¿Respetar las creencias religiosas? Pues mire usted... como que no.
Pero añadimos: a las personas, todo el respeto y honor; a sus creencias, tomadas como un corpus independiente del hombre, ninguno.
| Pablo HERAS ALONSO
Cuidado... y no se nos interprete mal: no se trata de hacer escarnio o mofa de las creencias religiosas, aunque incluso esto puede ser discutible. Lo que afirmamos es que no se puede tener ningún respeto de las ideas religiosas si por respeto se entiende no someterlas al juicio de la razón. Nada, de tejas abajo, puede o debe estar libre del poder escrutador de la razón. Que es, por otra parte, someterlas al máximo de los respetos.
Los creyentes se sienten excesivamente quisquillosos y susceptibles cuando alguien “se mete” con sus creencias. Piden respeto, piden tolerancia, cortesía... No es por un principio etéreo que rija sobre todos, creyentes o no, sino porque tal fe religiosa es más vulnerable de lo que pueda parecer a las críticas. Por lo mismo exige más respeto todavía que el que pueda tener un humano respecto a otro. Lo religioso no es opinable.
Copio a D. Adams:
La religión tiene ciertas ideas en su corpus doctrinal que ellos califican como sagradas o como lo que sea. Y así parecen decir:
--“Ésta es una idea, una verdad sobre la cual a Ud. no se le permite decir nada malo. No, no se le permite”
--¿Por qué no?
--¡Porque no!
No hay más razones. Si alguien vota por un partido con el cual Ud. no está de acuerdo, Ud. tiene toda la libertad para argumentar contra él, lo quiera o no... y nadie se siente agraviado por eso. Si piensa que los impuestos deben ser aumentados o reducidos, hay libertad para argumentarlo; pero respecto a “yo estoy obligado a no tocar ni siquiera el interruptor de la luz los sábados”, habrá que respetar esa opinión sin criticarla.
¿Por qué es legítimo, aportando argumentos, discutir sobre un determinado partido o sobre tal modelo de economía o sobre Mackintosh frente a Windows pero no se puede tener una opinión respecto a cómo comenzó el Universo o quién creó el Universo? No... ¡ese es un tema sagrado! Acostumbrados como estamos a no desafiar las ideas religiosas, cuando uno cualquiera lo hace, provoca la furia de muchos. Pues a pesar de todo, cuando esas ideas se miran bajo la luz del pensamiento, no existe ninguna razón para que no estén abiertas al debate como cualquier otra, a pesar de haber acordado socialmente un respeto a las creencias religiosas.
Hasta qué punto tendrá poder ese forzado respeto a las creencias que los argumentos más fáciles para ser objetor de conciencia en tiempo de guerra son religiosos. Dos ejemplos de ese reverencial respeto a las creencias, que no debiera ser admitido: si uno presenta en EE.UU. su condición de cuáquero ante la Oficina de Reclutamiento, no tendrá problema alguno para ser eximido; si las prácticas que utiliza el Opus Dei para “formar” a sus prosélitos se llevaran a cabo en una asociación cualquiera, ésta sería condenada por corrupción de menores y lavado de cerebro.
En cuestiones religiosas, hasta se tergiversan los términos o se ocultan los motivos: el estado de guerra en Irlanda hace ya muchas décadas que enfrentaba protestantes contra católicos, de hecho los periódicos ingleses lo tenían claro hablando de nacionalistas y leales al Reino Unido; en Irak no se enfrentaban chiíes contra shiíes, era una contienda intercomunitaria por detentar el poder; en Bosnia no había guerra religiosa entre ortodoxos, católicos y musulmanes, era lisa y llanamente “limpieza étnica” decían en occidente. Cierto es que la segunda explicación era cierta, pero sí había enfrentamientos religiosos. La religión era el espíritu que animaba a unos y otros. Eufemismos para evitar el término “religioso”.
A veces, sobre todo en EE.UU y cada vez menos en Europa, en tertulias de radio y televisión la opinión sobre moral sexual o técnicas reproductivas de un clérigo apoyado en comités por esto o por lo otro, es tenida más en cuenta y tomada con más respeto que la opinión de un filósofo moral, un abogado especializado en derecho de familia o un médico.