al pueblo (que supiera leer) y cuántos siglos se tardó en emprender estudios rigurosos sobre el texto “sagrado”!
En el sentido de enaltecer al personaje, Jesús es un ser relativo, en el sentido de que sus características se han de considerar en relación a las precedentes o a las inventadas.
El género “Jesús” obedece a las mismas leyes constructivistas que se dan con relación a otros personajes fabulosos por fabulados. Homero creó a Ulises bajo los mismos parámetros que Pablo creó a Jesús, y muchos creen que Ulises fue un personaje real. Apolonio de Tiana fue un personaje real, pero su figura fue una creación de Filostrato. Petronio creó al personaje de película el impotente Encolpio. Y así tantos y tantos.
¿Quién inventó a Jesús? La respuesta no puede ser unívoca, porque en su configuración intervinieron muchas manos, no sólo el traído y llevado Pablo de Tarso. Si de Evangelios se trata, diríamos que el autor de la novela “Jesús” fue Marcos, lleno de aventuras maravillosas, relatos miríficos y sesudas advertencias moralizantes.
Pero según parece Marcos escribió bajo la influencia de Pablo de Tarso; su relato es posterior a las Cartas de Pablo; asimismo, dado que relata la destrucción del Templo de Jerusalén como preludio del fin de los tiempos, su Evangelio no puede ser anterior al año 70. Por supuesto que no conoció a Jesús, si no, no escribiría de un modo tan alejado de una persona real. ¡Y alguna Biblia dice que Marcos fue precisamente aquel misterioso individuo que huyó desnudo cuando le arrebataron la sábana tras el prendimiento de Jesús! La verdad sobre el personaje que describe es la misma que la de un espejismo. Y cree en esa realidad virtual y la describe con admiración y realismo.
¿Y por qué escribe lo que escribe sobre Jesús? Por una única razón: la de convertir glorificando. Tiene que convencer a personas que o bien no conocían al fabuloso Jesús o bien se mostraban reacias a admitirlo en su panoplia crédula. El texto es un ejemplo de propaganda sobre un ser novelado al que se quiere engrandecer. Un personaje que cautive y seduzca a los ávidos de mensajes salvadores.
La manera que emplea para ello es la profusión de hechos maravillosos que comienzan en la edad adulta de Jesús. Milagros y más milagros; ayunos imposibles; tentaciones del maligno; mensajes de penitencia y amor; enfrentamiento a los poderes religiosos constituidos, para tener más cerca de sí al pueblo que le escucha; signos de su divinidad, como la transfiguración; profecías apocalípticas que dan a conocer el terrible futuro que les espera… cuando ya ha pasado y finalmente su pasión gloriosa.
Interesar a los oyentes con un predicador más, de vida y costumbres ascéticas, con mensajes de liberación una y otra vez oídos… no conduciría a nada, al desprecio del personaje: Jesús tenía que ser el dios que se pasea por la tierra. Y ésa es la novela de Marcos.