Resurrecciones en conflicto.

En artículos pasados hacíamos referencia a lo que el pueblo de Jerusalén pensó cuando cuatro chiflados fueron gritando por la ciudad que Jesús había resucitado, a saber, que sus discípulos habían robado el cadáver para pregonar su resurrección “como él mismo había profetizado”.

Este acontecimiento extraordinario pasó a ser el fundamento de la religión cristiana, un suceso que sus contemporáneos judíos “no entendieron” como debieran --y mira que Pedro y demás receptores del Espíritu se lo explicaron-- aunque “la cosa estaba clara”, según cuentan los Evangelios.

¿Estaba clara? ¿En los Evangelios?  Con paciencia nos hemos permitido el esfuerzo de repasar lo que sobre la resurrección de Jesús se dice en el Nuevo Testamento.  Recordemos la profecía de Jesús sobre sí mismo, comparándose con Jonás: “…el Hijo del Hombre estará tres días y tres noches dentro de la tierra”. 

Siempre me ha causado extrañeza ese “tres días y tres noches” cuando de celebrar la Pascua cristiana se trataba, porque Jesús, en los ritos, resucitaba, cantado con el “Exultet iam angélica turba caelorum” pasada una noche: muere el viernes y resucita en la noche del domingo.  Total, la noche del viernes y un día, el sábado.

Si ahora nos detenemos en los relatos de los Evangelios, se advierte que nadie es testigo de su salida del sepulcro, nadie lo ve resucitar. Lo que hay son testimonios parecidos al “dicen que” de siempre.  

Tenemos primero el “detalle” de que son mujeres las que aparecen el primer día de semana ante el sepulcro vacío. ¿No da qué pensar este hecho, pensando en la poca credibilidad que en ese tiempo podían tener las mujeres, por su carácter asustadizo y dado a fabulaciones? De hecho dicen los evangelios que ni sus discípulos las creen. Otro detalle: dice Mateo que se produjo un “gran temblor de la tierra” cuando fue removida la losa del sepulcro. Nadie de los que aparecen en los evangelios esa noche vuelve a citar acontecimiento tan extraordinario.

¿Y qué decir del número de mujeres? En Marcos son tres, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé, que huyeron despavoridas  sin decir nada a nadie. Sólo cuando se apareció a Mª Magdalena se atrevió ésta a anunciarlo “a los que habían vivido con él”… que, por cierto, no la creyeron.

En Mateo ya son dos, las dos Marías. Les dice el ángel que vayan a anunciarlo a los discípulos, pero, en el camino, Jesús se aparece a las mujeres para decirles lo mismo. En Lucas el número de “enteradas” crece. Se habla de “varias”, “las que habían venido con él de Galilea”,  que acompañan a José de Arimatea a sepultarlo y que van el primer día de la semana a ungirlo con perfumes.  Y cita a Mª Magdalena, Mª de Santiago, Juana y “las demás”.  Se lo cuentan a los apóstoles “pero a ellos les parecieron desatinos tales relatos y no los creyeron”. Por cierto, el ángel de Marcos y Mateo en Lucas se duplica.

En Juan el perfume que preparaban las mujeres en la tarde del viernes lo prepara Nicodemo, que está con José de Arimatea y unge con él el cadáver de Jesús.  Aquí la única mujer “testigo” de la desaparición es Mª Magdalena, que acude corriendo a Pedro y Juan.  Corren ellos a su vez al sepulcro pero es Juan, más joven, el que llega antes. También parece que llega corriendo Mª Magdalena. El relato posterior de Juan parece kafkiano: hay dos ángeles, ella llora, detrás está Jesús aparecido… ¡pero María no le reconoce! Cree que es el hortelano.  No se menciona a Pedro y Juan, a quienes “podría” haberse aparecido…

¿Qué deducimos de tales relatos? ¿Cómo acontecimiento tan decisivo en el devenir del cristianismo es narrado de forma tan imprecisa y contradictoria? ¿Por qué los sinópticos difieren entre sí en los detalles?  No podemos olvidar que son los detalles los que indican veracidad en el relato o invención y engaño. Las pesquisas policiales muestran fehacientemente la importancia de los detalles en cualquier hecho, más si son de la relevancia que tiene la resurrección en el devenir del cristianismo.

Lo que dicen las personas que se rigen por el sentido común: si Jesús había muerto, no pudo resucitar. El resto son invenciones, fabulaciones, fantasías y quimeras posteriores que pretendían poner las bases para una nueva religión segregada del judaísmo… aprovechando el precedente de narraciones de otras religiones coetáneas.

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