Renegar de la infancia, como la Iglesia. IV
| Pablo HERAS ALONSO
IV
Tanto Teodosio II como Valentiniano III, año 449, ordenaron que fuera destruido todo aquello que pudiera provocar la ira de Dios o herir la sensibilidad cristiana. Es una lista de hechos desaforados de la que se conoce poco. Desde luego de parte de los cristianos, nada. Y bien pudiera saberse porque, por supuesto, esos cristianos fervorosos obraban “de buena fe”.
Esta actividad necrófila ya la había iniciado el bueno de Constantino, probablemente inspirado por su santa madre: los filósofos Nicágoras, Hermógenes y Sopatros fueron ejecutados por brujería y, recordemos, los escritos de Porfirio, filósofo neoplatónico de enorme autoridad en su tiempo, fueron quemados por los cristianos.
Eso de quemar libros presuponiendo que así se destruía el pensamiento, ha sido una actividad eclesial recurrente a lo largo de la historia. En esos días, lo mismo que los escritos de Porfirio, la llamas consumieron las obras de Nestorio, de Arrio y las de los eumonistas y montanistas. Es una historia de la que hoy se precia la Iglesia… ocultando tales fechorías. Tomaban ejemplo de San Pablo como el primero al que se le ocurrió quemar libros (Hechos 19.1)
Pero no sólo la ira de la ortodoxia iba dirigida contra los paganos o los herejes. Las mismas penas podían sufrir aquellos que discrepaban de la doctrina oficial sancionada por el emperador.
Dentro de ese saco sancionador quedaban incluidos los judíos, a la altura legal de los maniqueos, los magos o los libertinos. La eclosión genocida del nazismo tuvo su prolegómeno temporal con el cristianismo: Hitler no hizo otra cosa que llevar a término la conducta del cristianismo para con el pueblo judío. Veinte siglos de anti semitismo tuvieron su colofón precisamente en el siglo XX.