La capacidad de pecar o el sujeto de la conversión.

Si ya el número de e-misarios, o sea, practicantes de tal rito, ha descendido en 50 años de un modo desbocado, no digamos el número de los que prescinden de uno de los sacramentos más emblemáticos, el del "perdón"; perdón, de la penitencia; perdón, el antes conocido como "confesión". 

Cada día entiendo menos cómo el homilético puede perorar sobre arrepentimiento o hablar simplemente de pedir perdón, de hacer penitencia, etc. a aquellas personas que ni siquiera tienen posibilidad de pecar, que apenas si pueden andar de casa a la iglesia, que cumplen a diario con el “deber” auto impuesto de la misa, que rezan todos los días las “vísperas”; o a aquellas que viven encerradas en las cuatro paredes de su celda, que no tienen contacto con el mundo pecador, que no se permiten a sí mismas el más leve deseo, que para todo demandan permiso, que tienen embotada la capacidad crítica... 

Cuidado, que en el cubil de los cenobios anidan verdaderos pecadores, especialmente la envidia, cuando no pensamientos que no llegan a las prácticas todos sabidas, pero que son “pecado de pensamiento”. Hoy hay mucho desperdigamiento y si los pocos que viven en el piso no se soportan, fácil es encuadrarse en un máster en San Dámaso que comienza con los albores y termina pasado el crepúsculo.

A tal grado ha llegado la perversa retórica inducida, inculcada, sobrevenida, que muchas de las personas citadas arriba tienen que hacer rebusca en su interior de alguna falta desconocida, incluso para ellos, y así poder ejercer el rito del sacramento de la penitencia; que recurren a listas de pecados; que, incluso, tienen que decirle al confesor un lastimosos “pregúnteme Ud. Padre”; que quizá logran encontrar algún pensamiento que les ha venido, alguna comparación con el ideal al que aspiran y al que no llegan, algún lapsus de memoria...

Ya sabemos, por la lectura del libro de la BAC “El sacramento del perdón”, que la confesión, o sea, el sacramento de la penitencia o del perdón, reproduce en nosotros los efectos de la pasión de Cristo. Pero no deja de ser un acto vis a vis, donde los partenaires no se conocen y es obligado decir algo en contra propia, es decir, que hay que ver a la persona que luego puede vernos. Confesarse para tales individuos llega a ser un verdadero tormento. No; no es que haya que rechazar “esto”. A muchos les sirve de terapia, porque trasladan como pecados lo que son reacciones neuróticas. El asunto es más medular, porque lo que hay que desterrar es la secta que propicia esto.  

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