Una creación sublime de los humanos.
Hay que admitir que las organizaciones religiosas son un producto tan elaborado, tan multifacético, tan ecléctico, tan creador que podemos considerarlo como algo SUBLIME.
| Pablo Heras Alonso.
A falta de temas coyunturales, que, o no encuentro o me parecen insustanciales, vuelvo al meollo de lo que aquí siempre hemos debatido, la credulidad como acto intelectual, racional, emotivo y hasta sensiblero del hombre. No por suave en las formas deja de ser demoledora en el fondo la afirmación en la que cada vez más gente está de acuerdo: la religión es una creación del ser humano.
Esto, que hasta podría parecer una tautología (el hombre crea cosas humanas), cada vez lo afirman con más convicción quienes se adentran en el “misterio de la credulidad”, comenzando por aquellos que tienen el “vicio” de pensar un poco y terminando por quienes, cercanos al mundo de la credulidad organizada –la burocracia de la fe--, están hartos de las martingalas de sus “servi servorum Dei”.
Generalmente las críticas a la Religión se van por las ramas y poco consiguen. Y menos temen tales críticas los dignatarios de la Multinacional del Rezo. Muy a largo plazo podrían hacer que se secara el olmo crédulo limpiándolo de hojas y ramas, pero es tarea titánica: el árbol de la fe, después de cualquier glaciación racional, revive, echa brotes. Ahí está el caso de la Rusia comunista y hoy… lo que sea.
Importa la raíz, importa el motivo, importa el germen, que los creyentes caigan en la cuenta de que su religión es algo que ha inventado el hombre. Que la religión es un simple producto cultural cuya vigencia y virtualidad, amén de haber tocado fondo, está reculando a marchas forzadas.
Todas las religiones, las refinadas y las bastas, apelan a profetas, guías, mesías, redentores, gurús... primigenios. Y curiosamente cuanto más tiempo pasa mayores son las divergencias respecto a lo que éstos dijeron. Son incapaces de ponerse de acuerdo.
Entre sus primeras teorías de creencia obligada, también había referencias al hombre, a la naturaleza, a la sociedad... Pues bien, cuando el hombre descubrió determinados misterios referidos a sí mismo o a la naturaleza, tales profetas o desveladores de lo sacro no eran capaces de explicarlos, de cohonestarlos con la fe. Y así se dedicaron a poner obstáculos a tales descubrimientos o a denunciar a quienes sí eran capaces de explicaciones creíbles de la vida. Siempre ha sido así.
Curiosamente el genuino pensador siempre ha dudado de sí mismo, de lo que descubría, hasta que la evidencia clarificaba todo. El creyente en cambio ¡afirma saber la verdad! ¡Está seguro de su verdad! Y no sólo saber, sino saber lo más importante. Y ni siquiera se para ahí. Dice saberlo “todo”: sabe que dios existe; sabe que creó y supervisó su creación; sabe lo que ese dios quiere de nosotros; sabe lo que dios quiere que comamos (en España se puede comer cerdo, pero en Marruecos dios lo prohíbe, por ejemplo); sabe lo que ese dios ordena respecto a la moral sexual... Impresionante. ¿No será que lo que sabe de ese dios es porque lo ha creado el hombre? ¿No será que ese Dios que lo sabe todo sobre el hombres es… ¡porque es hombre!?
El científico y el hombre corriente, ambos, se dan cuenta de que cuanto más se adentran en aquello que “les gusta” y en lo que pretenden profundizar, más vasto se muestra el horizonte de su saber.
Frente a ellos, hay grupos de personas con credos específicos –entre sí, por cierto, casi siempre enfrentados-- que con arrogante autosuficiencia se permiten la grosería de decir a los demás que lo más esencial ya lo conocemos, Dios, sus mandatos, cómo agradarle, cómo contentarle, qué espera de nosotros, qué opciones incluso políticas le satisfacen más... De nuevo: ¿No será que todo lo divino se ajusta perfectamente a lo humano por ser un producto humano?
Aparte de muestra supina de estulticia, esto en cualquier symposium sería tildado de orgullo intelectual. De ahí que a la fe se la aparte de los debates donde se dirimen cosas que importan a la vida.
Todas esas personas “seguras” y “aseguradas”, que recurren siempre a la garantía de un Dios para confirmar certezas, no es que estén ancladas en los primeros estadios del desarrollo infantil, es que no han salido de la primera infancia de la humanidad.
No, no se dan cuenta: estamos asistiendo a la “despedida” de las religiones, despedida que ya ha comenzado y que será larga y se demorará unas cuantas generaciones. Por profilaxis de lo humano y como sucede con cualquier despedida, la suya no debería prolongarse demasiado en el tiempo, so pena de quedar convertidos en estatua de sal.
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Dedicado a mis ínclitos comentaristas, hermanos en la palabra, y para presumir de la música (ya que se preguntan): fui, durante 29 años, jefe de Tenores del Coro Nacional de España, al que accedí por oposición el 3 de mayo de 1971 y del que este año se celebra el quincuagésimo aniversario de su fundación. Respecto a grabaciones, por ahí anda en Youtube alguna que otra, como el Prólogo a las Cantigas, con el grupo musical SEMA. Y, por cierto, que hasta me gusta a mí tal interpretación, que la Historia de la Música de Deutsche Grammophon incluye como ejemplo en el Tomo I.